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martes, 11 de julio de 2017

Revolución de Julio de 1809

España había descubierto estas tierras, las colonizó con la espada y la cruz, luego las organizó administrativamente, a los nacidos en estas colonias se los llamó españoles americanos, y fueron considerados como tales, sin embargo, éstos no podían sentir por la lejana metrópoli el amor que tenían a su propia tierra. No era tampoco el autoritarismo ni el aire de arrogante superioridad de los españoles peninsulares, el más indicado para establecer lazos de concordia y unidad con los criollos. Y, por fin, una razón de crecimiento, conciencia, imponía la separación que ya fue previsto por el conde de Arana y otros eminentes políticos españoles del siglo XVIII.

Y llegó el despertar del “pueblo soberano” cuando España fue avasallada por Napoleón, y la prisión de Fernando VII, que se reflejaron inmediatamente en América. En 1809 en Chuquisaca se dio inicio a la guerra de la independencia, aunque de carácter esencialmente intelectual y propagandístico; no fue precisamente con las armas con que los revolucionarios sacaron triunfante sus propósitos, sino con sus ideas y una acertada percepción. Captaron muy bien el estado de ánimo popular para cuidarse de un rebelión franca sobre la verdadera finalidad del movimiento; de lo contrario, el pueblo no se hubiera levantado a sabiendas de que lo hacía contra el Rey el “Bien amado”.

Si bien el jefe realista Paula Sanz había logrado pacificar la situación, los dirigentes de la revolución habían organizado y despachado a los centros más activos del Alto Perú y Buenos Aires, delegados en misión de difundir las ideas emancipadoras nacidas de la célebre Universidad.

A menos de dos meses de la revolución ideológica de Chuquisaca, estalló otra en La Paz, con consecuencias dramáticas y trágicas para la mayor parte de sus promotores. Los delegados chuquisaqueños: el cura Manuel Mercado y el Dr. Mariano Michel encontraron en La Paz el decidido apoyo a la causa revolucionaria, y la tarde del 16 de Julio de 1809 estalló la revolución comandada por don Pedro Domingo Murilo, se había elegido esta fecha deliberadamente, porque siendo la festividad de N.S. del Carmen, los milicianos realistas gozaban de “franco” y el cuartel quedaba poco menos que desguarnecido, y las altas autoridades estarían preparándose para la asistir a los festejos de la Virgen.

A eso de las 7 de la noche fue tomado el cuartel y las armas, luego los revolucionarios se dirigen a la residencia del Gobernador – Intendente, Tadeo Dávila, que se encontraba en compañía del Obispo Remigio de La Santa y ambos son tomados rehenes, mientras que afuera en la Plaza de Armas se escuchan disparos y el repique de campanas y el pueblo que se unía a la revolución con gritos: ¡Abajo el mal gobierno! ¡Viva la revolución! ¡Cabildo Abierto!

En tanto Gregorio García Lanza y Basilio Catacora, en calidad de representantes del pueblo pedían la renuncia de Dávila y del Obispo, logrando este cometido poco después. Además, el cabildo una vez instalado pidió el desconocimiento de todas las deudas al fisco y ordena la quema de los comprobantes respectivos. La revolución de La Paz había triunfado.

El 22 de julio los revolucionarios a fin de consolidar el nuevo estado de cosas, dan a conocer la futura Constitución o “Plan de Gobierno” redactada por el cura Medina, a la que debe someterse el nuevo gobierno de la provincia. En uno de sus 16 artículos, disponía la formación de una “Junta Tuitiva de los Derechos del Pueblo”.

Organizada la Junta, juraron sus miembros el 24 de julio en el siguiente orden: Presidente, Pedro Domingo Murillo, con el grado de Coronel-comandante; vocales: Presbítero Melchor León de la Barra, presbítero José Antonio Medina, Juan Manuel Mercado, Francisco Javier Iturri Patiño, Sebastián Arrieta, Gregorio García Lanza, Juan de la Cruz Monje, Juan Basilio Catacora, José M. de los Santos, Buenaventura Bueno, Francisco de Palacios. Tres días después La Junta Tuitiva lanzó para conocimiento del pueblo la Proclama de la Independencia, que en uno de sus principales fundamentos decía: “Ya es tiempo, pues, de sacudir yugo tan funesto a nuestra felicidad, como favorable al orgullo nacional español. Ya es tiempo de organizar un sistema nuevo de gobierno fundado en los intereses de nuestra patria altamente deprimida por la bastarda política de Madrid. . .”

Sin embargo, la revolución y el nuevo gobierno constituido en La Paz tendrían una efímera vida, no se dejó esperar la reacción del Virrey Fernando Abascal, quien alarmado ante la gravedad del movimiento que habían promovido los paceños, ordenó desde el Perú al sanguinario Goyeneche aplastar y dar fin con los que promovieron esta gesta emancipadora. Se venían días dramáticos y sangrientos para los revolucionarios de Julio de 1809.

Goyeneche emprendió una sañuda persecución y los revolucionarios que se habían trasladado a los Yungas, para ofrecer resistencia desde allí, fueron cayendo uno por uno, Murillo entre ellos, a causa de una traición, estos hechos culminaron el 29 de enero de 1810, cuando los 10 reos escucharon sus sentencias: a nueve de ellos se les condenó a morir en la horca, acusados por alta traición, infames y subversores del orden público. El presbítero Medina fue indultado en última instancia.

En el patíbulo que se levantó en la Plaza Mayor de la ciudad de La Paz; Murillo antes de ser ejecutado pronunció su frase profética: “¡La tea que dejo encendida no se apagará jamás!”. Efectivamente, las llamas libertarias de la tea de Murillo iluminaron rápidamente otras ciudades de nuestro continente. El 19 de abril de 1810 en la patria de Miranda se formó una Junta Gubernativa a nombre de Fernando VII. En el virreinato del Río de la Plata, una revolución triunfante el 25 de mayo de 1810 depuso al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros. La capitanía general de Chile inició su movimiento el 18 de septiembre de 1810. En México se produjo el levantamiento de Hidalgo el 15 de septiembre de 1810. Las nuevas banderas americanas flameaban ya hacia 1824 sobre las repúblicas independientes.

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