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lunes, 7 de diciembre de 2015

El retorno de “La casa de la zapatera”

Una casa ubicada en el centro histórico de Potosí ha sido recuperada para cumplir las funciones que tenía en el periodo colonial.

Era conocida como “La Casa de la Zapatera” y hasta hace poco solo existían referencias orales sobre su existencia. Su recuperación permitió conocer que la historia de ese antiguo inmueble está vinculada a dos de los cuadros más famosos de la Villa Imperial.



MINERO Y COMERCIANTE

El salón principal de la Casa de Moneda está coronado por dos cuadros que retratan de cuerpo entero a dos famosos personajes de la colonia. En el de la izquierda está un jinete que viste calzón largo blanco, un jubón rojo sobre el que está un cuello de encaje que se extiende por los hombros. Usa un sombrero blanco de alas anchas en el que se puede ver una joya con cuatro rubíes y un diamante al centro.

No hace falta que ningún guía nos diga su nombre porque a la izquierda del cuadro, en un óvalo dorado se lee claramente la inscripción “El Mre de Cpo Don Antº Lopes de Quiroga. Año de 1660”. Se trata, entonces, de Antonio López de Quiroga, uno de los hombres más ricos que vivieron en Potosí y que, a cambio de una suma desconocida suma de dinero, compró el título nobiliario de maestre de campo.

Su fortuna era incalculable. Aunque se lo vincula con la minería, debido a que en el mismo cuadro aparece un ingenio de beneficio de minerales, los autores que se ocuparon de él encontraron suficientes indicios que permiten determinar que su primera ocupación fue el comercio. El cronista mayor de Potosí, Bartolomé Arsanz de Orsúa y Vela, refiere que, al llegar a la Villa Imperial de su natal España, López de Quiroga estableció una tienda de mercancías en la calle de los mercaderes (hoy Linares). Peter Bakewell apunta que “por ‘mercancías’ se debe entender mercaderías importadas, principalmente tejidos, y otras cosas como especias, tocas, pasamanos, papel, zapatos, medias, e incluso hierro y acero”.

Prosperó rápidamente e hizo buenas migas con otro maestre de campo, Lorenzo de Bóveda, un mercader de plata de gran fortuna que tenía una hija, doña Felipa de Bóveda y Saravia. Si algo se le reconoce a López de Quiroga es su sentido de la oportunidad y este se puso de manifiesto cuando, aprovechando su amistad con Lorenzo, se casó con su hija y se convirtió en el heredero de su fortuna.

Hasta ahí su vida parece más bien común pero dos circunstancias lo proyectan hacia la historia, aunque con luces prestadas.

Allá por mediados del siglo XVII, el antiguo templo y convento de San Francisco necesitaba una refacción integral. Por razones desconocidas, los franciscanos acudieron a López de Quiroga quien, contrariamente a su costumbre, aceptó financiar la obra. Pero no lo hizo gratis. Asumió para sí el rótulo de “fundador de la iglesia y convento de San Francisco de Potosí”, aunque esa infraestructura data de 1547, y se hizo pintar un retrato que rinda fe de su “generosidad”. Ese cuadro es el que permaneció en San Francisco durante varios años y luego fue donado a la pinacoteca de la Casa de Moneda.

El otro hecho que le dio fama es el parecido de su nombre con un famoso azoguero de la colonia, José de Quirós, a quien Soraya Aramayo describe como “dueño de ingenios y minas en el Cerro Rico (…) criollo, vecino de la Villa Imperial, capitán, casado con Doña María Sebastiana de Moncada”.

A diferencia de López de Quiroga, quien no tenía la virtud de la caridad, José de Quirós era un hombre excesivamente generoso que repartía limosna a los pobres diariamente y realizaba múltiples donaciones. Aramayo apunta que, entre otras cosas, “costeó dos ricas vestiduras doradas para la imagen de San Francisco de Padua e instituyó la fiesta principal el día de la Asunción”.

La generosidad de don José fue, literalmente, proverbial. Por él se acuñó el dicho “Después de Dios, Quirós” que significa que solo el Creador era más caritativo que él.

Debido a que López de Quiroga y Quirós existieron en la misma época y sus apellidos se parecen, muchos los confunden y creen que se trata de una misma persona. No obstante, el primero falleció en enero de 1699 mientras que el segundo seguía vivo en 1707, cuando estableció una capellanía perpetua para unas casas que compró en la calle delante de la iglesia mayor.



ARZOBISPO Y VIRREY

Otro de los personajes que pasó a formar parte de la iconografía potosina es el décimo arzobispo de Lima y vigesimoséptimo virrey del Perú, Diego Morcillo Rubio de Auñón.

Morcillo no vivió en Potosí sino que visitó la villa durante unos días, 30 si nos atenemos al relato de Arsánz, pero pasó a la historia no solo por los fastos que se desataron por su llegada sino porque esta quedó testimoniada en dos grandes documentos coloniales: la “Historia de la Villa Imperial de Potosí” y el cuadro pintado por Melchor Pérez de Holguín que se atesora en el Museo de América, en Madrid.

La pintura es grande pues mide 2,40 de alto por 5,70 de alto. Es un óleo sobre lienzo cuyo valor no solo radica en graficar un episodio histórico con una fidelidad solo comparable a la fotografía sino también en el hecho de que su autor, Pérez de Holguín, se incluye en el cuadro y, así, nos revela su apariencia.

Bartolomé Arsanz de Orsúa y Vela describe así su llegada: “Fuéronle a visitar y dar la bienvenida los curas, prelados de las religiones y demás estado eclesiástico, la nobleza secular y ministros de su majestad y el señor don Francisco Pimentel, presidente de La Plata, que había días que se hallaba en esta Villa”.

El relato prosigue señalando que “A las 4 de la tarde hizo su entrada saliéndole a recibir toda la Villa, que no cabían por los campos y calles la multitud de sus moradores y fue cosa que no se vio en otras entradas de principales eclesiásticos. Todas las calles por donde pasó se adornaron con ricas colgaduras y arcos de plata labrada, y en la esquina llamada de Las Lechugas (que es una de las que desembocan así en la plaza del Regocijo como en la del Gato) se le hizo un arco triunfal, de los buenos y ricos que se vieron para otras entradas semejantes…”

El motivo para tanto boato era doble: Morcillo, que primero había sido obispo de León (hoy Nicaragua) y después de La Paz, había sido nombrado arzobispo de La Plata (hoy Sucre) y, además, se le había encargado reemplazar temporalmente a Diego Ladrón de Guevara como Virrey del Perú.

Y, aunque los potosinos sabían que el cargo no tenía carácter permanente, lo agasajaron con el fin de conseguir favores del ilustre visitante. “Dijo que en ninguna parte le habían beneficiado sino en esta Imperial Villa con tanta grandeza”, apunta el cronista.

El virrey devolvería gentilezas a Potosí en su segundo virreinato, ya con carácter titular, cuando ordenó la reparación del puente Pilcomayo que unía a La Plata con la Villa Imperial.



LA ZAPATERA

Quien une a ambos personajes y establece vínculos entre los dos cuadros es doña María Joaquina Fuentes, una mujer “exageradamente hermosa” que, según asegura Mirtha Guzmán, fue amante de Antonio López de Quiroga.

Si se cruza los datos de Guzmán con los de Peter Bakewell, López tuvo que haber conocido a María Joaquina cuando ella todavía era muy joven y él ya tenía dos hijas con su esposa, doña Felipa de Bóveda y Saravia.

Antonio debió haber querido mucho a su amante, tanto que le compró una casa en la calle que partía de la plaza del Regocijo y subía hacia las afueras de la ciudad, donde se habían establecido los indios lupacas.

El amor por María Joaquina habría motivado que López de Quiroga iniciara trámites ante la Iglesia Católica para obtener su divorcio y pudo haber sido la razón por la que aceptó costear las refacciones en San Francisco. Guzmán dice que los franciscanos le ofrecieron ayudarle con el trámite ante el Vaticano.

Pero la muerte pudo más que la burocracia eclesiástica y doña Felipa falleció antes que se consume el divorcio. Al quedar viudo, López de Quiroga no habría tenido ningún impedimento para irse a vivir con María Joaquina quien le habría cuidado hasta su fallecimiento.

A la muerte del acaudalado estallaron pugnas por sus bienes. La mayoría de sus propiedades, que incluían grandes extensiones de tierras en áreas rurales, estaban registradas a su nombre o al de sus hijas pero la casa en la que murió no aparecía por ninguna parte. Esa figuraba a nombre de María Joaquina Fuentes así que las hijas poco pudieron hacer para quitársela.

Pero, aunque conservó la casa, la amante ya no tenía la protección económica de su rico enamorado así que debió extremar recursos para mantenerse.

Lo primero que hizo fue convertir su casa en una hospedería para los viajeros que llegaban de los puertos peruanos donde, además de dar cobijo, ofrecía también comida. Como muchos de sus huéspedes cubrían buena parte de su trayecto a pie, sus zapatos estaban arruinados así que María Joaquina se los arreglaba. Fue por eso que la gente de Potosí dejó de verla como la amante de Antonio López de Quiroga y empezó a llamarla “la zapatera”.

En tiempos coloniales, las calles potosinas no tenían nombre y era el pueblo el que las bautizaba tomando como referencia los oficios de sus habitantes. La calle que subía hacia el campamento lupaca fue denominada “de la zapatera” en atención a uno de los oficios de María Joaquina.

Guzmán es profesional en turismo y, basándose en tradiciones y referencias de Julio Lucas Jaimes, asegura que el virrey Morcillo se alojó en la casa de la zapatera el tiempo que permaneció en Potosí y pudo disfrutar de su comida, particularmente de una sopa con carne asada que solo ella sabía preparar.

Como prueba de su afirmación muestra una fotografía del cuadro de Melchor Pérez de Holguín en el que se ve al arzobispo y virrey ingresar a la ciudad precisamente por la calle de la zapatera, hoy calle Hoyos, que es fácilmente identificable por el templo de San Martín, que fue construido a partir de 1592 para los indios lupacas.

En el cuadro se puede ver una casa en la que cinco mujeres y un niño aparecen en la planta alta, de donde cuelgan tres telas; tres de las mujeres son sirvientas y dos tienen la apariencia de ser señoras principales. Quizás una es María Joaquina. Guzmán afirma que fue la manera en la que Holguín identificó a la casa de la zapatera, dando a entender que allí se alojó el virrey Morcillo.

Y la casa permanece. Hasta hace poco, era usada para la distribución del singani Casa Real en una coincidencia notable ya que Antonio López de Quiroga adquirió, entre muchas otras propiedades rurales, la viña y hacienda de San Pedro Mártir de Cinti donde comenzó a producirse el vino que, con los años, pasó a llamarse Casa Real.

Mirtha Guzmán y su esposo, Antonio Flores, compraron la casa con el fin de devolverle la función que tenía en tiempos coloniales: establecimiento de hospedaje.

Ahora, “La Casa de la Zapatera” es el hostal Tuko’s Casa Real, ubicado en el número 29 de la calle Hoyos, y reivindica su pasado colonial. Al ingreso está una gigantografía del cuadro de Pérez de Holguín y en los interiores hay réplicas de los arcángeles arcabuceros. Se recuperó parte de su apariencia original, incluida la campana que llamaba a comer. Mirtha asegura que también se rescató la receta de la sopa de la zapatera y, por tanto, solo puede servirse allí en la casa que un día cobijó a Antonio López de Quiroga y otro al virrey Morcillo.

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