El Collasuyo fue el suyo austral del Tawantinsuyu,
además de ser el mayor de sus territorios. Se
extendía al Sur de Cusco (Perú), los Andes y altiplano
de Bolivia, hasta las riberas del río Maule,
al Sur del actual Santiago de Chile; y desde las
costas del Pacífico hasta los llanos de Santiago
del Estero, en la actual Argentina. El centro
neurálgico de este territorio estaba situado en
el altiplano, en torno al lago Titicaca, una de las regiones más densamente pobladas de los Andes
en tiempos prehispánicos.
El nombre de Collasuyo proviene de los pueblos
de habla aymara y de una serie de desarrollos
independientes que se asentaban en los que eran
conocidos por los incas bajo el nombre genérico de
collas. El territorio colla, en torno a la orilla Norte
del Titicaca, fue para los incas el más significativo
en los inicios de su gran expansión imperial hacia
esta parte de los Andes. En tiempos del Inca Pachacuti,
se tomó Hatun Colla, antigua capital del
reino colla, hecho con el cual el Imperio reforzó
su dominio sobre el Collasuyo. La expansión
propiamente dicha fue realizada por Túpac Yupanqui
entre 1471 y 1493, según los documentos
coloniales. Sin embargo, las fechas obtenidas en la
cuenca del Titicaca para las primeras incursiones
están entre 1450 y 1475, situando este evento
durante el reinado de Pachacuti (Stanish, 2003).
Por otra parte, antes de la llegada de los
incas, la cuenca del Titicaca estaba viviendo un
período de conflicto debido a las batallas entre
lupacas y collas. Cari, el jefe de los lupacas, había
hecho una alianza con el Inca Túpac Yupanqui,
con cuya ayuda destruyó Ayaviri y se declaró
victorioso en esa batalla. Entonces, se estableció
una capital inca en Chucuito, donde el jefe lupaca
fue nombrado cacique del Collao. Luego, se
realizó la conquista de los territorios de Pacajes,
Paucarcolla, Omasuyo, Azángaro y de las islas del
Sol y de la Luna, para posteriormente emprender
la conquista de los valles del sur.
El interés del Imperio en esta región de los
Andes estaba centrado en la fertilidad del lago
Titicaca y en la sacralidad de esta huaca natural.
Adicionalmente, el oro de Chuquiago (actual La
Paz) concitó el interés por el establecimiento de
minas. Pero, sin duda, el aspecto más llamativo
para esta ocupación fue que era el ingreso a la
zona de valles y yungas, para el aprovechamiento
de maíz y de la preciada coca. De la misma forma,
la alianza con los jefes collas y lupacas implicó un
logro político que permitió su ingreso e interrelación
con otros grupos de la región.
Los aspectos señalados, sin duda, fueron
efectos ocasionados por la incursión y el establecimiento
de nuevas políticas en los Andes durante
el período Inca. Sin embargo, la generación de
nuevos estudios arqueológicos en áreas marginales
del Imperio nos está mostrando otros aspectos
y variantes en cuanto a su relacionamiento con
los grupos locales. Dichos efectos son advertidos
tanto a nivel del Imperio como de las mismas
poblaciones anexadas, en una dinámica de retroalimentación
constante.
Una característica que cambió el patrón de
asentamiento previo es que los asentamientos
principales estaban integrados a una red que
contemplaba caminos, tambos y áreas administrativas.
Por tanto, se establecieron “capitales”
en diferentes partes, desde donde se expandió
la actividad regional, y las que fueron ocupadas
específicamente durante ese periodo. Las más
importantes en la cuenca del Titicaca fueron
Hatun Colla, en territorio colla, y Chucuito, en
territorio lupaca.
El centro panregional seguía siendo Cusco,
pero en el área del Titicaca se establecieron
centros regionales secundarios que estaban en
un rango de entre 20 y 80 hectáreas, entre los
que figuraban los centros de Hatun Colla y Chucuito,
pero también Paucarcolla, Acora y Juli, en
territorio lupaca del actual Perú (Stanish, 2003).
En cambio, hacia lo que hoy es Bolivia se establecieron
centros regionales más pequeños, los
que en opinión de Stanish (2003) no rebasaban las
11 hectáreas de extensión, ubicados en Pucarani,
Guaqui, Tiwanaku, Sullkamarca, Copacabana, las
islas del Sol y de la Luna, además de Huancané
(Fig. 102). Todos estos territorios correspondían
tanto a los pacajes como a los collas.
Es interesante notar que, según las visitas de
los primeros tiempos de la Colonia, estas poblaciones
tenían miles de tributarios, ratificando su
importancia como centros regionales del período
Inca, pero también como poblados mantenidos
durante la Colonia.
A pesar de la importancia del área del Titicaca
para los incas, debemos decir que el territorio
del Collasuyo era un espacio más amplio, en el
cual se desarrolló una serie de cambios estructurales
a nivel político, económico, social y, sobre
todo, territorial. El territorio fue dividido en
guamanis o provincias (compuestas por 10000
familias), las mismas que fueron la base de los
corregimientos en tiempos coloniales, y de las
provincias de la época republicana. Esta división
territorial fue la que encontraron los españoles, la
cual fue luego registrada en los documentos del
siglo XVI y reconocida hasta la actualidad como
parte de las tierras de los grupos preincaicos (ver
Bouyssé-Cassagne, 1987).
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Al ser el lago Titicaca un espacio sagrado para los incas, se establecieron sitios de gran importancia en los alrededores. En este mapa seobserva la distribución de los principales sitios de este periodo.
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La incorporación de las poblaciones al Sur
del Titicaca comprendió una serie de sucesos y
alianzas con las jefaturas de las poblaciones locales.
Como ya fue mencionado, la anexión de los
carangas se dio a partir de la alianza para someter
a los pacajes, creando la provincia Hatun Caranga.
Una vez que fueron sometidos los pacajes, se
procedió a la conquista de los reinos del sur, los
charcas entre ellos. La indomable estirpe guerrera
de los charcas los convirtió luego en parte de
los ejércitos del Inca para conquistar las Tierras
Bajas del Chaco y de la Amazonía (Saignes, 1985).
Posteriormente, las tratativas realizadas con
el cacique Guarachi de los quillacas posibilitó
su anexión y la creación de una confederación
multiétnica (Lima, 2008). El ingreso a esta región
permitió la posterior anexión de los chichas y la
explotación de sus recursos minerales, por lo que
allí se estableció un grupo de incas de privilegio,
los denominados Orejones (Angelo, 1999). Hacia
el este, el establecimiento del centro administrativo
de Paria posibilitó el ingreso a los valles de
Cochabamba, con el traslado de una gran cantidad
de mitmas que se dedicaban a la producción
agrícola (Wachtel, 1982), aspecto que incidió en
su denominación como “granero del Inca”.
La alianza con el cacique Francisco Aymoro
permitió el establecimiento de Hatun Yampara
como centro desde donde se controlaba todo el
Norte de Chuquisaca y a sus diferentes poblaciones
(Barragán, 1994). Esta avanzada pretendía
extender los dominios del Imperio hacia el Chaco,
a partir de la construcción de fortalezas en la
denominada frontera oriental para conquistar el
territorio de los guaraníes.
Más al Sur de este territorio, el Imperio
conquistó el occidente de la actuales provincias
de Catamarca, Tucumán, Salta, Jujuy, La Rioja,
San Juan y el extremo Noroeste de Mendoza,
incorporándolas al Collasuyo. Los pueblos que
habitaban esa región: omaguacas, diaguitas,
calchaquíes, huarpes, entre otros, intentaron resistir, pero fueron sometidos. Es así que se
establecieron las provincias de Humahuaca, con
probable cabecera en Tilcara y habitada por mitmas
chichas; de Chicoana o Sikuani, habitada por
los pulares; de Quire-Quire o Kiri-Kiri, ocupada
por calchaquíes y yocaviles, además de un gran
número de mitmas de Tucumán o de Tucma; y
la más meridional conocida como Cuyo (Palma,
1998; Williams, 2000).
Los sitios inca más importantes en esta región
son: el Potrero de Payogasta (Salta), la Tambería
del Inca (La Rioja), pucará de Aconquija y
el Shincal de Londres (Catamarca), pucará de
Tilcara (Jujuy) y las ruinas de Quilmes (Tucumán)
(Raffino y Alvis, 1993). Según los estudios,
la mayoría de estos sitios presentaba ocupación
preincaica, siendo organizados por los incas en
una red de puestos de control militar.
En territorio del actual Chile, Túpac Yupanqui
conquistó a los diaguitas de los valles del Norte.
Hacia el sur, sometió a parte de las poblaciones
Norteñas del territorio picunche (Pikun Mapu)
que habitaban el valle de Aconcagua, donde se
piensa se establecieron los límites del Imperio,
aunque éstos fueron luego extendidos hasta el
río Maule.
Esta nueva configuración territorial del
Imperio conllevó –como en otras partes de los
Andes– una nueva jerarquización social. Pero su
control fue posibilitado por la implantación de
una red de comunicación y circulación de bienes
y productos, asociada a un sistema de centros
administrativos (tambos), áreas agrícolas (qollqas y
takanas) y de producción de tejidos, asentamientos,
fortalezas (pucaras) y santuarios de altura.
Dicha red conformó parte del llamado Camino
Real o Capac Ñan.
Sin duda, a nivel constructivo, el Capac
Ñan es la infraestructura vial más monumental
de los Andes, siendo una red de caminos que se
extendía por todo el territorio, desde Ecuador
hasta Argentina, institucionalizando la vialidad en
tiempos prehispánicos para el aprovechamiento
de recursos de las diferentes regiones del Tawantinsuyo.
Cuatro eran las vías que a lo largo y a lo
ancho integraban todo el Imperio: Cusco a Quito,
con un ramal hasta Pasto (Colombia); Cusco
a Nazca y a Tumbes (frontera Perú-Ecuador),
Cusco a Chuquiago, Cusco a Arica y Atacama,
con ramales hasta el río Maule y a Tucumán (Fig.
103). A partir de esas cuatro vías se desprendían
ramales en todas las direcciones y hacia las áreas
que estaban bajo la égida del Imperio. Gran parte
de esas ramificaciones han sido registradas en
Bolivia y los países vecinos, siendo reconocidas
por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la
Humanidad (2014).
El trabajo de ingeniería de esta red vial
muestra el avance tecnológico de este periodo,
así como la capacidad de movilización de gente
que tenían los incas. Los datos de registro del
Capac Ñan muestran tipos de soluciones para
efectivizar la movilidad en diferentes momentos
del año y por diferentes tipos de ambientes. La
red está dispuesta en llanuras, crestas de cerros,
sobre bofedales, ríos, etc., haciendo uso de recursos
como puentes, empedrados, graderías y
descansos. De la misma forma, parte de su mantenimiento
tenía que ver con la construcción de
canales, controles de paso, señalización, aspectos
que permitían la ágil circulación de productos y
de información por todo el Imperio (Espinoza,
2004). Debido a estas características, el Capac
Ñan también es conocido como la vía más directa
para llegar a Cusco.
La vía más larga contaba con una longitud
de 5200 kilómetros, desde Quito (Ecuador) pasando
por Cusco, hasta Tucumán (Argentina). A
lo largo de esa ruta, se establecieron tambos y
postas o lugares de paso para el almacenamiento
de granos y otros alimentos, además de dar
cobijo a los viajeros. En su recorrido también se
encuentran apachetas asociadas, simbolizando la
sacralidad que los antiguos habitantes le dieron
al paisaje andino.
Como infraestructura, presenta tres elementos
que permiten su identificación: 1) el registro
de su presencia en documentos coloniales; 2)
su dirección, ya que todos conectaban sitios
prehispánicos entre sí, y 3) sus características
constructivas (Espinoza, 2004). Así se diferencian
rutas principales y caminos transversales,
siendo las primeras las que definían el tránsito
Norte-sur, y las otras las que unían los poblados
más pequeños por todo el territorio. Por ejemplo,
cerca del lago Titicaca, la ruta principal se
dividía en dos ramales (Urcosuyo y Umasuyo),
para retomar su curso hacia el sur; de ella se desprendían
rutas transversales que se diseminaban
por toda la cuenca y conectaban esta región con
poblaciones de valles calientes, costa e incluso
otros pueblos del altiplano.
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| Figura103. La red vial del Cápaq Ñan fue una de las infraestructuras más monumentales del mundo antiguo en los Andes. Se trataba de ramales de | caminos construidos a lo largo de todo el Imperio, comunicando el centro político de Cusco con sus diferentes territorios. | Fuente: Hyslop, 1992; Estévez, s/f. |
Esos caminos, que se encuentran en todo el
territorio andino, fueron mejorados con infraestructura
imperial a partir de rutas pre-existentes,
lo cual denota la movilidad de las poblaciones
mucho antes de la presencia de los incas. En
ese ámbito, podría decirse que el Imperio únicamente
institucionalizó la dinámica existente,
con el objetivo de organizar el movimiento de
los productos.
El efecto de la correcta administración del
sistema económico-social descrito fue el lograr
que el Imperio tenga la producción necesaria para
la redistribución. Dicha producción provenía de
la agricultura, la ganadería, la pesca, la artesanía
y la caza, generándose espacios y poblaciones
especializadas que mantenían la provisión de esos
productos, tanto para el consumo de la élite como
para la manutención de sus ejércitos. Todos esos
aspectos representaron una nueva dinámica para
las poblaciones del Collasuyo y del resto de los
Andes; algunos de esos cambios registrados en
lo que actualmente es el territorio boliviano son
descritos a continuación.