La encomienda era la entrega de los grupos de
indígenas en “custodia” a los conquistadores. Se
trataba de una forma de organización originada en
la Reconquista, que llegó a América a través de las
primeras empresas de colonización realizadas en el
Atlántico. Los conquistadores del Perú no venían
directamente de España; habían participado en
las campañas en Mesoamérica y recibían como
merced real una recompensa por sus servicios:
población indígena asentada en un territorio determinado que quedaba bajo su responsabilidad
y control. Como “vasalla” del rey, la población
indígena debía dar un tributo a la Corona a cambio
del usufructo de las tierras y la Corona transfería
al encomendero el derecho de la percepción del
tributo y el beneficio de toda clase de servicios.
El señor de indios estaba obligado a ofrecer
servicio militar a la Corona en el territorio de
su jurisdicción y, según el acuerdo inicial, los
encomenderos debían evangelizar a los indios
que les habían sido encomendados y encargarse
de diversas funciones, pero estas funciones no
llegaron a ser cumplidas. Al encomendero le
importaba de manera prioritaria la explotación
y movilización de la mano de obra de los indios
que se le había entregado y el pago del tributo en
producción agrícola, ganadera, extractiva y artesanal. La tributación en especies fue importante
y llevó al desarrollo temprano de un mercado
interior. Los encomenderos comercializaban los
tributos de su encomienda y los convertían en
ganancias que muchas veces usaban para invertir
en comercio o minería, actividades para las que
también tenían a su alcance mano de obra barata
o gratuita con los indios de su encomienda. Esta
situación privilegiada les proporcionaba reconocimiento social, y posibilitaba su participación en
las decisiones de la administración local y regional. Varios autores coinciden con James Lockhart
(1982) que considera que las encomiendas fueron
un “instrumento fundamental” en la primera fase
del Estado colonial.
El primer reparto de las encomiendas se realizó en 1538 cuando se entregaron las tierras del
Collao y Charcas, pero fue necesario otorgar más
tierras puesto que muchos españoles quedaron
descontentos. En 1540 se realizó segundo reparto
al sur del Cusco. Así fue cómo se concedieron las
encomiendas en la lejana zona de Tarija, al sur de
Charcas. Según algunos investigadores, Francisco
Pizarro conocía las características de la zona y las
poblaciones que la habitaron por medio de quipus
incaicos que se encontraban en Cusco o bien pudo
recibir la información del conquistador Diego
de Rojas que realizó la primera visita a la región.
Francisco Pizarro encomendó poblaciones que habitaban los valles orientales de Tarija en beneficio
de Francisco de Retamoso y Alonso de Camargo.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que algunas
concesiones de encomiendas se referían a espacios
aún no conquistados y poco o nada conocidos:
algunos de sus beneficiarios no pudieron gozar
de las mismas porque las poblaciones indígenas se
encontraban totalmente fuera de su dominio como
sucedió en Santa Cruz o en los llanos de Manso.
Barnadas (1973) calificó este tipo de encomienda
como “encomienda nominal”; se trataba de un
repartimiento de “indios no pacificados”, que no
tuvo efectos económicos para el encomendero
(Oliveto, 2012).
En 1541, a la muerte de Francisco Pizarro,
los encomenderos no eran muchos en la región
andina y constituían lo que se llamó la “nueva
aristocracia del país”. El encomendero más rico
de Nuevo Toledo fue Gonzalo Pizarro puesto
que la renta de su encomienda equivalía a 60%
de la de todo el Perú; su encomienda tenía alrededor de 4.000 indios tributarios y producía
140.000 pesos al año. Incluía las minas de Porco
y Potosí y comprendía todo el sur hasta la actual
ciudad de Tarija; por el oeste llegaba hasta el lago
Poopó. Otra encomienda importante fue la de
Peranzures de Camporedondo, vecino de La
Plata. Las encomiendas eran cotizadas en función de la cantidad de mano de obra que podían
proporcionar para las minas, la producción y el
transporte de alimentos como maíz, trigo y coca
hacia las minas (Arze Quiroga, 1969).
Los encomenderos tenían la intención de
perpetuarse en la posesión de las encomiendas,
lo que, como hemos visto, causó las sangrientas
guerras civiles. El resultado de la pacificación de
La Gasca fue la adjudicación de encomiendas a
la segunda y la última vida a los que participaron
en el bando real, llamado en el lenguaje de la
época como “restitución”. Hay que tomar en
cuenta que según la “Ley de sucesión” (1536),
la duración de las encomiendas se fijó tan sólo
en dos períodos o “vidas”: las del beneficiario y
de su sucesor. La mayoría de los encomenderos
en Charcas y, sobre todo en la ciudad de La Paz,
fundada en 1548, había recibido sus encomiendas de La Gasca en compensación por su lealtad
y servicio a la Corona demostrados durante las
guerras pizarristas.
Los estudios realizados por Ana María Presta
(2000) sobre los encomenderos de Charcas muestran la variedad de actividades económicas que
emprendieron tanto ellos como sus descendientes
en la época posterior a las guerras civiles. Por
ejemplo, los miembros de la familia Almendras,
aprovechando los tributos de los indios, adquirieron propiedades urbanas y haciendas y se
dedicaron a la comercialización de los productos
de la tierra y de Castilla tanto en Potosí como
en La Plata. Con la tercera generación de los
Almendras se concretó la diversificación de los
negocios manejados por sus agentes y por medio
del ejercicio de cargos en el cabildo.
Asimismo, los negocios iniciados por
Hernández Paniagua en el campo y la intermediación en operaciones de compra-venta
de inmuebles y bienes raíces fue la base del
negocio familiar. Su hijo Gabriel se convirtió
en un empresario innovador que no sólo tuvo
al comercio de la coca como parte importante
del negocio familiar sino que fue el propietario
del primer obraje de paños y ropa de la tierra
en Charcas, situado en Mizque. El obraje no
fue su única propiedad, pues adquirió tierras,
haciendas, estancias, viñedos, chacras, cocales,
huertas, casas, solares y minas ubicadas dentro
de la extensa geografía charqueña. Por otro
lado, las ocupaciones del encomendero Álvarez
Melendez estaban relacionadas con la minería
en Porco que se convirtió en negocio familiar en combinación con las diferentes empresas
agrícolas y ganaderas familiares.
Asimismo, para la familia Zarate-Mendieta,
la encomienda fue una fuente de diversificación
de sus múltiples negocios sobre todo en el área de
la minería. Otro hombre rico fue el encomendero
Martín de Robles quién invirtió las ganancias de
su repartimiento en Chayanta en las casas y minas de plata en Potosí y Porco y en propiedades
agro-pastoriles (Platt et al., 2006). El encomendero Lorenzo Aldana tenía propiedades en Lima,
Cusco, Arequipa, Potosí y La Plata, además de
tierras en Oruro, Cliza y Luje. Los administradores de la encomienda, asociados a mercaderes
arequipeños, transportaban los productos desde
Cochabamba a Potosí donde los vendían y luego
entregaban las barras de plata en Arequipa. En
1568 Aldana en su testamento ordenó crear una
“obra pía” llamada “comunidades y Hospitales
de Paria”, cuyas rentas económicas estaban destinadas a la construcción de un hospital para la
población indígena uru y fondos para apoyarla,
asimismo para proveer sustento a los pobres y los
yanaconas, los jóvenes educandos y las mujeres
casaderas. Al respecto, existe la leyenda según la
cual Aldana hizo esta reposición bajo cargo de
conciencia, debido a que los indios urus le mostraron las minas de oro y plata; esta información
no está confirmada por los investigadores que
interpretan el hecho como una compensación por
los abusos y la falta del adoctrinamiento religioso
(Del Río, 1997, 2006).
En la zona de La Paz, las encomiendas
fueron colocadas en los repartimientos de indios collas y pacajes, ubicadas en la cuenca del
lago Titicaca y en los grupos que habitaban los
valles orientales de Larecaja. Los encomenderos paceños instauraron empresas productivas
relacionadas con la minería en Porco y Potosí
y con los obrajes de paños. El primer obraje fue
fundado en 1553 por Juan de Rivas, encomendero de Viacha hurinsaya y Hernando Chirinos,
encomendero de Pucarani hanansaya, puesto
que los encomenderos podían poseer un repartimiento o bien la mitad de éste, de acuerdo al
patrón organizativo territorial prehispánico.
Juan de Rivas tenía una estancia en el valle de
Mecapaca que contaba con 13.000 ovejas y otra
en Yungas donde se producía coca desde la época
prehispánica (Morrone, 2012).
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