Tanto el soldado anónimo (Relación del cerco del
Cusco, 1539) como Murúa ([ca.1600] 2001), indican
que los mallkus locales salieron con Tisoc
y como señal de rendición, entregaron la mina
de plata de Porco. El alcance de esta entrega fue
mucho más que económico: significaba romper
el silencio sobre las minas tan escrupulosamente
guardado por los súbditos del Inca. Es que los
minerales criados en las entrañas de la tierra eran
considerados como una creación del dios Sol
que pertenecía al Inca en su calidad de su hijo,
como ha mostrado Bouysse-Cassagne (1985).
“Tata Porco” no era solamente una mina: era una
waka, una entidad sagrada del oscuro mundo de
las entrañas de la tierra a la que se debía rendir
culto. Ubicada en territorio caracara, distintas
naciones tenían algún socavón que trabajaban
y reverenciaban como waka común de diversas
naciones.
Los Pizarro y Paullu se encaminaron hacia
Chuquisaca, en dirección a las minas de Porco;
por el camino “salían los caciques de paz” siguiendo
el ejemplo de Coysara de los charcas que fue el
primero en presentar obediencia a los españoles
en el tambo de Auquimarca. Luego, fue Moroco de los caracara en Guaynacoma. También lo hizo
Guarachi de los quillacas que, más tarde, fue
bautizado en Chuquisaca. Paullu, por su parte,
regresó al Cusco.
La fundación de Chuquisaca, o por lo menos
un asentamiento español, fue producto de este
ingreso que resultó ser fruto de una negociación
con el cacique Aymoro de los yampara en cuyo
territorio se ubicó el nuevo asentamiento español
y sería luego sede de la Audiencia de Charcas.
Acerca de la fundación de la ciudad de La Plata
en Chuquisaca hubo una larga polémica entre
Gunnar Mendoza (1990) y Hugo Poppe (1990)
sobre si esta entrada se hizo en 1538 o si fue en
1540, cuando Peranzures hizo el reparto de solares.
La importancia de esta fundación se debe
a que las ciudades españolas constituyen el eje de
la futura colonización y en este caso el centro de
la futura administración colonial.
Intentando una evaluación de conjunto de este
periodo, se observa que en la actitud de los pueblos
del Collasuyu hubo una adhesión ordenada a la
iniciativa de los incas. Los sitios elegidos como
hitos del camino fueron, en todos los casos, lugares
de administración inca: Copacabana, Chuquiago,
Paria, Aullagas y Tupiza. Lo mismo se puede
decir de la resistencia: Cochabamba y Pocona
donde los incas tenían gobernadores, asimismo el
asentamiento en Chuquisaca donde, aunque era
de los yamparas, su cacique había sido nombrado
inca de privilegio. Las actitudes indígenas frente
a los españoles –primero abrir paso a las huestes
de Almagro, luego resistir a los Pizarro así como
la rendición final– estuvieron orientadas por la
estrategia inca. Finalmente, el ocultamiento de las
minas como las de Oruro o la entrega de algunas
como la de Porco, parece que fueron órdenes de
Manco Inca. Habrá que decir, sin embargo, que las
órdenes venían tanto de Manco como de Paullu,
en direcciones opuestas: uno resistiendo y otro
colaborando, lo que dejaba espacio a una suerte de
decisión política por parte de los señores del sur.
En marzo de 1539 concluyó la expedición de
seis meses de los Pizarro al Collao y Charcas. A
pesar de su victoria, los “conquistadores”, al tanto
de la llegada de un enviado de la Corona que venía
a controlar sus dominios, asolaron las tierras en
su retorno al Cusco, apropiándose de más de cien
mil llamas dejando la tierra sin maíz, alimento ni
lana. Mataron a miles de indios (las fuentes hablan
de 60.000) porque decían que si la tierra no iba a
ser para ellos, era mejor destruirla. Se hace aquí
evidente las futuras tensiones entre la Corona y
los particulares que tuvieron su mayor expresión
en las llamadas guerras civiles de los siguientes
años (1537-1554), tensiones que se iniciaron
cuando Almagro regresó de Chile al Cusco reclamando
sus derechos sobre la Nueva Toledo.
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