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domingo, 28 de abril de 2013

Torpedos aliados en la Guerra del Pacífico

Al inicio de la Guerra del Pacífico, Perú cuenta con un arma naval de invención reciente, en la que se cifran grandes esperanzas: el torpedo. En previsión del inminente conflicto, Perú adquiere diez torpedos Lay, de fabricación estadounidense. Con dos de ellos listos en Iquique, el 22 de agosto de 1879 el blindado peruano Huáscar, comandado por Miguel Grau, recibe la orden de dirigirse a Antofagasta para emplear esos proyectiles contra el blindado chileno Blanco Encalada –aprovechando que éste recibía mantenimiento– y así obtener una ventaja sobre la escuadra enemiga. Esa noche el Huáscar y el transporte Oroya recogen los torpedos en Iquique y zarpan rumbo a la costa boliviana.

La victoria de Antofagasta

El 24 de agosto, cerca de Antofagasta, un espía peruano avisa al Huáscar que en ese puerto boliviano hay varios barcos enemigos: la cañonera Magallanes, la corbeta Abtao y los transportes Limarí y Paquete de Maule, pero no el Blanco Encalada.

Al día siguiente el Huáscar y el Oroya llegan para enfrentarlos. Entonces, el capitán Grau decide lanzar un torpedo contra la corbeta Abtao, pero su hélice propulsora se enreda y se desvía; pero eso no es lo peor, pues como relata el combatiente boliviano Demetrio Toro: “Otras y otras olas de esa bahía, naturalmente brava, lanzaron al torpedo contra el Huáscar, haciéndole cambiar completamente de rumbo. Estaba (el Huáscar) a punto de sucumbir con su mismo torpedo cuando un oficial (Fermín Diez) Canseco se tiró al mar para detener (i.e. desviar) el torpedo, estando ya para chocar con el Huáscar. El valiente oficial pudo conseguir su intento y se salvó, salvando a todos (consigo)”. Luego, se logra recoger el torpedo con ayuda de un bote, mientras el Huáscar logra cortar el cable telegráfico hacia Caldera, lo cual interrumpe las comunicaciones chilenas.

El 28 de agosto, tras dejar los torpedos en el Oroya por el riesgo de que estallaran en combate, el Huáscar vuelve a presentarse en Antofagasta. Toro continúa su relato: “Después, empeñó combate el Huáscar contra las dos cañoneras (Abtao y Magallanes) y las baterías de tierra; durante cuatro horas se sostuvieron las enemigas, mas luego tuvieron que rendirse. El Abtao ha quedado inutilizado y ha muerto su capitán. La Magallanes, perforada por las balas del Huáscar, herido el capitán y muchas víctimas. En el Huáscar ha muerto un oficial. Las baterías de tierra se rindieron, asimismo, porque los fuegos del monitor peruano desmontaron tres cañones de a tres (pulgadas)”. Aunque quien muere es el segundo comandante de la Abtao, efectivamente esta nave queda tan dañada que en adelante sólo se usa como transporte. Igualmente, los serios daños sufridos por la Magallanes la obligan a retirarse hasta Valparaíso.

Por la victoria de Antofagasta, el capitán Grau es ascendido a contraalmirante y Bolivia le otorga una condecoración, la que Toro tiene el honor de entregar. Mientras tanto, Chile se conmociona, como cuenta Toro: “Los brillantes resultados de esta importantísima victoria han sido (causa de) nuevos alborotos en Chile y la caída del ministro Varas. (El almirante chileno) Williams Rebolledo ha sido depuesto también. En fin, están que no se entienden”. Sin embargo, en esta ocasión queda en claro que los torpedos estadounidenses no son útiles en mar bravío.

Con más maña que fuerza

En 1880, luego de la pérdida del Huáscar, las fuerzas aliadas ponen sus esperanzas de la defensa de la extensa costa peruana en las denominadas Fuerzas Sutiles. Éstas son lanchas con motor, convertidas en torpederas para contener a la armada chilena. Su comandante, el capitán Leopoldo Sánchez, pide al brillante ingeniero peruano Manuel Cuadros que examine los torpedos estadounidenses para copiarlos.

Con su propio dinero, Cuadros construye un bote torpedero, pero el primer intento de emplearlo contra los chilenos acaba fatalmente el 24 de abril en Ancón, cuando mueren un oficial y cuatro marineros peruanos. Para colmo de males, el espionaje chileno, seriamente infiltrado en el alto mando de las fuerzas aliadas, avisa a la escuadra enemiga acerca de la estratagema peruana –por increíble que parezca, con lujo de detalles– para que esté alerta contra posibles ataques o contra botes minados por los peruanos. Por ello, aunque no cabe ya esperar buenos resultados, a veces más sirve la maña que la fuerza.

Una acción de sacrificio tiene lugar el 25 de mayo, cuando la lancha peruana Independencia –que deja torpedos fijos en el mar– se encuentra con la lancha torpedera chilena Janequeo. Es un combate desigual, pues la enemiga es más veloz y es blindada; segura de su superioridad, ésta embiste a la peruana, pero queda enganchada con ella. En un acto de heroísmo, el practicante de medicina Manuel Ugarte y el teniente José Gálvez cogen un torpedo peruano, lo arrojan sobre la embarcación chilena y producen una explosión que hunde las dos embarcaciones. Meses después, los buzos peruanos logran rescatar uno de los cañones chilenos.

Mientras tanto, el ingeniero Cuadros logra construir un segundo torpedo. El capitán Sánchez planea usarlo de la siguiente manera: “la lancha torpedo zarparía (') simulando ser una lancha de víveres que se dirigía hacia el Callao, dejándose descubrir intencionalmente por el enemigo para que se lance en su persecución, la capture y se produzca la explosión del torpedo”. La difícil misión es encargada al alférez Carlos Bondy, quien dirige la lancha que es avistada por el transporte artillado chileno Loa el 3 de julio.

El capitán enemigo, Guillermo Peña, está al tanto de la estratagema peruana, pero ve cómo una lancha, dirigida por Bondy, parece querer alcanzar el bote para remolcarlo a la costa, por lo que piensa que no hay trampas en él y ordena abordarlo. Según el periódico panameño La Estrella: “A medida que se sacaba la carga (del bote), el peso disminuía, el falso piso se alzaba y los resortes en que se apoyaba, que estaban en conexión con el torpedo, iban quedando en libertad para producir bien pronto su esplosion (i.e. explosión). Repentinamente ésta tuvo lugar, y los efectos fueron desastrosos. Las 300 libras de dinamita hicieron casi levantar al Loa de sobre las aguas”. Éste se hundió en breves minutos y murieron 118 de los 181 hombres que llevaba, incluyendo a su capitán.

Otro ardid

Este éxito alienta a los peruanos a intentar repetirlo. Para ello, reúnen 350 kilos de dinamita y los esconden en un elegante bote de lujo en el puerto de Chancay.

La goleta chilena Covadonga, uno de los barcos más importantes de la armada enemiga, es enviada para bombardear un puente ferroviario cerca de allí el 13 de septiembre y, divisando una lancha y el bote peruanos, abre fuego. Hunde la lancha, pero el bote queda intacto y, tentado por el alto precio que podría tener, el capitán Pablo Ferrari ordena examinarlo. Como no se encuentra nada sospechoso, pues su carga explosiva está magistralmente disimulada, Ferrari ordena llevarse el bote en lugar de destruirlo. Cuando éste es izado, detona la carga explosiva, que mata a 32 hombres y hunde el barco. Además, 48 de los sobrevivientes son tomados prisioneros por los peruanos. Éste fue el último y más importante éxito de los torpedos peruanos en la Guerra del Pacífico, festejado ampliamente en Perú y lamentado por Chile incluso después de la guerra, la que en adelante se libró tierra adentro.



(*) El autor es historiador y psicólogo.

Las 300 libras de dinamita hicieron casi levantar al Loa de sobre las aguas”. Éste se hundió en breves minutos y murieron 118 de los 181 hombres que llevaba, incluyendo a su capitán.


La lancha torpedo zarparía (') simulando ser una lancha de víveres que se dirigía hacia el Callao, dejándose descubrir intencionalmente por el enemigo .

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