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sábado, 1 de julio de 2017

Jacinto ‘Chato’ Vargas

Vi el brillo de un cuchillo y como la sangre salpicaba a la tierra seca. Pronto se formó un charco… Con el susto no podía ni moverme, mi sargento estaba tendido en el suelo. Su cabeza separada del cuerpo, abierto desde el cuello al estómago. Le habían cortado para sacarle el papel con la información que se había tragado”. Testimonio del estafeta Dionicio Apaza en el óbito de guerra de Jacinto Vargas Machicao, sargento del Regimiento Sucre, Dos de Infantería.

Para los hijos de quien fuera combatiente de la Guerra del Chaco: Rómulo Jacinto y Rosa Betshabé Vargas Monroy, es muy difícil rememorar los trágicos acontecimientos que determinaron la desaparición física de su padre, sin embargo, piensan que los actos de heroísmo, tanto de su padre como de otros héroes anónimos deben trascender al tiempo y al espacio.

¿QUIÉN FUE JACINTO VARGAS MACHICAO?

Hijo de padre boliviano y madre peruana, nace en Bolivia el 15 de agosto de 1904. Casado con Florencia Monroy Gironda, con quien tuvo cuatro hijos: Rosa Angélica (+), Julia Florencia (+), Rosa Betshabé y Rómulo Jacinto, quien quedó en el vientre materno cuando su progenitor fue a la guerra.

Jacinto, al que los amigos y familiares le decían “Chato” por su baja estatura, era un gran deportista, hombre amable, dinámico y emprendedor. Trabajó por varios años en los almacenes de telas “Casa Cóndor” de La Paz, hasta que decidió impulsar su propio negocio, en el mismo rubro, en Puerto Acosta, provincia Camacho, que por entonces era un puerto menor del comercio internacional con Perú.

Rómulo y Betshabé, cuentan como dato anecdótico que el “Chato” fue el primero en llevar a esta pequeña población ubicada al occidente del departamento de La Paz, una vitrola generando expectativa y curiosidad en los campesinos que masivamente acudían a su almacen -ubicado en la plaza principal- para escuchar el sonido mágico que emanaba de la máquina. Allí por la compra de telas recibían de obsequio deliciosos caramelos.

Cuando los rumores de guerra llegaron, su familia materna radicada en Perú le aconsejó que se fueran a ese país. “No quiero que mis hijos me recuerden como un cobarde, si en necesario lucharé” -recuerda la Sra. Betshabé- en referencia a las afirmaciones de su padre.

Fue difícil para su esposa asimilar que Jacinto se fuera a la guerra porque económicamente dependía de el. Sus tres hijos pequeños y su estado de gestación empeoraban la situación. ”De su partida, sólo recuerdo un cálido beso en mi frente y la silueta de un hombre al que vi de espalda pasando el umbral de la puerta” dice su hija.

GUERRA DEL CHACO VISTA DESDE ADENTRO

Los hijos del sargento Jacinto ‘Chato’ Vargas, aseveran que en las cartas que recibió su madre no se percibía los difíciles momentos por los que pasaba su padre, seguramente para evitarle sufrimiento y tensión en su estado de gestación. Sin embargo, el tiempo transcurría y el desahogo se plasmaba en sus escritos dirigidos a un anciano amigo y vecino del lugar.

Vargas describía un escenario bélico con carencias y limitaciones que, día a día, afectaba física y psicológicamente a los soldados. Afirmaba: “Es un sitio desértico, plano y extenso, de suelo seco y agrietado, cubierto con algunos matorrales espinosos. Si no corremos el riesgo de ser atacados por serpientes venenosas, estamos expuestos a la picadura de los mosquitos y vinchucas”.

Sin duda, las inclemencias climáticas de un territorio rudo y agreste causaba grandes dificultades a los combatientes. El clima de esa región semi-tropical alcanzaba en verano a los 50° centígrados, temperaturas por debajo de 0° en invierno. Con una asombrosa polifonía sonora de los días y de las noches.

Rómulo y Betshabe Vargas hacen énfasis en remarcar que en varias misivas, su padre más que lamentarse por la falta de alimentos, expresaba su desesperación por la carencia de agua o de cualquier líquido que fuera tomable. Decía: “Los paraguayos les ponen bombas a los pozos de agua para que nos enfermemos”.

En la Guerra del Chaco, los pocos pozos y lagunas existentes tuvieron una importancia vital, pero la contaminación de sus aguas provocó muchas bajas por la disentería. Enfermedad que hacía estragos en personas sin medicamentos, mal alimentados y privados de agua.

“Escribía sobre la muerte: de la de otros y de la propia, sentía como si su vida fuera un hilo fino que se podía cortar en cualquier momento” Su hijo menciona también el olor a pólvora que enrarecía el ambiente y las dificultades de los soldados, de origen aymara, para adaptarse al lugar además de no comprender órdenes y labores de guerra porque no sabían nada de castellano”

La Sra. Betshabé afirma: “En cada línea y algún relato hemos tratado de reconstruir la personalidad, anhelos y frustraciones de ese hombre atrapado en su destino, al que no pudimos disfrutar ni como padre ni amigo”.

Conforme iban llegando las anheladas cartas también crecía el vientre de Florencia Monroy, su esposa, que esperaba ilusionada la reunificación familiar. Hasta que de pronto la comunicación cesó, en mayo de 1934. Los días, semanas y meses trascurrían en un silencio que le taladraba el alma. “Todos los días iba al correo, se sentaba en una precaria banca mientras revisaban la correspondencia y luego retornaba cabizbaja y sin palabras a su hogar”, se lamenta su hija.

“Ella nunca quiso imaginar lo peor, prefería pensar que lo habían capturado los pata pilas y que al cesar la guerra volvería”, añade su hijo.

CAPTURA Y MUERTE DE JACINTO VARGAS

La Sra. Florencia Monroy de Vargas, con su bebé recién nacido, se dirigió al Ministerio de Defensa, para indagar sobre su esposo. No obstante, no le pudieron dar ningún dato. Jacinto Vargas figuraba como desaparecido.

En 1935, cuando concluye la guerra y Paraguay devuelve a los prisioneros se esclarecen las circunstancias en las que el sargento Vargas había perdido la vida.

Para levantar el informe del Óbito de Guerra correspondiente a Jacinto Vargas Machicao, testificaron un compañero del regimiento Dos de Infantería; Nemesio Vera Campos y el estafeta Dionicio Apaza, quien estaba como prisionero del ejército paraguayo, desde el 2 de junio de 1934 a 1935.

El primer testigo expuso que a la conclusión de la batalla en Cañada Strongest, una parte del ejército boliviano asentado en esa región debía enviar una información importante a otro cuerpo del ejército. La persona designada para cumplir la misión, por temor, se dio a la fuga.

Al siguiente día se solicitó un voluntario para tan delicada tarea y fue Jacinto Vargas quien se ofreció. Acompañado por dos estafetas, el 2 de junio de 1934, uno de ellos Dionicio Apaza, avanzaron rumbo a su destino.

En un instante, sin que pudieran hacer nada para protegerse, vieron avanzar amenazantes a varios soldados paraguayos, muy bien armados. Uno de los estafetas huyó aterrorizado. En tanto, Jacinto “Chato” Vargas, tratando de evitar que la valiosa información caiga en manos del enemigo, metió el papel a su boca y lo masticó triturándolo con las muelas, operación que no pasó desapercibida para los soldados paraguayos.

“Uno de los paraguayos se acerca a mi sargento y le dice: así que tienes habilidad para masticar, no? querías evitar que leamos el papel? y de un culatazo le rompe la mandíbula” tal el testimonio de Dionicio Apaza.

Todo lo asentado en el óbito de guerra, con relación a ese episodio es escalofriante: luego que le cortaron la cabeza y le abrieron la tráquea trataron de armar la nota con los pedazos de papel que extrajeron del cuerpo sin vida del sargento Vargas. Al comprobar que era imposible, señala el informe de Apaza“ de rabia le sacaron sus muelas a punta de culatazos, algunas eran de oro y las amarraron en un pañuelo. Luego de golpearme, me tomaron prisionero”.

Para los hijos del heroico sargento Jacinto Vargas Machicao, el suceso de la captura y muerte de su padre fue un acto que los orgullecerá por siempre. Empero, dicen que hubieran preferido que entregue el papel y no pierda lo más valioso: su vida.

El resultado: su padre ni siquiera fue reconocido como un héroe nacional. La pensión de viudez que le dieron a su madre, no les alcanzaba para sobrevivir. Con amargura, recuerdan que fueron desalojados del sitio donde vivieron por no poder cubrir los alquileres, carecían de seguro social y tuvieron una niñez con muchas limitaciones.

A la fecha, sólo les queda contemplar a su padre en fotografías y leer las pocas cartas amarillentas que quedan. Rómulo Jacinto con concluye “Todos tienen un lugar a donde llevar flores, nosotros nunca supimos donde se perdieron los restos de ese hombre heroico, que sin pensarlo dos veces, entregó su vida por defender los hidrocarburos de Bolivia”.

DATOS

- La Guerra del Chaco, entre Paraguay y Bolivia, se libró desde el 9 de septiembre de 1932 hasta el 12 de junio de 1935, por el control del Chaco Boreal. Fue la guerra más importante en Sudamérica durante el siglo XX. En los 3 años de duración, Bolivia movilizó 195 000 soldados y Paraguay 120 000, que se enfrentaron en combates en los que hubo gran cantidad de bajas (31600 bolivianos y 30.000 paraguayos), y gran cantidad de heridos, mutilados y desaparecidos.

- Distintos tipos de enfermedades físicas y psicológicas, la característica hostil del teatro de operaciones y la falta de agua, además de mala alimentación produjeron el mayor porcentaje de bajas y afectaron la salud de los soldados sobrevivientes, a muchos de por vida.

- Este hecho obligó a la inversión de ingentes recursos económicos de ambos países, de por sí muy pobres. El Paraguay abasteció a su ejército con armas y equipos capturados en distintas batallas, además de haber adquirido mucho armamento y equipo sofisticado antes de la guerra. Terminada la guerra, algunos excedentes los vendió a España (Decreto-ley 8406, 15 de enero de 1937).

- El cese de hostilidades se acordó el 12 de junio de 1935. Bajo la presión de los Estados Unidos, por un tratado secreto firmado el 9 de julio de 1938, Paraguay renunció a 110 000 km² ocupados por su ejército al cese de las hostilidades.1 El Tratado de Paz, Amistad y Límites se firmó el 21 de julio de 1938 y el 27 de abril de 2009 se estableció el acuerdo de límites definitivo. La zona en litigio quedó dividida en una cuarta parte bajo soberanía boliviana y tres cuartas partes bajo soberanía paraguaya. Bolivia recibió una zona a orillas del alto río Paraguay.

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