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viernes, 3 de marzo de 2017

Las emocionantes distracciones de la sociedad en la Tarija de antaño




Se cuenta que en la antigua Tarija habían sanas distracciones de todo tipo, así estaban los partidos de fútbol, la llegada de los circos, las retretas, las corridas de toros, las carreras de caballos y las riñas de gallos.

De acuerdo al libro Estampas de Tarija del escritor Agustín Morales Duran resultaba algo tradicional en las costumbres y distracciones de la población el concurrir jueves y domingos en la noche a escuchar los conciertos, que ofrecían las bandas de músicos, sean militares cuando había unidades de guarnición o de la más conocida y popular banda departamental de la Policía de Seguridad.
Pasadas las siete de la noche, principalmente en primavera y verano, un poco más temprano en invierno, comenzaban a asistir a la plaza Luis de Fuentes toda clase de gente, tomando ubicación en los bancos, sofás o paseando en los contornos de la plaza.
Carmen de 60 años cuenta que las personas mayores se adueñaban de los sofás, los jóvenes preferían pasear en grupos bulliciosos y risueños, que con poco interés por los acordes musicales se dedicaban a comentar las ocurrencias, criticándose o dedicándose a charlar de lo que estaba de moda.
En cambio las personas más serias apreciaban los compases de la banda al tiempo que también conversaban con más reposo. Los chiquillos mientras tanto correteaban por avenidas, jardines y entre los bancos, jugando a “las escondidas”, a “la chimalina” u otros entretenimientos.
Mientras tanto los hábiles músicos se desgañitaban en el kiosco haciendo vibrar sus metálicos instrumentos con la mirada atenta a su director. Tocaban valses, fox, trox, polcas, pasos dobles y las alegres tonaditas de la tierra. Entretanto, en el centro de la plaza las sirvientas, mochas y jovenzuelas hacían de las suyas. Jugando con sus galanes y aprovechando la oscuridad.
De acuerdo al libro del escritor Agustín Morales, cada retreta tenía su encanto porque constituía un motivo para reunirse con amigos, citarse entre enamorados o simplemente encontrarse.

Los partidos de pelota
Otra sana distracción que apasionaba años antes, y que era practicada en los patios de las casas, en las tranquilas calles y esquinas, en los atrios de las iglesias, en las playas de los ríos y en cuanto terreno baldío había era el juego de pelota o fútbol, que reunía a amigos en reñidas contiendas con la clásica pelota de trapo. Una de cuero era sólo un privilegio para los grandes y diestros futbolistas.
Felipe Guerrero de 80 años recuerda que cuando tenía 13 años jugaba a la pelota en los atrios de La Matriz y San Francisco, “nos dábamos cita para patear una pelota de lana”, explica. Sin embargo revela que luego cuando la Policía les prohibió jugar en estos lugares se ingeniaron “canchitas en la playa” del río, limpiando un poco las piedras para seguir jugando con mayor libertad.
Habían dos canchas conocidas pero sin pasto, donde se realizaban los 2match oficiales”, una quedaba en la llamada “Pampa Vieja”, que era una gran planicie situada al final de la calle Bolívar y detrás del parque del mismo nombre. Y otra en la “Pampa nueva” que llegó a amurallarse y estaba ubicada al final de la calle Potosí, antes de llegar al hospital nuevo y donde se jugó por mucho tiempo. Empero, relatan que como consecuencia de la Guerra del Chaco tuvo que cederse el solar para construirse una posta.
Entonces se trasladó todo nuevamente a la “Pampa vieja”, para después ubicarse definitivamente donde actualmente se levanta el Estadio, pero entonces sólo fueron extensos potreros.
Felipe revela que fueron memorables los reñidísimos partidos entre los clásicos rivales “Royal Obrero” versus “Bolivian Eagle” o éste con el “15 de Abril”. Claro que durante la guerra aparecieron otros clubes y equipos que tuvieron vida efímera, pero lo que las antiguas generaciones no olvidan es que en aquellos tiempos los futbolistas tenían verdadera pasión y amor al deporte y a su club.
“Recuerdo que algunos muchachos, entre ellos chingolo, Orozco, Mercadito y otros permanecían siempre vestidos con uniforme y zapatos, debajo de la ropa corriente, listos para ponerse a jugar”, dice Felipe.

Llegada de circos
y fenómenos
Pero a Tarija también le emocionaba la llegada de los circos aunque seguramente debido a la distancia no fueron frecuentes las visitas de éstos y otros espectáculos ambulantes de relieve.
Sin embargo, de vez en cuando alguno que otro circo distraía a la gente con sus payasos, acróbatas y demás artistas. Las carpas se levantaban en alguno de los tambos o en las pampas viejas. “Yo recuerdo haber ido a ver los pocos que llegaban, ninguno trascendental, pero siempre novedosos como diversión”, recuerda Carmiña Castillo de 70 años.
Relata que también llegaban determinados personajes raros que entonces los llamaban “fenómenos” y motivaban comentarios por la novedad; entre ellos el gigante Camacho, que según recuerdan hizo su ingreso a la ciudad durante la noche para llamar más la atención.
Éste se alojó en el hotel Plaza, instalándose en una pieza sobre la calle, a la que para ingresar se tenía que pagar un “real” para los grandes y “medio” para los pequeños. La gente se llenó formándose un gran alboroto y muy apenas se podía conseguir ingreso en medio de apretujones.

Corridas de
toros y toreadas
“Cuando todavía era niño se acostumbraban las corridas de toros o toreadas, que se realizaban como número de festejos para las principales fiestas patrias y religiosas, pero al último sólo se acostumbró con motivo de la fiesta de San Roque, y aunque resultaba un espectáculo peligroso para chicos, por la novedad todos íbamos”, escribe Agustín Morales en su libro.
Cuenta que se montaban plazas especiales sea en la pampa o en los baldíos que existían al final de la “calle ancha” (calle Cochabamba), cerraban con palos todas las salidas y levantaban una tribuna para las autoridades.
El espectáculo comenzaba con la enredada de algún toro bravo, previamente preparado, al que le colocaban una especie de capa de color en la que prendían billetes y otros adornos de color.
El toro se daba vueltas y correteaba por toda la plaza buscando lugar para salir o algo a dónde embestir, hasta que ingrese el valiente “torero” que resultaba siendo algún mozo con “copas” en la cabeza para darse “valor”.
“Ahí llegaba la fiesta con griterío, consejos y silbatina de la multitud animando al torero para que hiciera tal o cual cosa y enfrente a su rival; todo se iba en correteos, hasta que al fin lograba acercársele al animal para arrancarle el premio que llevaba encima. Queda claro que no había toreada propiamente, salvo que en alguna u otra ocasión aparecía algún valiente que enfrentaba al animal”, cuenta Felipe.
Agrega que ninguno llegaba a ser sacrificado, sino cansado y espantado, pero también muchas veces la fiesta terminaba con desgracias, ya que los toros muy bravos llegaban a cornear a los aficionados toreros o a algún imprudente espectador. Fue por este motivo que esta distracción fue desapareciendo.

Carreras de caballos
También con motivo de alguna fiesta se preparaban carreras de caballos, atrayendo a toda la población hasta las planicies que existían al final del parque Bolívar; allí había que ver un lujo de cabalgaduras.
Aparecían jinetes de la ciudad y del campo para intervenir en las carreras que siempre resultaban emocionantes, pero más lo eran para los apostadores.
Las autoridades generalmente ofrecían premios que se disputaban en las diferentes justas, llamando más la atención y provocando mayor interés en los jinetes concursantes.
Ahí se apreciaba la variedad de caballos. “Resultaba realmente un lindo espectáculo aquellas memorables carreras, lástima que cuando en parte de la planicie hicieron cancha de fútbol y se levantaron construcciones, se perdió la extensa pista, acabándose también esa interesante distracción”, dice Carlos Figueroa de 85 años.

Riñas de gallos

Otro entretenimiento que continúa vigente hasta la actualidad, aunque de manera ilegal, es la riña de gallos.
Damián Valdez de 70 años cuenta que los coliseos para esto se armaban por el barrio de la Pampa. Recuerda que entre los más entusiastas, por no decir fanáticos, estaban los señores Néstor y Samuel Arce, el Dr. Adolfo Trigo Achá, Rumaldo Guerrero e infinidad de galleros que eran muy conocidos.
Pero las riñas no se realizaban por simple afición, sino que corrían las apuestas y se trenzaban en discusiones mientras los gallos “se sacaban la cresta”. Debido a la cantidad de adeptos no faltaban las riñas domingueras que tenían lugar en diferentes casas, que preparaban un ruedo especial, aparte de los denominados “coliseos”, que no pasaban de ser un amplio patio o canchón, donde se armaba el ruedo con maderas alrededor para que se sienten los espectadores.
Según Damián no debía faltar una romana para pesar a los gallos contendientes y establecer las ventajas que se debían dar antes del cotejo. “Muchas peleas tenían que terminar con uno de los gallos muertos o por lo menos tuerto, el caso era que tenía que correr la sangre, sino parece que la riña no tenía gusto o no estaba completa”, explica.
Según Agustín Morales, luego de las reñidas peleas de gallos, comenzaban las famosas “tabeadas”, donde continuaban las disputas y apuestas. “Llegué a conocer tabeadores famosos entre algunos carniceros y padcayeños que parecía que iban de exprofeso a tirar el hueso, claro que entre la demás gente no faltaban las buenas manos”, escribe.

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