Según la historia tradicional que recogía la versión
de cronistas coloniales como Cieza de León
(1553), Acosta (1550), Capoche (1585), Benino
(1573) y posteriormente, Arzans de Orsúa y Vela
(1737), el “descubrimiento” del Cerro Rico de
Potosí se debió al indio Diego Guallpa, llevado
de la mano por la divina providencia.
Recientes excavaciones arqueológicas muestran
que el asentamiento prehispánico de Potosí
era un sitio densamente poblado con una gran producción agrícola, asociada con la actividad
minera. Los sitios arqueológicas prehispánicos
muestran una continuidad desde el Arcaico Superior
hasta el contacto hispano-indígena o inca-
colonial (Cruz, Absi, 2005). Las prospecciones
llevadas a cabo por los arqueólogos evidencian
la magnitud de la ocupación poblacional de la
región antes de la llegada de los españoles con
una gran superficie de producción en diferentes
micro-nichos ecológicos. Además, los frutos
producidos en esta zona fueron llevados a otras
regiones. No obstante, la actividad minera y metalúrgica
ocupaba un segundo plano. La cultura
material que se expresa en diferentes estilos cerámicos
manifiesta una alta heterogeneidad cultural
en un territorio multiétnico con la pesencia de
grupos originarios de Carangas y otros miembros
de la confederación caraqara charcas. En
la cumbre de Potosí se encontraba el adoratorio
más importante de la región que probablemente
fue dedicado al Sol.
Sin embargo, ninguno de los cronistas
tempranos ha evocado el poblamiento indígena
de Potosí: aquello significaría, de acuerdo a los
historiadores contemporáneos, su intención de
legitimar la apropiación de los fabulosos yacimientos
argentíferos por los españoles. Se ha
elaborado una historia oficial que presentaba la
región como desértica y estéril, ocultando su pasado
prehispánico. La fecha del “descubrimiento”
también suscitó el interés de los historiadores. La
famosa descripción del descubrimiento del Cerro
transmitida por los cronistas es interpretada por
los historiadores como un protocolo simbólico
llevado a cabo conjuntamente por incas y españoles.
Las figuras de Guallpa y su acompañante también
fueron cuestionadas. Diego Guallpa no era
un indio común y corriente: pertenecía al grupo
de los incas guallparocas asentados en las tierras
de La Plata antes de la llegada de los españoles; algunos de ellos eran yanaconas huayradores. Su
padre, Alcaxuca, fue el principal del ayllu hanansaya
de la localidad de Yanqui (Chumbivilcas); pero,
sobre todo, era el guardián más alto de la élite inca
(Platt y Quisbert, 2007, 2008). Su acompañante
en el descubrimiento fue Challco, hijo de Challco
Yupanqui, gobernador del Collasuyu y sacerdote
del Sol en Copacabana, de la panaca o familia
noble de Viracocha Inca. Aunque Guallpa conocía
las vetas más ricas de Porco, no transmitió
a los españoles los conocimientos metalúrgicos
necesarios para su beneficio.
En los primeros decenios de la explotación
colonial de la plata de Potosí, la metalurgia quedó
en manos de yanaconas huayradores indígenas
que constituían 80% de los yanaconas o mano
de obra especializada y libre. Esto permite concluir
que el proceso metalúrgico pudo quedar
bajo control inca hasta las reformas toledanas
(Bakewell, 1989; Escobari, 2001/2005). El sistema
de yanaconazgo fue, a la larga, el producto de
las fugas de los indígenas de la comunidad o de
encomienda que se escapaban de su encomendero
o curaca y buscaban la protección de un señor
o amo. En los años 1550-1570, los yanaconas
estuvieron exentos de pagar el tributo y libres
de la presión ejercida por sus jefes étnicos. Por
otro lado, a Potosí acudían los indios que se empleaban
en las minas para obtener dinero para el
pago del tributo.
La minería de la plata había convertido a
la jurisdicción de la Nueva Toledo en el centro
económico más importante de América. A partir
de 1545, cuando se empezó a explotar las vetas del
Cerro Rico de Potosí y se hicieron los primeros
registros de las vetas de la mina, comenzaron
a llegar miles de españoles e indígenas. En las
cercanías del cerro ya había tres asentamientos
donde residían 2.500 indígenas: uno de ellos
era Cantumarca y otro quedaba entre la laguna
de Cari Cari y Wiñayrumi. El poblado español
empezó con la edificación de casi cien casas en
los lugares más secos alrededor de la laguna, en
el mismo lugar donde hubo un poblado de tributarios
de los incas que fabricaban pedernales para
ser usados como hachas, picos y puntas de flechas
(Arze Quiroga, 1969). Posteriormente, la laguna
tuvo que ser desecada para acoger a la creciente
población y allí fueron construidas casas y se
formaron, de manera desordenada las primeras
calles. Según un dibujo de Cieza de León que
se encontraba en Potosí en 1549, el poblado se organizó a los lados de un arroyo y se caracterizó
por tener un enorme mercado.
Además, en pleno centro de la ciudad se
estableció un q´atu (mercado) de metales donde
“se sienten indios e indias muy juntos por hileras,
con algún orden y paréceme que serán de cuatrocientos
a quinientas personas las que vienen
con metal para vender” (Capoche, 1959 [1585]).
Según las actas del cabildo de 1567, se reconocía
la necesidad de dar un lugar adecuado para el
mercado y, en 1569, ya se habilitó tres o cuatro
plazas más para la venta de la plata, colindando
con los sitios donde se vendía coca y víveres. Muy
pronto Potosí se convirtió en una ciudad-mercado
donde se vendía todo tipo de mercancías y
donde la élite indígena tuvo, desde un inicio, un
destacado protagonismo.
El crecimiento de la ciudad sobrepasó todas
las previsiones y, mientras otras ciudades de
españoles tuvieron un crecimiento lento, ésta lo
hizo desaforadamente. La población española se
ubicaba en los alrededores de la plaza mayor, mientras
que la población indígena se estableció en las
rancherías compuestas por ranchos o viviendas de
tipo rural ubicadas cerca del cerro. Antes de 1570,
fueran creadas siete parroquias para indígenas
provenientes de las encomiendas o que alquilaban
su fuerza de trabajo en Potosí como los lupacas
(Medinacelli, 2008). En 1577, Juan de Matienzo,
nombrado corregidor y justicia mayor por el virrey
Toledo, hizo un repartimiento de indios según su
origen étnico para lograr una mayor eficiencia en
el trabajo.
Hacía la década de 1560, era notoria la
inquietud por la higiene y la salubridad urbana
puesto que la ciudad representaba un laberinto de
calles y callejones. En 1565, el cabildo de Potosí
publicó ordenanzas para el aseo y buen orden de
la villa donde se expresaron las preocupaciones
por mantener separados los espacios indígenas y
españoles de la villa, así como las “inconveniencias”
de que mestizos y negros vivieran en las
rancherías de los indios. Según algunos autores,
en 1548, se constituyeron las primeras iglesias la
de Anunciación -posteriormente conocida como
San Lorenzo- y de Santa Bárbara, aunque otras
fuentes indican que el primer convento fue el
de San Francisco. En 1555 también se fundó un
hospital tanto para españoles como para los indios
para atender a enfermos y heridos resultantes del
trabajo minero (Escobari, 2001/2005).
El 18 de agosto de 1559, el asiento minero
de Potosí recibió el título de “Villa Imperial” y
alcanzó un nivel más alto en la jerarquía urbana charqueña. Debido a la cercanía de la ciudad de
La Plata, no se podía crear otra ciudad próxima
con la misma categoría. Por esta razón, Potosí
obtuvo el nombre de villa y no de ciudad; pero el
apelativo de “Villa Imperial” investía de grandeza
a sus pobladores. Según la tradición, en el primer
escudo de armas se inscribió la divisa: “Soy el rico
Potosí, del mundo soy el tesoro, el rey de todos
los montes y la envidia de los reyes”.