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sábado, 3 de septiembre de 2022

Segunda entrada y gran rebelión - La entrega de la waka

Tanto el soldado anónimo (Relación del cerco del Cusco, 1539) como Murúa ([ca.1600] 2001), indican que los mallkus locales salieron con Tisoc y como señal de rendición, entregaron la mina de plata de Porco. El alcance de esta entrega fue mucho más que económico: significaba romper el silencio sobre las minas tan escrupulosamente guardado por los súbditos del Inca. Es que los minerales criados en las entrañas de la tierra eran considerados como una creación del dios Sol que pertenecía al Inca en su calidad de su hijo, como ha mostrado Bouysse-Cassagne (1985). “Tata Porco” no era solamente una mina: era una waka, una entidad sagrada del oscuro mundo de las entrañas de la tierra a la que se debía rendir culto. Ubicada en territorio caracara, distintas naciones tenían algún socavón que trabajaban y reverenciaban como waka común de diversas naciones.

Los Pizarro y Paullu se encaminaron hacia Chuquisaca, en dirección a las minas de Porco; por el camino “salían los caciques de paz” siguiendo el ejemplo de Coysara de los charcas que fue el primero en presentar obediencia a los españoles en el tambo de Auquimarca. Luego, fue Moroco de los caracara en Guaynacoma. También lo hizo Guarachi de los quillacas que, más tarde, fue bautizado en Chuquisaca. Paullu, por su parte, regresó al Cusco.

La fundación de Chuquisaca, o por lo menos un asentamiento español, fue producto de este ingreso que resultó ser fruto de una negociación con el cacique Aymoro de los yampara en cuyo territorio se ubicó el nuevo asentamiento español y sería luego sede de la Audiencia de Charcas. Acerca de la fundación de la ciudad de La Plata en Chuquisaca hubo una larga polémica entre Gunnar Mendoza (1990) y Hugo Poppe (1990) sobre si esta entrada se hizo en 1538 o si fue en 1540, cuando Peranzures hizo el reparto de solares. La importancia de esta fundación se debe a que las ciudades españolas constituyen el eje de la futura colonización y en este caso el centro de la futura administración colonial.

Intentando una evaluación de conjunto de este periodo, se observa que en la actitud de los pueblos del Collasuyu hubo una adhesión ordenada a la iniciativa de los incas. Los sitios elegidos como hitos del camino fueron, en todos los casos, lugares de administración inca: Copacabana, Chuquiago, Paria, Aullagas y Tupiza. Lo mismo se puede decir de la resistencia: Cochabamba y Pocona donde los incas tenían gobernadores, asimismo el asentamiento en Chuquisaca donde, aunque era de los yamparas, su cacique había sido nombrado inca de privilegio. Las actitudes indígenas frente a los españoles –primero abrir paso a las huestes de Almagro, luego resistir a los Pizarro así como la rendición final– estuvieron orientadas por la estrategia inca. Finalmente, el ocultamiento de las minas como las de Oruro o la entrega de algunas como la de Porco, parece que fueron órdenes de Manco Inca. Habrá que decir, sin embargo, que las órdenes venían tanto de Manco como de Paullu, en direcciones opuestas: uno resistiendo y otro colaborando, lo que dejaba espacio a una suerte de decisión política por parte de los señores del sur.

En marzo de 1539 concluyó la expedición de seis meses de los Pizarro al Collao y Charcas. A pesar de su victoria, los “conquistadores”, al tanto de la llegada de un enviado de la Corona que venía a controlar sus dominios, asolaron las tierras en su retorno al Cusco, apropiándose de más de cien mil llamas dejando la tierra sin maíz, alimento ni lana. Mataron a miles de indios (las fuentes hablan de 60.000) porque decían que si la tierra no iba a ser para ellos, era mejor destruirla. Se hace aquí evidente las futuras tensiones entre la Corona y los particulares que tuvieron su mayor expresión en las llamadas guerras civiles de los siguientes años (1537-1554), tensiones que se iniciaron cuando Almagro regresó de Chile al Cusco reclamando sus derechos sobre la Nueva Toledo.

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