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miércoles, 21 de septiembre de 2022

Las guerras civiles entre los encomenderos y la Corona - Los nuevos disturbios en Charcas

La Gasca comenzó sus funciones como virrey haciendo una nueva repartición de encomiendas (el llamado “reparto de Huaynarima”) y se procedió al relevo del grupo privilegiado de los encomenderos que adquirió proporciones inauditas debido a las crecientes ambiciones de los pretendientes a los favores regios. Se resquebrajó el estrecho círculo de los pizarristas descendientes de los conquistadores que habían acaparado el acceso a los bienes y favores. Los que lucharon al lado del rey no pretendían abolir la encomienda, más al contrario, aspiraban a gozar su posesión, ampliando sus propiedades o recibiéndolas en lugar de los encomenderos depuestos. La Gasca hizo el nuevo reparto de encomiendas entre todos los que habían colaborado con él en la lucha contra Gonzalo Pizarro. Para esto contaba con 150 repartimientos quitados a los vencidos en Sajsahuana en 1548. Sin embargo, todavía aspiraban ser reconocidos más de 2.500 hombres armados que luchaban bajo su mando.

En abril de 1548, el presidente La Gasca tuvo que proclamar un nuevo reparto antes de promulgar la tasa (o disposiciones legales que regularizaban el trabajo de los indígenas), debido a que los que se habían puesto bajo las banderas del rey esperaban ser recompensados. Muchos de estos hombres armados denominados soldados -es decir españoles sin ningún medio de subsistencia- se dirigieron a Potosí para buscar fortuna y allí protagonizaron innumerables rencillas y peleas. La Gasca solicitó la llegada al Perú de Antonio de Mendoza que estaba ejerciendo el cargo de virrey de México (1535-1551) para organizar el virreinato, puesto que él debía regresar a España. A pesar de que La Gasca actuó con mano dura, por lo que existían quejas en su contra en la corte de Madrid, llegó a España con gran caudal y ocupó cargos importantes en la Iglesia.

El regreso de La Gasca y la pronta muerte, en julio de 1552, del virrey Antonio de Mendoza fueron aprovechados por los descontentos deseosos de obtener mayores beneficios económicos. En marzo de 1553, en La Plata, varios conjurados veteranos de la conquista y de las guerras civiles, dirigidos por Sebastián de Castilla que llegó del Cusco, asesinaron al gobernador y justicia mayor de La Plata y Potosí, Pedro Alonso de Hinojosa, y detuvieron a varios funcionarios reales. Paralelamente, en Potosí se produjo un disturbio de soldados encabezado por Egas de Guzmán y Vasco Godínez quiénes se apoderaron del dinero de las cajas reales. Sin embargo, este motín no tuvo mayor repercusión puesto que el cabildo de La Paz no apoyó esta aventura que finalmente duró tan sólo siete días. La comisión que enseguida llegó a La Plata, dirigida por el mariscal Alonso de Alvarado, castigó duramente a los culpables, ahorcando, decapitando o desterrando a los sospechosos. Vasco Godínez fue descuartizado y se le puso un cartel que decía: “A este hombre, por traidor a Dios, al Rey y a sus amigos, mandan arrastrar y hacer cuartos”.

A pesar de las crueles medidas tomadas para aplastar los intentos de sublevación, meses más tarde, a la llegada de la provisión de La Gasca sobre la extinción de los servicios personales, los encomenderos decidieron probar su suerte una vez más. El escenario del nuevo alzamiento fue Cusco, capitaneado por Francisco Hernández Girón que representaba los intereses de los vecinos de esta zona baluarte del poder encomendero. En noviembre de 1553, Hernández Girón detuvo al corregidor y mediante un cabildo en el Cusco se proclamó la autoridad suprema del Perú como procurador en la defensa de los derechos vecinales. Mandó esta noticia a la Audiencia de Lima y quedó a la espera del apoyo de los vecinos de Arequipa, Guamanga, La Paz y La Plata. Sin embargo, las filas de los encomenderos charqueños habían sido depuradas después de la derrota de Godínez. Además, el mariscal Alonso de Alvarado, que todavía se encontraba en La Plata, movilizó hombres y medios para aplastar la rebelión que duró trece meses. Aunque esta rebelión fue la que más similitudes tenía con la de Gonzalo Pizarro, Barnadas (1973) opina que, a diferencia de éste y otros sublevados anteriores como Almagro, Francisco Pizarro, Godínez y Guzmán, Hernández Girón no llegó a comprender la importancia estratégica y económica de Charcas, lo que causó el fracaso de su movimiento.

Una vez más se castigó duramente a los rebeldes. Hernández Girón fue decapitado y su cabeza puesta en el rollo de la ciudad de Lima en una jaula de hierro, al lado de las de Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal. No obstante, se vio que las medidas de represión no eran suficientes y, por miedo a una posible repetición, la Corona decretó un perdón general para los culpables. Sin embargo, si la política de represión detuvo poco a los descontentos, “la política pacificadora mediante amnistías” produjo, según Barnadas, una desmoralización política. El fruto de la implementación de ambas fue el establecimiento de un pacto entre los encomenderos y la Corona que tuvo que suavizar las exigencias de las Leyes Nuevas y buscar otras salidas mucho más diplomáticas, sutiles y perspicaces.

En 1556, el virrey Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete (1556-1560), terminó con los últimos intentos de rebeldía y, a partir de entonces, se consolidó la imagen y la autoridad del virrey. Muchos de los capitanes que participaron en estas luchas terminaron viviendo en ciudades como La Plata, Potosí y La Paz, como Gabriel de Rojas, Diego Centeno, Lorenzo Aldana, Polo de Ondegardo, Diego de Mendoza y otros que fueron encomenderos de Charcas.

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