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martes, 30 de mayo de 2017

Teniente Henry Laredo Arze: A cincuenta años de su partida

Texto: Julia Arze Loureiro de Laredo

Mi hermano Henry Laredo Arze (1944-1967) joven oficial del Ejército de Bolivia, murió en Ñancahuazú en mayo de 1967, defendiendo su Patria de la funesta incursión guerrillera dirigida por el Argentino-Cubano "Che" Guevara . Aquí no voy a entrar en debate sobre las connotaciones políticas e ideológicas de esa fatídica contienda. Lo que me interesa es recordar al hermano que se desenvolvió con autenticidad humana, valentía y patriotismo junto a otros camaradas suyos. Del resto, que se ocupen los historiadores y politólogos.

Cuando se cumplió el primer decenio de la muerte de Henry, nuestra madre, Julia Arze Loureiro de Laredo, escribió, con el título “EN MEMORIA DE MI HIJO HENRY LAREDO ARZE, A LOS DIEZ AÑOS DE SU MUERTE EN ÑANCAHUAZU” la evocación que se transcribe a continuación — (Gustavo Laredo Arze.)

"Era valiente y noble. Su ternura nos rodeaba como aura de ensueño, jovial, ilimitada.

Sea que él estuviese presente o al recibo de sus cartas, de su imagen fluía una sutil esencia de felicidad.

Amable, seguro de sí mismo, prodigaba su veneración y cariño, que para nosotros eran presentes de amor de hijo cuya personalidad cautivaba; por él disfrutábamos una dicha que soñábamos inextinguible. Pero el destino truncó su hermosa existencia. No podíamos admitir tan injusto designio, ya que todos por consenso veíamos para él un largo y sobresaliente futuro, con misión de triunfo al servicio de su pueblo, exaltando sus ideales de una sociedad feliz, consagrándose todo él a su tierra y a su patria.

Henry soñaba ver a Bolivia surgiendo como nación próspera, superando su injusto retraso y alcanzando ambiciosas metas por una sana dedicación de sus hijos, asegurando para todos, un bienestar general con los más altos valores morales y un acendrado civismo.

No quiero recordar el pavoroso trance de la cruel noticia de su ausencia sin retorno. Bien sé que él me pediría mitigar mis padecimientos. Por eso, escuchando su mandato, me entrego más bien al recuerdo de su imagen viva. Así también lo hacen mis hijos, la familia toda y sus compañeros y lo sentimos junto a nosotros, recibiendo de él un estímulo de afirmación humana con el hálito vital que su ser irradiaba.

Muchas son las personas que de veras lo admiraban y querían. Me piden con frecuencia que en relatos breves evoque pasajes de su vida en situaciones comunes y corrientes para apreciar su carácter habitual y así lo veo:

Era el menor de sus hermanos. Desde su más tierna infancia nunca pidió de ellos que lo mimasen como a un niño consentido.

Independiente, dinámico, sin jactancia, afirmaba su hombría, porque en el fondo inocente de su modo de ser y temperamento palpitaba la vocación del caballero andante que enrostra al fuerte en defensa del débil, que pone a prueba la virtud de la amistad y el honor.

Desde niño mostró poseer una clara inteligencia y se distinguió por una extraordinaria aptitud para el deporte.

En mi recuerdo con emoción lo veo decidiendo por sí mismo la ruta de su destino. Haciendo todo él solo, como era de su carácter. Había gestionado su ingreso al Colegio Militar. Fue admitido.

Bajo la disciplina integral de la institución, fue uno de los brillantes entre los brillantes cadetes. Se consagró por el poder de su mente, por su franqueza y el valor de su espíritu. Figuró desde un comienzo como uno de los abanderados indiscutidos de su instituto. Había ganado el aprecio sincero y total de sus instructores, sus jefes y sus compañeros.

De las pruebas que pasan los adolescentes, ninguna tan rotunda y severa como el primer año del Colegio Militar. Es una experiencia que combina la expectativa de una carrera brillante, representativa de poder y prestigio y, por otra parte, una disciplina rigurosa, casi siempre extremada, como era costumbre en las instituciones de su género.

En esta fragua que la voluntad templa, desarrolló un profundo sentimiento de solidaridad fraternal, que compensó en parte la separación del hogar distante.

El curso como grupo Nuevo, apenas de entrada aprendió a distinguir las diferencias de calidades humanas que actuaban en el claustro castrense.

Los jefes y oficiales eran ejemplo de vocación e interés por los nuevos contingentes. Ganaron de inmediato su consideración y afecto.

La muchachada, ya como conjunto o personalmente, sintió el privilegio de su rango personal, de su bizarra y brillante proyección al futuro. También encontró estímulo profesional y humano en los cadetes de los cursos superiores, cuya mayoría hizo derroche de estimación fraternal con afecto de hermanos mayores a la vez estrictos y benévolos. Se contaban tantos de condición excelente que a un mismo tiempo eran aguerridos y de espontánea nobleza.

En este punto deseo anotar una anécdota que ilustra el cariño de Henry al Colegio Militar, a su curso y al Ejercito Nacional; pero antes caben unas reflexiones que se las escuché a él mismo.

En los institutos en que la renuncia a la propia persona dentro una disciplina jerarquizada es norma fundamental, resaltan con más nitidez las condiciones éticas de quienes disponen del algún grado de poder. Esto es más evidente en la relación entre los brigadieres y los cadetes recién incorporados. Los nuevos encontraron un curso distinguido de brigadieres, de espíritu amplio. Un noble conjunto de paladines. Pero había uno solo que era nota disonante y deslucía la alta calidad del grupo. No hacía buen uso de autoridad de antiguo, más bien abusaba al amparo de ella. No hacía escuela de dignidad e hidalguía sino de humillación. Era el contraste que deslucía la noble distinción del conjunto. Henry y todos sus compañeros que amaban su Colegio juzgaron así esta situación, y se dolían de que una actitud distorsionada, apenas de un individuo, rebajara los altos niveles de que todos se enorgullecían. Tras cuidadosa e ingenua meditación, Henry había decidido arriesgar su parte en aras de la nobleza institucional; y en un enfrentamiento privado y ocasional, de hombre a hombre, a la manera de un quijote redivivo, restableció, con una lección, los sanos principios que habían sido vulnerados. En consecuencia, por estrictez disciplinaria de la Escuela espera su expulsión. Pero los jefes con elevado criterio evaluaron lo esencial del problema y optaron antes por conocer la actitud del curso. Planteado el dilema el curso impuso a Henry que permitiera a todo el grupo sobrellevar la sanción y así lo hicieron con una solidaridad inigualable.

Los castigos fueron severos y el grupo sobrellevó con disciplina constructiva.

Relato este incidente porque da una idea de la entrega espiritual de Henry a su Colegio; y él me manifestó que no solo por afecto sino por deber profesional, se debía al Colegio Militar y a su Ejército y que se sentían sublimados en una solidaridad por los nobles ideales de la patria. Decía: somos una comunidad que se entrega fervorosamente a su servicio.

Los años que siguieron en el Colegio Militar se marcaron por sucesivas distinciones y éxitos en su formación profesional.

Muchos son los galardones que obtuvo como cadete distinguido. Fue abanderado de Guerra del Colegio Militar. Se graduó de oficial de caballería, prosiguió su perfeccionamiento en Panamá; invitado a visitar las academias militares de West Point, Colorado Springs y Anapolis en Estados Unidos. Viajó a París en la comitiva encargada de repatriar los restos del Mariscal Andrés de Santa Cruz.

La esperanza de un futuro propicio parecía ondear nítida.

En estos tiempos de confusión, Bolivia, su patria amada, había sido escogida por los guerrilleros cubanos para teatro inicial de una gran hoguera con que se pretendía abrasar al continente, pretendiendo hacer creer que los mentores de aquella causa condenan el terrorismo y el extremismo y sin embargo las facciones que se infiltraron en nuestro territorio solo sembraban el terror, asesinaban inocentes para hacer más virulenta su provocación.

Las emboscadas se sucedieron, la muerte a mansalva se convertía en ley primitiva.

La respuesta fue el toque de llamada al puesto de combate, cuyo eco resonó en las rocas de Los Andes.

El regimiento de Henry fue de los primeros en su apresto para la lucha.

Un pálpito de premonición me decía que aquel ámbito lejano de breñas, sería el altar de su holocausto porque él iba a desafiar la muerte y no esquivarla.

Por experiencia profesional sabía de la eficiencia de las armas modernas, también sabía que era táctica habitual de las guerrillas el disparo a traición para sumar más víctimas. Pero Henry nunca dejó traslucir su preocupación y yo al verlo tan sereno sentía que en mi corazón de madre palpitaba una ilusoria esperanza, confiaba en que a la hora de mi muerte él sería quien cerrase mis ojos.

En la zona de lucha, él había reclamado para sí las misiones de mayores riesgos. Según supe después por los que con él estaban, que avanzaba al frente de sus leales compañeros hacia los puestos emboscados para la definición de un encuentro. De los siniestros escondrijos las balas disparadas sobre seguro le hirieron mortalmente, mientras los homicidas se escurrían evitando cualquier confrontación.

Así, Henry hizo ofrenda de su vida. Su sangre generosa regó el suelo de su patria a la que había consagrado con devoción cívica su anhelo de servicio.

La bandera tricolor que ondeante otras veces sostuviera en sus manos esta vez fue la digna mortaja que cubrió sus despojos. El primer beso que recibió en su túmulo de soldado fue el beso de la Gloria que a sus méritos correspondía.

No encuentro palabras para expresar la gratitud que siento por las incontables muestras de condolencia que yo personalmente y mis hijos hemos recibido. A esas manifestaciones las sentimos espontáneas y sinceras por un calor de afecto que comunica vivencia al recuerdo de mi hijo amado.

Mi gratitud es profunda también para el Ejército Nacional que honra su memoria inscribiendo su nombre en la lista de héroes que han hecho entrega de su vida a la causa de la nación.

Mi agradecimiento maternal para sus compañeros de armas de la Promoción Boquerón 1966 del Colegio Militar de Ejército que le rindieron su homenaje. Y gracias a todos porque su recuerdo evidencia que él, Henry, está presente entre nosotros, está así como él fue, humano, altivo, generoso.

Su imagen señala el camino que siguió consagrando su vida a su amada Bolivia.

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