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miércoles, 8 de febrero de 2017

El cacicazgo de Kutipa en el norte paceño



Cacique o Curaca era el jefe político, administrativo y espiritual de un territorio y representante del Sapa Inca en épocas prehispánicas. El incario utilizó al Curazasgo como mecanismo de pacto: el inca nombraba curacas a los líderes de los pueblos conquistados y aliados a su gobierno. Así se constituyó la nobleza inca (Los Orejones) grupo social privilegiado, compuesto principalmente por los descendientes del Inca (Hijos del Sol), organizados en panacas tanto en Cusco como en otras regiones, también incluía a curacas de naciones aliadas o conquistadas, como los señoríos aymaras de Lupacas, Huarcas, Pacajes, Omasuyos, Carangas.

“Fueron los curacas los que bajo la administración colonial se vieron obligados a adoptar el título de ‘caciques’ como en el Caribe, conservando con ello parcialmente sus facultades de gobierno y administración, así como su legitimidad, pero sujetos al sistema de explotación colonial. Sin embargo, el cacique conserva aún los rasgos nativos de autoridad, como es el ser Awki (padre) de ayllu. Esta es la base de su legitimidad” (Carlos Mamani, Igidio Naveda: Reconstitución del ayllu. 2016).

Esta forma de organización fue asimilada por la corona española y el cacique constituyó un puente entre las culturas ibérica y amerindia. Sinclair Thomson en su libro Cuando solo reinasen los indios menciona: “La posición que ocupaba el cacique o curaca dentro del sistema colonial era de los más delicados e ingratos”.

Durante toda la Colonia varios caciques descendientes del periodo prehispánico hicieron sus trámites para lograr su reconocimiento: entre otros, los Huayna Cápac, Cusi, Cusicanqui, Calahumana, Quirquincha y Kutipa en el Alto Perú.

El caso más emblemático y con consecuencias trágicas fue en 1776, cuando el cacique de Surimana, José Gabriel Condorcanqui Noguera, con el argumento de ser el pariente más cercano de Beatriz Coya, inició un proceso legal para reclamar el título de marqués de Santiago de Oropeza e Inca. Su pedido fue rechazado.

Hay quienes ven en esto el inicio de su rechazo a España y su rebelión como Túpac Amaru, en 1780. Él, su familia y allegados pagaron las consecuencias de su rebeldía y fueron cruelmente ejecutados.

Hubo consecuencias desastrosas para lo que quedaba del sistema social inca. Hasta entonces, los descendientes de la nobleza indígena recibían una serie de prerrogativas de la corona española. Tras la rebelión de Túpac Amaru fueron castigados. De nada sirvió que apoyaran a la corona. La corona española arremetió y decidió que la posición de cacique dejaba de ser hereditaria. Así, se redujo considerablemente las principales fuentes de ingreso económico de las familias.

También se reprimió varias de sus manifestaciones culturales, como el uso de trajes tradicionales en las procesiones, entre otras.

El golpe de gracia para dicha nobleza llegó, irónicamente, con la Independencia. En 1825, Simón Bolívar anuló el cargo de cacique y dictó nuevas leyes de propiedad, lo que derivó en la pérdida del estatus social, económico y político para lo que quedaba de las élites indígenas y en el siglo XIX empezaron a ser olvidadas. Hoy, lejos de las atrocidades del pasado, generaciones jóvenes se interesan en sus nobles orígenes.

KUTIPA. Italaque, población del municipio de Mocomoco (provincia Camacho del departamento de La Paz), no quedó exenta de cacicazgos. Para el siglo XVI, como refieren los registros de la parroquia de Italaque, la región contaba “con tres caciques, uno por parcialidad. Estos caciques eran de la familia Quenallata en la parcialidad de Huarcas, Ninacanchis en la parcialidad de Canchis y Kutipa en la parcialidad de Pacaures”.

De las voces aymaras Kuti que significa regreso o acción de regresar y Pa, él: “El que regresa”. Los aymaras también atribuyen Kutipa a “El venturoso o afortunado”.

Según registros del Archivo General de Indias en Sevilla España (AGI, 532), los Kutipa son originales del Cusco y tienen relación con la familia del Inca Pacha Kutiy Yupanki, en tiempos prehispánicos.

El francés Thierry Saignes en su libro Desde el corazón de los Andes, cita: “Los Caciques-Gobernadores de las demás cabeceras, los Chambilla, los Catacora, y los Kutipa perfilan un gran ascenso en 1567, y siguen alternando en los cargos de ‘Capitanes Generales’ en Potosí y mostrando una nítida prosperidad económica gracias a los ingresos mercantiles, varios compran haciendas en los valles orientales de Larecaja o se hacen reconocer la propiedad de tierras”.

En ese contexto, en el siglo XVI se crea la nueva Reducción colonial de Italaque, como cita el registro del Archivo General de Indias en Sevilla, España (AGI, 532): “En 1596, Charazani forma una parroquia, Mocomoco otra, Carijana y Camata se reúnen en la misma; Umanatta debe unirse a los indios Canchis de Usadca para formar la nueva reducción y la parroquia de Italaque”. Y son los cacicazgos Ninacanchi, Quenallata y Kutipa la base social y administrativa de este nuevo territorio.Como testigos de esta administración cacical queda su legado en la iglesia de Italaque: su sello personal en la parte inferior en el arco labrado en piedra caliza de la puerta principal de la iglesia, que el cura Cejudo denominó “Mascarones Quenallata”.Y tal fue la eficacia de la organización cacical que para el empedrado de la plaza principal de Italaque logró distribuir espacios entre los 49 ayllus o comunidades que para el siglo XVI constituían la reducción de Italaque, dividida en tres parcialidades: Huarcas, Canchis y Pacaures. La tradición oral y libros de actas de Italaque describen el cuidado y limpieza de la plaza de Italaque: “A cada ayllu o comunidad de Italaque se le designaba un cuadrado del empedrado de la plaza para su cuidado, protección y mantenimiento, siendo el cumplimiento del mismo un deber ser categórico para su comunidad”.La mitad del siglo XVIII estuvo marcada por una fuerte intromisión y usurpación por parte de españoles y criollos en la sucesión de cacicazgos en varias regiones. En 1780 estalló una cadena de revueltas en las ciudades del altiplano, los valles y la costa, como expresión del descontento indígena, mestizo y criollo frente a las reformas Borbónicas. El cacique de Surimana, José Gabriel Condorcanqui (Tupak Amaru), líder de la rebelión del Perú, convocó en Tungasuca a fines de 1779 a caciques de varias regiones. Habrían asistido Sebastián Kutipa y José Vera Ninacanchis por Italaque y Diego Quispe por Mocomoco. En marzo de 1780, Diego Quispe, junto a Basilio Antonio, indígena oriundo de Italaque y una tropa de seguidores de Tupak Amaru quemaron y saquearon la iglesia y varias viviendas de españoles de Italaque. Este relato se encuentra en los archivos de la Parroquia de Italaque y de la Catedral de La Paz, y fue recogido por Homero Elías en su libro Cuentos e historias de un pueblo llamado Italaque. Con la independencia de 1825 la figura del cacique fue desvalorada y denigrada por ser un título solo de indios, razón para que muchos descendientes del cacicazgo Kutipa se cambiaran el apellido indígena por uno español. Conocido es el caso que alguno se cambió de Kutipa a Ortiz, renunciando con esto a su linaje indígena e incaico.En el Archivo Nacional de Sucre se encuentran registradas las haciendas establecidas luego de la Independencia de Bolivia en 1825; se evidencia que el cacicazgo Kutipa aun contaba con tierras en la Parcialidad de Pacaures, específicamente en la comunidad de Cacachi, mismas que estaban al resguardo de Dominga Kutipa descendiente del cacicazgo Kutipa.

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