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miércoles, 29 de septiembre de 2021

Historia prehispánica: Incas

 El período Inca es el más corto en la cronología, pero a la vez es el que mayores cambios trajo a las sociedades andinas. Por un lado, su estudio está basado tanto en investigaciones arqueológicas como etnohistóricas, donde se observan ciertos problemas, incoherencias y contradicciones que todavía son debatidos. Uno de esos problemas es el tipo de interpretaciones que se dan en los documentos y crónicas coloniales para entender el llamado Incario, y que ha llevado a cierto escepticismo en las interpretaciones arqueológicas. Por otro lado, la arqueología inca se ha desarrollado a partir de la identificación de su cultura material, como el estilo cerámico, arquitectónico o el trabajo en textiles y metales, para interpretar el área y la intensidad de su incursión en distintas partes de los Andes (Bauer, 1992, 2006). Esto debido a que se hace difícil la datación de contextos Inca de los últimos 70 años del período prehispánico, pues el sigma del C-14 muchas veces rebasa ese tiempo (Vranich et al., 2002).

Es así que con la ayuda de las fuentes históricas se ha construido una secuencia de la presencia inca en los Andes, desde el centro ubicado en Cusco –donde se registran los restos más monumentales– hacia las zonas marginales o periféricas del Imperio (Rowe, 1944). En ese mismo sentido, también se ha discutido mucho la pertinencia de cierta terminología para denominar a los incas, desde la visión de una sociedad Estado centralizada en Cusco, hasta el desarrollo de un Imperio, perspectiva que es más aceptada por sus particulares características (D’Altroy, 1984, 1992; Schreiber, 1992). A pesar de ello, todo lleva a plantear que el paso de esta sociedad por este territorio trajo los cambios más relevantes a todo nivel para las sociedades precedentes (Alconini, 1998; Angelo, 1999; Hyslop, 1992; Julien, 2002; Lima, 2000; Stanish, 2003).

Los incas justificaron su dominio apoyándose en los mitos de origen que difunden su origen divino. En consecuencia establecieron una jerarquización social muy estricta, diferenciando a las élites del resto de la población (Cobo, 1950 [1653]; Ramos Gavilán, 1988 [1621]). Esto implicó también la consolidación de un aparato religioso complejo, que se centraba en un culto solar, pero que reconocía divinidades locales e incluso ocultas de la élite. Desde esta perspectiva, la construcción de diferentes niveles de santuarios y la práctica de numerosos tipos de rituales cobraron mucha relevancia en la vida pública y social de las diferentes poblaciones.

A nivel político, la expansión territorial hacia diferentes partes de los Andes a partir de Cusco, implicó el sometimiento y/o la alianza de diferentes tipos de poblaciones (D’Altroy, 1992; Pärsinnen, 1990). Estos hechos convierten el territorio en un espacio multiétnico y multinacional bajo la égida de un solo gobierno (Schreiber, 1992). Esto, sumado a una política basada en la estrategia militar y socio-política, implementada en períodos cortos de tiempo, le da a los incas la característica de sociedad imperial. Este afán expansivo parece haber estado basado en el acceso a diferentes recursos de los Andes, los cuales eran convertidos en bienes de consumo y bienes de prestigio por las élites, que dieron el soporte socio-económico al Imperio (Earle y D’Altroy, 1995). Luego de la conquista de los alrededores de Cusco (Bauer, 1996), los incas se expandieron al Norte hacia tierras de los cañaris (Meyers, 2002). Luego esta expansión se dirigió hacia los Andes centro-Sur (Pärsinnen, 1990), intentando llegar hasta la Amazonía, como relatan los documentos coloniales (Saignes, 1986; Tyuleneva, 2010).

Los cambios a nivel tecnológico son los más visibles, pues se observa todavía la impronta inca como prueba de su influjo en el pasado. La arquitectura, como una herencia de Tiwanku, dejó los restos monumentales a nivel de palacios, santuarios y centros administrativos. Son muchos los sitios que conservan este rasgo en Bolivia y Perú, al igual que en otros lugares de los Andes (Bauer, 1996; Stanish, 2003). La alfarería desarrollada permitió la generación de un nuevo estilo caracterizado por la policromía y la estilización de las formas, símbolo de la presencia imperial donde se las registra. La textilería, desarrollada a partir de los tejidos de la costa central, adquirió mucha relevancia en el uso de algodón y de fibras de camélidos, caracterizada también por la policromía, la estilización y geometrización de los diseños. El uso de los metales fue, sin duda, el rasgo que más diferencia a los incas de las culturas precedentes; existía un exacerbado interés por el uso del oro como bien de prestigio, herencia de la tecnología de los expertos chimú.

Otro cambio ejercido por los incas fue el movimiento de poblaciones y su implantación en nuevos territorios, que originaron el surgimiento de los mitmas (Wachtel, 1982). El pago hacia el Imperio se daba a través de la mano de obra, lo que implicó la consolidación de grupos especializados en determinadas actividades, como el de los alfareros, mineros, agricultores. Todos estos aspectos cambiaron diametralmente el panorama social, político y cultural de los pueblos y se convirtieron en la antesala a la llegada de los españoles. Vale aclarar que los cambios ocurridos durante la Colonia temprana continuaron con las políticas de los incas y adaptaron sus estrategias para lograr el control de las poblaciones y de los recursos.

El estudio de tan complejo desarrollo político fue, en principio, objeto de estudios etnohistóricos en Bolivia, como los desarrollados por Murra (1975), Saignes (1986), Bouysse-Cassagne (1987) y Pärsinnen (1990), entre otros. Sin embargo, a través de la arqueología también se estudió el tema inca por regiones; una de las más importantes es la del Titicaca, centrada en Copacabana y las islas del Sol y de la Luna (Bauer, 1996; Escalante, 1993; Rivera, 2003; Stanish, 2003). Esta región de los Andes centro-Sur es la que presenta la mayor centralización y el resto se considera como área periférica del Imperio.

El estudio de Capac Ñan fue otro de los ejes en cuanto a la investigación de los incas. Entre los estudios más notables se encuentran los de Hyslop (1992), R. Espinoza (2005), Michel y Lima (2005) y Ballivián (2011). Asociados a este camino y en regiones adyacentes se encuentran centros administrativos, algunos de los cuales, por su importancia, fueron estudiados por Pärsinnen (2005) y Michel (2011) en Caquiaviri, Muñoz (2010) en Incallajta, Pereira (1985) en Incarracay, Lima (2006) en Sevaruyo, D. Angelo (1999) en Tupiza, y Rivera (1998) en Cinti, entre otros. Paralelamente, los estudios de Barragán (1994), Del Río (1989) y Presta (2005), ofrecen importante información sobre los incas en regiones de los valles interandinos.

Otra vertiente de trabajos de estudio del tema inca, relacionada a sus rituales, tradiciones funerarias y cosmología se desarrolló en algunas regiones de Oruro. Entre estos trabajos se pueden citar los desarrollados con las torres funerarias de color del río Lauca (Lima, 2003; Lima et al., 2005), las torres de color de Condor Amaya (Sagárnaga, 2007), el centro ritual de Pumiri (Diaz, 2005), las necrópolis de Totora (Ganem, 2012), el centro de Antín Curahuara (Ticona, 2012), las torres de piedra de Yaraque (Hesley, 1986) y los santuarios de altura de Sajama (Torrez, 2010, comunicación personal).

Por último, tenemos los estudios relacionados al área de frontera de los incas hacia la vertiente oriental. En este ámbito es muy importante el aporte de investigadores de la etnohistoria como Thierry Saignes (1986) y Vera Tyuleneva (2010), y los estudios arqueológicos de Pärsinnen (2003) y Sonia Alconini (2002).




sábado, 25 de septiembre de 2021

Historia prehispánica: Señoríos y Desarrollos Regionales

 A mediados del siglo XX los hallazgos y las teorías sobre la cronología de las culturas precolombinas del arqueólogo alemán Uhle (1856- 1944) sirvieron a J. Rowe (1962) para precisar y definir una cronología sobre las secuencias de las culturas en los Andes que aún está vigente. La propuesta de “horizontes culturales”, a pesar del debate respecto a la terminología, sigue en uso en cuanto a la secuencia en tiempo y espacio. En cuanto al período del llamado “Intermedio Tardío”, Uhle estableció que luego de la caída de Tiwanaku tuvo lugar una atomización en Desarrollos Regionales, aclarando con ello el panorama histórico-cultural de la región y ubicando a los Señoríos en una etapa intermedia entre dos formaciones estatales: Tiwanaku e Inca. Sin embargo, no se puede aplicar el corte temporal de manera mecánica a todo el altiplano y mucho menos a las Tierras Bajas, debido a que el sello que dejó Tiwanaku al Sur y al Este no es el mismo que en la región del Titicaca y, por tanto, su desintegración no afectó con la misma intensidad a todas las regiones.

Los Señoríos formaron organizaciones colectivas con autoridades y territorios que consideramos no constituyen plenamente un Estado, aunque tengan algunos elementos “estatales”, como autoridades de gobierno, territorio y algún tipo de instituciones sociales y rituales distribuidas de manera relativamente homogénea entre la población. En el aspecto político, se producen también federaciones y confederaciones más visibles en la región del Altiplano Sur que en la del lago Titicaca.

En cuanto a la cultura material que queda como evidencia arqueológica, se estableció que chullpas (torres funerarias) y pucaras (sitios defensivos de altura) son los elementos característicos de este período, tanto así que la memoria indígena hace referencia a un aucaruna o “tiempo de guerra”. Precisamente la inestabilidad política y la competencia por el acceso a recursos, características de esta etapa, se reflejan e en el abandono de varios asentamientos de las llanuras y la presencia de pucaras (fortalezas) distribuidas por todo el altiplano, aunque su intensidad no es igual en todas las regiones. Albarracín Jordán (1996) sugiere la existencia de esporádicos conflictos en el valle de Tiwanaku, lo mismo que sostiene Martti Pärssinen para Caquiaviri (región pacaje), mientras que Stanish (1997) encuentra profusión de ellos en la región lupaca, en el lado occidental del lago Titicaca, lo mismo que ocurrió en la región colla al Norte y Noreste del lago (Arkush, 2009). Es precisamente esta región ubicada en el actual Perú la que fue objeto de sostenidos estudios arqueológicos (Tschopik, 1946, Hyslop, y Mújica, 1976). Probablemente la causa principal de estos enfrentamientos fue  el deterioro climático y las intensas sequías, cuya mayor intensidad tuvo lugar entre los años 1250 y 1310 d. C. En cuanto a la antigüedad de estos restos, Pärssinen (2009) considera que en la región pacaje las pucaras precedieron a las chullpas, en cambio Elizabeth Arkush (2009) encuentra que en la región colla la profusión de pucaras llega incluso hasta la conquista inca, es decir que algunas de ellas son más tardías.

La correspondencia entre el espacio de distribución de las chullpas con el de la lengua aymara marca de manera singular a este período. La región de mayor presencia de estas torres es el altiplano boliviano y en menor medida el altiplano peruano. Nunca se encontraron restos tiwanakotas en las chullpas, lo que dejó muchas dudas acerca de la posible continuidad con Tiwanaku. Sin embargo, algunas chullpas de piedra de distintas formas y dimensiones en la región lupaca se presentan posiblemente reemplazando a sitios rituales Tiwanaku. Las investigaciones arqueológicas en el sector boliviano son aún dispersas y están pendientes interpretaciones de conjunto (Rydén, 1947; Arellano y Kuljis, 1986; Portugal, 1988; Pärssinen, 1990 y Huidobro, 1992). Aún así, algunas cuestiones van siendo respondidas: por ejemplo, si el sistema de enterramiento en chullpas irrumpe en el altiplano rompiendo con una tradición tiwanakota. Esto deja abierta la posibilidad de que el sistema funerario en chullpares se hubiera difundido de Sur a Norte como un fenómeno repentino a mediados del siglo XIII, que enfatizaba el culto a los antepasados (Pärssinen, 2009).

A diferencia de lo que ocurríría en la región lupaca, donde se habría establecido un corte abrupto, Albarracín Jordán y Mathews (1990) enfatizan para la región pacaje una continuidad con Tiwanaku. No sabemos si el patrón de asentamiento disperso que se constata tanto desde la etnohistpria como de la arqueología es parte de esta continuidad o es más bien la muestra de un nuevo poblamiento. Como fuera queda por establecerse si lo que conocemos como Intermedio Tardío, Señoríos o Desarrollos Regionales no fueron más bien provincias incas o wamani, pues la información de la etnohistoria proviene de fuentes coloniales más cercanas al mundo inca. Los trabajos de etnohistoria tienen la dificultad de que la mayoría de ellos se concentra en una nación o Señorío, excepto en algunos casos notables como el de Therese Bouysse-Cassagne (1986), quien, usando como fuente crónicas coloniales, estableció que había una organización del espacio basada en una concepción dual: Urco/Uma a lo largo del eje acuático del altiplano. Por su parte, Charles Stanish (1997) tiene una visión regional que incluye el circuntiticaca (alrededor del lago Titicaca). También en este campo se debe mencionar la propuesta realizada por Teresa Gisbert, que plantea que la caída de Tiwanaku se pudo deber a migraciones aymaras desde el Sur (1987), hipótesis que, aunque muy debatida, promovió nuevas lecturas y reflexiones.

Los estudios, sobre todo de historia, no se concentran en el Intermedio Tardío más bien abarcan períodos más amplios introduciéndose en el período Inca y aún colonial. Algunos autores como Ibarra Grasso (1953), en la década de 1950, se interesaron en estos Desarrollos Regionales cuando el interés dominante era Tiwanaku. A partir de los años 70 creció el interés por estudiar este período. Desde entonces contamos con los aportes importantes que resumimos los más significativos siguiendo un orden geográfico de Norte a sur. Sobre los collas trabajaron Bouysse-Cassagne (1975, 1987), Caterin Julien (1983) y Arkush (2009); sobre los kallawaya Juan Carlos Chávez (2010, 2011); John Murra (1969, 1975), Stanish (1997) y Hyslop (1976) escribieron sobre los lupaca; Xavier Albó (2003), Roberto Choque (1987, 1993) y luego Pärssinen (2009) sobre los pacajes; acerca de los soras trabajó Mercedes del Río (2005); sobre los carangas Gilberto Pauwels, Gilles Riviere (1982), Ximena Medinacelli (2007) y Marcos Michel (2000); Tomás Abercrombie (1986) y Pilar Lima (2008) estudiaron a los quillacas; sobre los charcas contamos con publicaciones de Silvia Arze y X. Medinacelli (1991) y el trabajo colectivo de Tristan Platt, Therese Bouysse, Olivia Harris y Thierry Saignes que además se ocupan de los cara cara, así como Pablo Cruz (2007), M. del Río (1989) y Patrice Lecoq (2003); de los yamparaes se ocuparon Rossana Barragán (1994) y P. Lima; de los chuis Raimund Schramm (1990); de los cintis C. Rivera (2006, 2014); de los chichas se ocuparon Carlos Zanolli (2005), María Beierlein (2008), Mariela Rodríguez (2011) y Florencia Ávila (2013); sobre los lípes trabajaron J. Arellano López y E. Berberian (1981), Axel Nielsen (1998, 2002) así como José Luis Martínez (2011). Todavía hay una serie de grupos más dispersos hacia los márgenes de lo que fue el Imperio Inca como moyomoyos, urus y casabindos. Los urus han merecido una serie de investigaciones desde los años 30 con Alfred Metraux (1931) y Jehan Vellard (1949-1951) que culminan con la obra de Nathan Wachtel (2000). Normalmente el estudio de los otros grupos ha estado inserto en medio de otros estudios.

La dispersión de las investigaciones da cuenta de la atomización de identidades que se hacen visibles en este período. Sin embargo, existen temas comunes de estudio, como la organización territorial y fronteras (Alconini, 2002), el sistema de autoridades, la movilidad en el espacio (Conti y Albeck ,2012) y la metalurgia (Lechtman, 1984; Lechtman y Macfarlane, 2005; Cruz y Vacher comp., 2008). Una línea importante planteada en la obra Qara Qara – Charka (Platt et al., 2006) es la publicación de fuentes junto con estudios sobre una región específica, lo que permite conocimientos comparativos interesantes y abre posibilidades de estudios a futuro.

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Historia prehispánica: Tiwanaku

 Tiwanaku surgieron a través de los años. Las explicaciones más tempranas se perdieron en el tiempo y solamente fue posible conocerlas a través de los mitos e historias que registraron los primeros cronistas españoles en el siglo XVI (Cieza de León, Betanzos, Sarmiento de Gamboa, Acosta, Anello Oliva, Cobo y otros).

Ellos recogieron mitos que identificaban a Tiwanaku como el lugar de origen de la humanidad y consideraron que allí se encontraban las raíces de la civilización sudamericana más conocida en la época, los incas. Fue entonces que Tiwanaku quedó consolidado en el pensamiento de la época como uno de los sitios más importantes del mundo prehispánico.

Durante el siglo XIX varios diplomáticos, viajeros y científicos europeos visitaron Tiwanaku, hicieron descripciones sobre el sitio arqueológico y ensayaron algunas interpretaciones tanto de su antigüedad como de su identidad. En 1864 George Squier, diplomático Norteamericano, hizo planos de Tiwanaku y fotografió el sitio; años después el austriaco-francés Charles Wiener fotografió Tiwanaku e hizo algunas interpretaciones sobre los restos arqueológicos. En 1877 el francés Theodore Ber postuló que Tiwanaku debió haber tenido dos épocas diferentes y que ambas eran anteriores a los incas. Encontró que los muros de las edificaciones estaban orientados de acuerdo a los puntos cardinales (Albarracín, 1999). El sitio arqueológico de Tiwanaku atrajo también a investigadores europeos, como el Conde de Castelnau, el Marqués de Nadaillac, el científico Alcides D’Orbigny y el arqueólogo y etnógrafo suizo-estadounidense Adolphe Bandelier.

Los arqueólogos alemanes Alphons Stübel y Wilhelm Reiss llegaron a Tiwanaku atraídos por las narraciones de D’Orbigny. Años más tarde, Stübel trabajó con Max Uhle, arqueólogo alemán considerado el padre de la arqueología peruana, y en 1891-1892 publicaron el libro Las ruinas de Tiahuanaco en las tierras altas del Antiguo Perú, con fotografías de B.von Grumbkow. Más tarde Uhle propuso una secuencia para las culturas de los Andes. En este libro Stübel y Uhle asociaron Tiwanaku con los aymaras y señalaron que la distribución de la lengua aymara coincide con las áreas de expansión de Tiwanaku (Albarracín, 1999).

Las excavaciones e investigaciones científicas y sistemáticas comenzaron en el siglo XX. El gobierno de Pando otorgó permiso a la misión francesa de Crèqui de Montfort para excavar en Tiwanaku con la condición de que las piezas encontradas pasaran a formar parte del Museo Arqueológico, cuyo director era Manuel Vicente Ballivián (Laguna Meave, 1986). Uno de los arqueólogos del equipo, Georges Courty, encontró algunos monolitos, una escalinata y cerámica (Albarracín, 1999).

En 1903 llegó a Bolivia el ingeniero austriaco Arthur Posnansky, quien trabajaría sobre este tema durante décadas. Con los resultados de sus estudios publicó los cuatro volúmenes bilingües español/inglés de Tiahuanacu, la Cuna del Hombre Americano. Posnansky hizo un trabajo muy importante de registro en Tiwanaku, aunque muchas de sus hipótesis carecen de bases científicas y son consideradas por algunos sectores académicos como “arqueología fantástica y mítica” (Browman, 2007). Creó la Sociedad Arqueológica de Bolivia, un grupo de estudio con matices esotéricos, que se propuso la tarea de lograr la protección estatal al sitio arqueológico de Tiwanaku. Este grupo estuvo conformado por importantes hombres públicos bolivianos, especialmente de la ciudad de La Paz, en un contexto de políticas liberales y, posiblemente, con influencia masónica (Barnadas, 2002).

El arqueólogo Norteamericano Wendell Bennett (1930) propuso una cronología de la cultura tiwanaku y también hizo una síntesis de la arqueología de Bolivia que sirvió de guía para trabajos posteriores (Rivera y Stecker, 2005). Bennett afirmó que el estilo de la arquitectura de Tiwanaku tuvo una distribución extensa y que la fase clásica tuvo variantes en las Tierras Bajas (Albarracín, 1999). El arqueólogo sueco Stig Ryden hizo excavaciones en la zona del Titicaca y también aportó con estudios sobre cerámica del valle de Mizque (Cochabamba).

El gobierno del MNR, instaurado en 1952, buscó elementos para la construcción del nacionalismo estatal e íconos que lo emblematizaran. Tiwanaku fue clave para este propósito. En esta época se dio un nuevo impulso a la investigación arqueológica desde el Estado; en 1958 se creó el Centro de Investigaciones Arqueológicas de Tiwanaku (CIAT) y más tarde, en 1975, el Instituto Nacional de Arqueología (INAR). La arqueología nacionalista intentó unir la ideología política propugnada desde el gobierno con un pasado remoto y glorioso; se hizo un intenso trabajo de excavaciones, pero se difundieron y publicaron pocos trabajos con los resultados. Portugal Zamora y Gregorio Cordero realizaron extensas excavaciones entre las décadas de 1950 y 1960. La reconstrucción del Kalasasaya en la década de 1970 posiblemente tuvo el propósito de mostrar la monumentalidad de Tiwanaku. La investigación arqueológica estuvo liderizada por Ponce Sanginés y tuvo la intención de resaltar los logros de este Estado, llegó incluso a adjudicarle calidad imperial, expansión en un amplio espacio geográfico, monumentalidad de su ciudad principal y un enorme número de habitantes. Desde mediados de la década de 1950 hasta los años 70, el trabajo arqueológico en Bolivia estuvo centrado en el trabajo de arqueólogos bolivianos, en especial de Ponce Sanginés, que fue la figura principal de la arqueología de esta época y del enfoque político del Estado.

A fines de los años 80 equipos de investigación de universidades extranjeras realizaron trabajos de excavación en el sitio de Tiwanaku. El proyecto Wila Jawira dio un nuevo impulso a excavaciones, análisis, estudios e hipótesis. El Norteamericano Alan Kolata mostró a Tiwanaku como centro urbano y ceremonial y también expuso el complejo sistema agrícola en la zona. Gray Graffam estudió los sukakollos y Marc Bermann trabajó uno de los sitios incorporados a Tiwanaku, Lukurmata. Charles Ortloff y Alan Kolata estudiaron la tecnología e ingeniería hidráulica desarrollada en Pajchiri y Lukurmata.

En la década de 1990, nuevas investigaciones completaron el panorama de Tiwanaku como centro urbano y como Estado. Para ello aportaron las excavaciones realizadas por Linda Manzanilla y Maria René Baudoin, que dieron mayor información sobre Akapana, los trabajos de Juan Albarracín y Claudia Rivera, que mostraron un panorama más completo sobre Tiwanaku. En este contexto, las nuevas lecturas, a partir de la década de 1980, buscaron también allí temas como la identidad y la etnicidad, y encontraron que este Estado estuvo formado por diferentes grupos étnicos y sociales. Este interés no estuvo centrado solamente en el centro urbano de Tiwanaku, sino también en otras regiones. En algunos casos, los estudios buscaron la vinculación de culturas locales con Tiwanaku (Anderson y Céspedes, 1998). 

A principios del siglo XXI un nuevo descubrimiento arqueológico en la isla de Pariti hecho por el equipo del proyecto finlandés (Sagárnaga y Korpisaari, 2005) el año 2004, abrió la posibilidad de estudiar una cerámica exquisita y plenamente realista hasta entonces desconocida, permitiendo ampliar la perspectiva de lo que fue Tiwanaku. Los trabajos recientes de Vranish, Isbell, Stanish, Vinning, Couture y otros escritos durante los últimos años son un aporte que seguramente generará nuevas investigaciones a futuro.

Además de la arqueología y la etnohistoria, los estudios sobre Tiwanaku se han enriquecido con el aporte de otras disciplinas. En la década de 1970, varios estudiosos (Torero, Cerrón Palomino y otros) generaron desde la lingüística nuevas hipótesis sobre Tiwanaku y la identidad de los grupos que lo conformaron. En los últimos años se han incorporado estudios médicos y biológicos a partir del análisis del ADN de restos óseos de enterramientos rituales, con el propósito de encontrar el origen biológico de sus habitantes. Estos estudios abren un campo enorme para la determinación de importantes características de la composición de la población de Tiwanaku, tanto en el sitio como en los diferentes lugares bajo su hegemonía.

En cuanto al trabajo arqueológico, se ha añadido recientemente a las tradicionales excavaciones, las posibilidades que brindan la exploración con magnetómetro y con radar que permiten localizar lugares donde probablemente existen estructuras y contextos arqueológicos, técnicas que ya han sido aplicadas en Tiwanaku desde 2007 (Williams, Couture and Blom, 2007). No obstante apenas se ha excavado menos del 20% la ciudad de Tiwanaku y mucho menos aún en otros sitios. A pesar los avances y del enorme potencial cultural de Tiwanaku hoy son lamentables las condiciones en que se conservan las ruinas más notables del pasado prehispánico de Bolivia, incluso el ícono de esta cultura como es el monolito Bennett está perdiendo ante nuestros ojos los símbolos esculpidos en su cuerpo. 

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Historia prehispánica: El Formativo

 El Formativo (2000/2200 a.C. - 400/500 d.C.) es uno de los períodos de transición más importantes en el desarrollo socio-político de las poblaciones prehispánicas. Su temporalidad está marcada por el surgimiento de la agricultura como un eje productivo, el cual propende a la sedentarización de los pueblos de cazadoresrecolectores que existían previamente. Otros aspectos que marcan este período son la aparición de la alfarería, la construcción de villas o poblados permanentes y –de acuerdo a cada región– el surgimiento de tradiciones religiosas y rituales que marcaron posteriormente la identidad de los pueblos andinos.

Siendo un período que transcurre alrededor de 2000 años en distintas partes de los Andes, se establecen diferentes fases de desarrollo. Por ejemplo, en sus fases iniciales en la cuenca del Titicaca los procesos socio-políticos todavía eran simples y ligados al proceso de la sedentarización y la sobrevivencia. En una fase posterior se observa el desarrollo de tradiciones religiosas y de edificación que luego fueron consolidadas y dieron paso al surgimiento de desarrollos políticos más complejos que compitieron por la hegemonía regional y que luego derivaron en la formación del Estado (Hastorf et al., 1999). En otras regiones este proceso fue distinto, se pasó de desarrollos políticos de villas y aldeas con niveles de jefaturas simples, a otros que presentaban niveles políticos complejos (Bermann, 1995; McAndrews, 1996; Rose, 2002). Sin embargo, los datos también muestran que este panorama estuvo ligado a la potencialidad productiva de las diferentes regiones, así como al contacto interregional.

Al ser el Formativo uno de los períodos más largos del desarrollo cronológico prehispánico, sus implicancias fueron determinantes para los procesos subsecuentes. Por un lado, derivó en la formación del Estado de Tiwanaku y, por otro, determinó la complejidad y diversidad de otros pueblos que se encontraban fuera del área de influencia de este Estado. Un aspecto recurrente de este período es su influencia sobre las distintas tradiciones y estilos que marcaron la producción cultural de su época (More, 1984), tanto a nivel de la cerámica, como de la arquitectura y las representaciones simbólicas que fueron mantenidas hasta tiempos tardíos. Por estas razones, su estudio y análisis tiene mucha importancia en la cronología andina y permite explicar parte de la diversidad observada en períodos posteriores.

Los diversos estudios fueron promovidos en Bolivia en tres grandes regiones: 1) La cuenca del Titicaca, ligada a la cultura chiripa; 2) Oruro y los valles de Cochabamba relacionados con el desarrollo de Wankarani y 3) Santa Cruz. Más escasos son los datos de la Amazonía, Mojos y el Chaco. En la cuenca circunlacustre, el sitio epónimo del Formativo es Chiripa, que ha merecido el interés de los investigadores desde los años 40 del siglo pasado, con trabajos como los de Maks Portugal Zamora (1988) y Alfred Kidder (1943). En adelante su investigación estuvo a cargo del INAR y posteriormente por David Browman (1981). Pero es a inicios de los años 90 cuando se realizan los aportes más relevantes en el tema con el ingreso del equipo de investigación de la Universidad de Berkeley, a la cabeza de Christtine Hastorf. Posteriormente, varios de sus estudiantes y algunos investigadores bolivianos desarrollaron tesis doctorales e investigaciones especializadas para datar y entender la dinámica regional. Entre ellos se puede citar a MatthewBandy (2001), William Whitehead, Lee Steadman y José Luis Paz (2001), Andrew Rodick (2008) y Eduardo Machicado (2009).

El área de Wankarani fue estudiada inicialmente por la presencia de montículos artificiales y cabezas líticas de camélidos. Estos rasgos llamaron el interés de investigadores como John Wasson, Luis Gutierrez Guerra y Ramiro Condarco desde la década de 1950. Posteriormente las excavaciones del montículo de Wankarani, realizadas por Carlos Ponce Sanginés, terminaron dando el nombre a ese desarrollo del Formativo orureño que se conoce como cultura Wankarani. En la década de 1990, el equipo de la Universidad de Pittsburgh empezó a desarrollar investigaciones intensivas en diferentes montículos, sobre todo de la región de La Joya.

En la región de los valles de Cochabamba y Santa Cruz, las investigaciones fueron promovidas por investigadores del Museo Arqueológico de Cochabamba, quienes desde los años 40, a la cabeza de Ibarra Grasso y Geraldine Byrne de Caballero, realizaron los primeros reportes. Posteriormente investigadores como D. Pereira, R. Céspedes, Ramón Sanzetenea, Javier Gonzáles y María de los Angeles Muñoz desarrollaron estudios más sistemáticos. A este equipo se unieron investigadores como Donald Brockington, Marianne Vetters, Olga Gabelmann, Christoph Dollerer, Timothy McAndrews y Claudia Rivera, quienes lograron también importantes aportes.

Estos aportes fueron extendidos a los valles del Sur con los trabajos de Rivera en Cinti y los importantes fechados que Pereira y su equipo publicaron sobre el Formativo en Santa Cruz, que muestran ocupaciones muy tempranas que hacen ver que la historia cultural del Oriente boliviano todavía es desconocida.

El Formativo en las Tierras Bajas no ha sido muy investigado, lo que no quiere decir que no exista. Un buen ejemplo constituye el sitio arqueológico Grigotá ubicado entre el segundo y tercer anillo de la ciudad de Santa Cruz. Este sitio fue excavado en 1976 por Bustos Santelices (1976, 1977) y posteriormente por Heiko Prumers (2000) del Instituto Alemán de Arqueología. Aquí se documentaron poblaciones sedentarias que practicaron la agricultura y se establecieron, según fechados radiocarbónicos, entre el 400 a. C. y 100 d. C.

Si bien en la frontera entre Brasil y Bolivia se tienen evidencias de las primeras ocupaciones sedentarias (ca. 2500 a. C.), son muy escasos los sitios formativos que han sido encontrados en la región amazónica. Esto no solamente se debe a la falta de investigación, sino posiblemente a que los sitios correspondientes a este periodo, se encuentren cubiertos por sedimentos aluviales debido a un proceso de cambio climático, el cual todavía está siendo estudiado y que estaría asociado a un aumento de las temperaturas y de la pluviosidad en toda la Amazonía (Neves, 2007).



lunes, 13 de septiembre de 2021

Historia prehispánica: El origen de la población y Poblaciones más tempranas

 El origen de la población 

La pregunta sobre del origen de la población americana fue una interrogante constante desde que la existencia de este continente fue conocida en Europa. Las respuestas que se intentaron reflejan los conocimientos, la mentalidad y los imaginarios de cada época, desde explicaciones que recurrían al Antiguo Testamento para ubicar a los habitantes de América dentro del contexto de relatos bíblicos, hasta teorías sobre el origen de la población en continentes desaparecidos. Debido al persistente interés en el asunto, en el siglo XVIII se realizaron varias expediciones científicas que permitieron profundizar el conocimiento de la población americana.

Más adelante, durante el siglo XIX aparecieron teorías del origen autóctono de las poblaciones americanas, planteadas por el argentino Florentino Ameghino, pero se descubrió que los restos óseos presentados no eran de humanos. En 1925 el portugués Mendes Correia propuso la idea de que la población de América habría llegado desde Australia. La más aceptada fue la del Norteamericano Alex Hrdlicka (1937) sobre el origen asiático de la población americana y su llegada a través del estrecho de Behring, aunque también se desarrollaron teorías sobre un origen poligenético de la población, que procedería de diferentes continentes y habría llegado de distintas maneras, entre ellas navegando de continente a continente, como planteó el francés Paul Rivet en 1943. Descubrimientos arqueológicos permitieron establecer las pruebas para las teorías, pero también éstas apelaron a la lingüística y a la biología.

Otro de los temas más estudiados y discutidos fue el de la datación de las primeras evidencias de grupos humanos en América, es decir, la antigüedad de los sitios donde aparecieron las primeras evidencias de presencia humana. Descubrimientos arqueológicos al extremo Sur del continente en las últimas décadas del siglo XX pusieron sobre la mesa de las discusiones académicas y científicas nuevos datos que todavía están en discusión. A principios del siglo XXI, el proyecto de investigación científica del genoma humano abrió las posibilidades de estudios genéticos aplicados al análisis de los restos de seres humanos que vivieron hace miles de años y que probablemente estuvieron entre los primeros pobladores del continente. Sin duda, los descubrimientos futuros y el estudio de las evidencias encontradas permitirán aclarar más el panorama de la historia temprana de la población del continente americano.

Poblaciones más tempranas

La época conocida como Arcaico se desarrolló aproximadamente entre 11000 y 4000 años antes del presente (9000 y 2000 a.C.). Las investigaciones sobre estas etapas son las menos numerosas dentro del campo arqueológico y de otras disciplinas en Sudamérica y son más escasas aún en Bolivia. Las instituciones estatales no promovieron trabajos arqueológicos que se enfocaran en este período y los esfuerzos y hallazgos realizados hasta ahora proceden de iniciativas de investigadores como Dick Edgard Ibarra Grasso (1986), Jorge Arellano (1981), Eduardo Berberian (1981) y otros. La Universidad Mayor de San Simón tuvo un papel importante con el trabajo de Ricardo Céspedes y David Pereira (2005). La colección de objetos de esta etapa histórica excavados por Ibarra Grasso, Céspedes y Pereira forma hoy parte de los fondos del Museo Arqueológico de la Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba.

En 1903 el estudioso francés Georges Courty localizó un yacimiento paleolítico en Sur Lípez. En 1954 el investigador argentino Ibarra Grasso descubrió el sitio de Viscachani, considerado actualmente un campamento al aire libre. La existencia de una enorme cantidad de instrumentos y herramientas líticas en este sitio hizo que durante décadas Viscachani fuera considerado el lugar más importante del período Arcaico, y que una de sus fases tuviera la reputación de ser la más antigua evidencia de presencia humana en Bolivia; sin embargo, descubrimientos más recientes cambian este panorama.

El inglés William Barfield realizó excavaciones en Laguna Hedionda, Lípez, al Suroeste del país, en 1958. En 1978 E. Berberian y J. Arellano encontraron y estudiaron otros sitios en Lípez con restos de herramientas líticas, y en 1982 Ibarra Grasso y Querejazu Lewis hallaron restos arqueológicos de esta etapa en San Pablo de Lípez. A partir de 1980 continuaron las excavaciones en el altiplano y en la zona de Lípez y también excavaciones en las Tierras Bajas del Chaco, al sureste de Bolivia, donde en el sitio de Ñuapua se encontraron restos humanos que fueron datados con una antigüedad de 6000 años y considerados como los más antiguos encontrados hasta entonces. También por esa misma década se realizaron excavaciones e investigaciones en Cochabamba.

Las investigaciones más recientes sobre el Arcaico fueron realizadas en 2012 por José Capriles y Juan Albarracín en el sitio de Cueva Bautista de San Cristóbal (Lípez, Potosí); los resultados permiten confirmar allí presencia humana de 10.900 años de antigüedad (c. 8900 a.C.), lo que hace que éste sea el sitio con presencia humana más antigua en territorio de la actual Bolivia.

Las investigaciones arqueológicas en Bolivia tomaron nuevos rumbos en el siglo XXI. La arqueología, centrada anteriormente en Tiwanaku, cedió paso a nuevas excavaciones que se dirigen más bien a buscar información sobre las historias de otras regiones. En el caso de las Tierras Bajas se debe mencionar que un equipo multidisciplinario (Lombardo, et al. 2013) confirmó recientemente, que algunas de las islas de bosque en los Llanos de Mojos, son en realidad acumulaciones de desechos alimenticios, principalmente de caracoles, restos de fauna y material orgánico por grupos de cazadores y recolectores que vivieron hace por lo menos 10000 años. 

viernes, 10 de septiembre de 2021

Historia prehispánica: Reflexiones y debates

El tomo I De los orígenes a la construcción de los Estados Preshispánicos es un esfuerzo por dar una
mirada de conjunto al pasado más remoto de lo que hoy es Bolivia. Dividimos este extenso período
siguiendo la manera cronológica tradicional. Incluimos una línea del tiempo que sirve como orientación didáctica de la sucesión de culturas, su elaboración implicó una serie de decisiones respecto de lo que consideramos lo más relevante en cada etapa. Sin embargo, es preciso aclarar que si bien la sucesión de culturas en el tiempo ordena la información y le da un sentido, la historia no es un proceso lineal hacia una suerte de destino superior preestablecido, es más bien un proceso complejo, expresión de la variedad de opciones asumidas por los seres humanos.

Nos planteamos tres ejes temáticos y de análisis que, de acuerdo a sus peculiaridades, son desarrollados y problematizados de distintas formas en cada capítulo. El primero de los ejes se refiere a la multiculturalidad, presente en todas las etapas aunque no siempre con la misma visibilidad. Su estudio permite conocer cómo se dieron las relaciones entre culturas y sus cambios en el tiempo. Podemos afirmar que la presencia de múltiples expresiones culturales es una de las realidades que se evidencia con mayor claridad. En el altiplano y valles encontramos una diversidad de pueblos en forma cohesionada, mientras que en las Tierras Bajas existe una atomización más marcada. A partir del supuesto de que los procesos identitarios no son sólo consecuencia de la relación entre distintos grupos sino que en gran medida están condicionados por las relaciones de poder, el segundo eje tiene que ver con la tensión entre esta multiculturalidad y la presencia o ausencia del Estado. El tercer eje que guía
nuestras preocupaciones es la relación sociedadmedioambiente pues el período prehispánico es de aprendizaje del control y aprovechamiento de la naturaleza que se expresa en las distintas soluciones culturales de los pueblos.

Fuera de los ejes planteados, quisiéramos resaltar algunos de los problemas generales que encontramos al realizar el trabajo. Uno de ellos se refiere al espacio que debería cubrir el período prehispánico. Sabemos que por entonces los límites geográficos no eran los actuales, pero a veces en los estudios sobre esta etapa no se asume de esta manera. Los límites o las fronteras políticas pueden interferir en las miradas hacia este pasado, enfatizando o minimizando la información según los intereses nacionales,
pues la construcción de la memoria nacional en cada uno de estos países tiene una de sus bases en los logros de este periodo. En Bolivia, por ejemplo, la búsqueda por dar sustento al nacionalismo de los años 50, hizo que se magnificara Tiwanaku y se minimizara a los incas. En cambio en el Perú, los incas representan el punto culminante de su pasado. El énfasis que se hace en cada uno de los países podría distorsionar la cultura de los hechos del pasado.

Este tomo, aunque se concentra en el territorio de la actual Bolivia, intentará superar las miradas nacionalistas.Tiwanaku, por dar un ejemplo, tiene elementos de la cultura chavín, ubicada en el actual Perú, y, si bien su centro estaba al Sur del Titicaca, en Bolivia, tuvo núcleos importantes en Historia prehispánica: Reflexiones y debates Moquegua o Atacama en las actuales repúblicas del Perú y Chile. Lo propio en el período de los Señoríos: un bloque importante de pueblos de lengua  reponderantemente aymara se ubicaba alrededor del Titicaca, lago que, como se sabe, comparten Perú y Bolivia. También en el sur, los carangas abarcaban Arica y el valle de Azapa, actualmente Chile. Por otra parte, los desarrollos de las Tierras Bajas tuvieron migraciones desde el Atlántico que atravesaron el Brasil, Argentina y Paraguay para instalarse en tierras bolivianas. La familia lingüística arawak tiene representantes por lo menos desde Venezuela.

El estudio del pasado prehispánico también encuentra algunas dificultades en la relación entre disciplinas. Tradicionalmente se considera que su estudio corresponde a la arqueología, sin embargo, a partir de documentos de la colonia temprana, tradición oral, documentos visuales, como textiles, cuadros y, por supuesto, crónicas, es posible obtener información desde la etnohistoria, entendida ésta como una especialidad de la historia que ha desarrollado métodos de acercamiento a las fuentes para la interpretación de los períodos prehispánicos más tardíos. Usamos la etnohistoria para subrayar los esfuerzos que se hicieron para superar la falta de registros escritos e incorporamos métodos de interpretación que no están relacionados con la lectura de restos arqueológicos. Si bien ambas disciplinas son complementarias, sus enfoques y sus conclusiones no siempre coinciden, lo que genera líneas de discusión que en muchos casos enriquecen las perspectivas tanto de la etnohistoria como de la arqueología.

Es común que los aportes de la arqueología, con estudios de caso y con la urgencia de encontrar evidencias materiales, sean más puntuales. La etnohistoria, en cambio, suele tener el problema
de dar saltos en el tiempo, del siglo XVI al XX, por ejemplo. Estas perspectivas un tanto diferentes se
hacen evidentes en ciertos momentos, por ejemplo en las hipótesis acerca de la desintegración de Tiwanaku. A pesar de ello, creemos que estas aparentes discrepancias en realidad enriquecen nuestras preguntas y posibles interpretaciones, por ello el presente volumen es precisamente el intento de conjugar los aportes de ambas –y otras– disciplinas para avanzar en nuestra comprensión de este pasado.

Dentro del panorama académico existe un desequilibrio; por una parte entre las investigaciones
arqueológicas de los países vecinos que cuentan con mayor cantidad de investigación que en Bolivia, y, por otra, entre los conocimientos sobre el oriente y el occidente de Bolivia. De este modo los estudios, excavaciones, dataciones y otros aportes que se hacen e hicieron en Perú, Chile, Argentina y Brasil sirven para completar el panorama propio.

En cuanto a Bolivia misma, es más lo que se sabe sobre las tierras altas, altiplano y valles, que sobre la Amazonia, Chiquitanía y Chaco. Aunque la región de los Llanos de Mojos ha recibido una atención privilegiada desde principios del siglo pasado (Denevan, 1966; Erickson, 2006, 2010; Jaimes Betancourt, 2012; Lombardo et al., 2012, 2013; Nordenskiöld, 1913; Prümers, 2012, 2013; Walker, 2004 ) y hay recopilación de información etnohistórica sobre la Chiquitania y Chaco (Combes, 2002-2008), todavía existe un desequilibrio de información que podría dar una impresión equivocada del pasado de ambas regiones. Las organizaciones políticas más centralizadas y la impronta estatal determinan una centralidad más contundente en las tierras altas y sobre todo en la región circuntiticaca. En ese entendido, hemos hecho también el esfuerzo por incorporar de manera coherente los últimos aportes sobre las Tierras Bajas intentando, además, tomar en cuenta su propia lógica. Sin embargo, es indispensable tener presente que “lo andino” es en realidad una articulación de diversas ecologías ubicadas en diferentes altitudes y que ríos que nacen en la cordillera de los Andes y desembocan en afluentes del río Amazonas, funcionan como corredores de comunicación entre los Andes y la Amazonía, conectando las historias de los bosques amazónicos subandinos con aquellas desarrolladas en los bosques de llanuras aluviales y tropicales.

En los últimos años el desarrollo de la ciencia en temas como la identificación del genoma humano y la investigación genética sobre los cromosomas ha abierto nuevos caminos al estudio multidisciplinario de la historia más antigua de los seres humanos, las dinámicas de poblamiento en distintos lugares del planeta, las rutas de desplazamiento y el desarrollo posterior de poblaciones locales. Aunque en Bolivia no se han efectuado estudios específicos de este tipo, centros de investigación en el exterior han realizado recientemente análisis de algunos materiales óseos de enterramientos en sitios como Tiwanaku y otros centros relacionados, y los resultados muestran nuevas y sorprendentes posibilidades que la investigación puede seguir en las siguientes décadas y que añaden nuevas dimensiones al conocimiento a través de una colaboración más estrecha de las ciencias sociales y biológicas.

Antes de hacer un desarrollo de las características de cada período corresponde realizar una breve contextualización sobre la cronología y la periodización que utilizamos, esto con el objetivo de explicar los conceptos básicos presentes a lo largo del libro. El inicio del desarrollo cultural se da a través de sociedades de cazadores-recolectores, proceso que dura varios miles de años y que está conceptualizado en dos grandes períodos. El primero de ellos es el Paleoindio, que implica la relación del hombre con la megafauna extinta en el Holoceno. Pocas evidencias de ese período son registradas en Bolivia, pero la información existente muestra que dicha relación se dio principalmente en el sur. Un período posterior es el Arcaico, que es dividido en tres sub-períodos: temprano, medio y tardío, que señalan los niveles de complejidad de esas poblaciones de cazadores-recolectores, las cuales habían sobrevivido a la última glaciación y a la desaparición de la megafauna.

Un desarrollo posterior corresponde al Formativo, período de sedentarización y de alta complejidad cultural, que es parte del proceso de formación de grandes Estados y/o desarrollos socio-políticos, debido a lo cual recibe ese denominativo. Este período también está dividido en tres sub-fases: temprano, medio y tardío, y presenta particularidades en cada región estudiada.

Para los desarrollos posteriores asumimos la periodización establecida en los Andes centrales por Rowe (1944), quien reconoce horizontes culturales y períodos intermedios. El más importante en Bolivia es el Horizonte Medio, marcado por la presencia de Tiwanaku. Sin embargo, también reconocemos una diversidad de grupos culturales en otras regiones de Bolivia que no fueron influenciados por la complejidad estatal de Tiwanaku y que tienen un desarrollo cultural particular. Existe acuerdo entre los arqueólogos en agrupar a estos pueblos como parte de los Desarrollos Regionales Tempranos.

Un período posterior a Tiwanaku es el conocido como Intermedio Tardío, pues es el antecedente a la presencia inca en Bolivia. Al parecer, existió mucha diversidad étnica y cultural en dicho período en diferentes partes del territorio, por lo cual en las zonas que se encuentran fuera de la influencia del Estado de Tiwanaku se reconocen estos grupos dentro del período de Desarrollos Regionales Tardíos. La secuencia prehispánica culmina con la incursión de los incas en Bolivia, considerado el Horizonte Tardío en los Andes o el período Inca en Bolivia. Esta secuencia resume la periodización prehispánica
utilizada en este libro.

Presentamos a continuación un balance de lo estudiado en cada uno de los períodos elegidos con el que se pretende mostrar el estado actual de las investigaciones y también definir nuestro aporte.