Cuando el 29 de agosto de 1845, Hugh Algernon Weddell, ingresó por primera vez a Bolivia, tras recorrer las selvas de Ypécacuanha, del Brasil. Comenzaba así su gran expedición por nuestro país. Con este recorrido y con la publicación de sus investigaciones, este erudito se convirtió en unos de los exploradores más destacados y uno de los científicos más importantes de su época.
Es de esa manera, que narraremos parte de la exploración de Hugh Algernon Weddell, en nuestro país. Para una mayor comprensión, el clásico escritor José Roberto Arce nos recuerda sobre este personaje: “viajero y botánico, naturalizado francés, nació en Painswick (Inglaterra) el 22 de junio de 1819 y murió en Poitiers (Francia), el 22 de julio de 1877. Tenía vínculos de parentesco con el marino Sir James Weddell, epónimo de las islas Weddell. Siendo niño se trasladó con su familia a París, donde realizó sus estudios hasta doctorarse en medicina (1841) y donde inició su labor de herborizador, en colaboración con otros botánicos. Formó parte de la expedición de Francis de la Porte Conde de Castelnau, a Sudamérica (1843 - 1847) y le acompañó en la primera fase que cubrió territorio del Brasil. Visitó las misiones de Chiquitos, Santa Cruz, Tarija, Chuquisaca y La Paz. De aquí pasó al Perú, donde exploró las montañas de Carabaya y el norte del Lago Titicaca. Reingresó a Bolivia y se interno en la zona de Sorata y Tipuani para estudiar la chinchona y luego retornó al Perú y después a Francia (1848). Ya en París se reincorporó al Museo de Ciencias Naturales, donde trabajaba y emprendió la relación de su viaje y la clasificación de los más de 4.700 ejemplares botánicos que había recolectado. En 1851 realizó un segundo viaje por Bolivia. En total había tramontado 11 veces los Andes. En sus últimos años de vida se estableció en Poitiers donde murió. Entre sus obras figuran: Histoire naturelle des Quinquinas (1849), Additions à la flore de l’Amérique du Sud (1850), Voyage dans la Nord de la Bolivie (1853), Chloris andina: essai d’une flore de la region alpine des Cordillères de l’Amérique du Sud (2 Vols.) (1855-1861) – forma parte del sexto tomo de la obra: Expédition dans les parties centrals de l’Amérique du Sud (1850-1859) de Francis de la Porte Conde de Castelnau y numerosos artículos” 1 .
Pero en esta oportunidad extractaremos la información que se refiere a los tres primeros capítulos de la última obra citada y lo presentamos transcrito traducido del idioma original, el francés al idioma español. Que describe su viaje y la realidad de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, la población de Gutiérrez y el camino a la población de Sauces. Según el autor su obra constituye la decima parte de sus recorridos por el continente de América del Sur.
De esta manera, es necesario recordar que Weddell, se separó de Castelnau, el 24 de mayo de 1845, en la población brasilera de Matto Grosso. Su posterior internación en Bolivia se debió para investigar el árbol que producía la quinina. A un comienzo del recorrido por nuestro país, viajó por las misiones de Chiquitos y el 13 de octubre, transitó el río Grande y luego viajó a Santa Cruz. Estuvo un mes descansando en esta ciudad, a causa de que se enfermó en el recorrido que hizo por las misiones de Chiquitos. Se alojó en la casa del Coronel Thompson y don Urbano, la pri-mera persona que le brindó hospedaje. Sin embargo, el 22 de septiembre, salió de la citada ciudad hasta la población de Gutiérrez, capital de la provincia Cordillera, re-corrió seis leguas y tránsito por las tierras de Guapuruces, luego en el camino se hos-pedo en la hacienda de don Hernando Aráuz.
Posteriormente, fue al pueblo de Piray que se encontraba al norte de la provincia Cordillera. El 27 de noviembre, salió del citado pueblo y cruzó el río del mismo nombre, anduvo por el pueblo de la Flori-da y luego llegó a la población de Cabezas y tránsito por Abapó.
En su obra describe, que el día 29 deci-dió ir a cazar, pero por el excesivo calor del ambiente decidió bañarse en el río Grande, al día siguiente cruzó la citada co-rriente en balsas pequeñas improvisadas llamadas por los lugareños ‘pelotas’ y de esto escribió: “tres viajes bastaron para transportar a la otra orilla del río todos mis haberes. Los indígenas empujaban a pie o a mano la pelota delante de ellos. Los mulos que habían sido pasados prime-ro, fueron inmediatamente recargados y nos pusimos en ruta sin haber tenido gran retraso”. Luego pasó por la cuesta Limon-cito y encontró su objetivo, pero encontró un árbol de quinina malogrado. Posterior-mente, cruzó un bosque de palmeras, des-pués de pasar una noche en Caraguataren-da, el día 2 de diciembre llegó a la pobla- ción de Gutiérrez. En esta ciudad fue reci-bido por el Gobernador, Coronel Montero, quien lo guió a otro árbol de quinina. Para el día 5 fue a explorar una laguna que de-sapareció a consecuencia de un terremoto registrado en 1849. Luego salió de la po-blación el 12 de diciembre, con dirección a la localidad de los Sauces. Atravesó para ello las poblaciones de: Peña, Agua de Te-rrazas, Aqueó y Caraparerenda, pobladas por familias Chiriguanas. Sobre estas po-blaciones escribió: “las casas de estos indígenas son muy bien hechas, y todas consisten en una gran habitación cuadra-da de paredes bajas, construidas en bam-bú y barro, y el techo es de paja. Sus mue-bles son algunas hamacas de algodón teñido a mano, un mortero para moler maíz, algunos pequeños escabeles, y tina-jas para cocer los alimentos y la fabrica-ción y conservación de una querida chi-cha”.
Por otro lado, sobre el camino recorrido detalló: “las montañas que atravesamos de Caraparirenda a Sauces están todas formadas de arcillas de diversos grados de consistencia; algunas tenían un color ver-de muy pronunciado, como si tuviesen contenido de cobre”.
Es de esta manera, que a través de esta nota, describimos la destacada labor de Hugh Algernon Weddell, y los primeros capítulos de su brillante obra, que describe nuestro país a mediados del siglo XIX.
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martes, 24 de diciembre de 2013
domingo, 22 de diciembre de 2013
El perro prehispánico boliviano
De los perros que los indios tenían, decían que no tuvieron las diferencias de perros castizos que hay en Europa, solamente tuvieron de los que acá llaman gozques. Había los grandes y chicos. En común les llaman alco, que quiero decir ‘perro’”. Así describió el Inca Garcilaso de la Vega los canes que los españoles vieron al llegar a América en el capítulo XVI de sus Comentarios Reales de los Incas (1609). A pesar de que cronistas como él hablaron de estos animales y de que se han hallado evidencias de su existencia en forma de restos arqueológicos, aún está expandido el mito de que los perros llegaron a América acompañando a los españoles. Si bien es cierto que Cristóbal Colón trajo 20 mastines y galgos de pura raza en su segundo viaje al continente en 1493, en Abya Yala ya existían estos animales, aunque de tamaño y corpulencia distintas a los del Viejo Mundo. Eran los de las tierras árticas, los de las praderas del sudoeste de Estados Unidos y los gozques de México, Bolivia, Perú y las Antillas, según la publicación de la Universidad de Granada Los perros en la conquista de América: Historia e Iconografía, investigación realizada por Alfredo Bueno Jiménez. Las diferencias no eran sólo morfológicas: mientras que los pueblos indígenas los tenían como animales de compañía tanto en vida, pero también como guía para los muertos y como parte de rituales, los españoles los consideraban, además de como compañeros, como arma de guerra.
No se conoce exactamente el momento en el que los perros dejaron su condición de salvaje, característica de los lobos, de los que descienden, para acercarse a los humanos de forma amigable y convivir con ellos. Se aventura que pudo suceder hace 40.000 años atrás. Tampoco se sabe quién dio el paso: si las personas los domesticaron o si fue cosa de los canes, ni si este proceso se dio en un solo lugar o en varios. Supuestamente llegaron a América desde Asia a través del estrecho de Bering, hace unos 15.000 años, fecha estimada también para la ocupación del continente por parte del hombre, según la teoría más aceptada que defiende que el Homo sapiens aprovechó un período de glaciación para acceder a esta nueva tierra a través del Puente de Beringia.
“La característica de los nuestros (perros) es que se aislaron”, cuenta la docente de la carrera de Arqueología y encargada del Laboratorio de Zooarqueología de la Universidad Mayor de San Andrés, Velia Verónica Mendoza. Durante diez años ha investigado la historia del perro prehispánico boliviano a través de restos hallados en lugares arqueológicos de La Paz y Oruro (ver infografía de la izquierda).
Arthur Posnansky fue uno de los “descubridores”: en 1896 halló la momia de un perro en una chullpa ubicada en la región de Carangas pero, según Mendoza, esa pieza está en paradero desconocido. En la década de 1940, el arqueólogo Max Portugal Zamora encontró el esqueleto de un perro junto a restos óseos humanos de la época incaica en excavaciones en la zona urbana de Santa Bárbara en La Paz.
A diferencia del tipo de perro prehispánico mexicano, el xoloitzcuintle o azteca, cuya peculiaridad es la falta de pelaje, en Bolivia sólo se ha encontrado hasta el momento un cánido k’ala o pelado: el que halló y fotografió Posnansky en algún punto de la provincia Carangas, dice la arqueóloga.
En su investigación, Mendoza indica que la falta de pelo se debe a una mutación genética que se da en crías de canes peludos —llamada “tricodontodisplasia autosómica dominante”— que, con la transmisión de generación en generación, ha dado lugar a una raza. Lo curioso es que el animal puede tener descendencia tanto k’ala como peluda.
Además del pelado hay otros tipos de perros bolivianos prehispánicos (con pelo) que son, según la investigadora, el jinchuliwi, de tamaño entre mediano y grande, con orejas colgantes y cola larga; el pastu, de orejas tiesas y cuerpo pequeño, mediano o grande; el ñañu, semirrobusto, paticorto y con rabo largo; y el c’husi anuqara, del que sólo se sabe que era muy peludo.
Los ejércitos de los imperios asirio, griego y romano ya emplearon canes como mensajeros, vigías e, incluso, como combatientes. según Alfredo Bueno. Durante la conquista de América causaron pavor entre la población indígena, a veces, más que los propios colonizadores.
En la obra Los conquistadores españoles, de F. A. Kirkpatrick, se cuenta la mítica historia de Becerrillo, uno de los perros famosos de la historia de la Colonia que fue criado en la isla La Española. Su dueño era Diego de Salazar, quien encomendó a una anciana indígena que llevara una carta a unos cristianos que estaban a una legua del lugar. Cuando la mujer recorrió unos metros, los españoles soltaron al perro para que fuera tras ella. Atemorizada, se lanzó al piso diciéndole al animal que ella llevaría la carta y que no le hiciera daño. Para sorpresa de su amo, el can se detuvo y no la atacó, según el relato del cronista Gonzalo Fernández de Oviedo.
“Verdaderos perros no los había en Indias, sino unos semejantes a perrillos que los indios llamaban alco, y son tan amigos de estos perrillos, que se quitarán el comer por dárselo”, escribió en el capítulo XXXIII del cuarto libro de Historia Natural y Moral de las Indias el sacerdote jesuita José de Acosta.
Pero no eran sólo animales de compañía. Se han encontrado esqueletos de perros jóvenes en tumbas de niños (como en Mollo Kontu, en Tiwanaku) usados como ofrenda para acompañar al muerto, práctica que también reflejan piezas cerámicas tiwanakotas.
Su uso en los ritos
Eran también parte de ceremonias, como muestra una estela también tiwanakota asociada a los rituales para pedir lluvia en los que hay representados cuatro perros. Y los incas, que pensaban que, cuando había eclipses lunares el satélite podía “morir”, por lo que “...ataban los perros grandes y chicos, dábanles muchos palos para que aullasen y llamasen la Luna...”, según Garcilaso. Incluso, relata el cronista Bernabé Cobo, en los ritos incas para debilitar a los enemigos antes de una batalla, si no funcionaba el sacrificio de carneros negros, “traían ciertos perros negros, los cuales mataban y echaban en un llano, cuya carne hacían que comiese cierto género de gente con particulares ceremonias y supersticiones”.
Un homenaje en el Día del Minero Boliviano Masacre minera en la pampa María Barzola
Siempre que se conmemora el Día del Minero Boliviano, cada 21 de diciembre, recuerdo el año en que mi madre me inscribió como alumno en el nuevo Colegio Junín de Catavi, que terminó de construirse en la pampa María Barzola, al otro lado del cementerio y cruzando un río caudaloso en épocas de crecida.
Lo que desconocía por entonces era que ese colegio, donde los hijos de los mineros asistíamos por las tardes, porque el turno de las mañanas estaba reservado exclusivamente para los hijos de los técnicos de la empresa, se construyó en el mismo lugar donde se perpetró la masacre minera en diciembre de 1942.
Sólo años más tarde, cuando empecé a leer la historia de las masacres obreras, me enteré de que esa pampa, por la cual anduve y desanduve con la carpeta a cuestas, estaba regada con la sangre de las familias mineras. Me enteré también que la masacre de Catavi, como todas las registradas en la historia del movimiento sindical boliviano, fue protagonizada por las fuerzas represivas del Estado minero-feudal, controladas por los "Barones del Estaño" (Patiño, Hochschild y Aramayo), quienes, desde principios del siglo XX y en el marco de un sistema de explotación capitalista, trazaron el rumbo de la vida económica y política del país, teniendo como aliado a la jerarquía castrense, cuyo principal objetivo, más que defender la soberanía nacional, consistía en sofocar los brotes de protesta de los obreros politizados y sindicalizados.
La masacre de Catavi se produjo cuando el presidente Enrique Peñaranda (1940-1943), lacayo de los "Barones del Estaño", dispuso suministrar estaño barato a Estados Unidos e Inglaterra a cambio de la pobreza de los mineros bolivianos, que arrojaban sus pulmones en los tenebrosos socavones para que otros vivan mejor. Los "Barones del Estaño" disfrutaban de sus riquezas en el exterior, mientras los trabajadores de las minas se morían antes de cumplir los 40 años de edad, reventados por la explotación y la silicosis.
El 30 de septiembre de 1942, el único sindicato que conservaba la legalidad, el de Oficios Varios de Catavi, planteó a las autoridades de la empresa Patiño Mines un pliego petitorio, consistente en dos puntos fundamentales: 1). Aumento de sueldos y salarios, y 2). Mantenimiento de los precios en las pulperías.
Simón I. Patiño, por intermedio del gerente de su empresa, rechazó el pedido y solicitó al gobierno declarar estado de sitio, poner orden en los campamentos y actuar, en caso de ser necesario, con el lenguaje de las armas contra la intransigencia de los huelguistas que, exigiendo mejores condiciones de vida y de trabajo, se mantuvieron incólumes desde el 14 de diciembre.
El gobierno movilizó tropas del Ejército y carabineros con destino a Catavi, declaró a los distritos mineros de Uncía y Llallagua bajo jurisdicción militar y ordenó que el comandante de la Región Militar Nº 3, con sede en Oruro, se traslade a Llallagua para tomar la jefatura de las tropas acantonadas en la zona y de otras que se enviarían posteriormente, asumiendo las responsabilidades de mantener el orden y evitar la huelga minera a cualquier precio.
El lunes 21 de diciembre, en horas de la mañana, los mineros, decididos a defender sus derechos laborales y conquistar sus reivindicaciones económicas, se reunieron en Uncía, Siglo XX y Cancañiri. Poco más tarde, los manifestantes que partieron desde Siglo XX, tomaron la carretera de acceso a Catavi. Hicieron un alto a la altura del cementerio y esperaron a sus compañeros de Uncía en el empalme de los caminos.
La muchedumbre, una vez reunida en un total de 7.000 a 8.000 personas, prosiguió la marcha en tres columnas hacia Catavi. En las primeras filas habían mujeres y niños junto a los mineros de vanguardia que, portando banderas rojas y aferrados a la firme decisión de reclamar el pago de sus salarios, que la empresa dejó en suspenso por órdenes del gobierno, marcharon atronando cartuchos de dinamita y levantado polvareda bajo un sol que inundaba la mañana.
Los tres oficiales del Regimiento Ingavi y los 200 efectivos militares, apostados en la parte superior de Catavi, con las ametralladoras emplazadas en la planicie, tenían órdenes de disparar arriba para amedrentar y dispersar a los manifestantes. Así lo hicieron, las primeras descargas fueron disparadas al aire, pero después, al constatar que la multitud seguía rumbo a la gerencia de la Empresa Minera Catavi, descargaron la artillería contra los cuerpos a sangre fría.
De pronto, entre el alarido de las mujeres y el grito de protesta de los hombres, cayó una lluvia de plomo y fuego que hizo vibrar la pampa como el lomo de un caballo al galope. La palliri María Barzola, que estaba en la fila de vanguardia, haciendo flamear la bandera tricolor y arengando contra las tropas dispuestas a convertir la pampa en un baño de sangre, fue la primera en caer abatida por las balas, envuelta en la bandera nacional y la mirada perdida en el horizonte. Los demás cuerpos caían entre "ayes" de dolor y los heridos se arrastraban entre las piedras y los arbustos.
Los sobrevivientes se desbandaron en estampida y, entre el pánico y el dolor, buscaron refugio en las quebradas del río, mientras otros se replegaban hacia la población de Llallagua. Los disparos comenzaron a las diez de la mañana y se prolongaron hasta las tres de la tarde; un tiempo suficiente como para dejar constancia de que la oligarquía minera tenía la fuerza y la razón. Al término de la masacre, en la pampa quedó un reguero de muertos y de heridos, incluyendo a mujeres y niños.
Todo lo relatado, como ustedes supondrán, forma parte de la historia del movimiento obrero boliviano, pero lo que no logro entender hasta ahora es por qué a ese establecimiento educativo, donde cursé un año del ciclo intermedio, le pusieron el nombre de Colegio Junín y no el nombre de María Barzola, en justo homenaje a la mujer que entregó su vida a la causa de los mineros, que pugnaban por liberarse de los látigos del imperialismo, conscientes de que era posible construir una sociedad más justa y democrática.
Lo peor es que, cuando retorné a la pampa María Barzola, después de más de treinta años de ausencia, me enteré de que el Colegio Junín pasó a depender de la Universidad Nacional de Siglo XX, donde actualmente funcionan algunas de sus facultades. Sin embargo, no sé si los estudiantes universitarios, quienes serán los futuros profesionales del país, saben que en ese mismo lugar, donde la oligarquía minera perpetró la funesta masacre, se firmó también el decreto de la Nacionalización de las Minas el 31 de octubre de 1952.
Con todo, me consuela la idea de saber que esa pampa árida y pedregosa pasó a los anales de la historia como el Campo de María Barzola y que el 21 de diciembre de cada año se conmemora el Día del Minero Boliviano en honor y memoria a los caídos en la masacre de Catavi, una población ubicada al norte de Potosí, donde los mineros, las amas de casa y los hijos de los mineros aprendimos a tomar conciencia de que la justicia social no es un regalo de nadie, sino una conquista que está escrita con sangre obrera.
Lo que desconocía por entonces era que ese colegio, donde los hijos de los mineros asistíamos por las tardes, porque el turno de las mañanas estaba reservado exclusivamente para los hijos de los técnicos de la empresa, se construyó en el mismo lugar donde se perpetró la masacre minera en diciembre de 1942.
Sólo años más tarde, cuando empecé a leer la historia de las masacres obreras, me enteré de que esa pampa, por la cual anduve y desanduve con la carpeta a cuestas, estaba regada con la sangre de las familias mineras. Me enteré también que la masacre de Catavi, como todas las registradas en la historia del movimiento sindical boliviano, fue protagonizada por las fuerzas represivas del Estado minero-feudal, controladas por los "Barones del Estaño" (Patiño, Hochschild y Aramayo), quienes, desde principios del siglo XX y en el marco de un sistema de explotación capitalista, trazaron el rumbo de la vida económica y política del país, teniendo como aliado a la jerarquía castrense, cuyo principal objetivo, más que defender la soberanía nacional, consistía en sofocar los brotes de protesta de los obreros politizados y sindicalizados.
La masacre de Catavi se produjo cuando el presidente Enrique Peñaranda (1940-1943), lacayo de los "Barones del Estaño", dispuso suministrar estaño barato a Estados Unidos e Inglaterra a cambio de la pobreza de los mineros bolivianos, que arrojaban sus pulmones en los tenebrosos socavones para que otros vivan mejor. Los "Barones del Estaño" disfrutaban de sus riquezas en el exterior, mientras los trabajadores de las minas se morían antes de cumplir los 40 años de edad, reventados por la explotación y la silicosis.
El 30 de septiembre de 1942, el único sindicato que conservaba la legalidad, el de Oficios Varios de Catavi, planteó a las autoridades de la empresa Patiño Mines un pliego petitorio, consistente en dos puntos fundamentales: 1). Aumento de sueldos y salarios, y 2). Mantenimiento de los precios en las pulperías.
Simón I. Patiño, por intermedio del gerente de su empresa, rechazó el pedido y solicitó al gobierno declarar estado de sitio, poner orden en los campamentos y actuar, en caso de ser necesario, con el lenguaje de las armas contra la intransigencia de los huelguistas que, exigiendo mejores condiciones de vida y de trabajo, se mantuvieron incólumes desde el 14 de diciembre.
El gobierno movilizó tropas del Ejército y carabineros con destino a Catavi, declaró a los distritos mineros de Uncía y Llallagua bajo jurisdicción militar y ordenó que el comandante de la Región Militar Nº 3, con sede en Oruro, se traslade a Llallagua para tomar la jefatura de las tropas acantonadas en la zona y de otras que se enviarían posteriormente, asumiendo las responsabilidades de mantener el orden y evitar la huelga minera a cualquier precio.
El lunes 21 de diciembre, en horas de la mañana, los mineros, decididos a defender sus derechos laborales y conquistar sus reivindicaciones económicas, se reunieron en Uncía, Siglo XX y Cancañiri. Poco más tarde, los manifestantes que partieron desde Siglo XX, tomaron la carretera de acceso a Catavi. Hicieron un alto a la altura del cementerio y esperaron a sus compañeros de Uncía en el empalme de los caminos.
La muchedumbre, una vez reunida en un total de 7.000 a 8.000 personas, prosiguió la marcha en tres columnas hacia Catavi. En las primeras filas habían mujeres y niños junto a los mineros de vanguardia que, portando banderas rojas y aferrados a la firme decisión de reclamar el pago de sus salarios, que la empresa dejó en suspenso por órdenes del gobierno, marcharon atronando cartuchos de dinamita y levantado polvareda bajo un sol que inundaba la mañana.
Los tres oficiales del Regimiento Ingavi y los 200 efectivos militares, apostados en la parte superior de Catavi, con las ametralladoras emplazadas en la planicie, tenían órdenes de disparar arriba para amedrentar y dispersar a los manifestantes. Así lo hicieron, las primeras descargas fueron disparadas al aire, pero después, al constatar que la multitud seguía rumbo a la gerencia de la Empresa Minera Catavi, descargaron la artillería contra los cuerpos a sangre fría.
De pronto, entre el alarido de las mujeres y el grito de protesta de los hombres, cayó una lluvia de plomo y fuego que hizo vibrar la pampa como el lomo de un caballo al galope. La palliri María Barzola, que estaba en la fila de vanguardia, haciendo flamear la bandera tricolor y arengando contra las tropas dispuestas a convertir la pampa en un baño de sangre, fue la primera en caer abatida por las balas, envuelta en la bandera nacional y la mirada perdida en el horizonte. Los demás cuerpos caían entre "ayes" de dolor y los heridos se arrastraban entre las piedras y los arbustos.
Los sobrevivientes se desbandaron en estampida y, entre el pánico y el dolor, buscaron refugio en las quebradas del río, mientras otros se replegaban hacia la población de Llallagua. Los disparos comenzaron a las diez de la mañana y se prolongaron hasta las tres de la tarde; un tiempo suficiente como para dejar constancia de que la oligarquía minera tenía la fuerza y la razón. Al término de la masacre, en la pampa quedó un reguero de muertos y de heridos, incluyendo a mujeres y niños.
Todo lo relatado, como ustedes supondrán, forma parte de la historia del movimiento obrero boliviano, pero lo que no logro entender hasta ahora es por qué a ese establecimiento educativo, donde cursé un año del ciclo intermedio, le pusieron el nombre de Colegio Junín y no el nombre de María Barzola, en justo homenaje a la mujer que entregó su vida a la causa de los mineros, que pugnaban por liberarse de los látigos del imperialismo, conscientes de que era posible construir una sociedad más justa y democrática.
Lo peor es que, cuando retorné a la pampa María Barzola, después de más de treinta años de ausencia, me enteré de que el Colegio Junín pasó a depender de la Universidad Nacional de Siglo XX, donde actualmente funcionan algunas de sus facultades. Sin embargo, no sé si los estudiantes universitarios, quienes serán los futuros profesionales del país, saben que en ese mismo lugar, donde la oligarquía minera perpetró la funesta masacre, se firmó también el decreto de la Nacionalización de las Minas el 31 de octubre de 1952.
Con todo, me consuela la idea de saber que esa pampa árida y pedregosa pasó a los anales de la historia como el Campo de María Barzola y que el 21 de diciembre de cada año se conmemora el Día del Minero Boliviano en honor y memoria a los caídos en la masacre de Catavi, una población ubicada al norte de Potosí, donde los mineros, las amas de casa y los hijos de los mineros aprendimos a tomar conciencia de que la justicia social no es un regalo de nadie, sino una conquista que está escrita con sangre obrera.
martes, 17 de diciembre de 2013
17 de Diciembre Muere el libertador Simón Bolívar
La guerra de la independencia americana fue cruenta y difícil, no sólo porque se luchó contra aguerridos soldados realistas, sino también por la despiadada represión con que hombres como Goyeneche, Morillo y otros intentaron ahogar en sangre el fervor patriótico de los insurgentes. En esta guerra surgieron figuras excepcionales que sacrificaron sin dudar un instante sus vidas, bienes y familia por la más noble de las causas, la libertad, y la figura más destacada de la emancipación americana frente al Imperio español y que contribuyó de manera decisiva a la independencia de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá fue Simón Bolívar, cuya sombra heroica se proyectó sobre todo el continente, y la posteridad le hizo justicia, sancionando el glorioso título de “Libertador”, que congresos, ejércitos y pueblos entusiastas, le dieron entre aclamaciones de júbilo en sus días de triunfo.
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte y Blanco, nació en Caracas el 24 de julio de 1783. Hijo de padres aristócratas de antiguo origen español –el coronel Juan Vicente Bolívar y María de la Concepción Palacios. Bolívar queda huérfano a muy temprana edad, el 19 de enero de 1786 fallece su padre y el 6 de julio de 1792 muere su madre. Aquel muchacho al quedar huérfano suplió la falta de cariño de sus padres el cura Andújar, maestros como el humanista y jurisconsulto Andrés Bello, pero sobre todo, su preceptor Simón Rodríguez, quien influyó más en su personalidad y formación, le hizo comprender con vehemencia las ansias de los pueblos americanos, nativos, criollos y mestizos, que tras dos siglos de coloniaje español deseaban liberarse y ser dueños de sus tierras y destinos.
En 1798 Bolívar es designado por el Rey subteniente de la Sexta Compañía del Batallón de Milicias de Blan-cos de los Valles de Aragua. A fines de 1799 viaja a Madrid, en casa de unos parientes allegados a la corte y el 26 de mayo de 1802 contrae matrimonio con María Teresa Rodríguez del Toro, embriagados por la felicidad recorren algunas ciudades de Europa y luego se embarcan hacia América.
Sin embargo, la felicidad que disfrutaba la pareja es efímera, una epidemia de fiebre diezma la población de Caracas, y entre las víctimas se encuentra la joven esposa de Bolívar, quien hundido en la más negra desesperación cierra la casa de Caracas y parte hacia Europa.
La huella imborrable de su paso por Milán fue la coronación de Napoleón Bonaparte como Emperador. En 1805, ya en Roma, sobre el Monte Aventino pronuncia su célebre juramento: dedicar su vida a la causa de la libertad de su patria. En 1806 se embarca para América y llega a los Estados Unidos. Retorna a Caracas en 1808, en plena efervescencia revolucionaria, y toma parte activa en las conspiraciones populares. Bolívar es el agitador infatigable.
La llegada del español Vicente Emparan a Caracas como Gobernador y las noticias procedentes de España, de que toda Andalucía había sido conquistada por los franceses, acabaron por precipitar los acontecimientos. El 2 de marzo de 1811 se instala el primer Congreso y el 5 de julio de ese mismo año, se declara solemnemente la Independencia de Venezuela.
Pero a aquel acontecimiento siguieron días funestos para los patriotas, que sufrieron una serie de derrotas ante las fuerzas españolas. En agosto de 1812 Bolívar va a Curazao, en su primer destierro y en octubre de este año viaja a Cartagena, donde dirige a los ciudadanos granadinos el famoso Manifiesto de Cartagena, en el que convoca a todos a luchar por Venezuela. En Mérida, el 23 de mayo de 1813 es llamado por primera vez Libertador. El 15 de junio en Trujillo, Bolívar publica su célebre proclama por la cual declara “guerra a muerte” a las fuerzas realistas. Luego emprende la campaña de liberación del territorio nacional, que culmina triunfalmente en Caracas, 6 de agosto de 1813.
Tras algunas victorias, sufre la terrible derrota de La Puerta donde Tomás Boves destroza al ejército patriota y Venezuela cae otra vez en poder de los realistas. Un nuevo exilio le espera; regresa a Haití, donde Alejandro Pétion, Presidente de este país, le facilita recursos para la nueva campaña. En 1816 decreta la libertad de los esclavos.
Las cosas se hacen más difíciles con el retorno de Fernando VII al trono de España, quien implanta otra vez el absolutismo y consagra esfuerzos para detener la rebelión en América que amenazaba con extenderse por toda la región, enviando 13.000 hombres al mando de Pablo Morillo, abril de 1815. Por entonces Bolívar se encuentra en Jamaica.
El 15 de febrero de 1819 instala el famoso Congreso de Angostura (territorio de Colombia), ante el cual pronuncia su más brillante discurso, en el que dicta cátedra republicana a los tres poderes tradicionales (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) agrega el Poder Moral y se juramenta como Presidente de Venezuela. Luego el Libertador junto al general Páez prepara un ejército en la falda oriental de los Andes para ir a sorprender a los realistas en Nueva Granada. Con audacia increíble, azotados por la nieve y las tempestades cruzó la cordillera de los Andes y en una campaña que dura setenta y cinco días y que la historia registra como la más gloriosa, derrota a los españoles en la Batalla de Boyacá, 7 de agosto de 1819 y entra victorioso en Bogotá, donde proclama la independencia definitiva de Colombia
El 17 de diciembre de 1819 crea la GRAN COLOMBIA, con tres departamentos: Venezuela, Cundinamarca y Quito. Bolívar es el Presidente. Ante el alejamiento de Morillo, que regresa a la Madre patria lo reemplaza el general Latorre, quien es derrotado por Bolívar en la brillante batalla de Carabobo, victoria que consagra la independencia de Venezuela. Acto seguido Bolívar envía a Sucre a conquistar Quito, quien desembarca en Guayaquil y derrota a los realista en la batalla de Pichincha, 24 de mayo de 1822, lo que significa la liberación del Ecuador.
Tras la entrevista de Guayaquil y el retiro del Capitán General José de San Martín, del escenario bélico, Bolívar uniendo sus tropas con las del Perú, Chile, Argentina, y del Alto Perú, entran en campaña y en las célebres batallas de Junín, 6 de agosto de 1824, y Ayacucho, 9 de diciembre de 1824, dan fin de manera definitiva a la guerra de la independencia americana.
El 6 de agoto de 1825, la Asamblea Deliberante proclama solemnemente la independencia de las provincias del Alto Perú, Bolívar ingresa a La Paz el 17 de agosto y la Nueva República lleva el nombre del Libertador, quien es reconocido entonces como su primer presidente.
El 25 de mayo de 1826 Bolívar manda desde Lima la Constitución de Bolivia y el Discurso de la Legislatura. Posteriormente, convoca a un Congreso Anfictiónico en Panamá, que se instala el 22 de junio de 1826 y cuyos resultados no fueron satisfactorios. Él mismo dijo: “Su poder será una sombra y sus Decretos consejos nada más”. El 25 de septiembre de 1828 sufre un atentado y Manuelita Sáenz es quien salva su vida. Bolívar en marzo de 1830 entrega el Poder al general y político colombiano Domingo Caicedo y en abril renuncia a la Presidencia de la República. El 10 de diciembre, en su última proclama, exhorta a mantener la unidad de la Gran Colombia. Enfermo, afectado por la tuberculosis, el 17 de diciembre de 1830 deja de existir el Libertador en la Quinta San Pedro Alejandrino, hacienda ubicada en la ciudad de Santa Marta, Colombia.
ÚLTIMAS PALABRAS DE BOLÍVAR
“Digo con verdadero dolor, que soy víctima de mis enemigos, que me han conducido al sepulcro; y, sin embargo de esto, yo los perdono. Colombianos, los dejo.
En mis últimos momentos ruego a Dios por la tranquilidad de Colombia; y si mi muerte, desvaneciendo las animosidades de los partidos y restableciendo entre ustedes la concordia, puede contribuir a este apetitoso resultado, llevaré un sentimiento de satisfacción a la tumba que para mí se abre”.
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte y Blanco, nació en Caracas el 24 de julio de 1783. Hijo de padres aristócratas de antiguo origen español –el coronel Juan Vicente Bolívar y María de la Concepción Palacios. Bolívar queda huérfano a muy temprana edad, el 19 de enero de 1786 fallece su padre y el 6 de julio de 1792 muere su madre. Aquel muchacho al quedar huérfano suplió la falta de cariño de sus padres el cura Andújar, maestros como el humanista y jurisconsulto Andrés Bello, pero sobre todo, su preceptor Simón Rodríguez, quien influyó más en su personalidad y formación, le hizo comprender con vehemencia las ansias de los pueblos americanos, nativos, criollos y mestizos, que tras dos siglos de coloniaje español deseaban liberarse y ser dueños de sus tierras y destinos.
En 1798 Bolívar es designado por el Rey subteniente de la Sexta Compañía del Batallón de Milicias de Blan-cos de los Valles de Aragua. A fines de 1799 viaja a Madrid, en casa de unos parientes allegados a la corte y el 26 de mayo de 1802 contrae matrimonio con María Teresa Rodríguez del Toro, embriagados por la felicidad recorren algunas ciudades de Europa y luego se embarcan hacia América.
Sin embargo, la felicidad que disfrutaba la pareja es efímera, una epidemia de fiebre diezma la población de Caracas, y entre las víctimas se encuentra la joven esposa de Bolívar, quien hundido en la más negra desesperación cierra la casa de Caracas y parte hacia Europa.
La huella imborrable de su paso por Milán fue la coronación de Napoleón Bonaparte como Emperador. En 1805, ya en Roma, sobre el Monte Aventino pronuncia su célebre juramento: dedicar su vida a la causa de la libertad de su patria. En 1806 se embarca para América y llega a los Estados Unidos. Retorna a Caracas en 1808, en plena efervescencia revolucionaria, y toma parte activa en las conspiraciones populares. Bolívar es el agitador infatigable.
La llegada del español Vicente Emparan a Caracas como Gobernador y las noticias procedentes de España, de que toda Andalucía había sido conquistada por los franceses, acabaron por precipitar los acontecimientos. El 2 de marzo de 1811 se instala el primer Congreso y el 5 de julio de ese mismo año, se declara solemnemente la Independencia de Venezuela.
Pero a aquel acontecimiento siguieron días funestos para los patriotas, que sufrieron una serie de derrotas ante las fuerzas españolas. En agosto de 1812 Bolívar va a Curazao, en su primer destierro y en octubre de este año viaja a Cartagena, donde dirige a los ciudadanos granadinos el famoso Manifiesto de Cartagena, en el que convoca a todos a luchar por Venezuela. En Mérida, el 23 de mayo de 1813 es llamado por primera vez Libertador. El 15 de junio en Trujillo, Bolívar publica su célebre proclama por la cual declara “guerra a muerte” a las fuerzas realistas. Luego emprende la campaña de liberación del territorio nacional, que culmina triunfalmente en Caracas, 6 de agosto de 1813.
Tras algunas victorias, sufre la terrible derrota de La Puerta donde Tomás Boves destroza al ejército patriota y Venezuela cae otra vez en poder de los realistas. Un nuevo exilio le espera; regresa a Haití, donde Alejandro Pétion, Presidente de este país, le facilita recursos para la nueva campaña. En 1816 decreta la libertad de los esclavos.
Las cosas se hacen más difíciles con el retorno de Fernando VII al trono de España, quien implanta otra vez el absolutismo y consagra esfuerzos para detener la rebelión en América que amenazaba con extenderse por toda la región, enviando 13.000 hombres al mando de Pablo Morillo, abril de 1815. Por entonces Bolívar se encuentra en Jamaica.
El 15 de febrero de 1819 instala el famoso Congreso de Angostura (territorio de Colombia), ante el cual pronuncia su más brillante discurso, en el que dicta cátedra republicana a los tres poderes tradicionales (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) agrega el Poder Moral y se juramenta como Presidente de Venezuela. Luego el Libertador junto al general Páez prepara un ejército en la falda oriental de los Andes para ir a sorprender a los realistas en Nueva Granada. Con audacia increíble, azotados por la nieve y las tempestades cruzó la cordillera de los Andes y en una campaña que dura setenta y cinco días y que la historia registra como la más gloriosa, derrota a los españoles en la Batalla de Boyacá, 7 de agosto de 1819 y entra victorioso en Bogotá, donde proclama la independencia definitiva de Colombia
El 17 de diciembre de 1819 crea la GRAN COLOMBIA, con tres departamentos: Venezuela, Cundinamarca y Quito. Bolívar es el Presidente. Ante el alejamiento de Morillo, que regresa a la Madre patria lo reemplaza el general Latorre, quien es derrotado por Bolívar en la brillante batalla de Carabobo, victoria que consagra la independencia de Venezuela. Acto seguido Bolívar envía a Sucre a conquistar Quito, quien desembarca en Guayaquil y derrota a los realista en la batalla de Pichincha, 24 de mayo de 1822, lo que significa la liberación del Ecuador.
Tras la entrevista de Guayaquil y el retiro del Capitán General José de San Martín, del escenario bélico, Bolívar uniendo sus tropas con las del Perú, Chile, Argentina, y del Alto Perú, entran en campaña y en las célebres batallas de Junín, 6 de agosto de 1824, y Ayacucho, 9 de diciembre de 1824, dan fin de manera definitiva a la guerra de la independencia americana.
El 6 de agoto de 1825, la Asamblea Deliberante proclama solemnemente la independencia de las provincias del Alto Perú, Bolívar ingresa a La Paz el 17 de agosto y la Nueva República lleva el nombre del Libertador, quien es reconocido entonces como su primer presidente.
El 25 de mayo de 1826 Bolívar manda desde Lima la Constitución de Bolivia y el Discurso de la Legislatura. Posteriormente, convoca a un Congreso Anfictiónico en Panamá, que se instala el 22 de junio de 1826 y cuyos resultados no fueron satisfactorios. Él mismo dijo: “Su poder será una sombra y sus Decretos consejos nada más”. El 25 de septiembre de 1828 sufre un atentado y Manuelita Sáenz es quien salva su vida. Bolívar en marzo de 1830 entrega el Poder al general y político colombiano Domingo Caicedo y en abril renuncia a la Presidencia de la República. El 10 de diciembre, en su última proclama, exhorta a mantener la unidad de la Gran Colombia. Enfermo, afectado por la tuberculosis, el 17 de diciembre de 1830 deja de existir el Libertador en la Quinta San Pedro Alejandrino, hacienda ubicada en la ciudad de Santa Marta, Colombia.
ÚLTIMAS PALABRAS DE BOLÍVAR
“Digo con verdadero dolor, que soy víctima de mis enemigos, que me han conducido al sepulcro; y, sin embargo de esto, yo los perdono. Colombianos, los dejo.
En mis últimos momentos ruego a Dios por la tranquilidad de Colombia; y si mi muerte, desvaneciendo las animosidades de los partidos y restableciendo entre ustedes la concordia, puede contribuir a este apetitoso resultado, llevaré un sentimiento de satisfacción a la tumba que para mí se abre”.
jueves, 12 de diciembre de 2013
Encuentro de Archivos Históricos de Bolivia se realiza en Tarija
Con una amplia agenda, en la que se contempla un análisis y estado actual de los archivos históricos del país, se desarrolla en Tarija el Primer Encuentro de Archivos Históricos de Bolivia.
El evento programado entre el 11,12 y 13 de diciembre se inauguró en el Centro Eclesial Documental (CED) de San Francisco con la presencia de directores del archivo histórico de Sucre, Oruro, Beni, Potosí, La Paz, Tupiza y directores de Cultura de los once municipios del departamento de Tarija.
Entre los expositores y panelistas está presente Pedro Querejazu desde La Paz con el tema: Valoración del Patrimonio de los Archivos Históricos en la construcción de la memoria histórica del Estado Plurinacional de Bolivia.
Luis Oporto, director del Archivo Nacional de la Vicepresidencia de la República con un análisis y estado actual de los Archivos Históricos, además de Lidia Gardeazabal, directora del Archivo Nacional de Sucre.
Según la programación también se tendrá la exposición de archivistas de Santa Cruz, Trinidad, Tarija, Oruro, Potosí, Cochabamba y Tupiza.
La responsable del Archivo Histórico Departamental, Dora Bautista, indicó que el encuentro tiene como meta la creación de la Directiva Nacional de Archivos Históricos de Bolivia, recoger insumos y sugerencias a fin de formular una propuesta para crear nuevas carreras universitarias en antropología, historia, bibliotecología, archivística, arqueología y cursos de capacitación en archivos en todo el país.
Por su parte, el director del Archivo San Francisco, párroco Daniel Rocha, destacó la importancia de preservar la memoria histórica que guardan los archivos del país. “Este tipo de reuniones es un espacio para conocer el trabajo de cada uno de los archivos, intercambiar experiencias, logros y desafíos, como también unificar material e ideas para transformar esa amplia base datos a las nuevas tecnologías”, comentó a tiempo de dar la bienvenida a los participantes.
A su vez, el secretario de Protección del Patrimonio Cultural y Natural, Reinerio Subelza, comprometió su apoyo para seguir fortaleciendo el archivo histórico departamental que actualmente trabaja en la catalogación de datos y adaptación a las nuevas tecnologías.
El evento programado entre el 11,12 y 13 de diciembre se inauguró en el Centro Eclesial Documental (CED) de San Francisco con la presencia de directores del archivo histórico de Sucre, Oruro, Beni, Potosí, La Paz, Tupiza y directores de Cultura de los once municipios del departamento de Tarija.
Entre los expositores y panelistas está presente Pedro Querejazu desde La Paz con el tema: Valoración del Patrimonio de los Archivos Históricos en la construcción de la memoria histórica del Estado Plurinacional de Bolivia.
Luis Oporto, director del Archivo Nacional de la Vicepresidencia de la República con un análisis y estado actual de los Archivos Históricos, además de Lidia Gardeazabal, directora del Archivo Nacional de Sucre.
Según la programación también se tendrá la exposición de archivistas de Santa Cruz, Trinidad, Tarija, Oruro, Potosí, Cochabamba y Tupiza.
La responsable del Archivo Histórico Departamental, Dora Bautista, indicó que el encuentro tiene como meta la creación de la Directiva Nacional de Archivos Históricos de Bolivia, recoger insumos y sugerencias a fin de formular una propuesta para crear nuevas carreras universitarias en antropología, historia, bibliotecología, archivística, arqueología y cursos de capacitación en archivos en todo el país.
Por su parte, el director del Archivo San Francisco, párroco Daniel Rocha, destacó la importancia de preservar la memoria histórica que guardan los archivos del país. “Este tipo de reuniones es un espacio para conocer el trabajo de cada uno de los archivos, intercambiar experiencias, logros y desafíos, como también unificar material e ideas para transformar esa amplia base datos a las nuevas tecnologías”, comentó a tiempo de dar la bienvenida a los participantes.
A su vez, el secretario de Protección del Patrimonio Cultural y Natural, Reinerio Subelza, comprometió su apoyo para seguir fortaleciendo el archivo histórico departamental que actualmente trabaja en la catalogación de datos y adaptación a las nuevas tecnologías.
lunes, 9 de diciembre de 2013
La incursión fue con los cargamentos de plata procedentes de Potosí Según libro, 1493 es el año en que comenzó la globalización
La globalización de la economía comenzó en 1493 con los cargamentos de plata procedentes de Potosí que los buques españoles trasladaron a China, sostiene un profuso ensayo sobre las transformaciones económicas que se originaron a partir del descubrimiento de América.
Esa ruta de la globalización que comenzó en 1493 unió los yacimientos de plata de Potosí, actual Bolivia, con la ciudad de Yuegang en el sudeste chino, pasando por Manila, Filipinas.
"Esas ciudades otrora famosas y hoy raramente mencionadas fueron eslabones esenciales y febriles de un intercambio económico que cubría el mundo entero”, sostiene el historiador estadounidense Charles Mann en 1493: Una nueva historia del mundo después de Colón.
El intercambio comercial a partir de 1493 originó dos revoluciones: la agrícola que comenzó a fines del siglo XVII y la revolución industrial, que se extendió hasta fines del XIX.
En el contexto del intercambio agrícola fueron fundamentales el maíz y la papa, que trasladaron de la América española hacia Europa y también China.
El maíz, por ejemplo, cuando fue introducido en el imperio chino de la dinastía Ming, provocó "una acción devastadora para los ecosistemas” de China, apunta el autor.
La papa llevada de los Andes a Europa y el árbol de caucho trasplantado clandestinamente de Brasil al sudeste asiático "contribuyeron al ascenso de Occidente”, compara Mann.
A su vez, la introducción de la caña de azúcar en el continente americano estuvo acompañada de los agentes transmisores de la malaria y la fiebre amarilla, afirma en detalle el historiador estadounidense.
La globalización no sólo originó el intercambio de metales preciosos, plantas y animales, entre América, Europa y China, sino que también introdujo el comercio de esclavos.
Mann, quien publicó el libro en inglés en 2005 y lo tradujo años después, detalla que el 90% de las personas que atravesaron el Atlántico antes de 1700 fueron africanos cautivos.
A partir de ese desplazamiento forzado durante tres siglos, "en muchos parajes americanos predominaron, en términos demográficos, los africanos, los indígenas y los afroindígenas”.
Los espasmos migratorios desencadenados por Colón involucraron a tantos pueblos diferentes que el mundo presenció el ascenso de la primera de las primeras metrópolis políglotas de la población mundial: la ciudad de México, explica el ensayo editado por Capital Intelectual para América Latina.
La mezcla cultural de la ciudad de México "iba desde lo más alto de la escala social, donde los conquistadores se casaban con miembros de la nobleza de los pueblos conquistados, hasta los más bajos donde los barberos españoles se quejaban amargamente de los barberos chinos inmigrantes que trabajaban por casi nada”, rememora el historiador norteamericano.
Sus obras
Trabajos El autor ha contribuido con sus artículos en la revista Ciencia, en la revista Atlantic Monthly y en la revista mensual del National Geographic Society.
Temas El árbol de caucho trasplantado clandestinamente de Brasil al sudeste asiático posibilitó el ascenso de Occidente, según el autor.
Enfermedades El autor sostiene que la introducción de la caña de azúcar en el continente americano estuvo acompañada de los agentes transmisores de la malaria y la fiebre amarilla.
Esa ruta de la globalización que comenzó en 1493 unió los yacimientos de plata de Potosí, actual Bolivia, con la ciudad de Yuegang en el sudeste chino, pasando por Manila, Filipinas.
"Esas ciudades otrora famosas y hoy raramente mencionadas fueron eslabones esenciales y febriles de un intercambio económico que cubría el mundo entero”, sostiene el historiador estadounidense Charles Mann en 1493: Una nueva historia del mundo después de Colón.
El intercambio comercial a partir de 1493 originó dos revoluciones: la agrícola que comenzó a fines del siglo XVII y la revolución industrial, que se extendió hasta fines del XIX.
En el contexto del intercambio agrícola fueron fundamentales el maíz y la papa, que trasladaron de la América española hacia Europa y también China.
El maíz, por ejemplo, cuando fue introducido en el imperio chino de la dinastía Ming, provocó "una acción devastadora para los ecosistemas” de China, apunta el autor.
La papa llevada de los Andes a Europa y el árbol de caucho trasplantado clandestinamente de Brasil al sudeste asiático "contribuyeron al ascenso de Occidente”, compara Mann.
A su vez, la introducción de la caña de azúcar en el continente americano estuvo acompañada de los agentes transmisores de la malaria y la fiebre amarilla, afirma en detalle el historiador estadounidense.
La globalización no sólo originó el intercambio de metales preciosos, plantas y animales, entre América, Europa y China, sino que también introdujo el comercio de esclavos.
Mann, quien publicó el libro en inglés en 2005 y lo tradujo años después, detalla que el 90% de las personas que atravesaron el Atlántico antes de 1700 fueron africanos cautivos.
A partir de ese desplazamiento forzado durante tres siglos, "en muchos parajes americanos predominaron, en términos demográficos, los africanos, los indígenas y los afroindígenas”.
Los espasmos migratorios desencadenados por Colón involucraron a tantos pueblos diferentes que el mundo presenció el ascenso de la primera de las primeras metrópolis políglotas de la población mundial: la ciudad de México, explica el ensayo editado por Capital Intelectual para América Latina.
La mezcla cultural de la ciudad de México "iba desde lo más alto de la escala social, donde los conquistadores se casaban con miembros de la nobleza de los pueblos conquistados, hasta los más bajos donde los barberos españoles se quejaban amargamente de los barberos chinos inmigrantes que trabajaban por casi nada”, rememora el historiador norteamericano.
Sus obras
Trabajos El autor ha contribuido con sus artículos en la revista Ciencia, en la revista Atlantic Monthly y en la revista mensual del National Geographic Society.
Temas El árbol de caucho trasplantado clandestinamente de Brasil al sudeste asiático posibilitó el ascenso de Occidente, según el autor.
Enfermedades El autor sostiene que la introducción de la caña de azúcar en el continente americano estuvo acompañada de los agentes transmisores de la malaria y la fiebre amarilla.
jueves, 5 de diciembre de 2013
Diarios de Humboldt en América son patrimonio
La Fundación del Patrimonio Cultural de Berlín ha adquirido los diarios escritos por Alexander von Humboldt en su larga exploración por América, hasta ahora propiedad de un descendiente del naturalista alemán, informaron ayer fuentes de esa institución.
Los diarios constan de unas 4.000 páginas escritas a lo largo de sus cinco años de expedición por el Nuevo Continente, de 1799 a 1804, y documentan lo que se consideró el “segundo descubrimiento de América”, realizado por este explorador.
Los textos fueron adquiridos al propietario, Ulrich von Heinz, descendiente de Humboldt, por una cantidad no revelada y tras una larga negociación.
Se trata de “uno de los documentos científicos más importantes del siglo XIX”, según destacó en un comunicado el presidente de la Fundación, Hermann Parzinger, y quedará conservado en la Biblioteca Pública Nacional de la capital alemana.
Humboldt, nacido en 1769 en Berlín y muerto en 1859 en la misma ciudad, ilustró los textos escritos durante su larga exploración con dibujos de cuanto encontraba a su paso, así como abundantes notas a pie de página.
Humboldt partió en 1799 de la ciudad española de La Coruña (noroeste) en una expedición que se prolongó durante cinco años, en la que recorrió Cuba, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú (país del que era parte el actual territorio de Bolivia, región por la que también hizo su recorrido).
México y Estados Unidos también fueron parte de la travesía.
Los diarios constan de unas 4.000 páginas escritas a lo largo de sus cinco años de expedición por el Nuevo Continente, de 1799 a 1804, y documentan lo que se consideró el “segundo descubrimiento de América”, realizado por este explorador.
Los textos fueron adquiridos al propietario, Ulrich von Heinz, descendiente de Humboldt, por una cantidad no revelada y tras una larga negociación.
Se trata de “uno de los documentos científicos más importantes del siglo XIX”, según destacó en un comunicado el presidente de la Fundación, Hermann Parzinger, y quedará conservado en la Biblioteca Pública Nacional de la capital alemana.
Humboldt, nacido en 1769 en Berlín y muerto en 1859 en la misma ciudad, ilustró los textos escritos durante su larga exploración con dibujos de cuanto encontraba a su paso, así como abundantes notas a pie de página.
Humboldt partió en 1799 de la ciudad española de La Coruña (noroeste) en una expedición que se prolongó durante cinco años, en la que recorrió Cuba, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú (país del que era parte el actual territorio de Bolivia, región por la que también hizo su recorrido).
México y Estados Unidos también fueron parte de la travesía.
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