Mientras tanto, el virrey Núñez de Vela había
generado reacciones contrarias en la población
limeña. En septiembre de 1544, los propios oidores
de la Audiencia de Lima lo tomaron preso
y lo embarcaron a España. Gonzalo Pizarro fue
reconocido como gobernador y llegó a ejercer
un poder casi inverosímil en los años de la feroz resistencia al poder real (1544-1548). Eran
indudables las aspiraciones regias de Gonzalo
Pizarro quién pretendió incluso casarse con su
sobrina, la hija del marqués Francisco Pizarro,
y empezó las tratativas correspondientes ante la
corte papal puesto que no fue apoyado por la corte
española. Sin embargo, algunos historiadores
sostienen que aquello no fue el deseo del propio
Gonzalo, sino el de sus allegados. Lorandi (2002)
se refirió al riesgo del que estaban conscientes los
encomenderos al romper los vínculos con España
debido a los fuertes lazos económicos, familiares
e imaginarios que sostenían con su tierra natal.
Gonzalo Pizarro designó a sus tenientes
gobernadores en diferentes puntos clave del virreinato:
Martín de Almendras y Diego Centeno
fueron elegidos para Charcas. Almendras se caracterizó
por una serie de abusos; decomisó tierras
de españoles e indios, cobró tributos indebidos,
se adueño de los reales quintos depositados en la
Caja Real e hizo decapitar a uno de los antiguos
conquistadores, Gómez de Luna. A consecuencia
de ello, Diego Centeno, un rico encomendero de
Charcas, cambió otra vez de bando y encabezó un
complot antipizarrista contra Almendras; dictó su
sentencia de muerte y fue proclamado Capitán
General y Justicia Mayor de la Villa de La Plata.
Desde allí, se inició un movimiento en apoyo al
virrey, puesto que Diego de Centeno se dirigió a
Cusco para intentar apoderarse de esta urbe, pero
no lo logró y fue perseguido por el teniente del
Cusco, Alonso de Toro, y luego por el temible y
cruel Francisco de Carvajal denominado por sus
contemporáneos como el “Demonio de los Andes”.
Cuando supo que Carvajal se aproximaba,
Diego de Centeno dispuso que el encomendero
Lope de Mendoza ocupase la villa de La Plata,
cuyo gobernador era Alonso de Mendoza, partidario
de Pizarro. Después de hacer escapar
a Diego de Centeno, Carvajal restableció las
autoridades de La Plata, castigando a todos los
sospechosos y ejecutando cruelmente a 16 españoles
en la horca o con la pena del garrote. Al
mismo tiempo, el antipizarrista y encomendero
charqueño Lope de Mendoza se enfrentó con
Carvajal en Pocona, el 8 de julio de 1546, pero
fue derrotado; escapó, pero fue alcanzado a las
orillas del río que hoy lleva su nombre. Después
de esta victoria, Carvajal se sintió dueño de la
situación en Charcas. Se retiró a La Plata donde
hizo un desfile militar, demostrando su poder y
gloria militar. Poco tiempo después, a fines del
septiembre de 1546, fue objeto de un intento de
asesinato que fue reprimido con sangre. Carvajal aprovechó su estadía en Charcas para apropiarse
y llevarse a Lima las recaudaciones de las Cajas
Reales de Potosí y Porco.
El virrey, que fue enviado a España por los
propios oidores, logró escapar y desembarcó en
Tumbes, de allí se dirigió a Trujillo donde empezó
a reunir a la gente; pero bajo la amenaza de
Pizarro que salió a su encuentro, retrocedió hacia
Quito y luego a Popayán. Con refuerzos obtenidos
en Cali, Cartagena y otros lugares, regresó a
Quito donde se produjo el encuentro entre ambas
fuerzas en la batalla de Añaquito o Iñaquito (18
de enero de 1546). El resultado de la batalla fue
la derrota del virrey que fue decapitado en pleno
campo de batalla. Según el Parecer dado a La Gasca
por un pasajero que vino del Perú, (1546) “el visorrey,
caído y herido aunque no de muerte, le buscó el
licenciado Carvajal y habiéndole hallado, le dijo
algunas palabras y mandó a un esclavo le cortase
la cabeza, e así se hizo…se usaron malos tratamientos
con su cabeza” (Pérez de Tudela, 1964).
La rebelión de Gonzalo Pizarro se destacó
por su duración (cuatro años), por la expansión
geográfica de sus acciones y por el amplio
apoyo que recibió. El éxito de los pizarristas se
puede explicar por el hecho que, en Charcas,
los hermanos Pizarro poseían una gran riqueza
originada en sus encomiendas productoras
de maíz, coca, chuño, por la plata de Porco,
el oro de la quebrada de Choqueyapu, lo que
les permitió contar con un soporte muy sólido
para la guerra. Por otro lado, según Barnadas
(1973), “la adhesión a Pizarro fue casi integral
en la sociedad hispana”: los encomenderos,
los clérigos, la gente humilde sin privilegios,
los funcionarios reales, los caciques indígenas
lo apoyaron. Juan Carlos Estenssorro (2003)
sostiene que pudo haber existido una especie
de vínculo señorial más íntimo entre algunos
caciques y sus encomenderos. El autor reveló
un caso acaecido durante los enfrentamientos
entre almagristas y pizarristas, cuando uno de
los españoles fue advertido por “la guaca” del
cacique acerca del peligro que corría el “apo macho”
(Francisco Pizarro). El encomendero creyó
en la amonestación y advirtió al gobernador de
un posible riesgo.
Por otro lado, no se puede subestimar la
participación de los indios en las guerras civiles
bajo el mando de uno u otro bando. Según investigaciones
recientes, la confederación los Charcas,
bajo el mando de Ayawiri, hijo de Coysara, apoyaba
a las fuerzas del rey y es probable que los
caracara encabezados por Moroco respaldaron
a su amo Gonzalo Pizarro con 20.000 indios de
Macha y Chaquí (Platt et al., 2006).
Mientras tanto, en plena guerra civil se
produjo el llamado “descubrimiento de Potosí”.
Según las nuevas hipótesis, el silencio respecto a
Potosí —que se encuentra a tan sólo escasas siete
leguas de Porco— se debía a la deliberada política
de los incas y los mallkus de las siete naciones. El
encumbramiento de tesoro de Potosí desde 1538
a 1545 es interpretado como la respuesta de los
incas a la violencia emprendida por Pizarro, sobre
todo después de que, en 1540, mandó quemar en Yucay a la mujer de Manco y al sacerdote Vilac
Uma. Por otro lado, se baraja la idea de que pudieron
haber existido instrucciones para esconder
las minas a los españoles, por el deseo del Inca
Manco y también de los mallkus de las “naciones”
de Charcas de reconstruir algún día el Tawantinsuyu.
En otra versión, los indios intentaban
esconder la fuente de la plata para poder pagar
los tributos en plata impuestos por los españoles.
En 1545 se desarrollaba la guerra civil así
como la estrategia de Manco Inca que, desde
Vilcabamba, intentó acercarse a las fuerzas realistas
mandando cartas al primer virrey Blasco
Nuñez Vela. El virrey que, en 1544, pretendía
implementar las Leyes Nuevas también buscaba
aproximarse a Manco puesto que tenía la esperanza
de recibir oro y plata. Manco deseaba servir
al rey con un nuevo tesoro y, de esta manera,
ayudar a someter al “tirano” Gonzalo Pizarro y
a los encomenderos. Investigaciones recientes
(Platt, Quisbert, 2007, 2008; Medinacelli, 2004)
dan a conocer que, durante los años 1543-1544,
Gonzalo Pizarro buscaba minas cerca de Porco
y llegó hasta las faldas del mismo Cerro Rico en
un lugar llamado “Asientos de Gonzalo Pizarro”,
y logró apoderarse de las vetas del Cerro por su
propia cuenta.
El traspaso de nuevas minas no sólo significó
la entrega de una importante riqueza, sino también
la transferencia del poder simbólico. Potosí
fue una de las más importantes huacas solares
del imperio inca y proporcionaba legitimidad al
poder del que tuviera su control. Por otro lado,
esta entrega significaba que los señores étnicos
ofrecían sus servicios a la Corona y esperaban ser
reconocidos como los “señores naturales de la
tierra”. En 1545, Manco Inca fue asesinado por
los españoles que él mismo acogió en Vitcos. Uno
de sus hijos, un menor de edad llamado Sairi Tupac,
asumió el trono bajo la regencia del hermano
de Manco. Posteriormente, con la mediación de
Paullu, los españoles intentaron negociar con el
Inca su adhesión al régimen. Por varios motivos,
este proceso tardó cerca de una década. Una vez
aliado con los españoles, éste murió envenenado
y la resistencia en Vilcambamba se prolongó
hasta 1572.
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