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domingo, 25 de septiembre de 2022

Las guerras civiles entre los encomenderos y la Corona - Encomiendas y encomenderos

La encomienda era la entrega de los grupos de indígenas en “custodia” a los conquistadores. Se trataba de una forma de organización originada en la Reconquista, que llegó a América a través de las primeras empresas de colonización realizadas en el Atlántico. Los conquistadores del Perú no venían directamente de España; habían participado en las campañas en Mesoamérica y recibían como merced real una recompensa por sus servicios: población indígena asentada en un territorio determinado que quedaba bajo su responsabilidad y control. Como “vasalla” del rey, la población indígena debía dar un tributo a la Corona a cambio del usufructo de las tierras y la Corona transfería al encomendero el derecho de la percepción del tributo y el beneficio de toda clase de servicios.

El señor de indios estaba obligado a ofrecer servicio militar a la Corona en el territorio de su jurisdicción y, según el acuerdo inicial, los encomenderos debían evangelizar a los indios que les habían sido encomendados y encargarse de diversas funciones, pero estas funciones no llegaron a ser cumplidas. Al encomendero le importaba de manera prioritaria la explotación y movilización de la mano de obra de los indios que se le había entregado y el pago del tributo en producción agrícola, ganadera, extractiva y artesanal. La tributación en especies fue importante y llevó al desarrollo temprano de un mercado interior. Los encomenderos comercializaban los tributos de su encomienda y los convertían en ganancias que muchas veces usaban para invertir en comercio o minería, actividades para las que también tenían a su alcance mano de obra barata o gratuita con los indios de su encomienda. Esta situación privilegiada les proporcionaba reconocimiento social, y posibilitaba su participación en las decisiones de la administración local y regional. Varios autores coinciden con James Lockhart (1982) que considera que las encomiendas fueron un “instrumento fundamental” en la primera fase del Estado colonial.

El primer reparto de las encomiendas se realizó en 1538 cuando se entregaron las tierras del Collao y Charcas, pero fue necesario otorgar más tierras puesto que muchos españoles quedaron descontentos. En 1540 se realizó segundo reparto al sur del Cusco. Así fue cómo se concedieron las encomiendas en la lejana zona de Tarija, al sur de Charcas. Según algunos investigadores, Francisco Pizarro conocía las características de la zona y las poblaciones que la habitaron por medio de quipus incaicos que se encontraban en Cusco o bien pudo recibir la información del conquistador Diego de Rojas que realizó la primera visita a la región. Francisco Pizarro encomendó poblaciones que habitaban los valles orientales de Tarija en beneficio de Francisco de Retamoso y Alonso de Camargo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que algunas concesiones de encomiendas se referían a espacios aún no conquistados y poco o nada conocidos: algunos de sus beneficiarios no pudieron gozar de las mismas porque las poblaciones indígenas se encontraban totalmente fuera de su dominio como sucedió en Santa Cruz o en los llanos de Manso. Barnadas (1973) calificó este tipo de encomienda como “encomienda nominal”; se trataba de un repartimiento de “indios no pacificados”, que no tuvo efectos económicos para el encomendero (Oliveto, 2012).

En 1541, a la muerte de Francisco Pizarro, los encomenderos no eran muchos en la región andina y constituían lo que se llamó la “nueva aristocracia del país”. El encomendero más rico de Nuevo Toledo fue Gonzalo Pizarro puesto que la renta de su encomienda equivalía a 60% de la de todo el Perú; su encomienda tenía alrededor de 4.000 indios tributarios y producía 140.000 pesos al año. Incluía las minas de Porco y Potosí y comprendía todo el sur hasta la actual ciudad de Tarija; por el oeste llegaba hasta el lago Poopó. Otra encomienda importante fue la de Peranzures de Camporedondo, vecino de La Plata. Las encomiendas eran cotizadas en función de la cantidad de mano de obra que podían proporcionar para las minas, la producción y el transporte de alimentos como maíz, trigo y coca hacia las minas (Arze Quiroga, 1969).

Los encomenderos tenían la intención de perpetuarse en la posesión de las encomiendas, lo que, como hemos visto, causó las sangrientas guerras civiles. El resultado de la pacificación de La Gasca fue la adjudicación de encomiendas a la segunda y la última vida a los que participaron en el bando real, llamado en el lenguaje de la época como “restitución”. Hay que tomar en cuenta que según la “Ley de sucesión” (1536), la duración de las encomiendas se fijó tan sólo en dos períodos o “vidas”: las del beneficiario y de su sucesor. La mayoría de los encomenderos en Charcas y, sobre todo en la ciudad de La Paz, fundada en 1548, había recibido sus encomiendas de La Gasca en compensación por su lealtad y servicio a la Corona demostrados durante las guerras pizarristas.

Los estudios realizados por Ana María Presta (2000) sobre los encomenderos de Charcas muestran la variedad de actividades económicas que emprendieron tanto ellos como sus descendientes en la época posterior a las guerras civiles. Por ejemplo, los miembros de la familia Almendras, aprovechando los tributos de los indios, adquirieron propiedades urbanas y haciendas y se dedicaron a la comercialización de los productos de la tierra y de Castilla tanto en Potosí como en La Plata. Con la tercera generación de los Almendras se concretó la diversificación de los negocios manejados por sus agentes y por medio del ejercicio de cargos en el cabildo.

Asimismo, los negocios iniciados por Hernández Paniagua en el campo y la intermediación en operaciones de compra-venta de inmuebles y bienes raíces fue la base del negocio familiar. Su hijo Gabriel se convirtió en un empresario innovador que no sólo tuvo al comercio de la coca como parte importante del negocio familiar sino que fue el propietario del primer obraje de paños y ropa de la tierra en Charcas, situado en Mizque. El obraje no fue su única propiedad, pues adquirió tierras, haciendas, estancias, viñedos, chacras, cocales, huertas, casas, solares y minas ubicadas dentro de la extensa geografía charqueña. Por otro lado, las ocupaciones del encomendero Álvarez Melendez estaban relacionadas con la minería en Porco que se convirtió en negocio familiar en combinación con las diferentes empresas agrícolas y ganaderas familiares.

Asimismo, para la familia Zarate-Mendieta, la encomienda fue una fuente de diversificación de sus múltiples negocios sobre todo en el área de la minería. Otro hombre rico fue el encomendero Martín de Robles quién invirtió las ganancias de su repartimiento en Chayanta en las casas y minas de plata en Potosí y Porco y en propiedades agro-pastoriles (Platt et al., 2006). El encomendero Lorenzo Aldana tenía propiedades en Lima, Cusco, Arequipa, Potosí y La Plata, además de tierras en Oruro, Cliza y Luje. Los administradores de la encomienda, asociados a mercaderes arequipeños, transportaban los productos desde Cochabamba a Potosí donde los vendían y luego entregaban las barras de plata en Arequipa. En 1568 Aldana en su testamento ordenó crear una “obra pía” llamada “comunidades y Hospitales de Paria”, cuyas rentas económicas estaban destinadas a la construcción de un hospital para la población indígena uru y fondos para apoyarla, asimismo para proveer sustento a los pobres y los yanaconas, los jóvenes educandos y las mujeres casaderas. Al respecto, existe la leyenda según la cual Aldana hizo esta reposición bajo cargo de conciencia, debido a que los indios urus le mostraron las minas de oro y plata; esta información no está confirmada por los investigadores que interpretan el hecho como una compensación por los abusos y la falta del adoctrinamiento religioso (Del Río, 1997, 2006).

En la zona de La Paz, las encomiendas fueron colocadas en los repartimientos de indios collas y pacajes, ubicadas en la cuenca del lago Titicaca y en los grupos que habitaban los valles orientales de Larecaja. Los encomenderos paceños instauraron empresas productivas relacionadas con la minería en Porco y Potosí y con los obrajes de paños. El primer obraje fue fundado en 1553 por Juan de Rivas, encomendero de Viacha hurinsaya y Hernando Chirinos, encomendero de Pucarani hanansaya, puesto que los encomenderos podían poseer un repartimiento o bien la mitad de éste, de acuerdo al patrón organizativo territorial prehispánico. Juan de Rivas tenía una estancia en el valle de Mecapaca que contaba con 13.000 ovejas y otra en Yungas donde se producía coca desde la época prehispánica (Morrone, 2012).

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