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viernes, 8 de septiembre de 2017

La Khantuta (Leyenda)

Dominaba el imperio uno de los incas más crueles, sanguinarios y tenaces en su ideas. El que no admitía que ninguno de sus vasallos, ni aún los nobles, los auquis y los amautas, le contradijeran en lo más mínimo. Este soberano señor, cuyo nombre no ha conservado la tradición, tenía una hija hermosa.

Tanto, que la fama de su belleza habíase extendido por todo el imperio.

En uno de los viajes que hizo el monarca hasta el adoratorio de la Isla del Sol, quedó hospedado muchos días en el poblado de Copacawana, el maravilloso mirador del lago Titicaca. Estaba acompañado, como en todos los viajes, de su hermosa y predilecta hija, para quien eran todas las atenciones y preferencias del soberano.

Durante los días que permanecieron en Copacawana, la princesa conoció a Kento, un mancebo del pueblo, joven y apuesto, pero de origen humilde. Sus padres habían sido traídos desde una lejana comunidad, dominada años antes.

Ambos jóvenes apenas se conocieron, se amaron de inmediato, con pasión extraordinaria. Ella sabía muy bien que sería inútil confesárselo a su padre, pues éste nunca permitiría un matrimonio que no estuviese de acuerdo con las costumbres y tradiciones de la casa real. El joven pretendiente no ignoraba tampoco que había puesto los ojos muy alto y que jamás sus ilusiones alcanzarían a convertirse en realidad.

Ambos se encontraban frente al más grande de los problemas, sin la más leve esperanza para la unión y la felicidad de la pareja.

Un día, anunció el monarca su retorno al Cusco, ordenando que se realizaran los preparativos para el viaje. En todo aquel día, la princesa no se dio tiempo ni modo para ir a despedirse de su amado. Y sólo cuando llegó la noche pudo salir a escondidas de su aposento. Tenía empero, que recorrer un largo trayecto para llegar a la casa de Kento, el elegido de su corazón. La noche era lóbrega y en el firmamento ni siquiera parpadeaban las estrellas, ocultas por espesos nubarrones. Pero la joven, que conocía el lugar se encaminó muy resuelta al encuentro de su amado pese a la oscuridad.

Avanzó así hasta muy cerca de la casa de Kento, y cuando ya creía próximo el momento de la despedida, cayó a una profunda grieta, en cuyo fondo crecían matorrales. Resonó un grito en la oscuridad de la noche, un grito profundo, alarmante, que despertó a todos los que vivían en los alrededores. Pero después reinó un silencio absoluto, interrumpido tan sólo por el ulular del viento que venía desde el lago.

Los lugareños volvieron a dormirse, y sólo al día siguiente hallaron el cuerpo yerto de la infeliz hija del inca, tendido en el fondo de la barranca. Al rodar, había dejado huellas de sangre en las zarzas y espinos del lugar, ex-trañamente las manchas de sangre semejaban pétalos de una flor que hubiese brotado de un día para otro. Al poco tiempo, en el lugar donde había hallado la muerte la bella princesa, brotó un arbusto, desconocido has-ta entonces, cuyo ramaje era muy semejante al de las zarzas del lugar, pero sin las púas agresivas de éstas.

La planta creció con el tiempo y empezó a mostrar sus flores de forma de cáliz rojas, del color de la sangre regada sobre los matorrales. Como el arbusto apareció primero cerca de la casa de Kento, los naturales denominaron a la flor KENTU UTA PANKARA.

De tradiciones y supersticiones indígenas de Víctor Santa Cruz.

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