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lunes, 20 de abril de 2015

Hace 100 años el peruano Narciso de Medina construyó la capilla del Calvario en Villa de la Cruz.

S u esposa había muerto meses antes, pero su fe era tan grande que asistió de luto al primer preste que ofreció en favor del Señor del Mayo de la Cruz en aquel pequeño templo que había hecho construir 15 años atrás. Su hija Juana lo acompañó a la fiesta, también iba de luto. Una foto tomada por Cordero lo eternizó junto a ella y a sus elegantes y distinguidos invitados, muchos de ellos seguramente sus paisanos que, sin importar que prácticamente tuvieron que "trepar” aquel cerro polvoriento, ventoso e inhóspito, llegaron hasta la ermita con sus mejores galas para disfrutar de la recepción organizada a su medida.

En esos días, el cerro donde se encontraba la parroquia ya era conocido como el Calvario de La Paz, pero se había convertido en la guarida de un bandolero que sembraba el terror en la ciudad: el Zambo Salvito, quien, junto a su banda, asaltaba a sangre fría a cuanta diligencia a los Yungas podía. Ésa había sido una de las razones por las que las autoridades eclesiales de entonces le habían encomendado al peruano Narciso de Medina construir la iglesia.
Es que Narciso de Medina, ese jovenzuelo de 13 años que a finales del siglo XIX había llegado a Bolivia con una mano por delante y otra detrás, procedente de Trujillo, Perú, prácticamente huyendo de su padre, un hacendado aparentemente muy estricto, se había convertido en un millonario de gran influencia en la sociedad paceña y utilizaba parte de su fortuna en obras a favor de la Iglesia Católica.
De acuerdo con datos otorgados por su bisnieto Carlos Peñaloza, Narciso de Medina logró construir su inmensa fortuna gracias al negocio de gastronomía y pastelería que levantó en La Paz años después de haber regresado de la Guerra del Pacífico , a la que, a sus 13 años -recién llegado de Perú- se enlistó en el lado boliviano, en el que lo aceptaron como corneta de la banda de guerra.
Se sabe que el peruano, cuando regresaba a Bolivia después de la guerra, se unió a una columna de la Cruz Roja peruano–boliviana, donde conoció a la que años después fue su esposa, a Manuela Villalpando, una chuquisaqueña que también regresaba del conflicto bélico, pero se dirigía a su natal Chuquisaca.
Ya en La Paz, así joven, Narciso de Medina, sin un oficio claro, consiguió trabajo en el hotel París, que se señoreaba en plena plaza Murillo. Lo contrataron como ayudante de cocina, donde aprendió todos los secretos de la panadería y la pastelería y, unos años después, se animó a implementar su propio negocio, trayendo pasteleros de Perú y alquilando su primera tienda en la calle Ingavi.
Fortuna y reputación
Su éxito fue tal que para 1915 ya era dueño de panaderías y pastelerías en El Prado, Sopocachi y otras zonas. Al mismo tiempo, había adquirido grandes residencias en lo que hoy se denomina el casco viejo, demostrando así su gran éxito. Había alcanzado tal reputación, que organizaba los banquetes que ofrecían los paceños acaudalados, los peruanos residentes en La Paz y la misma Iglesia Católica, por lo que llegó a relacionarse con altas autoridades eclesiales.
Y es en esa relación que entabla con los jerarcas de la Iglesia que le es encomendada la tarea de construir un templo en la cima del Calvario, ubicado en la zona norte de la ciudad de La Paz, donde, cada Semana Santa, la gente representaba el Vía Crucis de Jesucristo, trepando el empinado cerro desde la plaza Riosinho, rezando y llorando a gritos.
UNA JOYA DE 100 AÑOS
Narciso de Medina cumplió el encargo de la Iglesia y en enero de 1915 comenzó a construir un pequeño templo en la punta del Calvario. Contrató a un arquitecto italiano que elaboró los planos de la capilla. Las paredes y el techo estuvieron concluidos en julio de 1916, debido a que para realizar la construcción los trabajadores subieron prácticamente a pie la empinada y deshabitada montaña llevando el agua y los materiales de construcción, cuenta 100 años después, el padre Jesús Llorente, párroco de la capilla que erigió Medina.
Es que la ermita del acaudalado peruano sobrevivió a los años y este 3 de mayo cumplirá un siglo en la punta de aquel cerro, que hoy se denomina Villa de la Cruz, un barrio de habitantes que, junto a los religiosos de la orden de los jesuitas, ampliaron el templo y custodian celosamente las "joyas” del lugar que -aseguran- los protege y los "tiene más cerca de Dios”.
Entre esas joyas están su retablo y su tumbado construidos entre 1916 y 1927 por artistas peruanos que plasmaron imágenes relacionadas con el Señor de Mayo de la Santa Cruz. También se halla en el lugar la primera Santa Cruz del Calvario, más conocida como la Cruz Verde, que De Medina mandó a construir en Perú para ubicarla primero en la entrada de la calle Apolinar Jaén. La pieza es una verdadera obra de arte que representa cada uno de los momentos que Jesús vivió durante su Vía Crucis.
Otra de las riquezas que guarda el templo es el Cristo de las Limpias, una imagen elaborada entre 1919 y 1927, dice el padre Llorente. "Al parecer vino a través de Perú, puede ser una de las primeras imágenes del Cristo de Limpias que se hizo en España”, explica el sacerdote, quien, junto a jóvenes de la parroquia, comenzó a investigar la historia de la capilla y sus imágenes.
El altar mayor del templo guarda al Señor de Mayo de la Santa Cruz, una obra de la escuela cusqueña, traída en 1931. "En Cusco se hicieron tres imágenes iguales: una está en Cusco, otra en Lima y la tercera en La Paz, acá, en nuestra parroquia”, afirma Llorente.
Y fue ese 1931, cuando la capilla estaba lista, que Narciso de Campero organizó el primer preste en el lugar, en honor del Señor de Mayo de la Santa Cruz, patrón de su cuna, Perú. Convidó a la élite paceña y a sus paisanos, también influyentes.
Les ofreció un gran banquete, a modo de homenaje al oficio que lo había hecho millonario. Su corazón estaba de duelo por la partida de su amada Manuela, pero su fe y devoción por el Tata de la Cruz eran más fuertes y había que subir hasta uno de los cerros más altos de La Paz para demostrarle su agradecimiento.

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