En este periodo, los estragos de la guerra se sentían
por todas partes: los caminos quedaron destrozados,
los campos abandonados y los depósitos
vacíos. La situación de los indios era humillante
al punto que el dominico Valverde denunció los
malos tratos que recibían. Pese a la anarquía,
en Lima, Pizarro fungía como gobernador intentando
establecer algunas leyes y otorgando
encomiendas a los conquistadores asegurando
de esta manera su lealtad.
Las encomiendas tuvieron una función clave
en este periodo, constituyéndose en la institución
que permitió a los conquistadores tener una recompensa
por su participación en la ganancia de nuevas
tierras para el Imperio. Permitieron controlar e
incorporar a la masa indígena al tributo mediado
hacia la Corona y fueron, finalmente, la causa de los
nuevos enfrentamientos entre Gonzalo Pizarro y la
Corona. De acuerdo a Pärssinen (2003), la base de
las primeras entregas de mano de obra a los conquistadores
fue un censo hecho por el Inca Huayna
Capac, registrado en un quipu estatal, como era el
sistema de registro de población bajo el gobierno
inca, pues no se entiende de otra manera que se hubiera
otorgado provincias que aún no se conocían.
Se ha intentado calcular cuál era la población
del Tawantinsuyu al momento de la conquista.
Las pautas para su estudio fueron dadas por John
Rowe en los años 1940 mostrando que las visitas o
censos coloniales podían ser la base para calcular
el resto de la población. Cotejando diversos autores y fuentes coloniales, se ha establecido que
la población del Tawantisuyu al momento de la
invasión era aproximadamente de 10 millones de
habitantes. Luego ocurrió la debacle demográfica
que duró todo el siglo XVI y parte del XVII (Recuadro
4). A esta población se unió un importante
contingente de migrantes europeos y también
africanos. Konetzke (1986) calcula que, a lo largo
del siglo XVI, alrededor de 300.000 pasajeros se
embarcaron a América, aunque algunos de ellos
lo hicieron transitoriamente. Los españoles provenían
de varios orígenes sociales pero se hizo
un escrupuloso control para que no ingresaran
extranjeros al Nuevo Mundo. Asimismo, se prohibió
el ingreso de judíos y moros y más tarde,
de gitanos. La Casa de Contratación, establecida
en Sevilla desde 1503, era la encargada de registrar
a cada uno de los pasajeros. A diferencia
de lo que se cree, 10% de este contingente eran
mujeres en las primeras épocas y en las últimas
décadas del siglo XVI llegaron a 23%. El viaje
de esclavos también estaba bien reglamentado.
Luego se prohibió que viajaran los esclavos que
ya vivían en Europa y, más bien, se desarrolló la
importación desde África.
En pocos años, el paisaje natural y social fue
drásticamente modificado. Los escasos centros
urbanos prehispánicos, que tenían sobre todo
un rol ceremonial y ritual, pasaron a convertirse
en centros de mestizaje cultural acogiendo a
la población europea que llegaba sin cesar. La
población nativa comenzó a sentir los efectos de
las epidemias y se inició el declive poblacional.
La evangelización no se había encarado todavía
como lo harán después las órdenes religiosas y
su realización se dejó a la iniciativa de los encomenderos.
Por otra parte, gracias a iniciativa de
algunos colonos, productos antes desconocidos
en América fueron introducidos, como el trigo,
la vid, árboles frutales y una nueva ganadería de
ovejas, cabras y vacas se articuló con la de los
camélidos andinos. Pero, junto a ellos llegaron
también las ratas cuyo ingreso al Perú pudo ser
fechado en 1543, con el primer virrey Blasco
Núñez de Vela. Estos roedores se propagaron
rápidamente y arrasaron los campos cultivados.
También llegaron plagas que asolaron a los camélidos.
De América a Europa se llevaron tabaco
y productos alimenticios: cacao, maíz y sobre
todo la humilde papa que, adaptada a distintas
ecologías, salvó de futuras hambrunas a Europa.
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