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domingo, 22 de enero de 2017

La cueva de Moto Méndez desaparece en el olvido



Hablar de José Eustaquio Méndez, más conocido como el Moto Méndez, es recordar la Batalla de la Tablada librada en 1817,

conmemorar cómo valerosos guerrilleros chapacos conocidos como los Montoneros de Méndez, triunfaron junto al tucumano Gregorio Araoz de la Madrid ante las fuerzas realistas españolas de Mateo Ramírez.

Así, hablar hoy del Moto Méndez, es recordar los 200 años de aquella victoriosa batalla que además de la independencia, dejó un gran héroe para la historia tarijeña. Sin embargo, cuando el departamento celebra el Bicentenario de aquella gesta heroica, una mendeña de 37 años de edad y de nombre Blanca Esmeralda Arenas, llama la atención a las autoridades y hace notar que parte de la historia de esos años ha sido olvidada y dejada a su suerte.

Blanca denuncia que la cueva del Moto Méndez, aquel escondite de tierra y piedras a la orilla del Guadalquivir, que sirvió de Bunker y refugio para los Montoneros, pero además fue un lugar estratégico para las emboscadas de los guerrilleros, quedó completamente en el olvido y está hoy a punto de perderse.

La cueva

La travesía comienza en Canasmoro, una comunidad de la provincia Méndez en donde se emplazó la cuna de los maestros y a la vez, es el punto de partida rumbo a la cueva. Al cruzar la normal y salir por la parte trasera de aquel lugar, es necesario cruzar descalzo el río Guadalquivir, para inmediatamente subir a un pequeño cerro de Bordo Carachimayo, donde se debe caminar sobre una pradera completamente pedregrosa, con una infinidad de churquis de por medio, que cumplen la función de ser los guardianes de la zona.

El camino que había antes desapareció, por lo que guiarse en el lugar no es para cualquiera. Después de más de media hora de caminata entre piedras y churquis, el panorama cambia, pues llegó la hora de caminar sobre arena, ya que se debe cruzar la quebrada el Arenal. Al pasar ese sitio, la aventura continua, pues llegó la hora de subir y bajar pequeños cerros que avisan que la cueva está cerca.

Después de casi una hora de caminata y escalada, la cueva se deja ver. Hay que subirla para poder comprobar que la historia de Blanca es verídica, ya que en la cima del lugar se observa una plaqueta que data de los años 80 y que fue puesta por los normalistas en honor al Moto y sus guerrilleros.

El texto no se deja leer, ya que como los años no pasan en vano, la escritura sobre el cemento esta desgastada y la plaqueta rota en varias partes, por lo que leerla es casi imposible. Lo que sí se puede ver es que la plaqueta reconoce al lugar como la cueva del Moto Méndez, y que la misma fue esta en 1980.

La cueva, que seguro tiene más de 200 años, está completamente cerrada, ya que las piedras y la misma tierra se encargaron de tapar la entrada al lugar. Hay pequeños huecos que se ven sobre el refugio y la salida, es la única que guarda algo de su forma. La extensión total del lugar tiene por lo menos una longitud de 30 metros, pero su ancho y alto es imposible de determinar desde afuera, aunque es muy probable que la gruta se haya derrumbado en su interior.

La historia

Blanca es nieta de Canuto Arenas Rentería, quien le aseguró a ella cuando era niña que él era descendiente de José Eustaquio Méndez Arenas, por lo que ella dice también ser de la familia del Moto.

Recuerda que fue su abuelo quien le contó de la existencia de la cueva y fue a la vez quien se encargó de enseñarle el lugar. “Él contaba que cuando los españoles venían persiguiendo al Moto Méndez y a sus montoneros, ellos venían y se escondían ahí, en la cueva entraban con caballo y todos los 30 jinetes que andaban con el Moto. Se ocultaban, esperaban un momento que pasen y después salían por el otro lado”, dice.

Explica que cuando eran perseguidos, los montoneros sabían amarrar ramas de churquis que colgaban de sus caballos para borrar las huellas de los animales en su travesía y así despistar al enemigo. Una vez dentro de la cueva, ellos solían tapar con las mismas ramas de los churquis la cueva y se refugiaban hasta que pasen los españoles, quienes siempre eran más que los guerrilleros.

Gabriel Flores, esposo de Blanca y maestro de oficio, cuenta que cuando llegó a Canasmoro para estudiar, se enteró de la historia de la cueva que la contaban siempre los más antiguos del lugar.

Respalda todo lo relatado por su mujer pero añade que aquella gruta les servía a los guerrilleros como un lugar estratégico para hacer emboscadas, pues como los españoles no conocían la zona, ellos se escondían y cuando se dispersaban pasando por la cueva, salían de sorpresa con sus caballos para atacar al enemigo.

Explica que si bien ahora la cueva está dentro de la comunidad de Carachimayo, antes era parte de Canasmoro y el lugar era conocido también como la cueva de Churquihuayco, debido al nombre de la comunidad en la que se encontraba.

Leandro Arce, estudiante de la normal de Canasmoro y quien hizo de guía en el recorrido, dice que en el año 2012 fue la primera vez que conoció el lugar y recuerda que todavía se veía la entrada y la salida de la cueva en buen estado; sin embargo, lamenta que con el paso del tiempo y el descuido de las autoridades, todo esto se haya tapado y deteriorado.

“Desde ese entonces hasta ahora la cosa cambió mucho. Antes se veía un poco más amplia a la cueva, pero ahorita la plaqueta que hicieron los normalistas está más deteriorada y se nota que todo ha cambiado para peor, porque nadie pone empeño para arreglarla. Se preocupan harto en los desfiles, en los discursos hablan, pero después nadie dice nada de esto”, reprocha.

Blanca recuerda que de niña solía visitar frecuentemente la cueva y que incluso hacía de guía para los scouts que iban a acampar a la normal y desconocían esta parte de la historia. “Ellos venían a acampar, a hacer vida de campo, entonces como mi mamá era cocinera de la normal y yo era niña, les contaba la historia y les llevaba a conocer. Yo les traía y nos metíamos en grupos de cuatro con linternas”, añade.

Dice que incluso en sus primeras excursiones por la cueva ella solía encontrar pantalones y ropa vieja y deteriorada, que supone pertenecían a los guerrilleros de esos años. Cuenta también que su abuelo tenía un rifle “grande a cartuchos” que nunca dijo de donde lo consiguió. Ella cree que él lo sacó del refugio del Moto.

El pedido

Así, entre cuentos y relatos, Blanca recuerda parte de la historia del Moto y pide a las autoridades más atención a la cueva, ya que considera que el lugar tiene un alto potencial turístico.

“Yo lo haría restaurar y por ahí se hallaran armas o espadas ahí adentro, que en aquellos tiempos manejaban. Esto podría ser un gran atractivo para la provincia y los turistas, porque veo que mucha gente viene pero ahí nomás se quedan en la casa del Moto que está en la plaza; eso es porque no saben de esto”, expresa.

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