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martes, 23 de enero de 2018

Día histórico: 23 de enero de 1899 Masacre de ayo ayo

Producida la llamada guerra federal entre conservadores y liberales de Sucre y La Paz por la capitalía de la republica y el liderazgo en el país, después del combate de COSMINI donde fueron derrotados los escuadrones Sucre y Monteagudo del ejercito constitucional, los jefes, oficiales y soldados que no habían caído o no habían querido caer prisioneros, y algunos de los heridos que aun podían tenerse sobre su ca-balgadura torcieron bridas y ga-loparon desesperadamente con dirección a Ayo Ayo, para seguir de aquí camino a Oruro. Pero a muy poca distancia del campo de acción, empezaron a ser perseguidos y acosados por numerosos grupos de campesinos que los atacaban sin piedad in-tentando asaltarlos o derribarlos de sus cabalgaduras.

Los que mejor montados es-taban, lograron avanzar hasta Panduro y Caracollo, donde se encontraron con la columna Ra-

mírez que venía de Oruro a Viacha; pero algunos otros, por el mal estado de sus cabalgaduras, por el cansancio o porque los heridos no podían galopar demasiado, no pudieron escapar al ataque de las hordas indígena, ingresaron al pueblo de Ayo Ayo, en cuyo templo se encerraron, con la esperanza de que no tardarían en llegar de Viacha algunas fuerzas en su auxilio.

Los campesinos en número más crecido y capitaneados por Villca Zárate, se precipitaron sobre el pueblo, pensando hacer presa segura de todos los que se habían refugiado en el templo. Se situaron en las calles cercanas a la plaza, incendiaron seis o siete ca-sas, robaron, destruyeron todo lo que encontraban a su paso y dieron muerte a algunos vecinos, entre ellos a Lorenzo Blacutt, Gre-gorio Luna y otros. Luego estrechando más el campo de acción, cercaron la manzana donde estaba la iglesia y la incendiaron íntegramente.

Los que estaban asilados en el templo, llenos de terror ante la magnitud del asalto, no supieron que hacer. Algunos de ellos, los más serenos, se situaron en la torre y desde allí empezaron la cacería de los sitiadores, a tiro certero, con el propósito de amedrentarlos y dispersarlos, mientras los otros, y los sacerdotes, oraban y pedían a la providencia los salvase de tan apurado trance. Pero los campesinos lejos de intimidarse, y enfurecidos más bien con la muerte de sus compañeros, y embrutecidos por el alcohol, prendieron fuego al templo y de una oleada derribaron la puerta. Se introdujeron allí, y sin oír nada, se apoderaron uno a uno, del coronel Jose Avila, del teniente coronel Melitón Sanjinés, del capitán Andrés Loza y de todos los que allí se encontraban, y los sacaron a empellones al cementerio, donde les dieron una muerte cruel y tormentosa.

Faltaban aun los sacerdotes. Don Juan Fernández de Córdova, capellán de uno de los escuadrones derrotados en el Crucero, don José Rodríguez, cura de Viacha y don Francisco Gómez, cura de Ayo Ayo, que ha-bía acudido al templo, en demanda y cuidado de los heridos, se había revestido de los ornamentos sagrados, teniendo uno de ellos, Córdova, la custodia del Santísimo Sacra-mento en la mano, se colocaron en el tabernáculo, creyendo que esta actitud seria respetada por la horda. Más todo era en vano. Los campesinos enfurecidos aún más y con la sangre hasta los tobillos, se lanzaron sobre los sacerdotes, los despojaron de sus vestiduras, y los condujeron también al cementerio, donde los victimaron igual que a los otros... No hubo piedad alguna con ninguno.

EN EL TEMPLO NO QUEDABA NINGUNO

En el cementerio y en la puerta misma de la iglesia se veía un hacinamiento de cadáveres, descuartizados y horriblemente mutilados. Una escena de horror indescriptible.

Eran veintitrés cadáveres o restos de ca-dáveres de jefes antiguos y meritorios, de ancianos sacerdotes y de jóvenes distinguidos de la sociedad chuquisaqueña.

En el mismo cementerio, en la plaza y en las calles próximas, hallábase también tendidos más de ciento cincuenta indígenas muertos a bala por los que se habían encerrado en el templo.

Casualmente, el escuadrón Junín derrotado en Corocoro, llegó a las cercanías de Ayo Ayo, en los mismos momentos en que se realizaba la masacre, pero ignorante de estos sucesos, y no pudiendo entrar al pueblo por la actitud hostil de los del lugar, siguió su ca-mino al cuartel general de Viacha.

Tres días después, apostó en Ayo Ayo el capitán general don Severo Fernández Alon-so, a la cabeza de sus fuerzas militares... En-

contró en el cementerio el hacinamiento de cadáveres en medio de charcos de sangre que ya empezaba a coagularse. Profunda-mente consternado ante este horroroso es-pectáculo, mando lavar y dar cristiana sepultura a aquellos restos humanos.

Cuentase que en medio de su consternación, el doctor Alonso dijo al ver el cadáver del cura Fernández de Córdoba “Hay que vengar esta sangre inocente”.

¡Así murieron esos meritorios jefes y distinguidos jóvenes de la sociedad chuquisaqueña, victimas del abandono en que los dejaron sus superiores!

La vieja estación de La Paz

Dentro de los recuerdos de quienes vivieron hace décadas por los barrios que son aledaños a las inmediaciones de la ex Estación Central, siempre estará presente en su memoria ¡el ferrocarril! Salía desde el lugar por una serpenteante vía férrea que atravesaba, gracias a un puente aéreo, la avenida Manko Kápac, por un lado de los Laboratorios Vita, cruzando luego la avenida Buenos Aires -convertida hoy en una arteria comercial muy concurrida- para después llegar a desplazarse por el bosquecillo de Pura Pura, trayecto en el cual jovenzuelos traviesos se “colaban” al tren obligando a los brequeros a cumplir una tarea de exhaustivo control.

En su recorrido debía atravesar por un par de túneles cortos, por lo cual existían avisos que decían: brequeros agacharse -ellos caminaban encima de los vagones- y al respecto más de uno recordará que en esos letreros, encima del aviso original, se leía: “brequeros cacacharse”. Ello ocasionaba el jolgorio de los pilluelos dados a la tarea de permanecer “colados” en el convoy, pues la subida era muy lenta, por lo empinado de la vía, hasta llegar a la Ceja.

Quién no conocía esa edificación, inmortalizada en el tema “La vieja estación” del grupo “Los Grillos” -dé-cada de los 70- que en partes sobresalientes dice: cuando yo escuché las últimas pitadas de aquel tren, mis lágrimas brotaron, los ojos se nublaron, en las puertas del andén… yo quie¨ro que tú me digas que no me olvidarás, y a cambio de tu partida que pronto volverás… te seguiré esperando en la vieja estación.

También evocan los ár-boles cactáceos del muro extenso de la avenida Re-

pública. Comentan que eran centenarios, y aunque no conozco a qué especie bo-tánica específica pertenecen no dejan de llamar la atención porque desde el suelo su tallo y ramas son cactos espinosos. Casi desaparecen por la ac-ción de la mano del hombre, ya que al derribar los antiguos muros de adobe para dar paso a un enrejado metálico en lo que hoy son instalaciones del teleférico, “mataron” a la mayor parte, aunque se salvaron algunos que continúan cual centinelas eternos del lugar. ¿No pudieron ser trasplantados en otros sitios, quizá debido a la inexistencia de gente entendida en la materia, o sea botánicos?

Ya que hablo de vegetación, ahora me ocupo de un árbol cuyas semillas de color negro simplemente eran conocidas en ese entonces como “pedo alemán” (con las disculpas del caso). Los rapazuelos de esas décadas, para evitar el rendir algún examen en el colegio se trasladaban hasta la entonces denominada zona de Chu-quiaguillo -lo que actualmente es Villa Fátima- con el fin de recoger algunas, ya que estas al ser aplastadas y mojadas con agua tenían la particularidad de despedir un olor insoportable, cual se tratase de pedos o flatulencias expulsadas por cualquier persona. En el aula donde la utilizaban esos avispados alumnos, obviamente, ya era imposible seguir con la clase. Pues bien, se trata de algunas añejadas que, espero, les traigan algunos recuerdos.

domingo, 7 de enero de 2018

Rememoran nacimiento de Tupac Katari

Los 268 años del nacimiento del héroe indígena revolucionario Tupaj Katari (Julián Apaza) serán rememorados el próximo ocho de enero de 2018 en el municipio de Sica Sica de la provincia Aroma del departamento de La Paz, mientras que al día siguiente, nueve de enero, se cumplirá la celebración de su onomástico, se desarrollará en su sitio de nacimiento: la comunidad Sullcavi del municipio de Ayo Ayo de la misma provincia paceña.

El indio insurgente encendió el fuego descolonizador en 1781 –un año después del estallido de la guerra de 1780 en Pocoata (Chayanta, Norte Potosí) donde los aymaras, a la cabeza de Tomás Katari lucharon por un autogobierno propio (el cacicazgo legítimo sobre los ayllus)– junto con Bartolina Sisa lideraron a 40.000 indios, cercaron dos veces la ciudad de La Paz (en total 184 días), haciendo soportar una hambruna prolongada a los españoles y los criollos.

En el acto de celebración del nacimiento del líder indígena organizado por el Viceministerio de Descolonziación del Ministerio de Culturas y Turismo, se presentará la obra “Vida y muerte de Tupaj Katari y Bartolina Sisa” del grupo teatral Albor y se entregarán más de dos mil ediciones del libro “La Revolución India” del escritor y filósofo Fausto Reinaga a los dirigentes indigenales de la provincia Aroma.

Julián Apaza (Tupaj Katari) y Bartolina Sisa expandieron la insurgencia y la lucha indigenal con una masiva movilización que se extendió a otras regiones con levantamientos de comunidades en Oruro, en Cochabamba, Salta, Tucumán (en el Norte de Argentina) llegando incluso a Arica (Norte de Chile).