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domingo, 19 de marzo de 2017

El olvido de los Sucre, la tataranieta del Mariscal



En el momento de la entrevista a sus familiares es difícil saber si Irene aún continúa con vida. En un lecho del hospital Juan XXIII, ella padece los embates de un cáncer que está cercenando su existencia. Tal vez el sufrimiento mayor viene con el olvido por el que ha atravesado en su vida, pese a ser descendiente directa del Mariscal Antonio José de Sucre.

“Era exquisitamente culto y gentilmente galante, quizás por eso fueron muchas las mujeres que interesaron días o semanas su vida”, escribe Joaquín Gantier en el artículo El general Sucre y su galantería caballeresca, que forma parte de la antología Sucre, de Eudoro Galindo. Lo cierto es que por los azares de su vida militar, que lo tenían marchando por casi todo el continente americano, los amores de Sucre iban a ser “fugaces al par de hondos”.

Como parte de la campaña libertadora, Sucre arribó a La Paz en febrero de 1825, donde convocó a una Asamblea de los representantes del Alto Perú para que decidieran su futuro. La población lo recibió con arcos y fiestas desde la actual plaza Garita de Lima, pasando por Churubamba, hasta llegar a la Plaza Mayor. En el homenaje que organizó la clase alta para el Libertador, éste conoció a Rosalía Cortés y Silva, quien tenía 21 años y vivía con sus padres en el barrio de San Agustín. De aquel flirteo nació, en enero del año siguiente, José María Sucre Cortés.

De esa línea descendieron José Ignacio Sucre y Núñez, luego José Sucre y Farfán y después Eulogio Sucre Pozo, de quien provino Irene Sucre Pomar. “Somos pocos los que llevamos la sangre de Sucre”, dice Jhone Fernández Sucre, quien constantemente revisa su teléfono celular para saber el estado de salud de su madre, quien de un día a otro se enfermó y hace pocas semanas le detectaron un cáncer que, lastimosamente, es terminal.

Cuando se le pregunta cuáles son las características singulares de los Sucre, Jhone responde que son el espíritu de sacrificio, la honradez y la lucha por el prójimo, valores que Irene inculcó a sus seis hijos.

Ya joven, la descendiente de Sucre quería independizarse, así es que buscó un cuarto en Villa Fátima, donde conoció a Raúl Fernández, que al poco tiempo se convirtió en su esposo, y quien después de 14 años falleció por problemas cardiacos. Aquella circunstancia y la heredad de llevar el apellido Sucre hicieron que formara un carácter fuerte, luchador y enérgico, difícilmente se la veía llorar.

“Tengo que ver a mi mamá”, se quiebra Jhone cuando los recuerdos abruman su corazón. “No te metas en política, ni siquiera como dirigente de zona, no manches el apellido de tu tatarabuelo y siempre anda con la frente en alto”, decía a sus hijos, ya que tener el apellido Sucre implica una gran responsabilidad y también varios sacrificios.

En su faceta de abuela, abraza a tres de sus nietos.

Para mantener a su familia, Irene no dudaba un instante en despertar temprano y dormir muy tarde para preparar masitas que vendía en las calles. No obstante, sus esfuerzos no alcanzaban para otorgar una vida cómoda a sus retoños, así es que por un tiempo recorrió las oficinas de la plaza Murillo, con Descendencia de los libertadores Bolívar y Sucre en Bolivia, de Arturo Costa de la Torre, como prueba de su linaje, un libro ahora viejo que es el testigo de ese sacrificio. Incluso le prometieron una pensión, pero todo quedó en nada. “No vivimos de nuestro apellido, vivimos de nuestro trabajo”, recalca Jhone. Rodrigo, nieto de Irene, dice que muchas veces le decían, de manera despectiva, “hijo de Sucre”, como si fuera una maldición. Al final, no hubo ningún reconocimiento ni ayuda para Irene, quien falleció la madrugada del sábado 4 de marzo, en la neblina del olvido. l

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