Buscador

lunes, 26 de septiembre de 2022

Las guerras civiles entre los encomenderos y la Corona - El reparto de encomiendas de La Gasca

“Según refiere Levillier, La Gasca distribuyó 150 encomiendas por un valor aproximado 1 400 000 pesos de oro en el conocido reparto de Huaynarima. Aunque en general las cifras para la época son imprecisas, en el caso de La Gasca, la imprecisión es aún mayor. Así, por ejemplo, Assadourian menciona 339 encomiendas por un total de 1.860.000 pesos, como pertenecientes a la tasación de La Gasca, esto daría un promedio de 5.487 pesos por encomienda, en tanto que, la estimación citada del reparto de Huaynarima arrojaría un promedio de 9.333 pesos por encomienda. Por su parte, Hampe, sobre la base de un documento hallado en el Archivo de Simancas, señala 363 encomiendas por un total de 1.400.000 pesos, arrojando así un promedio de 8.537 pesos por encomienda, con lo cual se puede asumir que los repartos originales de Cajamarca y el Cusco, sumaron 3.020.565 pesos ensayados”.

Fuente: Noejovich, 2009.

domingo, 25 de septiembre de 2022

Las guerras civiles entre los encomenderos y la Corona - Encomiendas y encomenderos

La encomienda era la entrega de los grupos de indígenas en “custodia” a los conquistadores. Se trataba de una forma de organización originada en la Reconquista, que llegó a América a través de las primeras empresas de colonización realizadas en el Atlántico. Los conquistadores del Perú no venían directamente de España; habían participado en las campañas en Mesoamérica y recibían como merced real una recompensa por sus servicios: población indígena asentada en un territorio determinado que quedaba bajo su responsabilidad y control. Como “vasalla” del rey, la población indígena debía dar un tributo a la Corona a cambio del usufructo de las tierras y la Corona transfería al encomendero el derecho de la percepción del tributo y el beneficio de toda clase de servicios.

El señor de indios estaba obligado a ofrecer servicio militar a la Corona en el territorio de su jurisdicción y, según el acuerdo inicial, los encomenderos debían evangelizar a los indios que les habían sido encomendados y encargarse de diversas funciones, pero estas funciones no llegaron a ser cumplidas. Al encomendero le importaba de manera prioritaria la explotación y movilización de la mano de obra de los indios que se le había entregado y el pago del tributo en producción agrícola, ganadera, extractiva y artesanal. La tributación en especies fue importante y llevó al desarrollo temprano de un mercado interior. Los encomenderos comercializaban los tributos de su encomienda y los convertían en ganancias que muchas veces usaban para invertir en comercio o minería, actividades para las que también tenían a su alcance mano de obra barata o gratuita con los indios de su encomienda. Esta situación privilegiada les proporcionaba reconocimiento social, y posibilitaba su participación en las decisiones de la administración local y regional. Varios autores coinciden con James Lockhart (1982) que considera que las encomiendas fueron un “instrumento fundamental” en la primera fase del Estado colonial.

El primer reparto de las encomiendas se realizó en 1538 cuando se entregaron las tierras del Collao y Charcas, pero fue necesario otorgar más tierras puesto que muchos españoles quedaron descontentos. En 1540 se realizó segundo reparto al sur del Cusco. Así fue cómo se concedieron las encomiendas en la lejana zona de Tarija, al sur de Charcas. Según algunos investigadores, Francisco Pizarro conocía las características de la zona y las poblaciones que la habitaron por medio de quipus incaicos que se encontraban en Cusco o bien pudo recibir la información del conquistador Diego de Rojas que realizó la primera visita a la región. Francisco Pizarro encomendó poblaciones que habitaban los valles orientales de Tarija en beneficio de Francisco de Retamoso y Alonso de Camargo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que algunas concesiones de encomiendas se referían a espacios aún no conquistados y poco o nada conocidos: algunos de sus beneficiarios no pudieron gozar de las mismas porque las poblaciones indígenas se encontraban totalmente fuera de su dominio como sucedió en Santa Cruz o en los llanos de Manso. Barnadas (1973) calificó este tipo de encomienda como “encomienda nominal”; se trataba de un repartimiento de “indios no pacificados”, que no tuvo efectos económicos para el encomendero (Oliveto, 2012).

En 1541, a la muerte de Francisco Pizarro, los encomenderos no eran muchos en la región andina y constituían lo que se llamó la “nueva aristocracia del país”. El encomendero más rico de Nuevo Toledo fue Gonzalo Pizarro puesto que la renta de su encomienda equivalía a 60% de la de todo el Perú; su encomienda tenía alrededor de 4.000 indios tributarios y producía 140.000 pesos al año. Incluía las minas de Porco y Potosí y comprendía todo el sur hasta la actual ciudad de Tarija; por el oeste llegaba hasta el lago Poopó. Otra encomienda importante fue la de Peranzures de Camporedondo, vecino de La Plata. Las encomiendas eran cotizadas en función de la cantidad de mano de obra que podían proporcionar para las minas, la producción y el transporte de alimentos como maíz, trigo y coca hacia las minas (Arze Quiroga, 1969).

Los encomenderos tenían la intención de perpetuarse en la posesión de las encomiendas, lo que, como hemos visto, causó las sangrientas guerras civiles. El resultado de la pacificación de La Gasca fue la adjudicación de encomiendas a la segunda y la última vida a los que participaron en el bando real, llamado en el lenguaje de la época como “restitución”. Hay que tomar en cuenta que según la “Ley de sucesión” (1536), la duración de las encomiendas se fijó tan sólo en dos períodos o “vidas”: las del beneficiario y de su sucesor. La mayoría de los encomenderos en Charcas y, sobre todo en la ciudad de La Paz, fundada en 1548, había recibido sus encomiendas de La Gasca en compensación por su lealtad y servicio a la Corona demostrados durante las guerras pizarristas.

Los estudios realizados por Ana María Presta (2000) sobre los encomenderos de Charcas muestran la variedad de actividades económicas que emprendieron tanto ellos como sus descendientes en la época posterior a las guerras civiles. Por ejemplo, los miembros de la familia Almendras, aprovechando los tributos de los indios, adquirieron propiedades urbanas y haciendas y se dedicaron a la comercialización de los productos de la tierra y de Castilla tanto en Potosí como en La Plata. Con la tercera generación de los Almendras se concretó la diversificación de los negocios manejados por sus agentes y por medio del ejercicio de cargos en el cabildo.

Asimismo, los negocios iniciados por Hernández Paniagua en el campo y la intermediación en operaciones de compra-venta de inmuebles y bienes raíces fue la base del negocio familiar. Su hijo Gabriel se convirtió en un empresario innovador que no sólo tuvo al comercio de la coca como parte importante del negocio familiar sino que fue el propietario del primer obraje de paños y ropa de la tierra en Charcas, situado en Mizque. El obraje no fue su única propiedad, pues adquirió tierras, haciendas, estancias, viñedos, chacras, cocales, huertas, casas, solares y minas ubicadas dentro de la extensa geografía charqueña. Por otro lado, las ocupaciones del encomendero Álvarez Melendez estaban relacionadas con la minería en Porco que se convirtió en negocio familiar en combinación con las diferentes empresas agrícolas y ganaderas familiares.

Asimismo, para la familia Zarate-Mendieta, la encomienda fue una fuente de diversificación de sus múltiples negocios sobre todo en el área de la minería. Otro hombre rico fue el encomendero Martín de Robles quién invirtió las ganancias de su repartimiento en Chayanta en las casas y minas de plata en Potosí y Porco y en propiedades agro-pastoriles (Platt et al., 2006). El encomendero Lorenzo Aldana tenía propiedades en Lima, Cusco, Arequipa, Potosí y La Plata, además de tierras en Oruro, Cliza y Luje. Los administradores de la encomienda, asociados a mercaderes arequipeños, transportaban los productos desde Cochabamba a Potosí donde los vendían y luego entregaban las barras de plata en Arequipa. En 1568 Aldana en su testamento ordenó crear una “obra pía” llamada “comunidades y Hospitales de Paria”, cuyas rentas económicas estaban destinadas a la construcción de un hospital para la población indígena uru y fondos para apoyarla, asimismo para proveer sustento a los pobres y los yanaconas, los jóvenes educandos y las mujeres casaderas. Al respecto, existe la leyenda según la cual Aldana hizo esta reposición bajo cargo de conciencia, debido a que los indios urus le mostraron las minas de oro y plata; esta información no está confirmada por los investigadores que interpretan el hecho como una compensación por los abusos y la falta del adoctrinamiento religioso (Del Río, 1997, 2006).

En la zona de La Paz, las encomiendas fueron colocadas en los repartimientos de indios collas y pacajes, ubicadas en la cuenca del lago Titicaca y en los grupos que habitaban los valles orientales de Larecaja. Los encomenderos paceños instauraron empresas productivas relacionadas con la minería en Porco y Potosí y con los obrajes de paños. El primer obraje fue fundado en 1553 por Juan de Rivas, encomendero de Viacha hurinsaya y Hernando Chirinos, encomendero de Pucarani hanansaya, puesto que los encomenderos podían poseer un repartimiento o bien la mitad de éste, de acuerdo al patrón organizativo territorial prehispánico. Juan de Rivas tenía una estancia en el valle de Mecapaca que contaba con 13.000 ovejas y otra en Yungas donde se producía coca desde la época prehispánica (Morrone, 2012).

miércoles, 21 de septiembre de 2022

Las guerras civiles entre los encomenderos y la Corona - Los nuevos disturbios en Charcas

La Gasca comenzó sus funciones como virrey haciendo una nueva repartición de encomiendas (el llamado “reparto de Huaynarima”) y se procedió al relevo del grupo privilegiado de los encomenderos que adquirió proporciones inauditas debido a las crecientes ambiciones de los pretendientes a los favores regios. Se resquebrajó el estrecho círculo de los pizarristas descendientes de los conquistadores que habían acaparado el acceso a los bienes y favores. Los que lucharon al lado del rey no pretendían abolir la encomienda, más al contrario, aspiraban a gozar su posesión, ampliando sus propiedades o recibiéndolas en lugar de los encomenderos depuestos. La Gasca hizo el nuevo reparto de encomiendas entre todos los que habían colaborado con él en la lucha contra Gonzalo Pizarro. Para esto contaba con 150 repartimientos quitados a los vencidos en Sajsahuana en 1548. Sin embargo, todavía aspiraban ser reconocidos más de 2.500 hombres armados que luchaban bajo su mando.

En abril de 1548, el presidente La Gasca tuvo que proclamar un nuevo reparto antes de promulgar la tasa (o disposiciones legales que regularizaban el trabajo de los indígenas), debido a que los que se habían puesto bajo las banderas del rey esperaban ser recompensados. Muchos de estos hombres armados denominados soldados -es decir españoles sin ningún medio de subsistencia- se dirigieron a Potosí para buscar fortuna y allí protagonizaron innumerables rencillas y peleas. La Gasca solicitó la llegada al Perú de Antonio de Mendoza que estaba ejerciendo el cargo de virrey de México (1535-1551) para organizar el virreinato, puesto que él debía regresar a España. A pesar de que La Gasca actuó con mano dura, por lo que existían quejas en su contra en la corte de Madrid, llegó a España con gran caudal y ocupó cargos importantes en la Iglesia.

El regreso de La Gasca y la pronta muerte, en julio de 1552, del virrey Antonio de Mendoza fueron aprovechados por los descontentos deseosos de obtener mayores beneficios económicos. En marzo de 1553, en La Plata, varios conjurados veteranos de la conquista y de las guerras civiles, dirigidos por Sebastián de Castilla que llegó del Cusco, asesinaron al gobernador y justicia mayor de La Plata y Potosí, Pedro Alonso de Hinojosa, y detuvieron a varios funcionarios reales. Paralelamente, en Potosí se produjo un disturbio de soldados encabezado por Egas de Guzmán y Vasco Godínez quiénes se apoderaron del dinero de las cajas reales. Sin embargo, este motín no tuvo mayor repercusión puesto que el cabildo de La Paz no apoyó esta aventura que finalmente duró tan sólo siete días. La comisión que enseguida llegó a La Plata, dirigida por el mariscal Alonso de Alvarado, castigó duramente a los culpables, ahorcando, decapitando o desterrando a los sospechosos. Vasco Godínez fue descuartizado y se le puso un cartel que decía: “A este hombre, por traidor a Dios, al Rey y a sus amigos, mandan arrastrar y hacer cuartos”.

A pesar de las crueles medidas tomadas para aplastar los intentos de sublevación, meses más tarde, a la llegada de la provisión de La Gasca sobre la extinción de los servicios personales, los encomenderos decidieron probar su suerte una vez más. El escenario del nuevo alzamiento fue Cusco, capitaneado por Francisco Hernández Girón que representaba los intereses de los vecinos de esta zona baluarte del poder encomendero. En noviembre de 1553, Hernández Girón detuvo al corregidor y mediante un cabildo en el Cusco se proclamó la autoridad suprema del Perú como procurador en la defensa de los derechos vecinales. Mandó esta noticia a la Audiencia de Lima y quedó a la espera del apoyo de los vecinos de Arequipa, Guamanga, La Paz y La Plata. Sin embargo, las filas de los encomenderos charqueños habían sido depuradas después de la derrota de Godínez. Además, el mariscal Alonso de Alvarado, que todavía se encontraba en La Plata, movilizó hombres y medios para aplastar la rebelión que duró trece meses. Aunque esta rebelión fue la que más similitudes tenía con la de Gonzalo Pizarro, Barnadas (1973) opina que, a diferencia de éste y otros sublevados anteriores como Almagro, Francisco Pizarro, Godínez y Guzmán, Hernández Girón no llegó a comprender la importancia estratégica y económica de Charcas, lo que causó el fracaso de su movimiento.

Una vez más se castigó duramente a los rebeldes. Hernández Girón fue decapitado y su cabeza puesta en el rollo de la ciudad de Lima en una jaula de hierro, al lado de las de Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal. No obstante, se vio que las medidas de represión no eran suficientes y, por miedo a una posible repetición, la Corona decretó un perdón general para los culpables. Sin embargo, si la política de represión detuvo poco a los descontentos, “la política pacificadora mediante amnistías” produjo, según Barnadas, una desmoralización política. El fruto de la implementación de ambas fue el establecimiento de un pacto entre los encomenderos y la Corona que tuvo que suavizar las exigencias de las Leyes Nuevas y buscar otras salidas mucho más diplomáticas, sutiles y perspicaces.

En 1556, el virrey Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete (1556-1560), terminó con los últimos intentos de rebeldía y, a partir de entonces, se consolidó la imagen y la autoridad del virrey. Muchos de los capitanes que participaron en estas luchas terminaron viviendo en ciudades como La Plata, Potosí y La Paz, como Gabriel de Rojas, Diego Centeno, Lorenzo Aldana, Polo de Ondegardo, Diego de Mendoza y otros que fueron encomenderos de Charcas.

martes, 20 de septiembre de 2022

Las guerras civiles entre los encomenderos y la Corona - Las acciones de pacificación de La Gasca

En 1546, la Corona envió al sacerdote Pedro de La Gasca con el cargo de presidente de la Real Audiencia de Lima para desmantelar la rebelión de Gonzalo Pizarro. La Gasca, que quedó para la historia con el apelativo de “pacificador del Perú”, logró poco a poco que varios partidarios de Pizarro se pasaran a sus filas. En la batalla de Huarina (20 de octubre de 1547), a orillas del lago Titicaca, Pizarro logró imponerse sobre las fuerzas reales. Los cronistas que escribieron sobre esta batalla coincidieron en que ésta fue la más sangrienta de las guerras civiles: hubo grandes pérdidas en ambos bandos, sobre todo en el de los realistas, con alrededor de 300 a 400 muertos y muchos heridos (Espino López, 2012).

Sin embargo, más tarde, los dos ejércitos se enfrentaron en la batalla de Jaquijahuana (Sajsahuana), el 9 abril de 1548 y Gonzalo Pizarro fue derrotado. Éste fue decapitado junto con sus principales capitanes y más de 300 personas fueron sentenciadas a muerte. La cabeza de Pizarro fue llevada a Lima y se la colocó en un rollo con un rótulo que indicaba: “esta es la cabeza del traidor Gonzalo Pizarro, que se levantó en el Perú contra su Magestad y dio batalla contra su estandarte real”. Sus casas en Cusco, La Plata y Porco fueron arrasadas y los terrenos cubiertos con sal.

El análisis de la rebelión muestra un universo complejo basado en la existencia de redes familiares y sociales de poder del bando pizarrista en el Perú y en Charcas, la capacidad de hacer el uso de las ideas jurídico–políticas y el uso de los recursos legales, económicos, militares (Lockhard, 1982; Barnadas, 1973; Lohmann Villena, 1977; Varón Gabay, 1986; Presta, 2000). Sin embargo, Lorandi (2002) sostiene que tanto entre los rebeldes y los realistas así como en el bando de los propios rebeldes hubo dos lógicas complementarias y opuestas: el interés privado y el respeto a la autoridad real. Todos estos aspectos permiten visibilizar el enfrentamiento de los proyectos y modelos políticos. Mientras que la Corona deseaba instituir el Estado moderno, en el imaginario colectivo y aparato jurídico de los conquistadores convivían los paradigmas propios de la baja Edad Media. Los encomenderos rebeldes que se basaban en las ideas de los derechos medievales, ya caducos en España, se sintieron disconformes con el avance de las ideas de la modernidad que se gestaba en la metrópoli. 
Batalla de Chuquinca

lunes, 19 de septiembre de 2022

Las guerras civiles entre los encomenderos y la Corona - Tácticas de guerra

“En las guerras civiles del Perú, la evidencia de la traición y la contra-traición, el vaivén entre un bando y otro desde la ruptura inicial entre pizarristas y almagristas, los conflictos de intereses y de fidelidades, era algo asumido por todos, de manera que influyó a la hora de reclutar nuevos ejércitos y plantear, en suma, la guerra. El terror y las ventajas económicas ofrecidas se mostraron como los principales argumentos a la hora de la recluta.

Sin embargo, la huida hacia adelante como única solución posible acabó por hacer perder parte de las tropas de cualquiera de los bandos en liza en un momento u otro. La búsqueda de la batalla podía ser la solución tanto del que disponía de más tropas pero temía perderlas por el camino, como del que contaba con menos efectivos pero estaba más seguro de su fidelidad. A menudo, los encuentros se libraron por confiar una de las partes en que las tropas del contrario causarían traición. Y así fue en algunos casos. La posesión de armamento suficiente y de oficiales de calidad también influyó en algunos resultados, como en Huarina. En dicha batalla, pocos, pero bien adiestrados y equipados con armas de fuego, derrotaron a un contingente muy superior en número.”

Fuente: Elaborado sobre la base de Espino López, 2012.

domingo, 18 de septiembre de 2022

Las guerras civiles entre los encomenderos y la Corona - Conoce Pizarro en Quito que el capitán Diego Centeno se ha alzado por su Magestad en las Charcas. Centeno es vencido por fuerzas de Pizarro al mando de Toro.

“…llegó un mensajero con cartas que le daban aviso como en las Charcas, que es una ciudad la postrera de la gobernación, que estará docientas leguas más adelante del Cusco, en el camino que va al Chile, estaba un caballero que se llamaba Diego Centeno y que se había alzado en nombre de Su Magestad, con algunos amigos suyos y había muerto a puñaladas a un capitán de Gonzalo Pizarro que allá estaba, llamado Almendras, que estuvo en la dicha ciudad de las Charcas por Teniente del Capitán de Pizarro, y tomó la más gente que pudo, con ánimo de venir sobre el Cusco y apoderarse de él, y como esto había sabido otro Capitán de Pizarro que estaba en el Cusco, aderezase para ir en contra Centeno que sabía que venía. Lo cual sabido por Pizarro proveyó que su Maestre de Campo, Carvajal, a la ligera, saliese a su nombre a dar orden cómo apaciguar aquellos alborotos y castigase al capitán Diego de Centeno. El cual luego se puso en camino y se recogió y juntó gente y moneda por los pueblos donde iba, para haber efectuar la empresa; y llegando a la ciudad de Lima, hizo en ella doscientos hombres, donde fueron hechas tiranías a muchos, como tiranos y traidores que eran, ahorcando y matando a todos aquellos que él creerá que no lo seguían de buena gana. Y si copiosamente se hubieran de escribir las hazañas de este Carvajal y sus maldades y desafueros, fuera un proceso infinito de sólo él y de sus cosas. Por manera que con la gente que juntó en esta ciudad de Los Reyes, se puso en camino y en poco tiempo llegó a la ciudad del Cusco y dentro de ella halló al capitán Toro con alguna gente, que había ya dado la batalla a Diego de Centeno y le había desbaratado y muerta alguna gente y otros muchos había ahorcado y justiciado. Y el capitán Diego de Centeno se había escapado con alguna gente y se había ido con ciertos indios lejos de las Charcas y no sabía donde se hubiese hecho”. Fuente: Nicolas de Albenino en Páez, 2004.

sábado, 17 de septiembre de 2022

Las guerras civiles entre los encomenderos y la Corona - El inicio de la rebelión de Gonzalo Pizarro (1544-1548)

Mientras tanto, el virrey Núñez de Vela había generado reacciones contrarias en la población limeña. En septiembre de 1544, los propios oidores de la Audiencia de Lima lo tomaron preso y lo embarcaron a España. Gonzalo Pizarro fue reconocido como gobernador y llegó a ejercer un poder casi inverosímil en los años de la feroz resistencia al poder real (1544-1548). Eran indudables las aspiraciones regias de Gonzalo Pizarro quién pretendió incluso casarse con su sobrina, la hija del marqués Francisco Pizarro, y empezó las tratativas correspondientes ante la corte papal puesto que no fue apoyado por la corte española. Sin embargo, algunos historiadores sostienen que aquello no fue el deseo del propio Gonzalo, sino el de sus allegados. Lorandi (2002) se refirió al riesgo del que estaban conscientes los encomenderos al romper los vínculos con España debido a los fuertes lazos económicos, familiares e imaginarios que sostenían con su tierra natal.

Gonzalo Pizarro designó a sus tenientes gobernadores en diferentes puntos clave del virreinato: Martín de Almendras y Diego Centeno fueron elegidos para Charcas. Almendras se caracterizó por una serie de abusos; decomisó tierras de españoles e indios, cobró tributos indebidos, se adueño de los reales quintos depositados en la Caja Real e hizo decapitar a uno de los antiguos conquistadores, Gómez de Luna. A consecuencia de ello, Diego Centeno, un rico encomendero de Charcas, cambió otra vez de bando y encabezó un complot antipizarrista contra Almendras; dictó su sentencia de muerte y fue proclamado Capitán General y Justicia Mayor de la Villa de La Plata. Desde allí, se inició un movimiento en apoyo al virrey, puesto que Diego de Centeno se dirigió a Cusco para intentar apoderarse de esta urbe, pero no lo logró y fue perseguido por el teniente del Cusco, Alonso de Toro, y luego por el temible y cruel Francisco de Carvajal denominado por sus contemporáneos como el “Demonio de los Andes”.

Cuando supo que Carvajal se aproximaba, Diego de Centeno dispuso que el encomendero Lope de Mendoza ocupase la villa de La Plata, cuyo gobernador era Alonso de Mendoza, partidario de Pizarro. Después de hacer escapar a Diego de Centeno, Carvajal restableció las autoridades de La Plata, castigando a todos los sospechosos y ejecutando cruelmente a 16 españoles en la horca o con la pena del garrote. Al mismo tiempo, el antipizarrista y encomendero charqueño Lope de Mendoza se enfrentó con Carvajal en Pocona, el 8 de julio de 1546, pero fue derrotado; escapó, pero fue alcanzado a las orillas del río que hoy lleva su nombre. Después de esta victoria, Carvajal se sintió dueño de la situación en Charcas. Se retiró a La Plata donde hizo un desfile militar, demostrando su poder y gloria militar. Poco tiempo después, a fines del septiembre de 1546, fue objeto de un intento de asesinato que fue reprimido con sangre. Carvajal aprovechó su estadía en Charcas para apropiarse y llevarse a Lima las recaudaciones de las Cajas Reales de Potosí y Porco.

El virrey, que fue enviado a España por los propios oidores, logró escapar y desembarcó en Tumbes, de allí se dirigió a Trujillo donde empezó a reunir a la gente; pero bajo la amenaza de Pizarro que salió a su encuentro, retrocedió hacia Quito y luego a Popayán. Con refuerzos obtenidos en Cali, Cartagena y otros lugares, regresó a Quito donde se produjo el encuentro entre ambas fuerzas en la batalla de Añaquito o Iñaquito (18 de enero de 1546). El resultado de la batalla fue la derrota del virrey que fue decapitado en pleno campo de batalla. Según el Parecer dado a La Gasca por un pasajero que vino del Perú, (1546) “el visorrey, caído y herido aunque no de muerte, le buscó el licenciado Carvajal y habiéndole hallado, le dijo algunas palabras y mandó a un esclavo le cortase la cabeza, e así se hizo…se usaron malos tratamientos con su cabeza” (Pérez de Tudela, 1964).

La rebelión de Gonzalo Pizarro se destacó por su duración (cuatro años), por la expansión geográfica de sus acciones y por el amplio apoyo que recibió. El éxito de los pizarristas se puede explicar por el hecho que, en Charcas, los hermanos Pizarro poseían una gran riqueza originada en sus encomiendas productoras de maíz, coca, chuño, por la plata de Porco, el oro de la quebrada de Choqueyapu, lo que les permitió contar con un soporte muy sólido para la guerra. Por otro lado, según Barnadas (1973), “la adhesión a Pizarro fue casi integral en la sociedad hispana”: los encomenderos, los clérigos, la gente humilde sin privilegios, los funcionarios reales, los caciques indígenas lo apoyaron. Juan Carlos Estenssorro (2003) sostiene que pudo haber existido una especie de vínculo señorial más íntimo entre algunos caciques y sus encomenderos. El autor reveló un caso acaecido durante los enfrentamientos entre almagristas y pizarristas, cuando uno de los españoles fue advertido por “la guaca” del cacique acerca del peligro que corría el “apo macho” (Francisco Pizarro). El encomendero creyó en la amonestación y advirtió al gobernador de un posible riesgo.

Por otro lado, no se puede subestimar la participación de los indios en las guerras civiles bajo el mando de uno u otro bando. Según investigaciones recientes, la confederación los Charcas, bajo el mando de Ayawiri, hijo de Coysara, apoyaba a las fuerzas del rey y es probable que los caracara encabezados por Moroco respaldaron a su amo Gonzalo Pizarro con 20.000 indios de Macha y Chaquí (Platt et al., 2006).

Mientras tanto, en plena guerra civil se produjo el llamado “descubrimiento de Potosí”. Según las nuevas hipótesis, el silencio respecto a Potosí —que se encuentra a tan sólo escasas siete leguas de Porco— se debía a la deliberada política de los incas y los mallkus de las siete naciones. El encumbramiento de tesoro de Potosí desde 1538 a 1545 es interpretado como la respuesta de los incas a la violencia emprendida por Pizarro, sobre todo después de que, en 1540, mandó quemar en Yucay a la mujer de Manco y al sacerdote Vilac Uma. Por otro lado, se baraja la idea de que pudieron haber existido instrucciones para esconder las minas a los españoles, por el deseo del Inca Manco y también de los mallkus de las “naciones” de Charcas de reconstruir algún día el Tawantinsuyu. En otra versión, los indios intentaban esconder la fuente de la plata para poder pagar los tributos en plata impuestos por los españoles.

En 1545 se desarrollaba la guerra civil así como la estrategia de Manco Inca que, desde Vilcabamba, intentó acercarse a las fuerzas realistas mandando cartas al primer virrey Blasco Nuñez Vela. El virrey que, en 1544, pretendía implementar las Leyes Nuevas también buscaba aproximarse a Manco puesto que tenía la esperanza de recibir oro y plata. Manco deseaba servir al rey con un nuevo tesoro y, de esta manera, ayudar a someter al “tirano” Gonzalo Pizarro y a los encomenderos. Investigaciones recientes (Platt, Quisbert, 2007, 2008; Medinacelli, 2004) dan a conocer que, durante los años 1543-1544, Gonzalo Pizarro buscaba minas cerca de Porco y llegó hasta las faldas del mismo Cerro Rico en un lugar llamado “Asientos de Gonzalo Pizarro”, y logró apoderarse de las vetas del Cerro por su propia cuenta.

El traspaso de nuevas minas no sólo significó la entrega de una importante riqueza, sino también la transferencia del poder simbólico. Potosí fue una de las más importantes huacas solares del imperio inca y proporcionaba legitimidad al poder del que tuviera su control. Por otro lado, esta entrega significaba que los señores étnicos ofrecían sus servicios a la Corona y esperaban ser reconocidos como los “señores naturales de la tierra”. En 1545, Manco Inca fue asesinado por los españoles que él mismo acogió en Vitcos. Uno de sus hijos, un menor de edad llamado Sairi Tupac, asumió el trono bajo la regencia del hermano de Manco. Posteriormente, con la mediación de Paullu, los españoles intentaron negociar con el Inca su adhesión al régimen. Por varios motivos, este proceso tardó cerca de una década. Una vez aliado con los españoles, éste murió envenenado y la resistencia en Vilcambamba se prolongó hasta 1572.
Mapa de las guerras civiles en el Perú (1544-1548).

La batalla de Huarina (1547) s

viernes, 16 de septiembre de 2022

Las guerras civiles entre los encomenderos y la Corona - De cómo fueron al Perú Blasco Núñez Vela y cuatro oidores

“Entró Blasco Núñez a Trujillo con gran tristeza de los españoles, hizo pregonar públicamente las ordenanzas, tasar los tributos, ahora los indios, y vedar que nadie los cargase por fuerza y sin paga. Quitó los vasallos que por aquellas ordenanzas pudo y púsoles en cabeza del rey. Suplicó y pueblo y cabildo de las ordenanzas, salvo la que tasaba los tributos y pechos y de la que vedaba cargar los indios, aprobándolas por buenas. El no les otorgó la apelación, antes puso muy grandes penas a las justicias, que lo contrario hiciesen, decía que traía espesísimo mandamiento del emperador para ejecutarlas, sin oír ni conceder apelación alguna. Díjoles, empero, que tenían razón de agravarse de las ordenanzas, que fuesen sobre ello al emperador, y que él le escribiría cuál mal informado había sido para ordenar aquellas leyes. Visto por los vecinos su rigor y dureza, aunque buenas palabras, comenzaron a renegar. Unos decían que dejarían las mujeres, y aún algunos las dejaran si les valiera, ya se habían casado muchos se habían casado muchos con sus amigas, mujeres de segunda, por mandamiento que les quitaran las haciendas si no lo hicieran. Otros decían que les fuera mucho mejor no tener hijos ni mujer que mantener, si les habían de quitar los esclavos, que los sustentaban trabajando en minas, labranzas y otras granjerías, otros pedíanle pagase los esclavos que les tomaba, pues los habían comprado de los quintos del rey y tenían su hierro y señal. Otros daban por mal empleados sus trabajos y servicios, si al cabo de su vejez no habían de tener quién les sirviese; éstos mostraban los dientes caídos de comer maíz tostado en la conquista del Perú; aquellas muchas heridas y pedradas; aquellos otros grandes bocados de lagartos; los conquistadores se quejaban que, habiendo gastado su hacienda y derramado su sangre el ganar el Perú al emperador, les quitaban estos pocos vasallos que les había hecho merced. Los soldados decían que no iban conquistar otras tierras, pues les quitaban la esperanza de tener vasallos, sino que robarían a diestro y a siniestro cuando pudiesen; los tenientes y oficiales del rey se agraviaban mucho que les privasen de sus repartimientos sin haber maltratado los indios, pues no los hubieron por el oficio, sino por sus trabajos y servicios”. Fuente: López de Gomara, 1979.

miércoles, 14 de septiembre de 2022

Las guerras civiles entre los encomenderos y la Corona - Las Leyes Nuevas

En 1542, las guerras en las que intervinieron los encomenderos parecían haber concluido después de la derrota de Almagro en la batalla de Salinas, de su juicio y ejecución (abril de 1538), y con la actuación de su hijo, Almagro el Mozo, que terminó con la muerte de Francisco Pizarro (junio de 1541). Almagro el Mozo fue posesionado como gobernador y más adelante fue vencido por el enviado de la Corona, Vaca de Castro, que se alió con los partidarios de los Pizarro, en la batalla de Chupas. Fue ejecutado en 1542.

La situación de los encomenderos y las encomiendas, los abusos a los indígenas y el interés de la Corona en asumir de manera más directa el control de los territorios y pobladores de América llevaron a que, en noviembre de 1542, se dictaran las ordenanzas de Barcelona o Leyes Nuevas que se presentaron con el nombre de Leyes y Ordenanzas nuevamente hechas por su magestad para la gobernación de las Indias y buen tratamiento y conservación de los indios. Estas leyes, dictadas por Carlos V, reemplazaban las anteriores disposiciones contenidas en las Leyes de Burgos de 1512, mucho más favorables para los conquistadores y encomenderos.

Las Leyes de 1542 eran consideradas como una especie de Constitución política para los territorios dominados por España en América. Contenían de forma coherente la visión de la Corona sobre cómo debía ser la organización estatal del imperio colonial americano (Bernand y Gruzinski, 1996) y marcaban puntos clave para la presencia de la Corona en estos territorios. Tomando en cuenta los postulados del dominico Bartolomé de Las Casas, las Leyes Nuevas prohibían la esclavitud de los indios y regulaban el trabajo impuesto a los indios en las encomiendas, considerando que muchas de las muertes se producían mayormente por la excesiva presión sobre la mano de obra en las encomiendas. Uno de los principales propósitos de estas leyes fue normalizar el poder que habían ido adquiriendo los encomenderos, declarando abolida la encomienda a perpetuidad y estableciendo su carácter hereditario; a la muerte de los encomenderos, las encomiendas debían quedar bajo la jurisdicción de la Corona y los encomenderos no podrían vivir en lugares alejados de sus encomiendas.

En el momento de la conquista, los intereses del Estado y de los emprendedores particulares habían confluido, llevando con éxito esta empresa y el propósito conjunto de la ocupación del territorio. Más adelante, una vez conseguido el objetivo, las necesidades de ambos se opusieron entre sí ya que los conquistadores convertidos en encomenderos tenían también un poder jurídico y militar sobre la población que le había sido delegada, e interferían en los propósitos de la Corona por sentar los principios de un orden económico, social y político en América.

Los encomenderos intentaron utilizar las estrategias jurídicas expresadas a través de la correspondencia con la Corona y las autoridades reales para legitimar su actuación refiriéndose a lo acordado con la Corona y a los derechos que ganaron como conquistadores y colonos de las tierras peruanas frente a las medidas plasmadas en las Leyes Nuevas y que limitaban el poder encomendero.

La Corona designó a Blasco Núñez de Vela como primer virrey de Perú, sustituyendo al gobernador Vaca de Castro que ocupaba el cargo desde la muerte de Pizarro (1542). Asimismo, fueron nombrados los oidores de la flamante Audiencia que se estableció en la capital del nuevo virreinato del Perú, es decir, Lima. En la primavera de 1544, el virrey Núnez de Vela y los oidores llegaron al Perú para implantar las Leyes Nuevas. El virrey envió las provisiones para la ejecución de las Leyes e invocó su lealtad al rey, pero la mayoría de los encomenderos en el Perú no recibieron bien la noticia y tampoco aceptaron su presencia, puesto que dichas leyes iban a despojar de sus encomiendas a los que participaron en las guerras almagristas y pizarristas. 
Escudo de armas de La Plata.

Escena de la batalla de Chupas.

Los encomenderos de otras regiones se dirigieron a Cusco donde se estaban reuniendo los opositores a Leyes y la región conformada por el Cusco, Arequipa y La Plata se convirtió en “el centro y motor de la resistencia pizarrista” (Barnadas, 1973). El último de los hermanos Pizarro que tenía una gran autoridad entre los encomenderos, Gonzalo, marchó con este propósito desde las minas de Porco que quedaban dentro de su encomienda, en Potosí, hasta Cusco para encabezar la resistencia contra el enviado de la Corona. En Cusco, apoyado por muchos encomenderos, se autoproclamó “Justicia Mayor y Procurador General del Perú” con la intención de oponerse a las ordenanzas ante el virrey y, de ser necesario, ante el emperador Carlos V. El gobernador de La Plata, Luis de Ribera, en reunión con los principales vecinos de la ciudad, declaró su lealtad al rey y exigió juramento de fidelidad al cabildo. Diez vecinos que negaron su apoyo al virrey fueron apresados y condenados a muerte por descabezamiento, la pena prevista para los traidores. Se conoce los nombres de algunos: don Sebastían de Castilla, don García Tello de Vega Maqueda, Salzedo, Albán Pérez, Arévalo, Sepúlveda, Corro, Agasanje.

El cabildo eligió a Diego Centeno y Pedro de Hinojosa para comunicar las decisiones de la villa y presentar sus observaciones en torno a las Leyes Nuevas ante el virrey pero, al pasar por el Cusco, los delegados platenses fueron persuadidos por Gonzalo Pizarro y cambiaron de bando. El cabildo del Cusco y Gonzalo Pizarro escribieron al de La Plata argumentando en contra de las ordenanzas y sugirieron que todos los vecinos trajeran armas y caballos para fortalecer la oposición. Sin embargo, el cabildo de La Plata rechazó la propuesta y revocó los poderes de sus representantes desleales. Mientras tanto, la mayoría de los encomenderos de la región se unió en torno a Gonzalo Pizarro. Finalmente, en septiembre de 1544, 25 vecinos principales de La Plata, encabezados por el gobernador Luis de Ribera, partieron con sus armas y caballos rumbo a Lima a ponerse bajo las órdenes del virrey.

martes, 13 de septiembre de 2022

Las guerras civiles entre los encomenderos y la Corona - ¿Imperio o colonia?

“Desde los inicios del XVII estaba muy en boga la idea de que las monarquías podían ser imperio o, mejor aún, que toda monarquía nacional que se preciara tenía que alcanzar necesariamente la “dimensión imperial”. Bajo el doble sentido con el que siempre se ha interpretado el Imperio, bien como unión de diferentes naciones que permanecen juntas, a raíz de mecanismos jurídico-hereditarios, bajo la titularidad de un único soberano, o bien como conglomerado de territorios que quedan anexados por sometimiento armado a una monarquía unitaria. Llega el momento en que Imperio y monarquía nacional se confunden, como si de la misma cosa se tratase; tal vez el ejemplo más característico, en contra de lo pudiera pensarse, no sea el español, sino inglés, donde entre 1642 y 1689 la idea del Imperio se abre paso como distintivo de la nacionalidad británica. En España… son proporcionalmente escasos los escritos y manifiestos donde se abogue por un Imperio como plasmación natural de la monarquía española. Aún para aplicarlo a las Indias, hay reticencias en emplear el término Imperio, pues bajo ninguna circunstancia, hasta bien entrado el siglo XVIII, se aceptó en la jerga oficial que éstas fueron colonias. No obstante, cualquier amenaza externa, incluso en el plano de la retórica política, era de inmediato contestada dejando siempre a salvo el carácter de Imperio reservado que tenían las Indias para España. Lo que parece seguro que la proliferación de escritos sobre “España imperial”, como sinónimo de la “España nacional”, es más bien tardía en nuestro país y muchos de los títulos conocidos donde se abunda en tales supuestos nacionalistas del Imperio se escribieron en el siglo XX, a partir de 1936, amparados e impulsados por los supuestos ideológicos nacionalistas y europeos de la época.”

Fuente: Bernal, 2005.

jueves, 8 de septiembre de 2022

Las guerras civiles entre los encomenderos y la Corona - El Estado español y América

Introducción

A la conquista, con sus enfrentamientos y negociaciones, sucedió una etapa en la que los distintos actores sociales de la época (encomenderos, la Corona española, la Iglesia, sucesores de los incas, miembros de dinastías regionales y locales) intentaron ganar terreno para su propio beneficio en lo administrativo, económico y político. Hubo luchas y confrontaciones por espacios de poder en busca de la consolidación de las instituciones y del orden con un mayor control estatal. Entonces, salieron a la luz todas las polémicas que desataron la conquista y los cuestionamientos en torno al sistema colonial y de dominación, motivados por el control económico, el acceso a los recursos naturales, a la tierra y a la fuerza de trabajo. También se quiso llevar a cabo sueños de utopía e imaginarios concebidos por diferentes sectores ante la posibilidad de construir algo nuevo.

La población nacida en América comenzó a vivir en esta etapa bajo un orden estatal creado desde instancias de un Estado europeo lejano y desconocido, con el que la mayor parte de la población local difícilmente podía identificarse ni considerarse representada por él (Pietschmann, 1989). Desde el inicio, se planteó la necesidad de encontrar un ordenamiento jurídico para el gobierno de América. Por esos años, el control de la situación había estado en manos de quienes lideraron la empresa de la conquista, convertidos en encomenderos. La Corona intentó regular las atribuciones de estos encomenderos que, entonces, controlaban efectivamente los espacios del territorio americano y podían movilizar a la población indígena de sus encomiendas tanto como fuerza de trabajo como para formar tropas de exploración, conquista y control del territorio. Sin embargo, al implementar su proyecto, la Corona no contó con la posibilidad de que este grupo fuera construyendo su propio proyecto. Por su parte, los proyectos de la Iglesia católica no coincidían con la visión estatal respecto a la cuestión indígena y el trabajo forzado.

El Estado español y América

El Estado español, convertido en un imperio colonial en el siglo XVI, no fue una estructura que se mantuvo sin cambios a lo largo de varios siglos. Al momento de la conquista de América, España acababa de ingresar a una nueva etapa de su existencia después de la Reconquista, es decir la expulsión de los musulmanes de la península ibérica, y estaba en camino a convertirse en un Estado moderno, intentando unificar a sus distintos reinos, usando principalmente la idea de una religión unitaria para fortalecer una política unificada y el control de la monarquía, aunque con la supremacía del reino de Castilla. A pesar de esto, y debido principalmente a la falta de capacidad financiera, España había tenido que recurrir a acuerdos con particulares para llevar adelante la empresa de la conquista, cuya compensación conllevaba, de alguna forma, el riesgo de convertir los territorios conquistados en feudos con poder militar, judicial y civil. En la zona andina, las luchas entre los Pizarro y Almagro habían demostrado que esta situación podía llegar a extremos imprevisibles y a la pérdida de control de la monarquía en estos territorios. En la segunda mitad del siglo XVI, la Corona intentó establecer las bases del control estatal en América y frenar el ejercicio del poder de los particulares.

Con este propósito, se considera que la Corona apeló a varios mecanismos principales que se pusieron en funcionamiento: 1) la Iglesia que, desde el inicio, suministró la base ideológica de la evangelización como justificación de la conquista y dominio colonial; 2) el sistema administrativo conformado como burocracia para coordinar e implementar en América las decisiones de la Corona; 3) el sistema de control de tierras, fuerza de trabajo y la producción representado en esta etapa por la encomienda; 4) un sistema fiscal basado en tributos que se constituyó en la fuente indispensable de recursos, y 5) un sistema comercial basado en el monopolio que intentaba garantizar el control de las actividades comerciales entre España y las colonias.

Estos mecanismos fueron variando a lo largo del siglo XVI, con grandes cambios al inicio y al final del mismo. Pietschmann (1989) consideró que hubo tres factores que hicieron posible la consolidación de la estructura colonial implementada por la Corona española: la fundación de ciudades para españoles como bases administrativas, militares y políticas; la encomienda bajo el control estatal y el reconocimiento de los derechos de las élites indígenas en sus estratos medios. Las fundaciones de ciudades y las encomiendas estuvieron estrechamente ligadas debido a que los encomenderos necesitaban un centro urbano como base de organización, y las ciudades solamente podían existir si contaban con la fuerza de trabajo de los indios encomendados.

Para entender la relación de los monarcas españoles con sus súbditos americanos, es necesario comprender cómo funcionaba el Estado español. A partir del siglo XVI, los reinos españoles formaron parte de “una comunidad europea supranacional” y los historiadores han buscado conceptos que pudieran entender este fenómeno político con mayor precisión, calificándolo con los términos de “imperio”, “federación”, “confederación de Estados”, “monarquía pluriestatal” o la “monarquía compuesta” (Elliott, 1990; Galasso, 2000). Según Pagden (1991) fue una “confederación de principados” reunidos en la persona de un solo rey que poseía una administración imperial y sólo se pudo hablar del imperio compuesto por provincias a partir del reinado Felipe V (1700-1746), es decir del reinado de los Borbones.

El conjunto de los dominios de la monarquía no formaba una realidad institucional unitaria; estaba constituida por la unión personal de muchos Estados bajo el mismo soberano. Esta comunidad estaba conformada por los mismos territorios que la España actual, pero Cataluña, que formaba parte del reino de Aragón, era más extensa, ya que incluía el Rosellón y la Cerdeña, regiones que Francia anexó en 1659 con el tratado de los Pirineos. Además, la monarquía española incluía posesiones en Italia: el reino de Nápoles, el ducado de Milán, fortalezas en la costa toscana; en el Franco Condado, en Alemania y en los Países Bajos. Fuera de Europa, España poseía los enormes territorios americanos, a finales del siglo XVI, se adueñaron de las Filipinas y, tras la toma de Granada (1492), mantuvieron en sus manos varias fortalezas en África como Melilla. Cada una de estas formaciones políticas era autónoma y jurídicamente independiente respecto a las demás.

Pese al intento centralizador dirigido a construir una unidad administrativa e institucional en estos territorios tan diversos, las distintas posesiones españolas se diferenciaban por su grado de integración. La falta de homogeneidad existente entre las unidades políticas que conformaban el conjunto de las posesiones españolas se compensaba a través de la relación única, exclusiva y directa que tenía cada una de ellas con el Príncipe. Castilla constituía el corazón de este conjunto político y las Indias fueron consideradas reinos dentro del marco de su organización administrativa. En la época moderna, el reino de Castilla comprendía Galicia, Andalucía, las provincias vascas, Santander, las Castillas, Extremadura. Los reinos de Indias fueron incorporados a la Corona de Castilla con una administración independiente bajo un consejo propio, con su propia legislación (Leyes de Indias) y con un sistema institucional particular. La naturaleza jurídica de los territorios al otro lado del Atlántico fue distinta de la existente en la península ibérica, a pesar de que en todos ellos, se utilizó los mismos elementos políticos (Altuve-Febres, 1996). Las Indias fueron incorporadas a la Corona de Castilla, según Solórzano, como reinos vasallos sin perder ninguno de los derechos, formas y privilegios reconocidos por la monarquía.

La monarquía hispánica estaba compuesta por una multiplicidad de órdenes y estados, comunidades y cuerpos, provincias y reinos; cada uno de ellos gozaba de un estatus particular ante la ley. La autoridad del monarca preservaba la armonía y orden entre las partes mediante la agregación de derechos y privilegios en cada una de estas entidades particulares. Pero el poder real terminaba donde empezaban los derechos de los súbditos y, como guardianes de la ley, los gobernantes fueron investidos con fuerza para proteger sus derechos.

Los monarcas sólo monopolizaron legítimamente lo que se conocía como “asuntos de Estado” –es decir los asuntos de guerra y paz, patronazgo y distribución de cargos– y no reconocieron ninguna limitación legítima de sus decisiones. Más allá de las limitaciones prácticas, como la distancia, los recursos, la falta de información, el poder del rey se atenía a sus limitaciones legales y teóricas: era un poder limitado o constitucional. Esta forma de funcionamiento de la estructura política plural de la monarquía española ha recibido el nombre de pactismo. Se trata de una relación bilateral entre el rey y los vasallos que conlleva derechos y deberes recíprocos, respetados por ambas partes (Guerra, 1993).

Esta lógica de relación entre la monarquía absoluta y el orden social corporativo (colectivo) había penetrado profundamente en la cultura política de la monarquía hispánica. El célebre aforismo “obedecer pero no cumplir” no significaba de ninguna manera una práctica o costumbre introducida por los súbditos, sino un principio por el cual el rey no podía fallar ni ordenar algo sin previo conocimiento detallado del caso y sin consultar a las autoridades de cada región afectada. La estructura política plural de la monarquía española estaba inspirada en la metáfora corporal, empleada en el discurso político medieval para resaltar la unidad en que se englobaban todos los miembros de una comunidad, comparable en estos aspectos al cuerpo humano.

La sociedad era pensada como un organismo cuyo bienestar dependía del desempeño autónomo, armónico y coherente de las funciones de varios órganos o miembros. La metáfora organicista tenía sus raíces en la Edad Media y consistía en la comparación de la sociedad con el cuerpo humano basada en la idea que, para la correcta organización de la sociedad, no se debía partir de la consideración del individuo aislado sino de los grupos en el que se integraban (Hespahna, 1982). Los individuos, instituciones y estamentos eran parte del cuerpo de la República, y constituían el ordenamiento social estamental. Unas partes del cuerpo humano se comparaban con las funciones realizadas por los miembros de la sociedad. Esto no significaba la igualdad de sus miembros o la uniformidad de sus funciones, sino un orden jerárquico de funciones (espiritual, militar, judicial, productivo) y una jerarquía de cargos y personas (clero, nobles, jueces). Durante el siglo XVII, predominó la idea de que era imposible conseguir una administración absolutamente centralizada con el poder concentrado en el soberano que se comparaba con un monstruoso cuerpo reducido exclusivamente a su cabeza.

En el reino castellano, la doctrina corporativa tuvo una doble interpretación: por un lado, se presentaba al rey como cabeza del cuerpo místico formado por todo el reino, mientras que por otro, el propio reino y sus diferentes estamentos eran considerados como miembros de un cuerpo. La idea era que la función de la cabeza no debía destruir la autonomía del cuerpo social inferior, sino más bien mantener la armonía entre todos los miembros, atribuyendo a cada uno el lugar que le era propio y garantizando a cada cual su fuero o derecho (Hespanha, 1988). Cada miembro de la sociedad o corporación estaba predestinado a ocupar un lugar concreto en ese cuerpo, y cualquier intento de modificar esta adscripción generaba graves anomalías. Las instituciones judiciales y administrativas, tanto en el nivel regional como en el local, en calidad de cuerpos (las audiencias, así como las corporaciones eclesiásticas y fiscales) gozaban de correspondencia directa con el rey y distintos consejos (Consejo de Estado, Consejo de Guerra de la Inquisición o los consejos territoriales como el Consejo Real de Castilla, Consejo de Aragón, Consejo de Indias, Consejo de Italia, Consejo de Flandes y Consejo de Portugal).

Esto se traducía en América en que, de alguna manera, se limitaba las atribuciones de la autoridad virreinal. Por tanto, este dispositivo terminaba generando cierto equilibrio de poderes basado en la sobreposición e imbricación de las instituciones, corporaciones y comunidades políticas, representadas cada uno con derechos y deberes específicos y privilegios que se definían en relación con los otros grupos y con el Estado (Guerra, 1993).

Las relaciones de poder se caracterizaban por la ausencia física y la lejanía del rey. Esta peculiaridad requería el empleo de nuevos mecanismos que posibilitaran el funcionamiento del sistema colonial. El monopolio político que mantenía el poder real, impulsaba y fomentaba luchas de competencia entre diversas estructuras de autoridad como el virreinato, las audiencias reales, los corregimientos, los cabildos y la Iglesia. Las fuerzas políticas locales estaban equilibradas hasta el punto de que cada cual temía el posible fortalecimiento de la otra. Estas estructuras estaban obligadas a depender de un órgano central y supremo de coordinación.

El poder central terminaba bloqueando toda tentativa de resolución final de los grupos en disputa, de forma tal que las luchas no lo socavaban sino que lo favorecían. De esta manera se establecían las interdependencias del poder propuestas por Norbert Elias (1993), que se formaron, además, en una sociedad controlada por redes interpersonales alimentadas por la amistad, el intercambio de favores o las alianzas familiares, y la larga duración. La relación entre el rey y sus súbditos era parte de un importante campo de intercambios múltiples y recíprocos de favores, basados en un sistema de fidelidades, lealtades y pactos.

Mapamundi 1575


miércoles, 7 de septiembre de 2022

Fin del período - Prestigio sin poder en Vilcabamba

Como vimos, en 1536 Manco Inca dejó el Cusco para refugiarse en la selva donde se sentía protegido y donde podía controlar a los caballos que al parecer eran lo que daba mayor ventaja en las batallas. En el terreno quebrado y vertical los jinetes harían menos daño. De este modo, se instaló con sus seguidores en Vilcabamba, a 20 o 25 leguas al norte del Cusco. Vilcabamba comprendió varios núcleos, construcciones y lugares sagrados levantados anteriormente y completados o ampliados por Manco y sus sucesores. Allí reinaba con la idea de resistir creando un gobierno paralelo.

Aunque en la historiografía tradicional se habla de un estado neoinca en Vilcabambamba, en verdad Manco tuvo que abandonar su propósito de vencer a los españoles debiendo conformarse con gozar de un prestigio religioso que aparentemente nunca perdió, pero que no estuvo acompañado por un dominio político efectivo. Desde allí, su gente hostigó constantemente y por largo tiempo a los vecinos del Cusco, atacando las caravanas que transitaban hacia Lima. El propósito de estas incursiones, entre otros, era adquirir armamento europeo; así pudo conseguir armas y formar un arsenal que utilizó en algún momento; también se sabe que incorporaron caballos en sus acciones (Vega, 1980). Con ello su capacidad de negociación era mayor.

En 1537, Almagro había intentado infructuosamente llegar a un acuerdo con el Inca aunque reiteradamente, algunos almagristas buscaron refugio en Vilcamaba. En 1539, Gonzalo Pizarro incursionó violentamente en el lugar en compañía de Paullu pero no logró apresar al Inca sino a varios de sus allegados, entre ellos a un hijo de Manco, el pequeño Tito Cusi que luego gobernaría desde Vilcabamba. A pesar de que en aquella intervención los españoles tomaron algunas reliquias de los incas, entre ellas la imagen solar, el éxito de la acción fue incompleto, pues perdieron hombres mientras que el reducto incaico se mantuvo con Manco a la cabeza. También capturaron a la mujer del Inca, Cura Ocllo, que fue sacrificada en Ollantaytambo.

En medio de las turbulencias de la época, los miembros de la sociedad colonial miraban siembre hacia Vilcabamba por diferentes razones. Fue el caso de Diego de Almagro el Mozo quien pretendió capitalizar a su favor a Manco y su gente, pero la iniciativa no prosperó. Más adelante, entre 1542 y 1543, el licenciado Vaca de Castro consideró necesario terminar con la resistencia de Vilcabamba; sin embargo, tampoco pudo llevar adelante sus planes debido a la llegada del primer virrey del Perú, Blasco Núñez Vela.

Manco y sus descendientes se mantuvieron en una región inaccesible a los españoles por casi cuarenta años en una suerte de exilio interior. A pesar de la estabilidad del Inca en Vilcabamba, no se puede afirmar que allí se hubiera establecido un nuevo estado incaico. Fue sobre todo una muestra de la resistencia indígena frente a la conquista y la colonización. Engañado por un grupo de almagristas, Manco Inca fue asesinado entre 1544 o 1545 y le sucedió su hijo Tito Cusi.

martes, 6 de septiembre de 2022

Fin del período - Hacia El Dorado

Cuando llegó al Perú el comisionado real Vaca de Castro en 1542, Gonzalo Pizarro era el único sobreviviente de los líderes de la conquista. Su hermano Juan había muerto en el cerco del Cusco, Hernando estaba preso en Medina del Campo y, a mediados de 1541, Francisco fue asesinado. Por su parte, Diego de Almagro había muerto por orden de Hernando Pizarro y su hijo que le sucedió en el liderazdo conocido como Almagro el Mozo, sería ajusticiado por el gobernador Vaca de Castro. Gonzalo tenía una enorme fortuna, gozaba de su juventud y su experiencia en el mundo americano.

Cuando llegó a Quito en 1539, Gonzalo no tenía 30 años. Lo hizo por encargo de su hermano, el gobernador Francisco Pizarro, para ingresar hacia el oriente en busca del “País de la Canela” o el lugar donde se suponía que se encontraba “El Dorado”. El mito de El Dorado acerca de un fabuloso reino ubicado en el sector oriental del continente, gobernado por un señor muy rico que se embadurnaba con polvo de oro, ya se había difundido. Antes que Gonzalo, otros ya se habían aventurado en su búsqueda como Alonso de Alvarado que se internó hasta el Alto Marañón.

Gonzalo reclutó 280 hombres, la mayoría de ellos a caballo, y miles de indios que venían de la sierra de Quito. Acompañado por perros amaestrados en la caza, el grupo partió en febrero de 1541. Después de mil peripecias –que incluyó un temblor y la consecuente crecida de los ríos– llegaron después de dos meses al río Payamino. Sin embargo, a pesar de muchas estrategias para encontrar el mítico lugar, incluyendo la tortura a los indios del lugar, no encontraron el tan buscado País de la Canela. A más de 400 leguas al Este de Quito, iniciaron el doloroso retorno. El hambre, las enfermedades y los mosquitos terminaron diezmando a los expedicionarios; cuando llegaron a Quito en junio de 1542, solo sobrevivirían 80 de ellos. Entre tanto, Francisco Pizarro había sido asesinado en Lima y el gobernador Vaca de Castro nombrado por Carlos V ya había llegado al Perú.

Esta no fue la única “entrada” española en busca del Dorado. Ya el griego Pedro de Candia salió del Cusco en 1538, después de la batalla de Salinas. Candia había obtenido información de una concubina indígena sobre tierras riquísimas llamadas Ambaya. Fue el primer explorador que recorrió los valles al oriente del Cusco hasta alcanzar el río Madre de Dios. El conquistador invirtió casi todo su patrimonio, gastando 85.000 pesos de oro para reclutar más de 250 hombres, con el fin de partir a conquistar el Antisuyo. En su viaje, recabó información acerca de las ricas minas de oro de Carabaya (o kallawaya), en la frontera actual entre Perú y Bolivia. Pedro de Candía y sus hombres se pusieron en marcha hacia el río Carabaya, siguiendo los pasos de Peranzures con quien se encontró en agosto de 1538; establecieron su cuartel general donde dos años más tarde fue fundado el pueblo de San Juan del Oro. La expedición de Candia y Peranzures, conocida como la “entrada a los Chunchos”, fue un fracaso.

El retorno de Candia y Peranzures habría sido por Chuquiago, con solamente la mitad de la gente. La experiencia de Peranzures sirvió para que este fuera enviado inmediatamente por Pizarro a fundar Chuquisaca, llamada luego La Plata y de allí partir hacia la frontera chiriguana. El establecimiento de Chuquisaca como el primer núcleo administrativo-eclesiástico del Collasuyu, constituyó la avanzada de Pizarro hacia el Río de La Plata. Era un punto neurálgico hacia el Tucumán y el Río de La Plata. Chuquisaca distaba apenas 25 leguas de la fortaleza de Pocona y de allí se disponía de las sendas chiriguanas que se internaban hacia los llanos de Grigotá y Chiquitos. También se articulaba con la región de Tarija y los llanos del Parapetí. Además, por supuesto estaba cerca de la rica mina de Porco. Potosí aún no se conocía.

Como ya se indicó, no hay consenso acerca de la fecha de la fundación de La Plata. Es posible que la partida de Peranzúres junto con 52 castellanos hacia la provincia de los juríes, en la actual Argentina, fuera parte de un acuerdo con Aymoro, mallku de los yamparas, para detener el avance chirguano y las expediciones que venían desde el Atlántico (Platt et al., 2006). Pero Anzúres tuvo que regresar apresuradamente al Cusco ante la noticia de la muerte de Francisco Pizarro, para ponerse bajo las órdenes del gobernador Vaca de Castro. 
Refugio de Villcabamba

lunes, 5 de septiembre de 2022

Fin del período - El nuevo poblamiento

En este periodo, los estragos de la guerra se sentían por todas partes: los caminos quedaron destrozados, los campos abandonados y los depósitos vacíos. La situación de los indios era humillante al punto que el dominico Valverde denunció los malos tratos que recibían. Pese a la anarquía, en Lima, Pizarro fungía como gobernador intentando establecer algunas leyes y otorgando encomiendas a los conquistadores asegurando de esta manera su lealtad.

Las encomiendas tuvieron una función clave en este periodo, constituyéndose en la institución que permitió a los conquistadores tener una recompensa por su participación en la ganancia de nuevas tierras para el Imperio. Permitieron controlar e incorporar a la masa indígena al tributo mediado hacia la Corona y fueron, finalmente, la causa de los nuevos enfrentamientos entre Gonzalo Pizarro y la Corona. De acuerdo a Pärssinen (2003), la base de las primeras entregas de mano de obra a los conquistadores fue un censo hecho por el Inca Huayna Capac, registrado en un quipu estatal, como era el sistema de registro de población bajo el gobierno inca, pues no se entiende de otra manera que se hubiera otorgado provincias que aún no se conocían.

Se ha intentado calcular cuál era la población del Tawantinsuyu al momento de la conquista. Las pautas para su estudio fueron dadas por John Rowe en los años 1940 mostrando que las visitas o censos coloniales podían ser la base para calcular el resto de la población. Cotejando diversos autores y fuentes coloniales, se ha establecido que la población del Tawantisuyu al momento de la invasión era aproximadamente de 10 millones de habitantes. Luego ocurrió la debacle demográfica que duró todo el siglo XVI y parte del XVII (Recuadro 4). A esta población se unió un importante contingente de migrantes europeos y también africanos. Konetzke (1986) calcula que, a lo largo del siglo XVI, alrededor de 300.000 pasajeros se embarcaron a América, aunque algunos de ellos lo hicieron transitoriamente. Los españoles provenían de varios orígenes sociales pero se hizo un escrupuloso control para que no ingresaran extranjeros al Nuevo Mundo. Asimismo, se prohibió el ingreso de judíos y moros y más tarde, de gitanos. La Casa de Contratación, establecida en Sevilla desde 1503, era la encargada de registrar a cada uno de los pasajeros. A diferencia de lo que se cree, 10% de este contingente eran mujeres en las primeras épocas y en las últimas décadas del siglo XVI llegaron a 23%. El viaje de esclavos también estaba bien reglamentado. Luego se prohibió que viajaran los esclavos que ya vivían en Europa y, más bien, se desarrolló la importación desde África.

En pocos años, el paisaje natural y social fue drásticamente modificado. Los escasos centros urbanos prehispánicos, que tenían sobre todo un rol ceremonial y ritual, pasaron a convertirse en centros de mestizaje cultural acogiendo a la población europea que llegaba sin cesar. La población nativa comenzó a sentir los efectos de las epidemias y se inició el declive poblacional. La evangelización no se había encarado todavía como lo harán después las órdenes religiosas y su realización se dejó a la iniciativa de los encomenderos. Por otra parte, gracias a iniciativa de algunos colonos, productos antes desconocidos en América fueron introducidos, como el trigo, la vid, árboles frutales y una nueva ganadería de ovejas, cabras y vacas se articuló con la de los camélidos andinos. Pero, junto a ellos llegaron también las ratas cuyo ingreso al Perú pudo ser fechado en 1543, con el primer virrey Blasco Núñez de Vela. Estos roedores se propagaron rápidamente y arrasaron los campos cultivados. También llegaron plagas que asolaron a los camélidos. De América a Europa se llevaron tabaco y productos alimenticios: cacao, maíz y sobre todo la humilde papa que, adaptada a distintas ecologías, salvó de futuras hambrunas a Europa.

domingo, 4 de septiembre de 2022

Fin del período - La derrota de los vencedores

Las pugnas por poder, riqueza y fama dividieron a los conquistadores al punto que llegaron a las armas. Como vimos anteriormente, las tensiones comenzaron cuando Almagro consideraba que su gobernación incluía el Cusco y partió al Collasuyu para reconocer lo que consideraba sus dominios. Se ahondaron al retorno cuando encontró la capital inca sitiada y Almagro aprovechó la debilidad de los Pizarro para afianzar su posición lo cual provocó que se organizaran dos bandos enfrentados en varias batallas entre las que destacan algunas. Una de ellas es la de Abancay (12 de julio de 1537) donde se enfrentaron los partidarios de Pizarro y Alonso de Alvarado con los de Almagro, Rodrigo de Orgóñez y Paullu Inca. En esta batalla, los almagristas salieron vencedores. En abril del año siguiente, un nuevo enfrentamiento tuvo lugar en las Salinas, a 5 kilómetros al sur del Cusco. Por el lado de los Pizarro comandaba Hernando pues su hermano Francisco se hallaba enfermo en Lima. Mientras los Pizarro contaban con 700 hombres, Almagro tenía alrededor de 500 de los cuales la mitad eran de caballería. También apoyaban sendas huestes de indígenas entre las cuales unos 5.000 cusqueños encabezados por Paullu apoyaban a Almagro y un número menor de chachapoyas a Pizarro. Los cusqueños estaban a punto de vencer a los chachapoyas cuando recibieron el apoyo de la caballería de Hernando Pizarro. En una batalla que duró dos horas, Orgóñez perdió la vida y Diego de Almagro fue capturado y luego ejecutado con la pena del garrote.

Tras la muerte de Almagro, los de su bando quedaron excluidos de todos los cargos y se hundieron en la miseria: se contaba que tenían una sola capa que se prestaban por turnos para salir a la calle. El hijo mestizo de Almagro conocido como Almagro el Mozo, de 22 años, ahijado de Francisco Pizarro, reclamó la sucesión de los dominios de su padre y se rumoreaba que planeaba una conspiración. En la recién nacida Lima, a medio día de un domingo de junio de 1541 se escuchó bulla en la casa de Pizarro: eran los “chilenos” es decir los partidarios de Almagro que habían ido con él hasta Chile.

Pizarro, su hermano y su paje se pusieron sus corazas y lograron matar a dos atacantes pero éstos, superiores en número, consiguieron su propósito. Pizarro murió poco después, el 24 de junio de 1541. Su casa fue saqueada y los cadáveres quedaron en la sala sin que nadie se atreviera a ingresar. En la noche la esposa de Alcántara, un partidario de Pizzaro que también murió, recogió los cadáveres.

La cabeza visible de los almagristas era Almagro el Mozo que, tras la muerte de Francisco Pizarro, fue proclamado como gobernador en junio de 1541, pero a fines de ese año se anunció la inminente llegada de un enviado del rey. Efectivamente, con el fin de investigar las causas de la guerra civil que reinaba en estos territorios por la muerte de Diego de Almagro y otros muchos desórdenes entre los conquistadores, el emperador Carlos V envió al Perú a Cristóbal Vaca de Castro como juez pesquisidor. Él podía reemplazar al marqués, gobernador Francisco Pizarro, en caso de fallecimiento. Para darle mayor categoría, el emperador lo invistió con el hábito de la Orden de Santiago y lo incorporó al Real y Supremo Consejo de Castilla. Zarpó de San Lúcar de Barrameda el 5 de noviembre de 1540 con una escuadra de 17 navíos. Luego de una penosa travesía, se dirigió hacia el Perú en marzo de 1541.

Ante el anuncio de su llegada, los almagristas abandonaron Lima dirigiéndose a la sierra donde organizaron la resistencia contra Vaca de Castro. Pasaron por Jauja y Huamanga intentando contactar a Manco Inca para conseguir su apoyo; llegaron finalmente al Cusco donde Almagro fue recibido apoteósicamente. Aquello no impidió que dentro de su grupo hubiera divisiones internas. Mientras tanto, Vaca de Castro recién llegaba a Lima en agosto de 1542 de donde partió lentamente hacia Huamanga. Almagro salió a su encuentro recogiendo en el trayecto información sobre el enemigo por medio de los chasquis de Manco Inca de quien recibió alguna ayuda en armas. Además, la gente de Manco atacaba en forma esporádica a los chachapoyas que apoyaban al ejército realista, lo que indica que había un acuerdo entre Manco, Paullu y Almagro. Aunque Almagro intentaba negociar con Vaca de Castro la entrega de Nueva Toledo como herencia de su padre, no lo consiguió y no encontró más salida que el enfrentamiento.

Vaca de Castro no quiso quedarse en las cercanías de Huamanga porque el terreno quebrado era poco práctico para la caballería y avanzó hasta Chupas donde se enfrentaron monarquistas contra insurrectos. Paullu Inca se lanzó contra Vaca de Castro pero el ejército realista venció a Almagro el Mozo y sus aliados el 16 de septiembre de 1542. Los almagristas en desbandada huyeron por donde pudieron, llegando algunos hasta la selva donde se encontraba Manco Inca. Con esta victoria se cierra esta etapa con el proyecto realista victorioso y con las Leyes Nuevas bajo el brazo, leyes que quitaban privilegios a los conquistadores. Esta coyuntura dio lugar a una nueva fase, conocida como “la rebelión de los encomenderos” contra las fuerzas realistas (1544-1548). 
Diego Almagro mata a Pizarro

sábado, 3 de septiembre de 2022

Segunda entrada y gran rebelión - La entrega de la waka

Tanto el soldado anónimo (Relación del cerco del Cusco, 1539) como Murúa ([ca.1600] 2001), indican que los mallkus locales salieron con Tisoc y como señal de rendición, entregaron la mina de plata de Porco. El alcance de esta entrega fue mucho más que económico: significaba romper el silencio sobre las minas tan escrupulosamente guardado por los súbditos del Inca. Es que los minerales criados en las entrañas de la tierra eran considerados como una creación del dios Sol que pertenecía al Inca en su calidad de su hijo, como ha mostrado Bouysse-Cassagne (1985). “Tata Porco” no era solamente una mina: era una waka, una entidad sagrada del oscuro mundo de las entrañas de la tierra a la que se debía rendir culto. Ubicada en territorio caracara, distintas naciones tenían algún socavón que trabajaban y reverenciaban como waka común de diversas naciones.

Los Pizarro y Paullu se encaminaron hacia Chuquisaca, en dirección a las minas de Porco; por el camino “salían los caciques de paz” siguiendo el ejemplo de Coysara de los charcas que fue el primero en presentar obediencia a los españoles en el tambo de Auquimarca. Luego, fue Moroco de los caracara en Guaynacoma. También lo hizo Guarachi de los quillacas que, más tarde, fue bautizado en Chuquisaca. Paullu, por su parte, regresó al Cusco.

La fundación de Chuquisaca, o por lo menos un asentamiento español, fue producto de este ingreso que resultó ser fruto de una negociación con el cacique Aymoro de los yampara en cuyo territorio se ubicó el nuevo asentamiento español y sería luego sede de la Audiencia de Charcas. Acerca de la fundación de la ciudad de La Plata en Chuquisaca hubo una larga polémica entre Gunnar Mendoza (1990) y Hugo Poppe (1990) sobre si esta entrada se hizo en 1538 o si fue en 1540, cuando Peranzures hizo el reparto de solares. La importancia de esta fundación se debe a que las ciudades españolas constituyen el eje de la futura colonización y en este caso el centro de la futura administración colonial.

Intentando una evaluación de conjunto de este periodo, se observa que en la actitud de los pueblos del Collasuyu hubo una adhesión ordenada a la iniciativa de los incas. Los sitios elegidos como hitos del camino fueron, en todos los casos, lugares de administración inca: Copacabana, Chuquiago, Paria, Aullagas y Tupiza. Lo mismo se puede decir de la resistencia: Cochabamba y Pocona donde los incas tenían gobernadores, asimismo el asentamiento en Chuquisaca donde, aunque era de los yamparas, su cacique había sido nombrado inca de privilegio. Las actitudes indígenas frente a los españoles –primero abrir paso a las huestes de Almagro, luego resistir a los Pizarro así como la rendición final– estuvieron orientadas por la estrategia inca. Finalmente, el ocultamiento de las minas como las de Oruro o la entrega de algunas como la de Porco, parece que fueron órdenes de Manco Inca. Habrá que decir, sin embargo, que las órdenes venían tanto de Manco como de Paullu, en direcciones opuestas: uno resistiendo y otro colaborando, lo que dejaba espacio a una suerte de decisión política por parte de los señores del sur.

En marzo de 1539 concluyó la expedición de seis meses de los Pizarro al Collao y Charcas. A pesar de su victoria, los “conquistadores”, al tanto de la llegada de un enviado de la Corona que venía a controlar sus dominios, asolaron las tierras en su retorno al Cusco, apropiándose de más de cien mil llamas dejando la tierra sin maíz, alimento ni lana. Mataron a miles de indios (las fuentes hablan de 60.000) porque decían que si la tierra no iba a ser para ellos, era mejor destruirla. Se hace aquí evidente las futuras tensiones entre la Corona y los particulares que tuvieron su mayor expresión en las llamadas guerras civiles de los siguientes años (1537-1554), tensiones que se iniciaron cuando Almagro regresó de Chile al Cusco reclamando sus derechos sobre la Nueva Toledo.