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miércoles, 23 de febrero de 2022

Expansión imperial de los incas en los Andes

La lógica territorial expansiva de los incas se desarrolló en diferentes espacios temporales. Según los documentos coloniales y en base a los relatos de los cronistas, se reconocen cuatro expansiones:

  • La primera expansión de Pachacuti entre 1438-1463, en los alrededores de Cusco.
  • Las expansiones de Pachacuti y Túpac Yupanqui entre 1463-1471, que extendieron el territorio hacia el Norte.
  • La expansión de Túpac Yupanqui entre 1471-1493, que extendió su territorio al sur, contemplando la llegada al altiplano y todo lo que corresponde a Bolivia.
  • La expansión de Huayna Capac entre 1493-1525, que se extendió al territorio de los chachapoyas (Fig. 98).

Las expansiones definieron su área territorial y poblacional, la que rebasaba el millón de habitantes y que posteriormente fue homologada con el territorio de los Andes. Como unidad política, se conocía a ese territorio como Tawanatinsuyo, dividido en cuatro partes: Chinchasuyo, Contisuyo, Antisuyo y Collasuyo.

Sin embargo, a pesar de estar reconocido el marco cronológico propuesto a partir de documentos coloniales para el proceso expansivo, en todo los Andes surge información que sale de ese marco. Por ejemplo, hay que mencionar una cantidad considerable de fechados tempranos del periodo Inca que se encuentran en áreas marginales del Imperio, tal el caso de instalaciones registradas en zonas de los actuales Chile y Argentina (Stehberg, 1995). Otro aspecto que marca esta diferencia temporal es la existencia de cierta información etnohistórica que alude la presencia Inca en áreas como las de Chuquisaca, con anterioridad a su presencia imperial y a manera de proceso de interrelación con las poblaciones locales (Sores de Ulloa, 1595). Esto nos lleva a cuestionar si la presencia imperial en los Andes se dio realmente a partir de las diferentes campañas expansivas, o si existió un proceso previo de interrelación con los grupos locales para luego implementar un proceso político único en los Andes.

Por los datos que se registran en diferentes partes, tanto a nivel arqueológico como etnohistórico, es posible pensar en un proceso previo y de contacto de los incas con otros grupos o con otras etnias. Según la etnohistoria, la presencia incaica en los Andes Centro Sur se habría dado después de 1470, con la expansión de Túpac Yupanqui, pero los fechados de numerosos contextos del Sur datan de tiempos anteriores, problematizando ese hecho.

Entonces, las preguntas que surgieron en el ámbito arqueológico eran si los fechados estaban correctos o fueron alterados, o si los datos de la etnohistoria fueron tergiversados por los cronistas. Por otra parte, es un hecho que al estar basada la cronología Inca en datos históricos, éstos deben ser considerados relativamente.

Una u otra suposición lleva a un error técnico o de interpretación; pero una tercera alternativa, planteada como hipótesis, es la que considera un contacto previo de los incas con otras poblaciones. Ese hecho pudo permitir una “planificación” para reconocer los territorios que eran de su interés y hacia donde luego se expandieron. De esa forma también podría explicarse que no sólo utilizaron la fuerza para conquistar a determinada población, sino que una de las variables más constantes fue la alianza con las élites locales. Por tanto, a pesar de no ser conclusivos con ese tema, es importante la consideración de diferentes etapas para un proceso que cambió la vida de los diferentes pueblos en esta parte de América.
En este mapa se pueden diferenciar los diferentes momentos del proceso expansivo Inca

Como es de suponer, dicho proceso implicó una serie de estrategias que fueron utilizadas para lograr el control del territorio y su relacionamiento con las poblaciones locales. La literatura arqueológica sistematizó este relacionamiento a partir de tres tipos de control, que el Imperio habría implementado en las áreas que le fueron anexadas. Dichas estrategias consistían en un control directo, que plantea la implementación de un sistema imperial a través del relacionamiento – también directo– con los grupos locales (Fig. 99).
Niveles de control politico

En este caso, la población era sometida y se le imponía una jefatura externa proveniente del nivel centralizado. El ejemplo más claramente registrado etnohistórica y arqueológicamente es el caso de los huancas, en la sierra peruana. Los acontecimientos desarrollados en el valle de Mantaro durante la incursión inca fueron desastrosos para la población Huanca.

Su capital Hatun Jauja fue tomada por la fuerza, luego de haber sido vencidos por los ejércitos Inca hacia 1450. Se dice que los mismos fueron dirigidos por el general Capac Yupanqui, considerado hermano del Inca Pachacuti. Después de cinco años de resistencia, su ciudad fue arrasada, quemando sus estructuras y movilizando a su población a otras áreas en calidad de mitayos del Inca. Dicho evento fue registrado en las excavaciones realizadas en Hatun Jauja, donde se comprobó tan violenta incursión, verificando los contextos de quema del asentamiento principal y la sobreposición de las estructuras incaicas en relación a las del período precedente (D’Altroy, 1984, 1992). Éste es uno de los pocos casos en los que la presencia imperial es impuesta física e ideológicamente. El rencor de los huancas parece haber conservado una resistencia, plasmada en una venganza histórica contra los incas, ya que se convirtieron en los primeros aliados de los españoles cuando éstos ingresaron al Collasuyo, contribuyendo a la caída del Imperio (ver Espinoza, 1971).

Una segunda forma de entender el relacionamiento de los incas con las poblaciones locales es el modelo de control indirecto. En este caso, el control de dichas poblaciones se daba a través de una supervisión imperial, mediada por un acuerdo o alianza con las jefaturas locales (Fig. 100). Bajo este modelo se plantea también que dichas alianzas se daban con poblaciones que denotaban niveles consolidados de organización política.
Niveles de Control Inca

Algunos ejemplos de este modelo se observan en las alianzas que realizaron los incas con los jefes de algunos pueblos aymaras, como se observa en el caso de los lupacas y los collas (Pease, 1978, 1982) o de los Carangas (Lima, 2012). Durante el reinado del Inca Viracocha, Cari, el señor de los lupacas, y Zapana, el señor de los collas, se encontraban en conflicto, por lo cual se dice que enviaron emisarios al Inca buscando su apoyo en la guerra. Cuando Viracocha llegó cerca de Hatun Colla, fue informado de la victoria de Cari, razón por la que estableció un pacto amistoso con él. Esta alianza constituyó un paso fundamental para la posterior expansión hacia el Collasuyo y la región adyacente al Titicaca, posibilitando el establecimiento de los santuarios en las islas del lago. Es así como los señores locales luego formaron parte de una élite local vinculada al Imperio.

El caso de los carangas resulta también bastante interesante, ya que el paso por su territorio les permitió a los incas la derrota de los pacajes en tiempos del Inca Túpac Yupanqui. Como mencionan Gisbert et. al. (1996), el Imperio se encontraba en guerra con los pacajes, quienes se oponían a la incursión política de su territorio. Luego de varios enfrentamientos, los incas diseñaron una nueva estrategia para enfrentarlos, rodeándolos por la parte Sur del territorio.

Para ello, bordearon el lado occidental del Titicaca, bajando a tierras de los carangas, quienes cedieron el paso a los ejércitos del Inca. Esa inesperada arremetida logró el sometimiento de los pacajes, para luego ser anexados al Imperio. Como se verá más adelante, los restos materiales de la alianza con los carangas son las chullpas (torres funerarias) de color, registradas en la región del Río Lauca, cerca de la frontera del actual Oruro con la República de Chile.

Una variante de ambos modelos es la que Katharina Schreiber (1992) denomina control mixto, ya que denota niveles de control directo e indirecto al mismo tiempo (Fig. 101). Este nivel de control parece haber sido ejercido por los incas a través de un grupo dominante en determinada región, el cual estaba directamente relacionado con el Imperio.
Niveles de Control Politico

Un ejemplo de esta forma de control político es el que desarrollaron los incas en el Norte de Chuquisaca. Durante el Horizonte Tardío, el desarrollo regional más importante correspondía a los yamparas, quienes tenían a Francisco Aymoro como su cacique principal. Los documentos coloniales relatan sobre la alianza de los incas con el mencionado cacique, quien en el siglo XVI reclama esas tierras a la corona española (Barragán, 1994).

A través de las investigaciones arqueológicas se ha establecido que la consolidación de una de sus capitales, ubicada en Quila Quila, corresponde a los tiempos del Inca y es reconocida en los documentos del siglo XVI. A pesar de ello, la presencia Inca es casi inexistente en Quila Quila, siendo relevante sólo una ocupación Yampara Tardío. Ese hecho muestra que la alianza con el cacique Aymoro posibilitó el control de las poblaciones locales para el Imperio, posicionando al mismo como una autoridad regional. Por tanto, los yamparas se constituyeron como la élite local en el Norte de Chuquisaca, sobreponiéndose a los otros grupos de la región (Lima, 2000).

En todos los casos descritos, se observa que los efectos políticos que tuvo la incursión inca, a pesar de la estrategia de control que fuera utilizada, cambiaron el panorama político y social local. Por otro lado, la forma de sistematizar los tipos de control ejercidos por el Imperio sobre las poblaciones locales fue estructurada a partir de modelos planteados como estrategias políticas. Dichos modelos denotan un relacionamiento vertical entre el Imperio y los grupos locales, perspectiva que resultó apropiada para la mayor parte de los arqueólogos andinistas, quienes durante los años 90 se enfocaron en contrastar sus datos con dicho esquema.

Sin embargo, esta forma de entender el relacionamiento imperial va siendo lentamente discutida y re-analizada a la luz de las nuevas investigaciones que se realizan en torno a la problemática inca (Alconini, 2002; Angelo, 1999; Lima, 2000; Vranich et. al., 2002). Lo que está mostrando esa nueva información es un panorama más complejo de lo que plantean los modelos procesuales, ya que cada caso muestra alternancias no contempladas en los esquemas descritos, así como diferentes niveles de interacción con las poblaciones..

Por otro lado, las manifestaciones materiales registradas en algunos sitios permiten inferir estrategias de dominio o relacionamiento como formas políticas y rituales imbricadas. Ese es el caso, por ejemplo, del sitio Inca registrado en Tiwanaku, el mismo que parece responder a un nivel de ritualidad continuado desde el Horizonte Medio (Vranich et. al., 2002). Lo mismo sucede con los asentamientos del lago Titicaca, que si bien eran parte de un eje administrativo de las poblaciones locales, su función principal estaba relacionada al ritual a partir de la peregrinación.

En otras partes –en cambio– se observa la injerencia del control imperial sobrepuesta a las estructuras locales, influyendo en la re-estructuración poblacional y territorial. Ese podría ser el caso de la organización de los quillacas, cuya estructura confederativa no tiene un correlato arqueológico, interpretándose como una reestructuración incaica a partir del movimiento de poblaciones (Lima, 2008). En un caso contrario, se advierte la alianza que realizaron con los caciques locales de las Tierras Bajas, a través de matrimonios, para lograr su avanzada hacia la Amazonía y el Chaco (Tyuleneva, 2010).

Estas nuevas miradas del fenómeno inca configuran un mosaico de estrategias que no pueden ser sistematizadas de forma tan esquemática. Por tanto, tampoco son viables ahora los estudios de contrastación de los modelos, ya que cada caso presenta sus particularidades; posiblemente, éste sea uno de los aportes más importantes al tratamiento de la problemática inca en los Andes.

lunes, 21 de febrero de 2022

La guerra en tiempos del Inca

Una de las formas de expansión de los incas se dio a través de la guerra. Para ello, el Imperio contaba con todo un aparato compuesto por escuadrones de población, organizados según la etnia de los soldados (auca runas). Dichos soldados se armaban y adornaban con cueros, telas, escudos, plumas, joyas o con pinturas corporales para el enfrentamiento, siendo estos elementos el reflejo de su procedencia étnica.

Los ejércitos tenían como unidades máximas a divisiones de 10 000 hombres, al mando de un Apusquin Rantin, equivalente a un teniente general. El general en jefe se denominaba Apusquispay, y al general de brigada lo llamaban Hatun Apu. Para comunicarse con los lugartenientes y los soldados se utilizaban conchas, trompetas y tambores.

Las principales armas defensivas eran los escudos (Hualcana), los cascos (Uma chucu o prenda de cabeza), las pecheras que solían tener grabados simbólicos de adorno y las armaduras, consistentes en túnicas de algodón muy gruesas y acolchadas. En cambio, las armas ofensivas eran la macana, la estólica (cumana), la honda (huaraca), la boleadora (liwi), la lanza (Suchuc Chuqui), la maza (Chaska chuqui o lanza con punta de estrella), los arcos y flechas de tradición selvática, los mazos (Chambi) y las hachas (Cunca chucuna). Algunas de estas armas eran de metal, pero en general eran de piedra y madera. Esa es una diferencia clara con respecto a los europeos en el uso de los metales en situaciones bélicas. Pero en la etapa de contacto, se dice que los incas fueron influenciados militarmente por el uso de caballos, espadas y armadura. Como dato anecdótico se puede mencionar que cuando Manco Inca se rebeló contra los españoles formó un batallón de soldados montados a caballo y que él mismo utilizó armamento español (Espinoza, 1997).

domingo, 20 de febrero de 2022

Contactos previos de los incas. Registros de la región de Quila Quila - Chuquisaca

Los contactos iniciales de los incas con otras poblaciones pudieron darse a nivel protocolar y posiblemente les sirvieron para focalizar algunas ‘áreas estratégicas’. Un caso interesante es el de Quila Quila, donde se asume que el motivo de la presencia imperial fue la explotación de algunos recursos específicos (Lima, 2000). Debido a ello, llama la atención que algunos documentos mencionen:

Fue el Inca Kapac Yupanqui, que paseando sus huestes conquistadoras, llegó hasta las tierras de Quilaquila…(sic)…Según cuenta una tradición el Inca pasábase meses íntegros en estas orillas del Pilcomayo y cuando alguno preguntaba donde se encontraba el Inca, solían responder sus vasallos que el Rey Inca, se las pasaba meses y meses en las aguas termales. (sic) Quilaquila merecía la preferencia del Inca, por las propiedades medicinales de sus aguas termales que corren en un riachuelo llamado Talula, a la orilla del Pilcomayo y a sólo 10 km del pueblo, convertida por el Monarca Indio en balneario real ante la prescripción de los Yatiris, los médicos del Imperio Incaico (García, 1965: 121-122).

La referencia de Capac Yupanqui es sugerente. De acuerdo con Pärsinenn (1992), este personaje fue parte del gobierno Inca en la época de Pachacuti, en un período anterior al que se identifica como el tiempo de conquista de esa región:

Capac Yupanqui fue el conquistador de Jauja y Vilca… también conquistó el valle de Chincha en la costa peruana… al tiempo de Pachacuti. Esto también aclara que el llamado quinto Inca por los clásicos cronistas es la misma persona que otro Capac Yupanqui quien dijo haber sido “capitán de la armada Inca” y quien también conquistó Vilca y Jauja para su “hermano” Pachacuti; esa historia es bien conocida por Betanzos, Cieza, Sarmiento, Cabello, Murúa, Garcilaso y Cobo. Entonces él no fue un rey Inca que gobernó antes de Pachacuti, pero si un líder militar y “otro Inca” del tiempo de Pachacuti (Pärsinenn 1992:81)
.

Este dato muestra que los contactos de los incas con los pobladores de Quila Quila fueron anteriores a 1470. Posiblemente, situaciones similares se desarrollaron en otras regiones, las cuales luego fueron parte del territorio imperial.

sábado, 19 de febrero de 2022

El Imperio de los incas

Mucho se ha discutido sobre la pertinencia de denominar a los incas como un Estado o un Imperio, pero en los últimos años parece existir un acuerdo entre arqueólogos e historiadores para aceptar su denominación como Imperio. La teoría política señala que los Imperios son la expresión máxima del poder sobre otras sociedades, tanto a nivel político como económico. Las poblaciones quedan supeditadas a ese aparato, el cual ejerce soberanía y control manipulando su estructura social.

Según Schreiber (1992), el tipo de control que ejercen un Estado y un Imperio es diferente en naturaleza; su diferencia radica en el nivel de organización y la forma de expansión. Los Estados pueden llegar a expandirse sin ejercer control total, éstos deben incluir territorios continuos; sin embargo los Imperios denotan un control más rígido sobre las poblaciones sometidas y pueden ser territorialmente discontinuos, contemplando de esta forma un dominio ecológico mayor. Ambos emplean tanto la diplomacia como la fuerza militar en su expansión.

Por otro lado, tanto los Estados como los Imperios difieren en términos de diversidad cultural. Esto significa que la conformación de ambas estructuras políticas no está supeditada al criterio de identidad étnica. Los Imperios pueden ser multiétnicos, multilingüísticos y multinacionales; en cambio el Estado puede ser multiétnico pero no multinacional (Ibid.).

Tomando en cuenta esos lineamientos, podemos decir entonces que un Imperio presenta algunas características específicas. Una de las principales es que se expande rápidamente a nivel territorial, usando –algunas veces– la fuerza militar. Dicha incursión implica la manipulación de los sistemas políticos locales para servir a las necesidades imperiales, aunque no siempre se imponen reglas directas (Doyle, 1986).

Este tipo de desarrollo centra su atención en intereses económicos y controla la producción y distribución de todos los recursos necesarios. Su nivel de organización política centralizada le permite tener control económico e ideológico de las poblaciones sometidas. Para ese efecto utilizan determinadas estrategias, las cuales garantizan el control hegemónico del territorio (Dillehay y Netherly, 1988; Pease, 1982).

Otro rasgo que caracteriza a los Imperios es el uso del poder, el mismo que tiene una incidencia directa tanto a nivel simbólico como económico y social. En cualquiera de los casos, implica la subordinación de la población frente a un escaso grupo de la misma. Los resultados del manejo del poder siempre derivan en desigualdad social, la que se hace más evidente mientras más consolidado está el poder político (Balandier, 1969; Cohen, 1976; Schreiber, 1992; Wright y Johnson, 1975). Los Imperios son la expresión máxima del poder sobre otras sociedades, tanto a nivel político como económico. En un contexto imperial, las poblaciones quedan supeditadas a ese aparato político, el cual ejerce soberanía y control manipulando su estructura social.

Una última característica que debe considerarse es que los Imperios no pueden ser permanentes y tienen una vigencia temporal corta, manteniéndose por pocas generaciones. En cambio, los Estados pueden durar más en el tiempo, uno de los ejemplos para entender ese proceso de permanencia política es Tiwanaku (600-1100 d. C.). Este importante Estado prehispánico de los Andes tuvo una duración de alrededor de 500 años, basado en una estrategia de cohesión ritual-religiosa que aglutinaba a poblaciones de diferentes procedencias.

Claramente, los incas cumplían a cabalidad todas las características mencionadas, estableciéndose como el Imperio más grande de la América del Sur. Sin embargo, es importante mencionar que no fue el primer Imperio prehispánico de esta parte de América. Un desarrollo imperial precedente fue Wari, que durante el Horizonte Medio dominó y se expandió por la sierra del actual Perú, siendo contemporáneo con Tiwanaku. Ya en tiempos más tardíos, en Norte América se desarrolló el Imperio Azteca, el cual –al igual que los incas– fue interrumpido por la colonización ibérica.

Como desarrollo imperial, los incas manifestaron una tendencia a la centralización política regional, aspecto que se reflejó en la creación de centros administrativos. El centro y capital política fue establecida en Cusco, pero también se reconoce la tardía capital establecida en Quito. Este hecho muestra una bipartición conflictiva de la centralidad debido a la emergencia de poderes duales, como se manifestó en el gobierno de los dos hijos de Huayna Capac: Huáscar y Atahuallpa. El primero estableció su centro en Cusco, mientras que Atahuallpa gobernaba el Norte, a partir de su centro en Quito.

Un segundo nivel serían los centros regionales, pertenecientes –en algunos casos– a los centros políticos de los pueblos anexados al Imperio. Dichos centros fueron construidos en los diferentes momentos de la expansión política, entre los que se puede mencionar a Ollantaytambo, donde se registra evidencia de la influencia de la arquitectura Tiwanaku en las construcciones Inca. También son relevantes los centros de Hatun Colla, donde en el siglo XVI todavía se hablaba puquina, y Hatun Jauja, centro reconstruido sobre las cenizas de la capital Huanca. En el área circunlacustre, dos sitios fueron los más importantes, Tiwanaku y Copacabana; el primero era el principal centro religioso del Horizonte Medio, además de haber sido el sitio de origen mítico de los incas. En Tiwanaku establecieron un asentamiento ritual y administrativo que no se sobrepuso al sitio más temprano, probablemente respetando su importancia religiosa. Por su parte, Copacabana era un centro ritual y multiétnico donde se concentraban poblaciones provenientes de diferentes partes de los Andes.

Fuera del área del Titicaca, se reconoce la importancia de varios centros, como los de Incallajta e Incarracay, áreas relacionadas a la producción agrícola; Paria y Sevaruyo, como parte de los centros administrativos relacionados al Capac Ñan (Camino Real), a partir de los cuales se propiciaron múltiples contactos interétnicos. Este nivel de centralización política y poblacional también centralizó los poderes locales. El efecto de ese hecho fue la anulación de la fuerza y decisión política e individual de las poblaciones anexadas al Imperio.

Otro aspecto que caracterizó la política imperial inca fue la emergencia o consolidación de niveles de jerarquía, ya fueran éstos locales o externos. Durante su vigencia, como desarrollo político se estableció una forma de administración que, si bien estaba centralizada simbólicamente en el Sapa Inca, contaba con un esquema social y político que definía claramente la toma de decisiones en todo el Imperio.

En ese sentido, según Rostworowsky (1988), se pueden reconocer cuatro niveles de mando: incas de sangre real pertenecientes a cada una de las dieciséis panacas o grupos de poder reales, de entre los cuales se elegía a los gobernantes cusqueños; los Hatun Curacas, que eran los enviados para la administración de los territorios anexados, vivían en las capitales de los diferentes curacazgos, y cuyo nivel de autoridad estaba relacionado al tipo de organización política y territorial que tenía la población local anexada; los incas de privilegio que pertenecían a las élites locales y que, sin embargo, contaban con mayores beneficios a nivel social y político, entre los que se puede mencionar a los Chichas Orejones y a los Huallpa Rocas. Otros cargos de menor jerarquía eran los curacas eventuales, designados por cualquier miembro de la élite inca para servir en tareas administrativas, así como los curacas yana, figura no muy usual en la que un yanacona podía fungir como administrador eventual en caso de ausencia del delegado imperial. Esta categoría de jerarcas constituía la élite inca y se encargaba del manejo administrativo del Imperio.

Esta drástica estratificación social implicó también el surgimiento de instituciones económicas como la mit’a, las cuales cambiaron la vida de las poblaciones sometidas al Imperio. Si bien la mit’a fue una forma de trabajo comunal para las poblaciones locales, durante la égida del Imperio se convirtió en una forma de ofrecer tributo en especie a los gobernantes. Se dice que existía una mit’a de trabajo, una agraria, una pesquera y otra minera; de esta forma, la élite y los señores locales aprovechaban los diferentes recursos provenientes de todo el territorio.

De la misma manera, a través de la mit’a se logró la construcción de los magníficos monumentos arquitectónicos Inca que ahora son objeto de admiración. Este tipo de tributo estaba destinado al trabajo de la tierra en diferentes niveles: las tierras del Inca o del Imperio, las tierras privadas del Inca, las tierras de las huacas y las tierras del ayllu. Salta a la vista que no existía propiedad ni producción privada.

Bajo estos lineamientos políticos, sociales y económicos, los incas se expandieron por todo los Andes, instaurando –durante casi un siglo– un sistema administrativo y de control sin precedentes.


Sistema social imperial

Según Maria Rostworowsky (1988), el Imperio
Inca estaba constituido por los siguientes niveles
sociales:
Panacas reales
Administradores
Sacerdotes, hechiceros y adivinos
Mercaderes y comerciantes
Artesanos
Hatun runas o campesinos
Pescadores
Mitmaqunas o poblaciones trasladadas
Yanaconas o servidores
Mamaconas o mujeres escogidas
Piñas o prisioneros de guerra

viernes, 18 de febrero de 2022

Las guerras entre incas y chancas

Durante fines del siglo XII y principios del siglo XIII, el Estado Inca empezó a expandirse en la región de Cusco, siendo uno de los eventos más notables para su expansión la guerra con los chancas.

La etnohistoria relata de manera muy vívida el proceso bélico sostenido entre incas y chancas, uno de los hitos más importantes para el surgimiento del Imperio. Hasta ese tiempo, los incas todavía eran uno de los grupos regionales que pugnaban por el control de las etnias vecinas; mientras que los chancas –población proveniente de la sierra- pugnaban con otros grupos por el dominio regional.

Según Maria Rostworowsky (2010), las primeras batallas fueron desarrolladas alrededor de 1438, durante el gobierno de Huiracocha. El episodio de conflicto fue originado por el ataque de los chancas a la ciudad de Cusco, culminando con una victoria inca que obligó al ejército chanca a replegarse a Ichupampa.

Tiempo después, una respuesta ofensiva a la cabeza de Pachacuti, en la mítica batalla de Yahuarpampa, posibilitó la victoria definitiva. Se sumaron los restos del ejército chanca al de los incas, consolidando con este episodio el total dominio del valle de Cusco, además de su poderío bélico.

Maria Rostworoswki también explica que fue el botín recogido de los chancas lo que le permitió al nuevo Imperio iniciar su política de reciprocidad y redistribución. Con estas estrategias lograron – además- tener la hegemonía económica y política en la región, expandiéndose posteriormente hacia diferentes partes de los Andes.

jueves, 17 de febrero de 2022

La formación del Estado en Cusco hasta la conformación del Imperio

La formación de un Estado implica niveles de centralización política, jerarquización social y delimitación territorial. Según Brian Bauer (2006), este proceso se dio alrededor del año 1000 d. C., a partir de las óptimas condiciones que ofrecía el valle de Cusco para la producción agrícola –principalmente de maíz– y de la realización de múltiples alianzas políticas que lograron los killkes con otros grupos vecinos. Esto posibilitó un soporte político para el grupo dominante y la generación de excedentes económicos que luego eran redistribuidos entre las jefaturas locales.

De la misma forma, se fue consolidando el crecimiento del asentamiento central en Cusco. Prueba de ello es la documentación de cerámica Killke en los contextos estratigráficos más antiguos del Coricancha, Sacsayhuamán y San Agustín. A partir de este centro se construyó un complejo urbano que fue la primera ciudad inca, además de otros centros satelitales ubicados en sus alrededores. Ese hecho también implicó un sistema estructurado de control político y económico, incluyendo la consolidación de una clase gobernante.

En la fase de Estado, los incas desarrollaron todo tipo de estrategias para incorporar y administrar nuevos territorios y grupos étnicos, con el objetivo de extender su control territorial regional. El producto fue la conformación de una compleja jerarquía social y política que redujo la diversidad étnica y la competencia política (Bauer, 2006).

Por otro lado, debido a las condiciones favorables mencionadas, se advierte un dramático incremento de la densidad poblacional en la ciudad, así como una transformación del paisaje local, gracias al incremento de áreas destinadas a la agricultura. Esto también implicó la necesidad de mano de obra destinada a los cultivos y a la producción de excedentes para el Estado, por lo cual era necesaria la inserción de otras poblaciones que pudieran realizar esos trabajos. Todo ello fue parte del establecimiento de una rígida jerarquización social local y regional.

Naturalmente, los grupos aliados de la élite contribuían a la consolidación de ese sistema socio-político. Sin embargo, existían otras poblaciones que mostraban su desacuerdo con la centralización regional existente, convirtiéndose en rivales de los incas. Entre ellos se encontraban los pinahua y los mohína, de la cuenca de Lucre; los ayarmarca, de Chinchero, y los chancas. El conflicto con estos últimos fue un hecho sin precedentes, pues determinó un viraje político para los incas, insertando una lógica expansionista.

A partir de ese tiempo y en adelante, los incas se preocuparon por ampliar sus límites territoriales. Como parte de todos esos sucesos, parece haber existido también una motivación por llegar al Titicaca y a Tiwanaku, área mítica de origen de los primeros gobernantes. Como parte de la expansión de Túpac Yupanqui, el Imperio llegó a estos territorios, creando uno de los santuarios más simbólicos e importantes de la época. Este hecho precede la importancia que Tiwanaku ya le dio al lago Titicaca y, por otro, lado también refuerza la pervivencia de una memoria histórica y cultural que ve en este Estado prehispánico uno de los desarrollos culturales más importantes de los Andes. 
Actual centro urbano de Cusco

miércoles, 16 de febrero de 2022

La impronta inca en Bolivia (1470-1540 d. C.) - Mito e historia del origen de los incas

En la vida de Mango Capac, que fue el primer ynca de donde empezaron a jactarse y llamarse hijos del Sol y a tener principio la idolatría y adoración del Sol y tuvieron gran noticia del diluvio, y dicen que en él perecieron todas las gentes y todas las cosas criadas, de tal manera que las aguas subieron sobre los más altos cerros que en el mundo habían, de suerte que no quedó cosa viva excepto un hombre y una mujer que quedaron en una caja de un tambor y que al tiempo que se recogieron las aguas, el viento hechó a éstos en Tiahuanaco … y que el Hacedor de todas las cosas les mandó que allí quedasen por mitimas y que allí en Tiahuanaco, el Hacedor empezó a hacer las gentes y las naciones que en esta tierra hay … (Cristóbal de Molina, 1585)

El lago Titicaca es considerado un lugar sagrado por todas las culturas que habitaron sus orillas, desde los tiempos más remotos hasta el presente. Los estudiosos de las religiones concuerdan en que un espacio es sagrado por su directa asociación con una o varias divinidades, un lugar donde los seres humanos pueden comulgar con lo divino y por tanto posee un profundo significado religioso para sus miembros.

Desde un punto de vista geográfico y político, el lago marca el centro del espacio y organiza el altiplano en dos sectores simbólicos. Constituirse en el taypi del mundo cultural andino hace que allí se manifiesten los mitos y se funden las bases de creencias religiosas. Los cronistas coinciden en situar los mitos en la Isla del Sol o Titicaca y en Tiwanaku, ubicado a pocos kilómetros del lago. Las versiones recogidas entre 1552 y 1653 hacen referencia a dos tipos La impronta inca en Bolivia (1470-1540 d. C.) de mitos, uno de origen de los incas y otro de creación de los hombres; a veces ambos se funden en un solo relato, indicando que hubo un hacedor del universo que creó el cielo y la tierra con las diversas naciones de hombres que la habitaban y, entre ellos, de manera especial mandaron a sus hijos como sus mensajeros. Uno de los mitos de creación asegura que el Sol y la Luna se refugiaron en sus aguas, en la oscuridad, durante los días del diluvio, y allí se encontraron los dioses que dieron origen al mundo.

El Inca Garcilaso, mestizo de origen cusqueño, recogió un mito que recordaban sus parientes, indicando que el dios Sol hizo salir del lago Titicaca a una pareja de hermanos esposos, Manco Capac y Mama Ocllo. Ellos tenían el encargo divino de llevar una vara de oro para establecerse allí donde ésta se hundiese. La vara se hundió en Cusco, donde enseñaron a tejer, sembrar maíz, a adorar al Sol y otras actividades civilizadoras a la gente del lugar, a quienes anunciaron su origen divino. Algunos autores son más precisos indicando que Manco Capac y Mama Ocllo salieron de la Roca Sagrada de la isla Titicaca y subrayan que antes de ellos la gente vivía sin orden ni gobierno. El culto al Sol, entonces, dio origen a una religión con formas más relevantes para la vida cotidiana. Es importante señalar que el lago Titicaca era un centro estratégico sumamente prestigioso a nivel regional, por tanto, vincularse a este espacio significaba para los incas la validación de su poder simbólico y político.

Ramos Gavilán (1988 [1621]), el cronista agustino de Copacabana, relata que los habitantes del lugar mandaron a un sacerdote a Cusco para solicitar la protección del Inca para este lugar sagrado. El Inca Yupanqui (Pachacuti) fue parte de la primera dinastía en visitar el sitio. Cuenta Ramos que cuando vio la peña sagrada, no pudo menos que adorarla como si viera a Dios en persona, mandando a construir allí un centro de peregrinación.

Otros mitos hablan de cuatro parejas de hermanos que salieron de la cueva de Pacaritambo, cerca de Cusco. Ellos fueron Ayar Cache-Mama Guaco, Ayar Oche [Uchu]-Cura, Ayar Ayca-Ragua Ocllo y Ayar Manco-Mama Ocllo. Algunos de los hermanos se quedaron en el trayecto, quedando finalmente Manco Capac y Mama Ocllo. En estas versiones, los personajes se encontraban vestidos con cumbis (finísimos textiles) y adornados con joyas y objetos de oro.

Manco Capac y Mama Ocllo, como hijos del Sol, aparecen entonces como los fundadores de una dinastía gobernante de origen divino, que el mito sitúa en Tiwanaku o en la isla Titicaca, los mismos lugares donde se sitúan los mitos de creación del mundo. De este modo, este mito se une al de origen de la dinastía Inca.

Los estudiosos de las religiones explican que la solarización de los supremos inicios en todas las religiones conecta una teología solar con una élite gobernante, justificando el dominio de una minoría elegida. El mito del lago Titicaca y el de la cueva de Pacaritambo son versiones que parecen haber sido resaltadas según se tratara de una u otra panaca (grupo de élite) Inca. Al parecer, esta vinculación del origen en el Titicaca asociada a la deidad solar hizo de esta parte de los Andes uno de los lugares más importantes a nivel simbólico y mítico para los incas, como se verá más adelante. De cualquier forma, estos mitos de origen son parte de las explicaciones para entender la conformación de uno de los desarrollos prehispánicos más importantes de América.

En cambio para los cronistas españoles los incas emergieron de la oscuridad, alrededor del siglo XV, durante el reino del Inca Viracocha y de su hijo Pachacuti Inca Yupanqui. Estos dos líderes habrían logrado la unificación de los diferentes grupos étnicos que habitaban el valle de Cusco, promoviendo una decisiva e histórica victoria sobre sus tradicionales rivales, los chancas. Antes de la década de 1970, ésta era la explicación más acertada para explicar el origen de los incas.

Sin embargo, nuevas investigaciones arqueológicas (Bauer, 1992, 1998, 2006) realizadas en la región de Cusco durante las décadas de 1980 y 1990 ofrecen nuevas líneas de evidencia para entender su origen. Luego de la caída del Imperio Wari, se produjo un cambio radical en la forma de ocupación del territorio, con el consiguiente crecimiento de la población de la cuenca de Cusco. Múltiples grupos étnicos, reconocidos también a partir de los documentos coloniales, poblaron esta próspera región. Entre ellos se encontraban los pinahua y mohína, al Este; los chillque, masca y tambo, al Sur; Huayllacán y Cuyo, al Noroeste, y dos poderosos grupos: Anta y Ayarmarca, al Oeste de Cusco (Fig. 95).

Estas poblaciones interactuaron durante el denominado período Killke, que se desarrolló en el Intermedio Tardío. La evidencia material registrada es la existencia de un estilo de cerámica, al que John Rowe (1944) denominó Killke (1000- 1400 d. C.) y que es considerado el antecedente inmediato de la cerámica Inca en la región de Cusco (Bauer, 2006) (Fig. 96). Múltiples muestras fueron registradas en las excavaciones realizadas en los sitios arqueológicos de la ciudad de Cusco, demostrando que antes de la consolidación del Imperio Inca existía una considerable población identificada por el estilo cerámico Killke.

El paisaje también fue transformado, incrementando la producción agrícola, sobre todo de cultivos de maíz, uno de los más importantes en la región. Este panorama ofrecía condiciones estables para darle autonomía y poder al grupo que lograra el control regional.

El acceso a esos recursos y la competencia por el control territorial produjeron rivalidades entre los grupos étnicos, haciendo que las poblaciones entren en conflicto. Según los datos de cronistas como Sarmiento de Gamboa (1572), una forma de solucionar estas rivalidades para unificar a los grupos fue la serie de matrimonios entre miembros de las élites locales.

En opinión de los investigadores, como resultado de los conflictos, matrimonios y alianzas étnicas, se formó una compleja jerarquía social y política en la región de Cusco. Así también, la unificación y eliminación de las poblaciones redujo la diversidad étnica y la competencia política en el transcurso de varios siglos. Puede decirse que la población inca es la conjunción de múltiples etnicidades, las que participaron indistintamente en su formación, dando como resultado el surgimiento del Imperio Inca.

Otra línea de análisis para entender su origen tiene que ver con la lingüística. Alfredo Torero (1987) propone que la difusión del idioma de los incas, el quechua, habría sido una estrategia de los españoles. Sin embargo, los incas habrían utilizado el aymara como idioma general en su proceso de expansión, aspectos que resultan muy sugerentes en cuanto a la desaparición de otros idiomas y dialectos existentes en los Andes, previo al proceso expansivo imperial.

De la misma manera, los cronistas del siglo XVI relatan sobre la existencia de un idioma secreto de los incas, el cual sólo era conocido por los más altos jerarcas y la clase sacerdotal, asumiéndose que este idioma pudiera haber sido el puquina. Éste es procedente del área del Titicaca, ya que se plantea que fue la lengua de Tiwanaku, correspondiéndose con el mito de origen que habla del nacimiento de los fundadores en la Isla del Sol. Entonces, es posible que el puquina pudiera mantenerse como el idioma de élite, debido a su importancia genealógica.

Un balance de las diferentes posturas que se tienen para entender el origen de tan importante desarrollo nos lleva a identificar dos claras posturas. Por un lado, la visión mítica y la lingüística proponen el origen de los incas relacionado al Titicaca, e incluso relacionado a Tiwanaku como cultura antecesora que luego les hereda parte de su bagaje tecnológico. Por otra parte, se identifica un origen más evidente y muy similar a lo observado en la cuenca del Titicaca durante el Formativo, donde diferentes grupos de la cuenca de Cusco pelearon por la hegemonía política. Por lo que muestran los datos, son los killkes los que se impusieron, dando origen a un desarrollo regional, que luego –durante su fase expansiva– se convirtió en el Imperio Inca.

Los datos arqueológicos proporcionan insumos muy relevantes para la discusión de las diferentes posturas. Por un lado, en el Titicaca se identifican los mayores santuarios del periodo Inca, pero sin evidencias muy claras de una ocupación en su fase inicial. En cuanto al tema lingüístico, es más difusa la información, ya que los topónimos de la cuenca del Titicaca y los de las cercanías de Cusco son de origen aymara, no quedando evidencias del llamado idioma secreto de los incas. Por último, las evidencias arqueológicas en la cuenca de Cusco muestran la existencia de una diversidad de desarrollos antes de la etapa imperial, uno de los cuales –los killkes– parece haber asumido la hegemonía política regional.

El paso subsecuente de este proceso es la formación del Estado en Cusco, el cual –siglos más tarde– diera lugar a la formación del Imperio Inca. Desde esa perspectiva, podemos asumir que la evidencia arqueológica es la que mayores elementos aporta en la resolución de la problemática del origen de los incas.
Resto de vasija del estilo Killke registrada en los alrededores de Cusco

Mapa de disposición de las diferentes etnias alrededor de Cusco

martes, 15 de febrero de 2022

Los estilos cerámicos en arqueología

Claudia Rivera Casanovas

Estilo es un término que se refiere a una cierta manera de hacer las cosas, siguiendo límites y normas para alcanzar un producto final. En arqueología el estilo se relaciona con la cerámica, los líticos, los textiles, la arquitectura, la escultura, entre otros elementos. Como Margaret Conkey señala (1990: 8) el concepto de estilo está intrínsecamente ligado con el reconocimiento de patrones y la centralidad de los objetos. Los arqueólogos de fines del siglo XIX y gran parte del XX estudiaron objetos como la cerámica por dos razones principales: para establecer cronologías y para equiparar los estilos con culturas o grupos sociales. A fines de los años 60 del siglo pasado, cambios en los paradigmas de investigación dejaron de enfocarse en los objetos en si para centrarse en la explicación de procesos sociales y de sistemas adaptativos. En este nuevo contexto el estilo se entendía como un producto cultural que contenía códigos que debían ser descifrados por los arqueólogos entendiendo su contexto social de producción y uso. Dentro de las nuevas corrientes los estudios de estilo están centrados en entender si este es capaz de revelar grupos sociales, identidades étnicas, unidades sociales o entidades históricas entre otros temas (Conkey, 1990: 11). Los fenómenos sociales detrás del estilo se relacionan con procesos de interacción, ideologías, afiliaciones grupales, diferenciación social y por supuesto identidad. Sin embargo, establecer una correlación directa entre estilo, grupos sociales o identidades étnicas no siempre es posible ya que el estilo no necesariamente se intersecta con grupo social o identidad. Por tanto se requiere de metodologías específicas para tratar estos temas y corroborar si es posible establecer este tipo de relaciones.

En Bolivia, arqueólogos durante el siglo XX han usado los estilos cerámicos para caracterizar a culturas determinadas, basándose en el supuesto que estos materiales y sus atributos morfológicos, técnicos y estilísticos expresan de forma material y visual aspectos de identidad grupal. Es decir que una sociedad produce cerámica distintiva que puede ser usada para identificarla como en el caso de Tiwanaku y los Incas.

Es así que durante la primera mitad del siglo XX y al influjo de la escuela histórico cultural los arqueólogos como Dick Ibarra Grasso (1973) equiparaban estilo cerámico con una cultura específica. Así es común encontrar términos como la cultura Lípez o Tarija inciso. Sin embargo, con el desarrollo de nuevas visiones sobre la cultura material y su relación con lo social, ya no se plantea automáticamente que el estilo refleja identidad o etnicidad. Pese a ello, se reconoce que la cerámica es producida dentro de contextos sociales particulares y que expresa cosmovisiones e ideologías imperantes en ciertos períodos históricos. Por tanto, es una herramienta útil para identificar grupos sociales, pudiendo expresar, a través de sus características técnicas y estilísticas, aspectos de identidad grupal. Estos aspectos pueden ser intencionales y muy evidentes o muchas veces mucho más sutiles.

En Bolivia las investigaciones muestran que la gran diversidad de estilos y sus variantes en ciertos períodos se relacionan con entidades políticas y culturales de gran dimensión, expresando elementos estandarizados de ellas como en el caso de Tiwanaku. En otros casos, esta situación no es tan evidente y los estilos tienden a ser más generales y pudiendo ser usados por distintos grupos sociales que comparten tradiciones tecnológicas comunes. Este sería el caso de la cerámica de la Tradición Estampada e Incisa de Bordes Doblados común en los valles interandinos y ceja de selva del Centro y Sur de Bolivia o la cerámica del período Formativo en el Sur de Bolivia.

Para períodos arqueológicos tardíos en los que los documentos coloniales brindan información sobre distintos grupos étnicos o sociales, en muchos casos se pudo correlacionar estilos cerámicos y grupos sociales, considerando que el estilo expresa aspectos de identidad grupal. Por ejemplo, se han realizado correlaciones entre la distribución de estilos cerámicos y los territorios que ocuparon entidades políticas como los lupacas, los pacajes, los carangas, los chichas, los yampara o Confederaciones como los Quillaca- Asanaque o los Qaraqara-Charka. El estilo Pacajes es bastante estandarizado, presenta dibujos de llamitas y motivos geométricos: líneas onduladas, asteriscos, puntos y reticulados, entre otros, sobre superficies de tonos rojizos, marrones y naranjas, asociados a formas cerámicas típicas como cuencos, jarras, cántaros y ollas que se distribuyen en un territorio aproximado al conocido etnohistóricamente para este grupo. Sin embargo, existen variaciones regionales (Albarracín-Jordan, 1997; Janusek, 2003). Lo mismo sucede en el territorio Carangas donde el estilo asociado a este grupo tiene como motivo distintivo dibujos de espirales además de líneas onduladas en negro (Lima, 2014). La confederación Quillaca-Asanaque presenta una diversidad de estilos en su territorio que corresponden a grupos particulares (Lima, 2014).

En el caso de las confederaciones del Sur como los Qaraqara, que incluyen dentro su estructura política a varios grupos con identidades particulares, se evidenció una mayor variabilidad. Es decir que existe una distribución territorial específica de tres o más estilos cerámicos particulares que corresponden a uno o varios grupos que componían esta confederación. Por ejemplo la cerámica Yura estaría relacionada con los visijsas del Este de Potosí, mientras que la cerámica Huruquilla (de color generalmente gris) se relacionaría con otros grupos del Centro Este de Potosí y el Suroeste de Chuquisaca. La cerámica Chaquí se relacionaría con grupos del centro de Potosí, todos parte de esta confederación (Cruz, 2007; Lecoq, 1999; Rivera Casanovas, 2004, 2014). Por otra parte, están los yampara que incluirían en su estructura política diversos grupos sociales cuya cerámica refleja gran variabilidad dentro de un estilo generalizado como el Yampara y sus variantes. En el caso de los chichas del Sur del país, su cerámica roja o guinda con diseños negros es tan distintiva que ha sido denominada Chicha. Durante la presencia inca en Bolivia la mayor parte de estos estilos se mezclaron con elementos tecnológicos y decorativos incaicos dando lugar a estilos mixtos: Pacajes-Inca, Carangas-Inca, Quillacas-Inca o Quillacas Tardío, Huruquilla-Inca, Chicha Tardío, entre otros.

Fin del periodo Señoríos y Desarrollos Regionales

El fin del periodo está marcado por la irrupción de los incas en el territorio, alrededor de la década de 1450. Es un tema de discusión la manera en que los incas dominaron el extenso territorio. Como fuera, el cambio significó la instauración de un sistema no solamente estatal sino imperial y por tanto un proceso de estandarización de muchos aspectos de la sociedad, desde la organización en ayllus, un sistema de control y aprovechamiento del espacio, tecnologías en muchos sentidos: textil, constructivas, de cerámicas, etc. Es decir una transformación de la gran diversidad previa a una cierta uniformidad, aunque este proceso fue tan complejo que no llegó a concluir cuando irrumpieron los europeos. También cabe recalcar que el dominio inca no fue igual en todas las regiones, como se podrá ver en el siguiente capítulo. En algunos lugares como entre carangas, quillacas o charcas los antiguos señores étnicos pasaron a formar parte de la burocracia imperial. En otros la resistencia fue mayor, como entre los chuis quienes finalmente por medio de la guerra, fueron incorporados al Imperio. En este sentido, el cambio de periodo históricos, aunque escalonado en el tiempo, tuvo lugar a lo largo de todo el mundo andino incluyendo los valles.

La frontera étnica fue marcada con más nitidez entre un mundo inca “civilizado” y los “otros”, los chirguanos o los chunchos que mantuvieron a raya a los incas lo cual afectó a las antiguas relaciones de relación e intercambio que parece tuvieron lugar, por ejemplo, en la región de los chichas. Del mismo modo, la ocupación del espacio sufrió dramáticos cambios con la inclusión de mitimaes llevados por los incas de un lugar a otro, con lo que el mapa social y étnico del periodo será muy distinto al de los Señoríos.

lunes, 14 de febrero de 2022

Lípes, la máxima dispersión

Se conoce como “altiplano de Lípez” a la región comprendida entre el Salar de Uyuni y la frontera Sur de Bolivia. Se ubica en la parte occidental del departamento de Potosí (hoy provincias Nor y Sud Lípez) fue escenario de desarrollos locales de los que no se puede afirmar que fueran una unidad sociopolítica con una organización que estructure a toda la región y con un solo sistema de autoridades. Esto no quiere decir que no compartieran con los otros Señoríos una serie de rasgos culturales como por ejemplo el enterramiento en chullpas de la élite local.

A partir aproximadamente del 900 d. C. los grupos del altiplano de Lípez experimentaron cambios en el tamaño, emplazamiento y estructura interna de sus asentamientos residenciales y en correspondencia con el estado generalizado de tensiones, alrededor de 1300 d. C., se construyeron poblados defensivos en toda la región. Según Nielsen (2002) este proceso de aglutinamiento defensivo estuvo acompañado por la consolidación de formaciones políticas multicomunitarias y posiblemente jerarquización social. En esta región no se ha registrado restos relacionados con Tiwanaku. Más bien quedan sitios habitacionales con viviendas circulares con corrales de formas irregulares. A pesar de la importancia de la ganadería también se registran restos materiales que refieren al trabajo de agricultura, probablemente de quinua. También quedan chullpas de planta cuadrangurlar y circular.

Las pucaras defensivas ubicadas en sitios estratégicos cuentan además con una o dos murallas protectoras como en Alto Lakaya. Las estructuras en las pucaras no son redondas sino elípticas como si se tratara de una transición entre las construcciones redondas y las cuadrangulares. Las viviendas se hallan aglutinadas separadas por estrechas calles que a veces conducen a espacios abiertos como en Cruz Vinto y Churupata. Las pucaras también cuentan con chullpas que a veces llegan a varios centenares que normalmente se encuentran en la periferia del núcleo. Estos enterramientos y excavaciones en las viviendas dan cuenta que fueron sitios de habitación no ocasional sino permanente (Nielsen, 2002).

Existen distintas versiones sobre el significado del nombre lípes; en quechua sería “cosa que da resplandor” y según diccionarios del siglo XVI, el término se aplica también a aquello que parece “pelado de todo” como un territorio desierto. Justamente el cronista Capoche en 1585 escribe: “En el verano se enjuagan estas aguas y se descubre la tierra que queda hecha un salitral y con los rayos del sol hace reverberación en lo blanco muy perjudicial a los ojos”. En aymara, por su parte, “lipi” deriva de la técnica para cazar guanacos y vicuñas, animales que abundaban en la región. Por otra parte según el cronista Vázquez de Espinosa, “Hay en esta provincia además de las minas de plata de que esta lastrada toda ella, minas de piedra lipes de donde toma el nombre la provincia y de piedra imán”.

Por habitar un medioambiente muy árido constituye una sociedad netamente pastoril que se caracteriza por un poblamiento disperso con asentamientos humanos de varios siglos de antiguedad en las cercanías de fuentes de agua y una constante movilidad. Estos asentamientos pudieron ser talleres líticos situados en las nacientes de aguas, paraderos o campos de caza ubicados en el interior de la planicie (Arellano y Berberian, 1981).

En inmediaciones de los ríos protegida por un cerro, se encuentra una serie de construcciones dedicadas al cultivo que combinan recintos circulares con rectangulares conocida como Puca Pucara. Los sitios de sembradíos tienen forma oval y están protegidos por paredes para evitar el viento. También se construyeron corrales cerca a una pucara que se encuentra en las inmediaciones. El sustento principal descansa en el manejo de los camélidos domesticados pero también la existencia de animales silvestres. Según el cronista Vázquez de Espinosa (1983[1628])

Toda esta provincia como tiene grandes despoblados está llena, y cubierta de ganados silvestres, como son guanacos, vicuñas, venados, vizcachas y otros animales de que también se sustentan los indios.
Es probable que bajo el nombre de lípes se incluyera a diversos grupos que habitaban de manera dispersa esta región, población que mantenía estrechas relaciones tanto con Tarapacá y Atacama en la puna hasta la costa del Pacífico particularmente hacia la zona actual de Iquique (Chile).

En algunos mapas etnohistóricos los lípes aparecen como un grupo aymara con una cierta presencia uru, caracterización que proviene de informaciones coloniales (Capoche y Lozano Machuca) que señalan que los lípes eran un grupo con una población de unos 3000 a 4.000 aymaras junto a los que vivían cerca de 1.500 urus. Los pobladores de lengua aymara estaban concentrados en los bordes Oeste y Norte del salar de Uyuni, en cambio al Sur estaban los urus. Es posible, sin embargo, que estos “aymaras” fueran urus aymarizados pues su sistema de producción se basaba en la caza, pesca y recolección de raíces, características de la cultura uru. A los urus locales se los conoce con distintos nombres: pololos, notumas, sochusas y urumitas, por lo que probablemente no formaron una unidad. Fuera de urus y aymaras, se registraron también los llamados condes, cochabilcas y moyomoyos, y en los bordes del territorio, estaban los chichas. Esta presencia multiétnica se reproduce también en el panorama lingüístico ya que para la zona se consigna además del aymara y el uruquilla, por lo menos las lenguas cunza y atacama.

Desde una perspectiva arqueológica Arellano y Berberián (1981) señalan la existencia de una organización con características de un Señorío que denominaron Mallku que se habría desarrollado durante el período Intermedio Tardío (900 - 1200 d. C.) denominado así por encontrarse en las cercanías de una comunidad de ese nombre en la provincia Nor Lípez casi limítrofe a la de Sud Lípez. Varios datos de su trabajo de campo son importantes: establecen que la mayoría de las poblaciones actuales se encuentran muy cercanas da asentamientos correspondientes a lo que llaman cultura mallku, ubicados en sitios próximos a los valles formados por los ríos Lípes, Quetena y otros que finalmente desembocan en el Salar de Uyuni. Ubicaron enterramientos tanto en chullpas como en aleros y asociados a ellos diversos objetos como agujas, estacas de madera, husos, collares de conchillas, cerámicas, cestería y textiles (cuerdas, chuspas y mantas en rojo, verde y negro). Sin embargo, la propuesta de haber formado un Señorío no ha sido posteriormente desarrollada dejando la propuesta pendiente futuros estudios.

Se sostiene que Tupac Inca Yupanqui (1471- 1493) conquistó la región en su paso a Chile y la incorporó como una provincia del Imperio pero no mantuvo sus autoridades originarias; más bien les impuso incas orejones para vigilarlos a pesar de que no se consideraban grupos particularmente belicosos. Al parecer hubo algún tipo de autoridad regional, que abarcaba desde Lípez hasta Atacama, cuyo nombre o título era Viltipoco (Sica y Sánchez, 1996).

Una de las manifestaciones artísticas con fines rituales en la región de los lipes, son las pinturas rupestres ubicadas en aleros y cuevas que, por lo general, fueron elaboradas en color rojo púrpura y algunas pocas en color verde. Sobresale un sitio en particular con más de 18 escenas con motivos antropomorfos y realistas, zoomorfos estilizados y geométricos abstractos. La importancia ritual de estas pinturas se refuerza por la presencia de enterramientos y ofrendas cerámicas del estilo “mallku”, al pie de los aleros (Arellano y Berberian, 1981).

Una de las figuras muestra una representación antropomorfa estilizada donde se observa un personaje con un gran tocado y un taparrabo con adornos circulares con los brazos arriba. En otra se observa tres figuras en cadena probablemente en danza ritual.
region de los Lipez

pintura rupestre en Lípes

domingo, 13 de febrero de 2022

Yamparáes ¿indios de arco y flecha?

Los restos más antiguos de cerámica yampara relacionan a este pueblo con una amplia franja cultural que llegaba hasta Cochabamba y a las estribaciones de la Cordillera Real al Este de Chuquisaca, evidenciando así que los yamparas compartían formas culturales con otros grupos étnicos de estos valles. La cerámica yampara temprana corresponde cronológicamente al Tiwanaku clásico y la yampara clásica al Tiwanaku tardío, el yampara tardío corresponde al periodo Intermedio Tardíos (1000-1400) (Alconini, 2002b), pudiendo colegirse que esta formación social tiene una larga profundidad temporal.

La formación social conocida luego como yampara estaba ubicada en una región de contención a los chiriguanos, pueblo considerado una amenaza por los pobladores de los valles, amenaza que se incrementó en el periodo que nos ocupa, pero corresponde también a un momento de incremento de la población.

Lo extraño es que en Oroncota no se encontró cerámica relacionada con los chiriguanos. Podría deberse a que no llevaron consigo estos artefactos en sus veloces incursiones pero también, y más probablemente, se debe a que las relaciones fueron más de “aculturación” entre los guaraní de llanos y los yampara de valles. Ser un pueblo de frontera podría implicar también relaciones socioeconómicas con poblaciones de los llanos. Por ello se discute acerca del modelo de frontera cultural y frontera militar. En esta frontera se ubicaron por lo menos dos sitios de contención como son las fortalezas de Oroncota a orillas del Pilcomayo y Cuzcotuyo 60 Km al Este de la primera, donde los incas hicieron fuertes; en Oroncota se evidenció asentamientos anteriores a los incas con cerámica yampara de alrededor de 800-1300 d.C, pero en Cuzcotuyo los asentamientos preincas son más bien de baja densidad demográfica y de origen tropical. (Alconini, 2002).

Información etnohistórica deja saber que los yamparas, juntamente con otros pueblos de la región, no se sometieron con facilidad al dominio inca y más bien organizaron una fuerte resistencia. Topa Inca Yupanqui logró dominar allí la resistencia multiétnica formada por más de 20000 indios procedentes de Carangas, Paria, Cochabamba y Yamparáes. La estrategia quedó registrada por su originalidad: el Inca logró vencerlos gracias a que preparó una danza de mujeres para distraer a los centinelas permitiendo así el ataque al fuerte (Cobo, [1653] 1964). Con los incas, Oroncota sirvió de refugio para la resistencia y fue el escenario de una campaña militar que garantizó el dominio de los incas sobre los territorios de Tucumán y Chile (Julien, 1995).

Una vez incorporados al Tawantinsuyu los caciques yampara reafirmaron su poder en la región pasando a conformar una elite local apoyada por los incas. Documentación colonial refiere que Aymoro, el último cacique de origen prehispánico, recibió los privilegios reservados para los aliados de los incas: tierras, yanaconas y símbolos de nobleza.

Un panorama de las lenguas en la región indica la presencia del aymara entre varios de los pueblos de Chuquisaca pero existen indicios de que hubo también otras lenguas locales hoy perdidas e incluso quedan resabios en la toponimia local del puquina. Respecto a la lengua originaria de los yamparas solamente se sabe que tuvieron una lengua particular de la que no se tiene mayor información. Queda por investigar la relación de los pueblos vallunos con otros de los llanos con quienes tuvieron relaciones fluctuantes pues se sabe tuvieron constantes enfrentamientos pero también intercambios económicos.

El título del libro de Rossana Barragán (1994) se pregunta si los yamparáes o yampara podrían considerarse indios del altiplano o si por el contrario serían más bien de tierras cálidas distinguidos por el uso de arcos y flechas. Los yamparáes más que una etnia o nación eran también un conglomerado de distintos pueblos ubicados en lo que hoy es el departamento de Chuquisaca y en los alrededores de la ciudad de Sucre teniendo como centro principal Hatun Yampara ubicado a una legua del actual pueblo de Yotala. No tuvieron una cabecera en la puna ni tierras en el altiplano, siendo prácticamente totalmente un Señorío de valle organizados en dos mitades: la superior Yotala y la inferior Quilaquila. Hacia el Este de su territorio se demarca una línea fronteriza con el mundo chiriguano compuesta por el eje Tarabuco -Presto - Paccha.

Bajo el dominio inca, su territorio fue reestructurado y poblado por mitimaes de diversas partes del Tawantinsuyu como los huatas (incas de sangre real), también canches, collas, chichas y gente del Chinchaysuyu (Norte del Imperio). Es posible que la conquista de la zona fuera apoyada por los quillacas puesto que se encuentra importante presencia quillaca con una larga duración puesto que hasta la actualidad existen relaciones entre pobladores de Chuquisaca y el Sur de Oruro. Entre los yampara también se hallaban grupos considerados de menor desarrollo como los churumatas y moyos; por ello un mapa étnico del territorio yampara muestra un mosaico multiétnico característico de los valles.

La recomposición inca del territorio ordenaba hacia el Oeste del territorio a la población propiamente yampara mientras que los mitimaes de diversas partes se ubicaron sobre todo hacia el Este. De ellos las poblaciones altiplánicas estaban hacia el Norte en tanto que churumatas y moyomoyos estaban al Sur, respetando parciamente su hábitat natural. A su vez, gente yampara fue trasladada a zonas como los valles de Ambaná y Combaya, en el departamento de La Paz (Barragán, 1994).

Las referencias encontradas acerca de la religiosidad local se refieren al periodo inca; Gisbert, Arze y Cajías (1997) señalan la presencia en la región yampara de dos huacas relacionadas con los incas: Mantocalla y Quiquijana. Según el cronista Cobo del siglo XVI, Mantocalla era una huaca del Cusco ubicada en el camino del Antisuyu. Además en el Cerro de Manturcalla sacrificaban diez carneros para el sol y diez para el trueno. Quiquijana, en cambio constituiría – según el cronista Calancha– un altar en el que se sacrificaba un ídolo de plata en forma de llama.
D istribuciónd et opónimosq uechuas,g uaraníy e spañola l ol argod el af ronterai nca- c hiriguano

Ceramico Yampara

viernes, 11 de febrero de 2022

Chichas y la frontera con los Chiriguanos

Aunque como en la mayoría de los Señoríos existe un conflicto entre lo que el área que cubren se considera una unidad cultural y los restos arqueológicos intentaremos relacionar la información histórica con la arqueológica. Los chichas formaron una agrupación social integrada por una serie de grupos corporativos con diversas etnicidades conocidas como tales recién a partir del siglo XVI. Tienen como elemento común el papel activo que desempeñaron en la resistencia a los grupos chiriguanos. En el periodo que nos ocupa se caracteriza n por una gran dispersión étnica aunque compartían como indicador característico el material cerámico definido como estilo chicha y/o Yavi. El estilo Yavi-Chicha se caracteriza por una cerámica de colores claros (naranja, rojo, morado,ante) con inclusiones blancas, cubierto de un engobe claro, anaranjado, rojo, morado y decorado con complejos motivos geométricos. Ha sido reportada para la región de Lípez, el valle del San Juan del Oro y el Altiplano de Sama. Sin embargo, la cerámica del Valle de Tarija pertenece a cánones decorativos y tecnológicos muy diferentes y en las regiones al Norte, el estilo Yavi-Chicha no está presente en el Período de Desarrollos Regionales Tardíos (Beierlein, 2008).

Los datos etnohistóricos acerca de los límites del territorio chicha son muy limitados pero de los datos obtenidos se puede rescatar la idea de que los caciques chichas ejercían un cierto grado de dominación sobre grupos chilenos, especialmente en el área de Atacama (Beierlein, 2008).

Limitaban con diaguitas, juries, moyomoyos, umaguacas, casabindos y chiriguanos; es por esta razón que se los considera como la puerta de entrada a los territorios chiriguanos. De hecho el documento colonial conocido como memorial de Charcas sostiene que entre otros, los chichas se encontraban “en las fronteras y guarniciones en las fortalezas contra los chiriguanaes”. Michel (2006) planteó la hipótesis que la sociedad chicha se desarrolló inicialmente en el altiplano y valle de Tarija, constituyendo una identidad particular desde el periodo Formativo habiendo encontrado yacimientos de recolectores y cazadores en la zona del altiplano de Sama. Desde allí se expandieron hacia el Noroeste Argentino y hacia los Lípez y las costas del Pacífico mediante complejos sistemas de caminos y caravanas de llamas unidos por centros poblacionales. Por su parte Krapovickas (1989) cree que el centro de la tradición cultural chicha estaría en la región de Tupiza. Figura 88.
Ceramica Yavi Chicha

Ceramica Yavi Chicha

La expansión inca que se produjo, durante el reinado de Tupac Inca Yupanqui (1470), no tuvo características de ser pacífica. Por el contrario, la reacción ante el avance del Imperio provocó considerables conflictos que dejaron en evidencia la capacidad guerrera de los chichas y favoreciendo el surgimiento de elites locales particularmente relacionadas con lo militar. Entonces la presencia inca rediseñó la estructura social. Los chichas tuvieron un trato preferencial por parte de los incas, quienes los nombraron Orejones Chichas; esta alianza final revestía una importancia particular: garantizaba la paz en los márgenes del Imperio (Rodríguez, 2011).

Es posible que la política empleada por el Tawantinsuyu haya desestructurado importantes redes de interacción a través de la imposición de límites territoriales y fronteras. La presencia incaica asumió también un carácter de vigilante en la zona, cuyo objetivo era contener la latente amenaza de los habitantes del llano.

Ubicados en la región denominada área Meridional Andina que se extiende desde el altiplano Sur y valles mesotermos de Bolivia hacia el Noroeste argentino, los chichas habitaron una serie de valles interandinos que cortan transversalmente las serranías de montaña y comunican los valles con la región de la puna altiplánica al Oeste, y Tierras Bajas del Chaco al Este. Se distinguen por tener alturas entre los 2200 y 3200 m.s.n.m. presentando climas benignos y cálidos; de este modo la economía chicha tuvo un importante potencial agrícola. Estos valles constituyen una parte extensa de la cuenca del río San Juan del Oro, afluente del Pilcomayo (Rodríguez, 2011).

Estudios de arqueología sugieren que las ocupaciones chichas se ubican en las gargantas de ríos y rutas de tránsito natural. En este sentido, los chichas se presentan principalmente como un área de contacto entre distintas regiones ecológicas. Según Zanolli (1995) el territorio era vivido como una frontera ecológica y a la vez cultural pues limitaba también con los chiriguanos de las Tierras Bajas. Cuándo éstos avanzaron hacia los valles altos en los otros márgenes limitaban con carangas y lipez.

Hay quienes circunscribieron la presencia chicha exclusivamente al sureste de Bolivia (departamentos de Tarija y parte de Potosí), en cambio otros autores consideran la existencia de una cuña étnica que desde Bolivia se habría extendido sobre territorio argentino llegando hasta la localidad de Casabindo, donde habrían estado en contacto directo con los diaguitas. La extensión de su territorio comprendía las localidades de Talina, Tupiza, Gran Chocaya, Santiago de Cotagaita, Calcha, Esmoraca, Vitichi y Suipacha (Rodríguez, 2011).

Pese a la ambigüedad existente en la jurisdicción del territorio chicha, se puede establecer que ocuparon una región que abarcaba desde Tarija hasta Lípez, de Este a Oeste, y desde Cotagaita hasta Umaguaca, de Norte a Sur. Los límites estaban definidos por fronteras naturales como los ríos La Quiaca y Quirhue que los separaba de Umaguaca y el río San Juan del Oro que lo dividió de Chuquisaca. Dentro de este territorio se encontraban los principales poblados chichas. Además especialmente desde el periodo inca se constata la existencia de territorios con ocupaciones multiétnicas los que no se pueden definir fácilmente como chichas pero formaron una provincia inca con este nombre.

mapa etnico del Chaco




En cuanto a la organización interna, según la cédula de encomienda que otorgó Francisco Pizarro en 1539, la provincia de los chichas estaba organizada en dos parcialidades cada una con sus autoridades. Esta cédula muestra la situación aproximada de los chichas en momentos finales del Imperio incaico. Se observa a los mitimaes formando la parcialidad de hanansaya y Zanolli (2003) cree que éstos debieron ubicarse hacia el Sur y el Este, concretamente en las zonas de fronteras. Aunque sobre la base de documentos sobre encomiendas Thierry Saignes propuso que los chichas tuvieron dos parcialidades la una en Talina y la otra en Calcha, por el momento, es imposible determinar con exactitud los espacios correspondientes a las parcialidades de hanansaya y urinsaya. La movilización de estos mitimaes contempló, como primera instancia, el aspecto bélico y en menor medida el productivo.

Sin embargo, un conjunto de actividades agrícolas, mineras y ganaderas dieron a esta región un importante potencial económico. Los cultivos, especialmente del maíz, constituyeron la base de su economía aunque también la práctica de la minería fue llevada a cabo desde tiempos prehispánicos. Para los incas, la importancia del territorio chicha radicaba en el potencial agrícola y la riqueza de sus minas de plata y oro, que fueron explotadas por los propios chichas a favor del Estado. Cerca del río San Juan tenían minas de oro labradas por orden de Huayna Capac cuyas riquezas se trasladaban al Cusco.

No se tiene certeza de que los chichas hubieran sido una unidad étnica unificada antes de la conquista inca. Desde el punto de vista arqueológico, Ángelo (2003) considera a los chichas una sociedad conformada por una serie de grupos étnicos definida mediante las relaciones de parentesco, consanguinidad, alianzas y otros vínculos de tipo económico. A su vez desde un punto de vista histórico la documentación colonial muestra una amplia diversidad étnica con pueblos apatamas, casabindos, churumatas e incluso lípes y atacamas ocupando espacios reconocidos como chichas, compartiendo, como vimos, un estilo cerámico. Los apatamas, por ejemplo, parece que fueron un subgrupo de los chichas en tanto que los casabindos y cochinocas se los ha considerado unas veces como etnia chicha y otras como atacameña y aún diaguita. Esta diversidad sugiere que su organización no debió estar ordenada de manera lineal sino que funcionaban sin la necesidad de un núcleo de control estatal. Así se explica la complejidad de sociedades sin una estructura jerárquica y centralista..

Existen diversas teorías acerca de la lengua hablada por los chichas. Según el Memorial de Charcas hablaban el aymara; por el contrario, Ibarra Grasso considera que tuvieron una lengua propia y que adoptaron el quechua con el dominio incaico. Respecto a la toponimia, algunos autores llaman la atención a la frecuencia de topónimos que presentan el prefijo “es” (Escaya, Estarca, Esmoraca, entre otros)..

Para la década de 1570 el cura Hernán Gonzáles realizó un proceso de “extirpación” de cierto culto clandestino ubicado en el pueblo de Caltama dependiente de la parroquia de Toropalca y Caiza al Sur de Caracara sobre la frontera con los chichas rebeldes. Se trataba de un centro religioso hacia el cual se dirigían las peregrinaciones de los devotos de los chichas junto a las otras “naciones” de la provincia de Charcas. Pedían fertilidad, salud y victoria sobre sus enemigos. El culto de origen preincaico se centraba en varios cerros agrupados alrededor de la mina y huaca principal de Porco, la cual se encontraba junto con otras cuatro, las cuales pertenecían a otros cerros y minas de la región llamadas Cuscoma, Chapote, Suricava y Aricava. La huaca de Porco estaba compuesta por tres piedras que pesarían una arroba. En la época prehispánica los altos cerros tenían dos tipos de huaca uno en la cumbre y otro escondido en el interior de la montaña (Platt, Bouysse y Harris, 2006).

jueves, 10 de febrero de 2022

Valles y altiplano sur: Chuis, cotas y sipesipes: la frontera ecológica y política

La población de los chuis se hallaba dispersa por los valles cochabambinos desde Potopoto hasta Canata y Sacaba. Se trata de un pueblo cuya lengua estaba emparentada con la yuracaré según Schramm. No se reconoce que tuvieran un centro específico aunque parece que hubo cierta concentración en Punata y Sacaba. Esta diversidad sugiere que su organización no debió estar ordenada de manera lineal sino que funcionaban sin la necesidad de un núcleo de control central, sin embargo su importancia se reconoce porque los documentos tempranos señalan a este valle como “tierra de los chuies”. Desde una perspectiva histórica, la documentación los presenta junto con cotas y sipe sipes y también da indicios de una posible obediencia de los cotas hacia los chuis.

Una feroz resistencia a la conquista inca subraya su calidad guerrera y se sabe que entonces los chuis fueron prácticamente exterminados. Los que quedaron fueron sacados del valle y reubicados en Mizque, Pocona, Montepuco y Pucara, sitios de frontera donde cumplirían una misión defensiva en los fuertes incaicos contra los pueblos de Tierras Bajas. Durante un largo periodo los valles de Mizque y Cochabamba, fueron el punto de partida, lugar de tránsito o punto final de grandes movimientos migratorios (Schramm, 2012)

Mientras los cotas se encontraban junto a los chui, otro pueblo valluno, los sipe sipe, fue ubicado en tierras más altas convirtiéndose luego en “llameros del inca”. Por su ubicación geográfica cotas y chuis podrían ser los pueblos que produjeron cerámica durante el periodo Intermedio Tardío (1100 - 1470 d. C.); cerámica característica de Cochabamba que lleva decoración geométrica en blanco, negro, café y naranja.

Como a todos los pueblos de Tierras Bajas, los chuis se conocían como indios de “arco y flecha”, denominación compartida con los yamparaes, churumatas y chichas. Se relacionan también con urus, juries, yuracarés, amos, moyomoyos, chichas y charcas. Hay indicios sobre un idioma compartido entre los chuis y los yuracarés que se encontrarán luego en el Chapare denominado “idioma chui” (Schramm, 1990). Según fray Diego Martínez de Salazar residente de los conventos de Pocona en el año 1687 los yuracarés eran descendientes de los chuis de Mizque.

El valle de Cochabamba fue conquistado por el Inca Tupac Yupanqui (1471-1493) y luego reorganizado para convertirlo en un inmenso centro de producción agrícola del Tawantinsuyu. Con esta finalidad Huayna Capac, hijo de Tupac Yupanqui, pobló la zona con centenares de mitimaes trasladados de todas las zonas del Imperio. Luego de sometidos, los chuis pasaron a formar parte del ejército inca y participaron de algunas conquistas. Según Schramm (2012). los soldados del Inca no solo se reclutaban a los chuis sino también a los cotas que estaban a cargo de varias pucaras.

Formaron junto con los charcas, caracaras y chichas la llamada Confederación Charka. Cuando llegaron los españoles, los chuis juntamente con las “siete naciones” de la región resistieron su ingreso en el valle de Cochabamba. Por entonces el jefe de esta nación se llamaba Xaraxuri, quien también habría señoreado sobre los urus de la zona.

miércoles, 9 de febrero de 2022

Caracaras, dueños de Potosí

Durante el Intermedio Tardío se supone un incremento de la población reflejado en la multiplicación de conjuntos habitacionales pequeños y medianos. También la región sufrió una importante modificación del paisaje gracias al desarrollo de la agricultura con terrazas de cultivo y canales de riego. Asimismo la importancia de la ganadería de camélidos continúa; hay sin embargo ausencia de registro de sitios mineros. Aunque no hayan muestras de una sociedad estratificada y con el poder centralizado, si se puede aseverar la existencia de una unidad cultural en el territorio de Potosí en forma de sociedades corporativas. No se observa un corte abrupto con el periodo anterior como en la región del lago Titicaca. En la cerámica sobresalen los estilos Yura-Potosí (negro sobre naranja), Caracara (rojo, púrpura, naranja y negro sobre color de la pieza) y Chaquí- Condoriri (Huruquilla), (Cruz, 2008).

Según el estudio realizado por Lecoq en los alrededores de Porco y de Potosí, se puede ejemplificar el tipo de ocupación de los caracara. Casi todos los sitios tienden a concentrarse alrededor de las fuentes de agua y de los ríos buscando controlar otras zonas ecológicas. Los sitios más tardíos se desplazan en las cimas de los cerros desde las que se podía controlar las principales vías de acceso.

En la mayoría de los casos, se trata de un conjunto de estructuras a veces defensivas o pucaras que muestran los restos de construcciones de piedra ubicadas sobre terrazas, como viviendas de planta rectangular. Asimismo pequeñas torres muy parecidas a los graneros o colcas de otras zonas que se construyeron alineadas a lo largo de las terrazas. Frecuentemente estos sitios están asociados con corrales, pequeños muros de fortificación y terrazas agrícolas con antiguos canales de irrigación. También quedan restos de enterramientos que suelen estar ubicados fuera de los límites del pueblo; no todas son en chullpas sino que existen otras en cistas (Lecoq, 2003). Estas características comparten con otros sitios de la región meridional de los Andes. Un ejemplo de sitio es el “Río Panagua” descrito por Chervin en 1908.

En cuanto a la ocupación espacial, se presentan algunos cambios en relación al periodo anterior; de los Desarrollos Regionales tardíos, como por ejemplo el abandono de algunos sitios como el de Palcamayu y crecen otros sitios como Jatun Talasa Huankarani con varios otros sitios secundarios. También se intensifica el uso de terrazas de cultivo con canales de riego y construcciones para el almacenamiento de productos así como la presencia de algunos sitios con muros. y los enterramientos en cistas y construcciones con patio. En la zona de valle fueron registrados pocos corrales y no se encontraron áreas de producción artesanal. Tampoco hay evidencia de fiestas o rituales (Rivera, 2006).

Estudios sobre la cerámica indican que se utilizaban grandes jarras y cántaros para preparar y guardar alimentos, cuencos en forma de campana invertida, ollas y platos de uso doméstico. Según Ibarra Grasso (1973) y Querejazu Lewis (1986) la decoración que presenta este material es de estilo Yura caracterizado por líneas negras con puntos o cruces. Otro material con fondo gris caracterizado como huruquilla ha preferido llamarse Yura Sobre Gris (Céspedes y Lecoq varios años).

La presencia en esta zona, de tantos pueblos contemporáneos con el mismo patrón de asentamiento, parece reflejar una misma organización socio-política y económica que controlaba los recursos regionales, agricultura, minerales e intercambio interregional. Este dinamismo de la circulación regional los hace parte de una cadena productiva que los ponía en contacto con otras regiones y donde el uso de la llama como animal de carga era un elemento clave (Núñez y Dillehay, 1995).

La mina de Porco, una huaca reverenciada por los pueblos del lugar, se encontraba en territorio caracara. En el periodo del Intermedio Tardío se encuentra ocupación en la zona ciertamente ligada a la explotación en pequeña escala de la mina. Sin embargo, como lo venimos observando para otros sitios mineros, la pequeña cantidad de sitios encontrados en los alrededores de Porco y su carácter exclusivamente habitacional y no minero, no corresponden al cuadro que brindan las fuentes etnohistóricas acerca de la mina de Porco (Lecoq, 2003; Van Buren, Cohen y Rehren, 2008).

Según la información etnohistórica, Porco fue célebre por haber sido entregada como botín a los españoles cuando la resistencia del Sur se rindió en 1536. Tata Purqu era considerado patrón sagrado de la minería, la guerra, la fecundidad y la salud. Al igual que Porco, Potosí que también estaba en su territorio desempeñaba el papel sagrado de puerta o “punku”, separando el mundo luminoso del exterior donde se multiplicaban las plantas, los animales y los hombres del mundo oscuro interior de las raíces donde brillaba y crecía el metal (Platt, Bouysse y Harris, 2006).

Esta suerte de contradicción entre los datos arqueológicos y los históricos obliga a hacerse preguntas acerca del tipo de explotación minera que se llevaba a cabo en este lugar y periodo. Cruz (2008) plantea que no deberíamos esperar una separación estricta entre el mundo doméstico y el tecnológico minero. La cuestión queda abierta. Acerca del significado del nombre de la nación, la posibilidad más cercana es que caracara signifique “el alba”, título que les había concedido el Inca y por tanto se los conocería como Hanko Charka” o Charca Blanco. La idea del alba, al igual que en el escudo de armas que solicitaron los charcas al rey en el periodo colonial, el de los caracara incorpora una “flor blanca que florece”. Se trata de una amancaya, flor de pétalos alargados que asemejan a Venus también representada en el escudo (Platt, 2013).

Hanko Tutumpi Ayra Kanchi, “flor blanca que brota”, fue un jefe guerrero poderoso antes del Tawantinsuyu; este señor de los caracara intercambiaba regalos con Pachakuti Inka Yupanqui y más tarde su hijo Uchutuma recibió a la hija del Inca Wayna Capac, llamada Payku Chimpu, a cambio de su servicio militar en la campaña cusqueña contra Quito. Desde entonces los charcas blancos serían conocidos con el título honorífico que les dio el Inca: caracara que significa “el alba”.

En tiempos del Inca Huayna Capac, el señor de la nación Caracara era Tata Paria, aliado de Coysara y de Gualca, señores de dos naciones cercanas: Charca y Sora. En alianza con los incas, se dice que los caracaras barrieron a los de Pilaya y Paspaya además de derrotar a los chuis, momento en que habrían ganado los cocales de Tiraque. La categoría de Tata Paria se refleja en el culto que le rindieron después de su muerte pues le hicieron dos sepulturas, una en Macha y la otra en Curata (del Río, 2006).

El territorio ocupado por los caracara abarcaba aproximadamente la región del actual Norte de Potosí; incluía lo que hoy es la ciudad de Potosí y se extendía por los valles del Sureste de Cochabamba llegando hasta los ríos Grande y Pilcomayo; colindaba al Norte con los charcas, al Oeste con los quillacas, al Sur con los chichas y al Este con chuis y yamparaes. Sus principales recursos fueron minerales y también los hatos de llamas y alpacas, con ellas se facilitaba el acceso a sus tierras distantes en otras zonas ecológicas consiguiendo en ellas lo necesario para su sustento.

Todo su territorio formaba parte del Urcusuyu y se hallaba dividido en dos mitades: Macha (hanansaya) donde se encontraba la capital y Chaquí (urinsaya) que ocupaba los alrededores de Potosí. Al mismo tiempo cada mitad se volvía a subdividir. Las poblaciones que eran parte de este Señorío fueron Aymaya (ubicada en medio de los charcas), Pocoata, Macha, Sullaga, Surumi, Carasi, Micani, Moscarí, Chaquí, Visisa, Cayza, Tacobamba, Colo, Caquina, Picachuri, Caracara, Moromoro y San Marcos de Miraflores. También el valle de Cinti parace haber formado parte de la confederación Caracara (Fig. 87)

Al igual que los charcas, los caracara formaron un grupo bastante homogéneo donde se hablaba solamente aymara. La diferenciación interna se puede plantear a nivel intermedio o pues la mitad Macha, estaba compuesta por pueblos con cierta unidad étnica, en tanto que la mitad Chaquí era más compleja pues incorporaba a diversidad de grupos con sus particularidades. El poblado central y más prestigioso era Macha.

Es precisamente en el periodo conocido como Desarrollos Regionales tardíos que se consolidan las grandes confederaciones. Este periodo se caracteriza por una intensa inter-relación entre la puna y los valles adyacentes, construyendo una identidad regional que se expresa en estilos cerámicos como el Huruquilla. Este estilo tiene una amplia distribución que corresponde en parte con el territorio que fue ocupado por la confederación Caracara siendo su rasgo principal el color gris de la pasta. Sin embargo los motivos parecen tener variaciones locales y regionales que podrían corresponder a los diferentes grupos sociales que conformaban la confederación. Fuera de la Huruquilla, la cerámica foránea más común es la chicha dando pautas acerca de una interacción en un eje Este - Oeste. Al igual que en otras áreas, las caravanas de llamas jugaron un papel central en la integración regional cuyas huellas y rutas se pueden seguir en los sitios de arte rupestre en lugares de descanso (Rivera Casanovas, 2003).

El inventario de ceramios realizado por Ibarra Grasso (1973) incluye jarritas con asa pitón o solamente pitón y un asa vertical, menciona que ellas se usaron para beber chicha basándose en observaciones etnográficas en los valles de Cochabamba.

Resulta significativa la relación con los chiriguanos, por representar “el otro”, con quien tuvieron una relación conflictiva debido a los constantes intentos de los chiriguanos por ingresar a territorio caracara y llegar a las minas de plata; su interés en Porco había sido tanto religioso - militar como económico pues debieron oír de la fama de su huaca.
Ceramica Huruquilla

CAracara