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jueves, 30 de junio de 2022

El Chaco - Introducción

 Mariela Rodríguez

El Chaco es una extensa y árida región con singulares características históricas y culturales. A menudo mencionado como el mediterráneo de la América Austral por los españoles, el Chaco ha sido tradicionalmente visto como un territorio periférico y marginal, alejado de los centros de poder colonial y nacional. El término “Chaco” proviene del quechua chaku, que en quechua significa “territorio de cacería” (Bertonio, [1612]). Conocido como Gran Chaco Gualamba hasta finales del siglo XIX, esta dilatada región boscosa y espinosa se caracteriza por tener un ecosistema eminentemente seco y sujeto a variaciones térmicas extremas (en invierno las temperaturas pueden descender a 0 °C, mientras que en verano pueden llegar a los 45°C), lo que hace que las condiciones de vida sean difíciles; la subsistencia de quienes allí habitan depende de una constante lucha por la obtención de alimentos y recursos acuíferos.

Como espacio geográfico, se puede decir que la región chaqueña es una vasta planicie semiárida ubicada en el centro de Sudamérica, que tiene alrededor de un millón de kilómetros cuadrados de superficie que se extiende por parte de los territorios de Argentina (al Norte), Bolivia (al Sureste) y Paraguay (al Oeste y Noroeste), entre los ríos Paraguay y Paraná y el altiplano andino. Por el lado boliviano, si se penetra desde los valles subandinos de Tarija y Chuquisaca en dirección al Este, las elevaciones pueden llegar hasta a los 2.000 m.s.n.m. A este ecosistema de transición que es una zona que comparte características físicas y climáticas similares a las de los contrafuertes andinos se lo conoce como pie de monte. A medida que avanzan hacia el este, las estribaciones del pie de monte descienden hasta llegar a los 250 m.s.n.m. y abren paso a la llanura chaqueña, un vasto espacio con una topografía casi plana que solamente se ve interrumpida por dunas estabilizadas por la vegetación y por zonas depresivas conocidas como bañados.

Contrariamente a la visión tradicional de un espacio considerado marginal y aislado, lo cierto es que el Chaco ha sido históricamente una zona de intercambio e influencia recíproca de zonas adyacentes y, a su vez, de contactos entre los diferentes grupos que lo habitaron (incluidos los no indígenas) (Combès, Villar y Lowrey, 2009). Si bien algunas de sus vías fluviales constituyen un vínculo natural entre los enclaves andinos y los ríos amazónicos, los pantanos y arenas movedizas que dejan a su paso dificultan el tránsito humano durante gran parte del año. Esto explicaría por qué el Chaco aparece en las fuentes históricas como una tierra fragosa, mientras que la multitud de naciones que ahí habitaban son calificadas como fieras indómitas salvajes en permanente guerra con los españoles (Lozano, [1733] 1941: 15).

La indiscutible problemática de fondo en el quehacer histórico y etnográfico del Chaco ha sido la diversidad cultural y étnica de sus habitantes, así como las influencias y aportes externos que pudieron haber asimilado de zonas vecinas, como los Andes al oeste, la franja chiquitana al Norte o el Pantanal al Noreste. A la complejidad misma que supone abordar el poblamiento étnico de una región de por sí poco conocida y habitada por numerosas “naciones”, a menudo confundidas por los colonizadores, se suma la parquedad de las informaciones contenidas en las fuentes escritas tempranas, sobre todo para el interior del Chaco, donde son prácticamente nulas y vienen “filtradas” por diferentes intermediarios chiriguanos y chanés asentados en los márgenes chaqueños, y que fueron los que mantuvieron contacto directo primero con los incas y después con los españoles.

A pesar de estas limitaciones y desafíos, durante las dos últimas décadas los chacólogos han venido realizado significativos avances que han permitido indagar desde una especificidad regional cada vez mejor precisada la evolución de los indígenas (incluidos aquellos asentados en las zonas más alejadas) en términos de composición étnica, fusiones, divisiones, mediaciones y contactos, especialmente al prestar atención al impacto misional sobre las diferentes colectividades. En un esfuerzo interdisciplinario conjunto, se ha empezado a considerar las identidades del Chaco como fenómenos cambiantes en el tiempo, resultado de complejos procesos históricos transcurridos en un espacio donde convergieron diversas corrientes culturales de regiones vecinas. 
Mapa Etnico de El Chaco

lunes, 27 de junio de 2022

Santa Cruz indígena - Acabados y consumidos

Los primeros años de la conquista española tuvieron un fuerte impacto sobre los indígenas de la región, pues sunúmero menguó rápidamente. Las cifras suelen variar, incluso del simple al doble: según las fuentes, el número de indios empadronados en 1561 oscila entre 30.000 y 60.000. Sea lo que fuere, las bajas son en todo caso espectaculares. En 1586, el gobernador de Santa Cruz, Lorenzo Suárez de Figueroa, habla de sólo 8.000 indios “de visita y servidumbre, sin más de 3.000 indios e indias que hay de servicio personal dentro de la ciudad” (1965 [1586]: 402). Un año después, se habla de un total de 10 a 20.000 indios en los alrededores (Crónica anónima, 1944 [c. 1600]: 502). Como lo nota García Recio (1988: 157), si bien en la década de 1570 el mercedario Diego de Porres empadronó 15.700 “indios varones”, en 1601 sólo se cuentan 4.000. A inicios del siglo XVII, Díaz de Guzmán puede escribir que Irala “halló en aquella tierra mucha multitud de indios labradores en grandes pueblos, aunque el día de hoy los más son acabados y consumidos” (1835 [1612]: 14).

Las causas de este descenso son, primero, las epidemias y enfermedades que achacan a los indígenas a raíz del contacto con los europeos, principalmente la viruela y el sarampión. Otros muchos simplemente huyen hacia el bosque y escapan así a los censos y repartimientos. Otros más son víctimas de las “malocas” de los cruceños, verdaderas cacerías de indígenas para venderlos luego “al Perú” como esclavos. Ya en 1571 el virrey se queja:

He sido informado de que muchas personas que han salido de la provincia de Santa Cruz de la Sierra a estos reinos del Perú han sacado cantidad de piezas de indios de aquella tierra y los han dado y vendido y rescatado con color que son indios chiriguanaes y de guerra (Toledo, 1571 en Mujía, 1914 t. 3: 33).

Otros pocos, finalmente, siguen la suerte de sus amos y los siguen hasta la sede de la Audiencia u otras partes “del Perú”.

La fundación de San Lorenzo en 1590 y el posterior traslado de Santa Cruz hacia el río Guapay tuvieron sus consecuencias sobre los indígenas de la región. Ya en 1584, Suárez de Figueroa prevé que poblando en Grigotá, y hasta lograr “pacificar” a los indígenas locales, se tendrá que utilizar a “indios de servicio” de Santa Cruz. Efectivamente, documentos posteriores señalan que “indios de repartimiento” de Santa Cruz fueron trasladados a Grigotá para contribuir a la edificación de San Lorenzo. En el viaje hasta el Guapay, sea en esta época temprana, sea luego cuando se mudó definitivamente Santa Cruz, muchos indígenas aprovecharon para retornar a sus lugares de origen o incluso huir a Charcas, hacia el oeste. A inicios del siglo XVII, se habla de unos 3.000 indios originarios de Santa Cruz en Charcas (García Recio, 1988).

Sin embargo, y sin querer menospreciar sus impactos, la alteración española en la zona de la primera Santa Cruz duró, finalmente, poco tiempo. Aunque víctima de “malocas” y correrías en busca de esclavos tanto por parte de los cruceños como de los bandeirantes de Brasil, la zona no sufrió de una presencia española permanente y cayó en el olvido con el traslado de la ciudad. Fueron las misiones jesuitas, iniciadas a fines del siglo XVII, las que realmente cambiaron de manera drástica este panorama, y su acción homogeneizadora fue continuada luego en los pueblos criollos de la Chiquitania del siglo XIX. Chiquitanos y ayoreos sólo son dos las etnias identificables hoy en la vieja Santa Cruz, antaño hogar de tantos “naturales”.

miércoles, 22 de junio de 2022

Santa Cruz indígena - Más allá de Santa Cruz

Podemos esbozar, a grandes rasgos, el panorama étnico de la vasta región a la cual pertenecía Santa Cruz de la Sierra. Al este en el Pantanal, allí donde los españoles de Asunción establecieron el “Puerto de los Reyes” (probablemente la laguna Gaiba), vivían grupos a quienes los españoles dieron el nombre genérico de “orejones”, por los pendientes que llevan como adornos. Todos ellos son descritos como grandes agricultores, al contrario de muchos de sus vecinos “canoeros” y pescadores : guaxarapos, guatos, acheres o yacarés, etc. Finalmente, se señala también al menos una aldea guaraní en Puerto de los Reyes, al mando del “principal” Yandarupia, quien dice conocer la ruta del metal hacia el occidente.

De Puerto de los Reyes, siguiendo río arriba, en las profundidades del Pantanal, se llegaba a la región dominada por los grupos xarayes. Los xarayes pertenecían a la familia lingüística arawak, pero a una rama diferente de la mojobauré o chane: la rama paresi (Paul Rivet citado por Métraux, 1942). Lo más sobresaliente de esta zona es, sin duda, el complejo sistema jerárquico establecido entre los diferentes grupos xarayes y sus “sujetos”, grupos muy diversos que incluían tanto a los ortueses agricultores como a los tiyues e yayna, “gente de canoa”. La red de clientelismo xaray se extendía hacia el occidente, y existen datos sobre matrimonios interétnicos entre mujeres xarayes y hombres “chiriguanaes” de la parcialidad Bambaguasu; ya mencionamos también el papel de los xarayes en la distribución del metal andino Paraguay abajo y su participación en expediciones multiétnicas hacia el oeste.

Las noticias son parcas sobre la región que se extiende entre Puerto de los Reyes y la futura Santa Cruz. Irala menciona a varios grupos guaraníes, “de la misma generación” que los de Puerto de los Reyes y la tierra (mejor dicho el cerro) de Ytapua, un poco más al occidente. Se mencionan también a tarapecocis, chanes y payzunos en esta región. Todos son parte de la gran cadena del metal.

Más al Norte, al Oeste de los xarayes, la tierra parece haber sido bastante más poblada. Dos conjuntos dominan la región: primero una serie de grupos guaraní-hablantes, por ejemplo los pitaguaris más occidentales, los bambaguasu y luego el conjunto conocido como “itatines” llegados a esta tierra en busca del metal, y segundo el grupo, bastante belicoso, de los tapuy-miri, es decir de los chiquitos.

El occidente de la ciudad parece haber sido muy poco poblado hasta llegar al río Guapay o Grande. De manera interesante, Schmidel menciona a los tamacocis del río Guapay inmediatamente después de los gorgotoquis, cuando una considerable distancia (unas 50 leguas) los separan. No se trata de una negligencia del mercenario alemán, pues otras fuentes confirman que toda la tierra entre Santa Cruz al Este y el río Grande al Oeste era “un desierto de 55 leguas”, sin agua y, por ende, sin gente. En la región misma del río Guapay, el grupo más importante era el de los tamacocis, con su jefe Grigotá, muy probablemente chane-hablantes (Sanabria, 1949; Combès e Hirtzel, 2007). En el margen izquierdo del río, los “llanos de Grigotá” estaban ubicados entre la “provincia de chiriguanaes” del cacique Vitupue y, más al oeste, la tierra donde vivían grupos jores y yuracares. Junto con los tamacocís, estos últimos eran “tributarios” de los chiriguanaes, a quienes proporcionaban particularmente palma de “la provincia del Çiriti” para la fabricación de flechas. .

Como lo indica el nombre dado por los españoles, la “cordillera Chiriguana”, que se extendía a lo largo de los últimos estribos andinos, era una región dominada por estos grupos guaraní-hablantes, que tenían “tributarios”, como los yuracares o los jores, y “esclavos”, como los chanes. Pero fue también, en el período inmediatamente prehispánico, lugar de asentamiento de pueblos andinos (los “candires” y “carcaraes” de las crónicas), particularmente en Samaipata (a escasas leguas del “asiento de Vitupue”) y probablemente también en Saypurú, entre los ríos Guapay al Norte y Parapetí al Sur. Mal llamado “el fuerte”, el complejo de Samaipata era más bien un centro a la vez religioso y administrativo incaico, quizás incluso con rango de capital provincial, aunque probablemente edificado sobre asentamientos preincaicos (Meyers, 1999; 2005; Meyers y Ulbert, 1997).

En términos lingüísticos, son varios los grupos (con sus respectivas familias, lenguas particulares y dialectos) que se pueden identificar en toda la macro-región: arawak, con al menos dos familias distintas, la llamada “mojo-baure”, que incluye a la lengua chane y la paresi, presente principalmente en el Pantanal; guaycurú al Sur, con los mbayás chaqueños; guaraní, familia representada sobre todo por los dos conjuntos de “chiriguanaes” itatín y de la cordillera; chiquito o chiquitano, con los tovasicosi, al Noreste de Santa Cruz; probablemente otuqui-bororó, particularmente en la región del Pantanal. Sin embargo, en muchos casos, no tenemos información sobre los idiomas hablados por los diferentes grupos. 
GRupos Etnicos SAnta Cruz

martes, 21 de junio de 2022

Santa Cruz indígena - Una región bisagra

A medio camino entre Andes y Pantanal, la ciudad de Santa Cruz se ubicaba “en frontera de dos provincias de chiriguanaes” (Suárez de Figueroa, 1965 [1586]): al Este de la ciudad, los chiriguanaes de Itatín y, al oeste, los de la “cordillera”. Según las fuentes, los itatines se ubican a 25 ó 30 leguas “al levante”. Al Oeste y Suroeste de la ciudad se ubicaban los chiriguanaes de Vitupue y Condorillo, y los tamacocis; al Norte, los chiquitos, “gente muy belicosa y de guerra”, que utilizan flechas envenenadas; y al Sur “está la provincia de morotocos”, también “gente belicosa” a causa de quienes no se trajina más el camino que llevó a Irala, en 1548, hasta los gorgotoquis.

De hecho, los grupos indígenas de la primera Santa Cruz no pueden entenderse como núcleos aislados. Las fuentes evidencian intensos contactos entre los grupos de la región y sus vecinos, contacos que tejían como una inmensa telaraña entre el Pantanal y el río Guapay, o entre la Chiquitania y el Chaco boreal.

Una primera red de contactos la constituye el comercio (o el robo, el trueque, etc.) del metal andino a través de las Tierras Bajas. Oro y plata se conseguían principalmente de la gente llamada “los candires” y “los caracaras”, es decir, los incas y sus yanaconas de los centros de Samaipata en los valles y de las minas de Saypurú en la “cordillera Chiriguana”. El comercio o el robo de metal entre los diferentes grupos es lo más sobresaliente de las informaciones y relaciones españolas, pues era también el principal punto de interés de los exploradores. Lo importante es que mediante este comercio, todos los grupos indígenas de una extensa región están interconectados: los tarapecocis reciben por ejemplo metal de los payzunos, quienes a su vez lo obtienen de los chanes y otros grupos; los gueno, ymore y xarayes distribuyen el metal, conseguido al Oeste a lo largo del río Paraguay, a grupos como los xaquides, xacota, chanes, quigoaracoçi, yriacoxi, xabacoxi, deycoxi, turucoxi y guarhagui.

Oro y plata pueden conseguirse mediante trueque –los tarapecocis los obtienen “a trueco de arcos y flechas de esclavos que toman de otras generaciones”–, comercio en el cual los grupos chanes y payzunos ocupan un lugar privilegiado de intermediarios; o mediante robos a los productores, o incluso aliándose varios grupos “para ir a buscar el metal”. Así tenemos conocimiento de expediciones multiétnicas, que integraban guaraní-hablantes, xarayes y otros pueblos, hacia el occidente en la época inmediatamente prehispánica.

Se trataba entonces de una región en plena efervescencia, donde todos los grupos estaban interconectados y donde los contactos directos o mediatizados con los pueblos andinos y los asentamientos incaicos fronterizos eran constantes. Sean pequeños grupos pescadores o grandes núcleos agricultores, sea la que fuere su pertenencia lingüística, prácticamente todos los grupos de esta macro-región tenían relaciones entre sí por el trueque o el robo del metal, por su participación en expediciones guerreras, por alianzas matrimoniales, por relaciones de amos a esclavos. Más allá, esta red se extiende, por ejemplo, río Paraguay abajo (y de allí al Atlántico), al occidente hasta los Andes. Si la ciudad de Chaves se fundó precisamente en este lugar fue por la “gran cantidad de naturales” presentes; fue porque, en la línea borrosa e indefinida que separa al Gran Chaco del macizo chiquitano, a medio camino entre el Pantanal y los últimos estribos andinos, Santa Cruz se erige en un punto bisagra, bisagra geográfica, bisagra ecológica, crisol donde se encuentran varias tradiciones, lenguas diversas, “generaciones” plurales.

Santa Cruz indígena - Familias lingüísticas en las Tierras Bajas

Principales grupos étnicos de Santa Cruz la Vieja

Las fuentes no siempre precisan si un nombre se refiere a una simple aldea, un sub-grupo (lo que los españoles llamaban “parcialidades”) o a un grupo mayor (“generación”). En el cuadro siguiente, sólo tomamos en cuenta a estas “generaciones”. Intentamos reagruparlas por familia lingüística, pero los datos no siempre están claros. Así, con el signo “+”, se indica una pertenencia lingüística confirmada; con “+/-”, una identificación probable, y con “?”, una hipótesis tentativa.

Grupo Linguistico Santa cruz


lunes, 20 de junio de 2022

Santa Cruz indígena - Santa Cruz y treinta leguas en contorno

La ciudad de Santa Cruz fue erigida, según los testimonios, en tierra de los quibaracocis, chanes, gorgotoquis y/o paroquis. Estos datos no son contradictorios entre sí, pues todo muestra que varios grupos diferentes moraban en esta zona. Entre ellos los más citados (y probablemente los más numerosos) son sin duda los chanes y los gorgotoquis.

“Chane” significa “hombre, gente, persona” en las lenguas arawak de la rama mojo-baure. Los españoles quinientistas solían identificar a los grupos que encontraban a partir de su lengua, por esta razón, términos como “guaraní” (encontrado en las islas del Paraná), “cario” (en Asunción) y “chiriguanaes” (en el piedemonte andino) acabaron siendo sinónimos. Esto no impedía la identificación de varias “parcialidades” guaraní-hablantes por un nombre propio: “los guatucos”, “los temeonos”, etc., lo mismo que ocurría con “los chanes”. Lo que nos presentan las fuentes son núcleos chanes diferentes, dispersos a lo largo y ancho de una extensa zona que iba desde el Pantanal hasta el río Guapay, y que al Sur abarcaba parte del Chaco boreal y la “cordillera Chiriguana”. Algunos tenían nombres propios: en Santa Cruz misma, por ejemplo, los tipionos y ariticoci eran respectivamente la gente de una aldea y de una parcialidad “chane”; los payzunos, çimeonos o tamacocis eran también, muy probablemente, chane-hablantes. Fue de hecho un chane quien explicó a Irala que “así se nombraban en los dichos chanes cada pueblo su nombre aunque todo era una generación”, o también: “aunque son chanes todos se llaman cada casa de su nombre” (Irala, 2008 [1543]).

Los chanes y sus vecinos eran todos “gente labradora”, tenían “grandes pueblos y muchas gentes y mantenimiento” (Cáceres, 1941 [1544]), ésta era una característica muy bienvenida para los colonos españoles. Los gorgotoquis de la región respondían también a esta descripción. Schmidel habla de ellos como de una gran nación, como no ha visto otra en todo su viaje a través del Gran Chaco, como que su gran número infundió incluso miedo a los españoles. Indica que “los hombres llevan en los labios una piedra azul redonda, tan ancha como ficha de tablero; y sus defensas o las armas son dardos y flechas, a más paveses hechos de antas o rodela. (También) las mujeres tienen hecho en el labio un pequeño agujerito y tienen una piedra verde o gris hecha de cristal que meten en ese agujerito; llevan ellas, estas mujeres, un tipoy que está hecho de algodón; es tan grande como una camisa pero no tiene mangas (…) no hacen otra cosa que coser y proveer la casa, quedan en la casa y el hombre debe ir al campo labrantío para procurar el alimento que ahí se necesita en la casa” (Schmidel, 2008 [1567]). Otros describen la “provincia gorgotoqui” como “la mayor y más poblada que en aquellas partes habían visto” (Calvete de Estrella, 1963 [1571]).

Las fuentes mencionan al menos una veintena de grupos étnicos en las cercanías de la primera Santa Cruz, como se podrá apreciar en la figura 147. El número total de grupos era incluso probablemente mayor, si tomamos en cuenta el altísimo número de aldeas o “parcialidades” citadas; en la mayoría de los casos, sin embargo, son pocos los datos que tenemos sobre cada uno. No podemos saber con exactitud si un nombre sólo se refería a un asentamiento particular o a un grupo mayor. Los idiomas hablados en la región reflejan esta diversidad. Las lenguas principales y más difundidas, que debían aprender los misioneros, eran tres: el chane, el chiriguano (guaraní), y el gorgotoqui. Pero existen muchas más. En 1601 el padre Diego Martínez cuenta:

Fuera de la lengua gorgotoqui que aprendí, en la cual confesaba y predicaba, aprendí la lengua chane un poco, en la cual confesaba y catequizaba. También traduje toda la doctrina en la lengua capayxoro y en la lengua payono (Crónica anónima 1944, [c. 1600]: 500-501).

En la misma época, el padre Anello Oliva apuntaba que “son innumerables las lenguas diferentes” que se hablan en la provincia de Santa Cruz:

Algunas veces hallé en un solo pueblo tres y cuatro diferencias de lenguas tan distinta la una de la otra que no se parecían en nada, pues demás de la guarayú [guaraní itatín] y gorgotoqui que son las generales de aquella gobernación, hay la chane, pane, paisano, xarace, yuracase, touaçicoçi, con otras (Anello Oliva, 1895 [1631]).

Un ejemplo de aldea multilingüe podría ser el de Bitapana, aldea o grupo entregado en encomienda a Hernando Salazar y Anton Cabrera. Sabemos, en efecto, que Bitapan tenía tres jefes: Paubo, Boalla y Allati. En la misma lista de encomiendas, Paubo aparece como el nombre de un jefe panecoci y Allati como un jefe capayxoro. Todo parece mostrar que varios grupos convivían en esta “parcialidad”.

En términos de idioma, no se menciona el chiquito como una lengua “general”; es verdad que los tovasicocis, es decir los chiquitos stricto sensu, vivían bastante más al Norte. Sin embargo, varios de los grupos y aldeas de Santa Cruz pueden razonablemente ser identificados como chiquito-hablantes. Es el caso, por ejemplo, de los jamarecoci, y de las aldeas nombradas Borocoçi, Totarcoci, Coricoci, Quimorecoci, Tavicoci, Totaycoci y Turubococi, sus nombres o bien recuerdan a los de grupos chiquitanos del siglo XVIII o bien están construidos a partir de un radical chiquitano. En todo caso, lo que puede apuntarse con bastante claridad es que “los chiquitos” no están, en esta época, identificados por los españoles como una “generación” mayor que engloba a diferentes “parcialidades”, como lo son por ejemplo los chanes.

La lengua gorgotoqui, tan difundida en esta época, ha desaparecido completamente hoy. Algunos investigadores piensan que podría tratarse de la misma lengua chiquitana, o de un dialecto de ella (Tomichá, 2006: 640). Sin embargo, la cuestión está lejos de ser clara. Sabemos en efecto, que el gorgotoqui tenía algo de semejanza con el chiquito, pero se trataban de dos idiomas diferentes. Anello Oliva también distingue, como vimos, las lenguas tovasicoci y gorgotoqui. Otra hipótesis es que los gorgotoquis hayan sido miembros de la familia lingüística otuqui- bororó: la grafía borogotoqui podría referirse a los bororós. Los grupos de esta familia lingüística estaban muy presentes en el siglo XVIII al Sur del Pantanal (bañados de Otuquis) y en el Mato Grosso, pero fueron señalados también, hasta el siglo XIX, muy cerca de la vieja Santa Cruz, en las salinas de Chiquitos. Sólo diré que, a favor de esta sugerencia, Branislava Susnik (1978) señala que “el prefijo ‘gor-’ [de gor-gotoqui] parece corresponder al ‘kur-’ en algunos apelativos tribales de origen otuqui”. Lo más probable es que ambas hipótesis, chiquitana y otuqui, sean acertadas: el gorgotoqui parece haber sido una lengua originalmente otuqui, pero fuertemente “chiquitanizada” (Combès, 2012).

En cuanto al idioma guaraní, se trata ante todo, como lo subraya Anello Oliva ([1631] 1895), del “guarayú”, es decir del idioma de los chiriguanaes itatines. El idioma parece ser “general” en la provincia, mucho más que en la ciudad misma de Santa Cruz, donde el padrón de encomiendas, por ejemplo, no arroja demasiados nombres identificables como guaraníes.

Otra familia lingüística presente al Sur de la ciudad es la guaycurú, con el grupo de los “mayaes” (mbayá) chaqueños, una fracción de ellos fue encomendada al mismo Ñuflo de Chaves (Repartimiento… 2008 [1561]). Finalmente, no mencionada con este nombre en las fuentes quinientistas pero sí identificable bajo la etiqueta de “capayxoro” o “caparxoro”, está presente la lengua zamuca en la zona. Con estos diferentes idiomas seguramente no se cierra la lista ni mucho menos, pero las otras lenguas de la región, aisladas o pertenecientes a alguna de las familias ya mencionadas, no son identificables en las fuentes. Muchas desaparecieron desde entonces y, probablemente, nunca sabremos cuáles fueron.

viernes, 17 de junio de 2022

Santa Cruz indígena

 Isabelle Combès

A1 medio camino entre el Pantanal al Este y el río Grande o Guapay al oeste, la primera ciudad de Santa Cruz de la Sierra no se fundó en un lugar virgen y vacío de gente, todo lo contrario: su ubicación exacta, según una relación de 1561,“en lugar cómodo de grandes labranzas y comidas frutales y pesquerías y casas”, se debió en gran medida al impresionante número de indígenas que vivían en sus alrededores. La misma fuente habla de “muchos indios con diferentes nombres y lenguas, grandes labradores, de 80.000 fuegos [hogares]” a 40 leguas a la redonda o de “muchas provincias y ayllus de naturales” (Relación de los casos… 2008 [1561]: 69). Poco menos de dos meses después de la fundación, el 20 de abril de 1561, un gran número de naturales, estimado en algunas partes en 60.000, fue distribuido en encomienda a los pobladores españoles, en una interminable lista de nombres extraños de “principales” (jefes), “generaciones” (naciones, grupos étnicos) y “parcialidades” (sub-grupos, aldeas): Haquihmoracoçi, Caparxoro, Maraibo, Aaturay, Macaraecoçi, Chabocoçi, etc. Sin contar las repeticiones ni los casos poco claros, esta lista arroja un total de 268 aldeas o grupos repartidos entre los fundadores de Santa Cruz. Sin duda alguna: la ciudad de Chaves fue antes también la de los Tuçi, Morotoco y demás caciques indígenas de la región.

Estos personajes y sus grupos no son nada fáciles de rastrear en las fuentes de la época. Los españoles conocieron sus nombres mediante sus guías, baqueanos e intérpretes indígenas, y a su vez los interpretaron (y los escribieron) como pudieron. Esto significa que rara vez (casi nunca) son nombres “propios” o “auto-denominaciones”. Por ejemplo, encontramos en las fuentes muchos nombres que llevan el sufijo coci, antigua marca del plural, probablemente en el idioma gorgotoqui: tamacoci, panecoci, jamarecoci, etc. Este hecho no significa necesariamente que los grupos así nombrados hablaban el gorgotoqui, sino más bien que fueron llamados así por gorgotoqui-hablantes. Lo mismo puede decirse de los también numerosos gentilicios terminados en ono, marca arawak (chane) del plural. Esto significa que, según los guías e intérpretes, pueden existir dos, tres o hasta más nombres diferentes para designar un solo grupo humano. Sabemos, por ejemplo, que los tapuy-miri (así llamados por guaraní-hablantes) son los mismos que los españoles llegaron a llamar chiquitos, y los mismos también que se autodenominan como tovasicoci. Sin embargo, en muchos casos las fuentes no aclaran estos problemas, y corremos el riesgo de contabilizar varios grupos donde existió uno.

Otro problema es la existencia de numerosos nombres “genéricos” que pudieron aplicarse a diferentes grupos, en diferentes épocas y diferentes lugares: timbú por ejemplo, término guaraní que podía aplicarse a cualquier grupo humano que tenía costumbre de horadarse el labio; nambikua y variantes, del guaraní nambi: “oreja”, que se aplicaba a los diferentes grupos que los españoles llamaron “orejones”, sin que estos diversos grupos tengan ninguna relación entre sí. Entre los nombres genéricos se deben contemplar términos como “cario”, “guaraní” o “chiriguanaes” por ejemplo, que fueron aplicados, a veces al mismo tiempo y por los mismos cronistas, a cualquier grupo guaraní-hablante. Esto no implica, ni mucho menos, que estos diferentes grupos se conocían o que constituían “parcialidades” de una “misma nación”.

Finalmente, debemos contar también con los autores de nuestras fuentes, es decir, los españoles. Ellos estaban interesados en los servicios que les podían prestar los indígenas (comida, etc.) o en buscar las riquezas de las tierras fabulosas que perseguían. Las costumbres de los “naturales” poco interesaban si no tenían un impacto inmediato sobre los españoles: de esta manera, podemos saber que los tovasicoci utilizan flechas envenenadas… pero nada en las fuentes nos informa sobre sus creencias por ejemplo, u otros aspectos de su cultura.

Nuestro conocimiento sobre los indígenas que vivían en la primera Santa Cruz es entonces limitado. Los párrafos que siguen sólo pretender esbozar un panorama general a partir de los datos existentes.
Santa Cruz Prehispanica - Mapa

Los Llanos de Grigotá - Otros sitios

Restos arqueológicos han sido reportados también de Basilio (Pia, 1993) y Guayabas (Métraux, 1933), al Sur de Sta. Cruz, así como de Santiago del Torno (Pia, 1983). En algunos casos se han recuperado cerámicas muy bellas (Fig. 146), que al carecer de su contexto arqueológico se han convertido en objetos mudos para la ciencia. Esto es válido también para los aproximadamente 350 objetos arqueológicos que se exponen en el Museo Arqueológico Comunitario de San Carlos (El Nuevo Día, 2005). Sin embargo, estos hallazgos subrayan la importancia de efectuar más investigaciones en los llanos de Grigotá.
VAsija Globular




jueves, 16 de junio de 2022

Los Llanos de Grigotá - Pailón

A una hora al Este de Santa Cruz, al otro lado del río Grande, está el pueblo de Pailón, primera estación del tren que sigue rumbo hacia la frontera con Brasil. Cuando se construyó el ferrocarril, en los años 50 del siglo pasado, en un préstamo de tierra para el terraplén ubicado al Suroeste de Pailón, salieron a la luz algunas tumbas y objetos cerámicos. Así se llegó a conocer la existencia de sitios arqueológicos en el lugar, que mucho después fueron estudiados por un equipo boliviano-alemán (Prümers, 2002).

La ocupación prehispánica en los alrededores de Pailón parece haber comenzado alrededor de 500 d. C. y continuado por aproximadamente 800 años, hasta el 1300 d. C. Sin embargo, los restos de esta ocupación, o de estas ocupaciones, no se encuentran en un solo lugar sino esparcidos en un sector amplio entre el actual pueblo y la ribera del río Grande, que corre a unos 7 km al Oeste de Pailón. Los restos más recientes se hallaron cerca del curso actual del río Grande. Como este río suele desbordarse de vez en cuando, es posible que las ocupaciones más antiguas se encuentren bajo capas gruesas de sedimentos aluviales.

Los restos de la fase más antigua, denominada Pailón A (500-1000 d. C.), fueron encontrados en un área de excavación de 120 m2, ubicado a unos 500 m al Oeste de la circunvalación de Pailón, en un cultivo de yuca (Fig. 143). Ahí se hallaron, a algo más de 1 m de profundidad, los restos quemados de dos casas con paredes de bahareque. Sobre los pisos de tierra quemada compactada de estas casas existían concentraciones de carbón vegetal y fragmentos quemados del enlucido de las paredes. Del nivel de ocupación al cual pertenecían las casas, los habitantes prehispánicos habían excavado algunos pozos, la mayoría de los cuales contenía deshechos. Sin embargo, en tres casos se trataban de entierros, que correspondían a una mujer de 18-20 años, un neonato y un hombre de 30-40 años (Fig. 144). Los muertos yacían en posición extendida decúbito dorsal y orientados de este-oeste sobre un lecho de fragmentos de cerámica. La cabeza de los dos adultos había sido cubierta con platos trípodes y su torso tapado con fragmentos grandes de vasijas quebradas. En el caso del neonato, tres platos trípodes cubrían el pequeño cuerpo.

Dos cántaros con base cónica tipo ánfora (Fig. 145) fueron reconstruidos con los fragmentos de cerámica encontrados en la tumba del hombre. El más grande de estos cántaros tenía casi 90 cm de altura, pesaba alrededor de 20 kg y fue reconstruido con 285 fragmentos. Ambos cántaros fueron destruidos con un golpe fuerte; el hecho de que casi todos los fragmentos llegaron a ser depositados en la tumba pone en evidencia que esto pasó con ocasión del entierro.

Los restos de la ocupación más tardía (Pailón B), hallados a unos 500 m más al oeste, en el borde de un antiguo curso del río Grande, se limitaron a una delgada capa de ocupación. La misma contenía sobre todo cerámica fragmentada y otros desperdicios, como huesos de animales y ceniza. Varios fogones en pequeños pozos contenían carbón vegetal fechados entre 1050-1300 d. C. Varios huecos de poste indican la presencia de construcciones en el lugar, pero la disposición general de los restos hace dudar de que haya durado mucho. La cerámica de esta fase, con decoración incisa, es tan diferente de la anterior que podría interpretarse como un cambio en la población. De esta cerámica se han hallado ejemplares también en Santa Cruz de la Sierra, como reocupación tardía en el sitio Grigotá y en el barrio El Bosque (Prümers, 2002). 
Vista Sitio Pailon

Vista Tumba

Vasija Construida ceramica

martes, 7 de junio de 2022

Los Llanos de Grigotá - El sitio Grigotá

El sitio más temprano hasta ahora investigado en el Departamento de Santa Cruz está ubicado justamente en la misma urbe de Santa Cruz, en el barrio de los Ángeles, entre el segundo y tercer anillo (Fig. 141). Fue descubierto al poner el alcantarillado y reportado a las autoridades correspondientes por el pintor cruceño Tito Kuramoto.

Gracias a esta intervención, el Instituto Nacional de Arqueología envió en 1976 al arqueólogo Bustos Santelices para efectuar excavaciones en el lugar bautizado como "sitio Grigotá". En base a observaciones geomorfológicas, paleoclimáticas y culturales se propuso que el sitio había sido ocupado desde 850 d. C. hasta el incanato (Bustos Santelices, 1976a, 1977). Fechados de radiocarbono de muestras recuperadas del sitio por un equipo boliviano-alemán en 1998 corrigieron la edad a 400 a.C. - 100 d. C. (Prümers, 2000), con lo que el sitio resultó ser del período Formativo, coetáneo a las culturas andinas chiripa y wankarani.

Los vestigios arqueológicos del sitio Grigotá se hallaron en un área bastante extendida y los fechados de radiocarbono, que arrojaron las muestras de carbón vegetal asociados a estos restos culturales, variaban por sectores. Una posible explicación de esto podría ser un desplazamiento paulatino del sitio habitacional, el cual pudo haber estado constituido por casas de planta circular, de las cuales algunas huellas de postes de madera descompuestos habían aparecido durante las excavaciones de Bustos Santelices.

Sobre los habitantes del sitio, su vida diaria, ritos y creencias, no sabemos nada ya que no fueron encontrados ni restos botánicos o zooarqueológicos, ni tumbas. El único legado de ellos es una cerámica particular, de la cual se encontraron más de mil fragmentos diagnósticos en nuestras excavaciones (Prümers, 2000). La uniformidad de esta cerámica, en cuanto a la materia prima utilizada (pasta), el acabado de superficie y las formas de vasijas, era muy grande. Entre las formas predominaban los cuencos con pedestal, que por lo general tenían bordes engrosados (Fig. 142). Además, eran frecuentes cuencos con base plana o redondeada y ollas, mientras que de platos bajos y botellas se hallaron muy pocos ejemplares.

domingo, 5 de junio de 2022

Los Llanos de Grigotá

 Heiko Prümers

La vista desde el promontorio rocoso es espectacular. Se divisa una planicie que se extiende hasta el horizonte; en medio de la misma se encuentra la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Cuando los incas construyeron La Fortaleza en esa parte del cerro Parabanocito (Fig. 140), ubicado al Sur de La Angostura, los Llanos de Grigotá, que se extendían frente a ellos, estaban densamente poblados por agricultores que vivían en pueblos estables. No sabemos casi nada sobre estos pueblos, ni siquiera si fueron incorporados al Imperio Inca, como dice la crónica de Alcaya.

La falta de datos arqueológicos y la gran cantidad de diferentes pueblos indígenas que se mencionan en las fuentes coloniales (véase la contribución "Santa Cruz Indígena" de Isabel Combès en este libro), hacen imposibles por el momento una reconstrucción del pasado prehispánico de esta región y nos obligan a limitarnos a la presentación de facetas sueltas del mismo.
Restos de muros de piedra inca en el sitio

sábado, 4 de junio de 2022

Los Llanos de Mojos - Camellones y asentamientos prehispánicos al Oeste del Mamoré (Iruyáñez)

En los Llanos de Mojos, al Oeste del Mamoré, se han estudiado principalmente camellones o campos drenados (Fig. 139). Los camellones son grandes plataformas de tierra, de tamaños y alturas variables, que fueron construidas para sembrar. A lo largo del río Iruyáñez estas obras tienen entre 5 y 20 metros de ancho, 300 metros de largo y 0,5 a 1,0 metros de altura (Denevan, 1966; 2000; Erickson, 2006; Walker, 2004).

Los estudios de Walker (1999, 2000, 2004, 2012) y Lombardo (2010) han demostrado que los camellones en la región del Iruyáñez están situados en los albardones de los ríos, es decir, en las partes más altas que el entorno geográfico ofrece. Los camellones cubren casi el 6,4% de la superficie estudiada, que es un valor muy alto si se considera que en la actualidad se cultiva solamente un 3,5% de la superficie. El trabajo invertido en la construcción de estas obras de tierra ha sido aún mayor que el necesario para levantar las lomas altas del Sureste de los Llanos de Mojos (Lombardo et al., 2013). Aunque por el momento no se sabe exactamente cuántos de los campos drenados que actualmente se pueden apreciar hayan funcionado al mismo tiempo ni cuándo fueron construidos o cuán largo ha sido su tiempo de uso, podemos estar seguros de que su importancia para la economía de sus constructores fue fundamental.

La literatura sobre los camellones es larga y existen posturas divergentes en cuanto a su funcionamiento . Sin embargo, tenemos que resaltar que la mayoría de los estudios llegaron a la conclusión de que funcionaron como en muchas otras partes de la Amazonía: para drenar y, de esta forma, crear superficies aptas para la agricultura. Esta función era tan obvia para Denevan (1966, 2001) que continuamente utiliza en sus obras el término drained fields. Los campos drenados son útiles sólo bajo condiciones ambientales determinadas que todavía requieren ser investigadas mediante estudios paleoclimaticos y paleoecológicos en la región.

También se debe aclarar que los camellones no aparecen en el Sureste, en la región de los montículos altos, ni tampoco en el Noreste, en la región de Baures e Iténez. Esto significa que la población prehispánica de la mitad este de los Llanos de Mojos ha sabido sobrevivir perfectamente sin ellos.

La investigación arqueológica al Oeste del Mamoré se ha concentrado tanto en los camellones que de los sitios habitacionales asociados se sabe muy poco. En toda la región del Iruyáñez sólo dos sitios habitacionales han sido muestreados y fechados entre 400-650 d. C. (San Juan) y 1270-1500 d. C. (El Cerro) (Walker, 1999, 2000, 2012). Carecemos de datos sobre el patrón de asentamiento, el tamaño de los sitios y el desarrollo que ellos habrían tenido a lo largo de los siglos. Intentar una reconstrucción de la historia prehispánica de la región sin estos datos sería un esfuerzo vano.

A menudo las investigaciones arqueológicas en los Llanos de Mojos se han enfocado en cuantificar las obras de tierra y calcular el trabajo invertido en su construcción, y se ha descuidado lo más importante: la gente que hubo detrás de todo esto. Si se lee cuidadosamente las crónicas, se verá que los relatos evocan a pueblos de gente muy sociable, que cultivaba la hospitalidad y les gustaba estar con sus familiares y amigos compartiendo festejos, bailes y bebida…. como lo demuestran las quejas constantes de los misioneros. La reconstrucción de la vida cotidiana de los pueblos que habitaron los Llanos de Mojos es una de las tareas que le espera a la arqueología boliviana.
Vasijas de Jasiaquiri

CAmpos Drenados

viernes, 3 de junio de 2022

Los Llanos de Mojos - Los sitios con zanjas del Noreste (Baures e Iténez)

A comienzos del siglo XVIII estuvieron en la región de Baures dos misioneros afanosos, no solamente en „salvar almas“, también en escribir. Dejaron crónicas y cartas, que sin duda son las descripciones más detalladas que se tienen de alguna de las regiones de los Llanos de Mojos del tiempo misional (Eder, 1985 [1772]; Mayr, 2002 [1717-1740]). Para la interpretación de los restos arqueológicos de la región dan muchas pistas, como por ejemplo en las siguientes dos citas:

La mejor zona de la region es la llamada de Baures, pues hasta ahora no ha sufrido jamas ningun daño de las aguas, ya que asi como las reducciones del Mamoré la aventajan en que sus sabanas son mas elevadas, asi ella las supera en tener tierras aptas para la siembra, pues se cultivan aquellos lugares mas elevados, pero no en las sabanas. La tierra por lo general es negra y muy suave al tacto (Eder, [1772]: 73).

… toda la sabana queda cubierta por las aguas la mayor parte del año, por lo que solo en canoas se puede transitar por ella de una a otra isla. No contando con ellas la mayoría de las etnias, por su pereza o por su ignorancia en fabricarlas, pero necesitando o gustándoles al mismo tiempo visitar de vez en cuando a sus amigos cercanos (principalmente para beber), levantaron una especie de puentes con tierra excavada por los lados, que quedaron por encima de toda inundación; su anchura era suficiente para que circularan dos coches nuestros juntos. Con estos puentes tambien lograron que las primeras lluvias anuales se almacenaran en el hueco dejado por la tierra excavada y, cuando en verano las sabanas ya estan secas y casi quemadas, que quedara allí suficiente cantidad de agua para transportar por aquellos canales su maiz y demás cosas necesarias. Los Baure hacían gran uso de estos puentes, encontrándose alli por doquier, aunque en la actualidad casi no se utilizan, a causa tanto de la abundancia de canoas como de que los puentes se han inutilizado e interrumpido con el paso de tanto tiempo (Eder, [1772]: 105).

La primera cita describe perfectamente la ubicación de los pueblos y de sus sembradíos en las alturas. Además, la referencia a la presencia en estos lugares de una tierra negra y muy suave al tacto“ debe ser la primera mención de las terras pretas tan estudiadas actualmente (ver recuadro 23). La segunda cita nos informa sobre la cohesión social de los grupos que, no obstante de vivir en diferentes islas, conformaban una entidad mayor, que correspondería a lo que los españoles del tiempo hubieran llamado una „nación“ y nosotros hoy en día un grupo étnico. Nos informa, además, de la red de terraplenes construida por los Baure para mantener el contacto dentro de su sociedad y que ellos carecían de canoas.

La ubicación de los asentamientos en las islas de bosque, así como la red de terraplenes y canales que las comunica, resalta perfectamente en el mapa que hemos elaborado de la región, en el cual se han omitido muchos detalles (Fig. 132). El trabajo invertido en construcción y mantenimiento de este sistema complejo, que conecta asentamientos por distancias de 50 km y más, debe haber sido enorme. Igual de laborioso debió haber sido excavar los fosos con los cuales intentaban protegerse contra sus enemigos. De estos fosos, Eder dice lo siguiente: 
M apad ed istribuciónd el aso brasd et ierrae nl ar egiónd eB aures

Habiendo aterrorizado los Guarayo toda la región, consiguieron que los Baure se comprometieran a entregarles anualmente cierto número de muchachos y muchachas: pero ni siquiera así estaban a salvo de sus frecuentes e inesperados asaltos. Así pues, para solucionar sus problemas de otra forma, decidieron rodear sus islas con fosos (que subsisten hasta hoy y que demuestran la gran población que por entonces debía haber). Conocí islas [de monte] cuya circunferencia llegaba a tres millas [equivale, aproximadamente, a 5.4 km] y que estaban rodeadas de dos o tres fosos. Estos son tan anchos y profundos, que se pueden comparar con los de Europa. Iban amontonando la tierra excavando en las espaldas del foso, formando una pared de declive muy abrupto y de difícil subida para el hombre. De esta forma hicieron más difíciles al enemigo sus asaltos. De todas formas, estos proseguían, bien porque los que salían afuera de los fosos eran víctimas de emboscadas, bien porque no podían excavar tales fosos por todas partes, dejando siempre algún resquicio por el que se introducían sin ser apercibidos (Eder, 1985 [ca. 1772]: 106).

La descripción es bien clara en resaltar que las zanjas son obras defensivas, y por eso pasaremospor alto las otras funciones que se han postulado para ellas. Además, la cita de Eder aclara que los fosos rodeaban islas de monte enteras y que excavarlos era tan laborioso que a veces no eran completados. Sin embargo, algunos arqueólogos han relacionado esta descripción con las zanjas circulares que se encuentran en el centro de la mayoría de las islas de monte, que deben ser interpretadas como defensas adicionales para los poblados propiamente dichos. Los sistemas de fosos, de los cuales estas zanjas circulares constituyen sólo una parte diminuta, se están reconociendo recién. En una área de 200 km2, cerca del pueblo de Bella Vista, que se mapeó con LIDAR (Escáner Láser Aerotransportado), una tecnología que permite "eliminar" en el relieve del terreno la vegetación, se han detectado unos 20 sitios con zanjas. Casi todos están compuestos por varias zanjas y los sitios grandes, con fosos que encierran más de 200 hectáreas, tienen por lo menos dos zanjas circulares pequeñas como partes del complejo (Fig. 133).
Zanjas prehispánicas d el ar egiónd eB ellaV ista

Con esta evidencia se ha adelantado una parte de la historia de la investigación en la región, que igualmente comenzó con los trabajos del barón Erland Nordenskiöld. En sus viajes por el río Guaporé, entre 1914 y 1915, Nordenskiöld constató la presencia de sitios rodeados por zanjas en todas las alturas de la ribera. Recolectó material arqueológico de superficie en diferentes lugares, que ha sido estudiado recién unos cien años más tarde (Jaimes Betancourt, 2012b). Después hicieron estudios en sitios situados en la banda brasileña del Guaporé la antropóloga austriaca Etta Becker-Donner (1956a, b) y el arqueólogo Eurico Miller (1983), y en la provincia Iténez los argentinos Dougherty y Calandra (1984: 187-190; 1984-85; 1985). De estos trabajos, el de Miller es el más puntual, ya que llevó a una periodización del material. A partir del año 1995, el arqueólogo norteamericano Clark Erickson ha efectuado prospecciones arqueológicas en la región de Baures. Sus estudios se enfocaban en la documentación de las transformaciones del entorno natural por los habitantes prehispánicos y en la documentación de las obras de tierra (Erickson, 2000a, b; 2006, 2008, 2010).

Las primeras excavaciones de mayor escala en la región fueron las que hicimos en el interior de una zanja circular al Norte del pueblo de Bella Vista (Prümers, 2010; 2014; Prümers / Jaimes Betancourt / Machicado, 2009). En este sitio, conocido como la Granja del Padre, se excavaron unos 600 m2 (Fig. 134) sin encontrar ni un hueco de poste. Con esto no queremos decir que en el lugar no vivía gente, ya que una capa de color negruzco llena de restos culturales que se extendía por toda el área excavada prueba lo contrario, sin embargo, queremos llamar la atención al hecho de que las casas, por lo menos de esta ocupación que data entre 1200 - 1400 d. C., probablemente estaban construidas de adobe. Dentro del área de excavación se hallaron también unos 16 entierros en vasijas. En la mayoría de los casos el cuerpo había sido depositado en una vasija grande. Para poder hacer entrar el cuerpo en la vasija tuvieron que sacar la base y cubrir la abertura con fragmentos grandes de otras vasijas (Fig. 135).

Vista del sitio BV-2 (Granja del Padre),



La cerámica era en todos los aspectos diferente a la del área de las lomas altas (Fig. 136) y mantenía una mayor relación con la cerámica encontrada en el lado brasileño del Guaporé (Jaimes Betancourt, 2014).

Siendo las islas de bosque o las alturas formadas por las estribaciones del escudo brasileño al Norte de Bella Vista los únicos lugares habitables de la región, es de extrañar que hasta ahora no se tengan evidencias de ocupaciones largas. Todos los sitios que se han investigado hasta ahora tenían una capa de ocupación delgada que, hasta donde los datos publicados nos permiten decirlo, parecen corresponder al mismo período de tiempo que la ocupación de la Granja del Padre. Por eso, el hallazgo reciente de una cultura mucho más temprana en la isla de monte de Jasiaquiri, ubicada unos 8 km al Suroeste de Baures, es de suma importancia. Los restos salieron a la luz durante la construcción de una nueva cancha de básquet en el terreno de la escuela. Entre los pocos contextos arqueológicos que pudimos documentar durante los trabajos de rescate había el entierro extendido de una mujer (Fig. 137). La cabeza ya había sido removida o destruida, y de una vasija que había sido depositada como ofrenda se había conservado solo la base. No obstante estas perturbaciones, se pudieron documentar in situ cuatro torteras que habían sido depositadas a la altura de los pies. Para la ocupación a la cual pertenece este contexto tenemos dos fechados de radiocarbono entre 350-550 d. C., lo que significa que es unos 1000 años más antigua que la ocupación cuyos restos se había excavado en la Granja del Padre y en Jasiaquiri. Se sobreentiende que la cerámica de esta nueva cultura es bien diferente de todo lo que se conocía hasta ahora de la región. Entre las formas dominan cuencos con bordes anchos que están decoradas con gruesas líneas incisas rellenadas de una arcilla blanca, con motivos de zig-zag (Fig. 138 d), triángulos con hachurado vertical (Fig. 138 b, g) y grecas (Fig. 138 c, e) (Jaimes Betancourt, 2014).

El hallazgo fortuito de Jasiaquiri demuestra plenamente los vacíos que todavía existen en nuestro conocimiento del pasado prehispánico de la región. No sólo porque es el único sitio de su género que se conoce, sino también porque entre su ocupación y las ocupaciones tardías que se conocían hasta ahora existe un lapso, de aproximadamente 1000 años, del cual no sabemos absolutamente nada.
VAsijas Baures

Entierro extendido disturbado encontrado en el corte 3 de Jasiaquiri.


jueves, 2 de junio de 2022

Los Llanos de Mojos - Las lomas altas del Sureste de los Llanos de Mojos

La mayoría de las “lomas”, como se conocen localmente a los montículos cubiertos por monte, guarda restos de unos mil años de ocupación en su interior. Recién cuando son liberados de la vegetación se puede reconocer que estos montículos son los restos, lavados por las lluvias tropicales, de plataformas y pirámides truncas de tierra maciza. Algunos de estos edificios cubren varias hectáreas y las pirámides truncas más altas superan los 20 m de altura..

Por mucho tiempo se pensó que los antiguos habitantes de estas lomas construyeron las plataformas para protegerse de las inundaciones periódicas, comunes en los Llanos de Mojos. Sin embargo, las lomas altas se encuentran en una región que no se inunda ni en años con lluvias excepcionales, y faltan por completo en las regiones con mayor riesgo de inundación, como la del río Iruyáñez. Por esto hemos postulado, ya años atrás, que la lógica tenía que invertirse. Las lomas no fueron construidas como respuesta al peligro de posibles inundaciones, sino porque este peligro en los lugares donde fueron erigidas no existió nunca. En años recientes se ha demostrado la razón por la cual el área de la distribución de las lomas altas es más elevada. Durante el Holoceno medio (ca. 2000 a. C.), una avulsión del río Grande formó albardones de hasta 3 m con relación a la sabana. Además, el río Grande depositó finos sedimentos en las llanuras inundadas entre paleo-canales, lo que ha dado como resultado una topografía con relieve que mejora las condiciones de drenaje. La combinación de todos estos aspectos permite que los suelos en esta área tengan un mejor potencial agrícola (Lombardo et al., 2012, 2013). Tales condiciones han permitido un asentamiento largo, estable y seguro en la región, de lo cual dan testimonio las aproximadamente 400 lomas que probablemente existen en el Sureste de los Llanos de Mojos.

Cada una de estas lomas tiene que ser vista como un poblado, en cuyo centro estaban las construcciones de tierra maciza. El tamaño de las lomas difiere considerablemente y es de suponer que esto sea el reflejo de diferencias de poder y de funciones sociopolíticas. En algunos casos esto parece más que evidente. La Loma Cotoca, por ejemplo, ubicada unos 4 km al Este del pueblo Perotó, controla un área de aproximadamente 500 km². La plataforma en el centro del sitio cubre más de 10 hectáreas y sobre la misma se levanta una pirámide trunca de unos 20 m de altura. De este centro con arquitectura monumental irradian canales y calzadas en todas las direcciones conectándolo con los sitios menores, que supuestamente dependían de él. Otro ejemplo de un probable centro regional con una configuración casi idéntica es el sitio La Loma (Fig. 124), cuyo centro con arquitectura monumental abarca 19 hectáreas. El sitio está rodeado por tres calzadas, la del medio encierra 75 hectáreas y la externa 300 hectáreas..
Las lomas altas del Sureste

Estas inmensas áreas probablemente tuvieron múltiples usos, lo que dio lugar tanto a viviendas como a huertas, plazas y cementerios. De este sitio también irradian calzadas y canales que lo conectan con su entorno.

Recientemente se tiene la certeza que los centros de estos sitios responden a una arquitectura. Los planos detallados de algunos de estos montículos permiten ver la estructura planificada de los sitios, que se expresa en el ordenamiento de los cuerpos arquitectónicos, en patrones repetidos y en una orientación idéntica de edificios en sitios diferentes.

Las características mencionadas se pueden apreciar de forma ejemplar en el plano de la Loma Salvatierra (Fig. 125). El centro del sitio está ubicado en la ribera izquierda de un río desecado y el área central está conformada por una terraza artificial de 2 hectáreas de superficie que se eleva aproximadamente 1,5 metros sobre la planicie. Sobre esta terraza se elevan varias plataformas, la del Noreste es la más alta (Montículo 1). Sobre esta última, que alcanza siete metros de altura, se encuentran tres plataformas bajas dispuestas en forma de “U” que delimitan una plaza abierta hacia el Noroeste. El eje de este conjunto arquitectónico muestra una desviación aproximada de 30º hacia el Oeste con respecto a los ejes cardinales. Esta orientación se repite no solamente en las otras construcciones del sitio, sino también en otros sitios y, como se verá a continuación con más detalle, en las tumbas. Sin duda, esta disposición está relacionada con alguna noción de la cosmovisión de los antiguos habitantes, de la cual, lamentablemente, no sabemos nada. A una distancia de aproximadamente 120 metros, el centro del montículo está rodeado por un terraplén poligonal, el cual podría haber cumplido una función defensiva, marcando el límite de lo que era el pueblo propiamente dicho. Podemos imaginarnos que todo su espacio interior era aprovechado, probablemente, tanto para viviendas como para huertas.
Plano de la Loma Salvatierra

Al Sur del sitio se extiende una pampa grande y dentro de la misma se encuentran canales, pozos circulares y un terraplén que corta el paso del agua desde el Sur. Todas estas obras de tierra parecen destinadas al manejo del agua captada en la pampa. El canal que corre del pozo circular asociado al terraplén en dirección al montículo podría haber servido para suministrar agua al sitio durante la estación seca.

Sobre la gente que construyó estos pueblos, sus gustos culinarios, enfermedades, artes, ritos funerarios y otros detalles más, tenemos datos de varias excavaciones. Los primeros resultaron de los estudios pioneros del barón Erland Nordenskiöld, quien en 1913 efectuó excavaciones en tres lomas ubicadas en el antiguo camino entre Trinidad y Santa Cruz de la Sierra (Velarde, Hernmarck, Masicito). A estos se añadieron algunos datos de excavaciones limitadas hechas en diferentes lomas cerca de Trinidad por Víctor Bustos Santelices (1976b) y, posteriormente, la Misión Argentina de la Universidad de la Plata, compuesta por Bernardo Dougherty y Horacio Calandra (1981-82, 1984). Los datos más completos, sin embargo, provienen de las excavaciones del Proyecto PABAM en las lomas Mendoza y Salvatierra, ambas ubicadas unos 50 km al Este de Trinidad, cerca del pueblo de Casarabe (Prümers, 2009, 2012).

La pregunta más importante gira en torno a la cronología de estos sitios. Todos los fechados de radiocarbono disponibles indican que los sitios tuvieron una ocupación estable durante 1000 años, iniciada por el 400 d. C. y desaparecida alrededor del 1400 d. C. (Dougherty & Calandra, 1981-82, 1984; Prümers, 2013). Es importante resaltar el hecho de que varias lomas compartían la misma secuencia ocupacional, es decir que fueron ocupadas al mismo tiempo (Jaimes Betancourt, 2012a, c), lo que significa que esta área estuvo densamente poblada. El único caso de una ocupación anterior a la construcción de la loma podría ser la fase Velarde Inferior, aunque las evidencias no son del todo concluyentes. Lamentablemente, Nordenskiöld no dejó ningún mapa lo suficientemente preciso para poder ubicar la Loma Velarde y reestudiarla. Igualmente frustrante resultó un intento de revisar la colección de la Loma Velarde, que desde hace más de 100 años descansa en el Museo Etnográfico de Estocolmo. El museo negó el permiso en 2010 argumentando que el material se encontraba todavía embalado desde el último traslado del museo, hace 25 años (Jaimes Betancourt, 2012b).

Todavía se desconoce la razón por la cual fueron abandonados estos pueblos unos cien años antes de la llegada de los españoles. Sin embargo, cuando llegaron los jesuitas a la región a finales del siglo XVII, habían dejado de existir y ningún montículo o loma se menciona en las crónicas.

A lo largo de los mil años de su ocupación, las lomas han sido modificadas constantemente y así también cambiaron los gustos y costumbres de sus moradores. Un reflejo de esto son los cambios que se observan en la cerámica, que ha servido para proponer una cronología de 5 fases (Fig. 126). Los cambios, sin embargo, se dieron de forma constante pero no abrupta, y se mantuvo la misma tradición artesanal (Jaimes Betancourt, 2004, 2012a, c). El único cambio significante, cuyas causas se sigue investigando, parece haber ocurrido entre el 1000 y 1200 d. C. En este tiempo suceden varias transformaciones simultáneas. Por ejemplo, se encuentran los primeros casos de entierros de niños en urnas, algunos utensilios muy frecuentes en las fases anteriores dejan de ser utilizados y en la dieta se nota una disminución en el consumo del maíz. Además, aparece una cerámica finamente pintada (Fig. 127), cuyo uso posiblemente era restringido a eventos especiales. Cabe recalcar que sucedieron similares transformaciones en varios sitios de la cuenca Amazónica, asociados todos ellos a lo que se conoce como la Tradición Polícroma.

Se postula que este fenómeno, netamente amazónico, comienza en el siglo IV en la boca del Amazonas, en el siglo IX en la Amazonía Central, a mediados del siglo XII en el río Silomões y, hasta el siglo XIII, se habría expandido hacia el alto Amazonas. Todavía no se puede precisar si este cambio indica un proceso de expansión demográfica y colonización de nuevas áreas o quizá sólo la intensificación de relaciones de intercambio y comercio entre estas áreas (Neves, 2006).
Ceramica Loma Salvatierra


En la Amazonía, como en el resto de las Tierras Bajas, la mayor parte de la cultura material fue y está hecha de materiales perecederos. La mala preservación del material orgánico en la Amazonía limita a la arqueología conocer un gran porcentaje de las características culturales de los antiguos habitantes, ya que todos los artefactos hechos de madera, cestería, cuero, plumas, algodón, cortezas y frutos desaparecen con el paso de los años.

Un claro ejemplo son los restos de sus casas. A pesar de que se excavaron áreas relativamente amplias de 5 x 10 m, los huecos de postes documentados constituyen evidencias aisladas que no permiten reconstruir la planta de una casa, lo que significa que las viviendas eran bastante grandes. Además, podemos suponer que tenían paredes de bahareque revestidas con barro porque en las excavaciones se han encontrado fragmentos ladrillados del revoque. Algunos de los fragmentos del revoque aún conservaban impresiones de las ramas que habían formado parte de la armadura de madera. Quizás las casas eran como las que describe en el año 1676 el padre del Castillo, aunque su texto no aclara a cuál región de los Llanos de Mojos se refiere:

Así mismo saben hacer sus casas con harta curiosidad, las redondas según lo capaz de la materia. Pero son estas redondas donde duermen, más capaces y mejores que las del Perú, donde los indios caben con desahogo, seis ú ocho hamacas en cada una y á veces más. Fórmase estas con un pié derecho no con pequeño artificio descansando sobre él todas las maderas, que no me admiró poco cuando lo ví y no sabía el modo; despues la cubren con paja larga de un estado de mejor parecer que el icho y con esta curiosidad. Cocinan en casas cuadradas sin embarrar y aquí guardan sus comidas y en las redondas sus arreos y ropa, pero todo sin llave ni puerta, las paredes son de caña, embarradas las redondas, las maderas menos los orcones y pies derechos de las gruesas de Guayaquil (Castillo, 1906 [1676]:319).
Los análisis arqueobotánicos (Bruno, 2010; Dickau et al., 2012) y de isótopos en los huesos humanos revelaron que la dieta de los habitantes de la Loma Salvatierra estaba basada en plantas, especialmente maíz (Prümers et al., 2012). El consumo de carne era reducido, y aunque eran cazadores oportunistas, pues cazaban todo tipo de animales, los análisis arqueozoológicos revelaron una preferencia por la carne de ciervo, que llegó a constituir más del 80% de la carne consumida (Driesch & Hutterer, 2012: 347). Los huesos de los ciervos eran utilizados con preferencia en la fabricación de puntas de flecha, agujas, adornos y otros utensilios (Fig. 128) (Kühlem, 2012). Muy estimada era también la carne del pato negro o pato criollo (Cairina moschata), y hay indicios para suponer que criaron esta ave.

Del estudio de los restos óseos se sabe también que los individuos estaban bien alimentados y eran bastante altos (algunos de los hombres superaron los 170 cm). Sin embargo, su esperanza de vida era baja. Más de la mitad había muerto antes de alcanzar los 20 años de edad y el 20% no sobrevivían el primer año de vida. Tal mortalidad de preadultos podría parecer muy alta, sin embargo, es acorde con los datos que la ONU (Organización de las Naciones Unidas) publica para sociedades no urbanas pre-industrializadas (com. personal Martin Trautmann).

Los cambios culturales, que ya se mencionaron arriba, se reflejan también en el patrón funerario. Los entierros más antiguos siempre están orientados conforme al eje central de las plataformas, o sea el eje del cuerpo está desviado del eje Norte-Sur por unos 30° hacia el oeste. Después prevalecen los entierros orientados en un ángulo de 90º respecto a los entierros precedentes, y al final de la ocupación los niños son enterrados en urnas y muchos de los adultos sentados.
Artefactos Huesos

Se encontraron entierros en todos los sectores de las lomas, pero en el caso de la Loma Salvatierra había una pequeña plataforma que aparentemente sirvió de cementerio (Fig. 129). Unas 42 tumbas fueron descubiertas allí, la mayoría de ellas sin ofrendas. Destacada fue la tumba encontrada en el centro de la estructura a una profundidad de 3 m, de un hombre de entre 35 y 40 años de edad, enterrado con sus atuendos personales (Fig. 130a). Sobre la frente reposaba un disco de cobre que había sido perforado con fuerza en dos lugares opuestos del borde. En una de las perforaciones se ha podido detectar restos de un cordón. Además, en el reverso del disco se percibe en la capa de corrosión la impronta de una hoja, lo que podría indicar que el disco formaba parte de un tocado hecho de elementos vegetales. Otros dos discos de cobre eran partes de orejeras que, al otro lado, lucían partes recortadas del caparazón de un armadillo (Fig. 131). Una tembetá de amazonita fue encontrada en el lado derecho del cuello, hacia donde había resbalado. En el húmero izquierdo se encontró un conglomerado de conchas de caracol junto con chaquiras hechas de hueso. Es probable que se trate del contenido de una pequeña bolsa que no se ha conservado. En la muñeca izquierda había una pulsera de tres hileras compuesta de segmentos de hueso pulido (Fig. 130d). Además, el hombre tenía puesto collares de pequeñas cuentas blancas de hueso o caracol. En la parte central de uno de estos collares había cuatro colmillos de jaguar (Fig. 130c); a otro se le había integrado una cuenta grande de sodalita. Una coloración circular rodeaba la zona de las rodillas (Fig. 130a), que estaban hundidas por debajo del eje del cuerpo. Esto indica que se había depositado por debajo de las rodillas una canasta con ofrendas elaboradas con materiales orgánicos, igualmente desvanecidos (Prümers, 2013). Indudablemente, la ubicación central de la tumba, su profundidad descomunal y los adornos personales del muerto son indicios del estatus prominente que el personaje habría tenido en la sociedad.
Vista de Vinculo

Mientras que durante los últimos tres siglos de su ocupación las lomas del Sureste de los Llanos de Mojos seguían creciendo antes de ser abandonadas, en la región de Baures y del Iténez portadores de una cultura diferente vivían en pueblos rodeados por zanjas. De estos tratarán los párrafos siguientes.


entierro hombre

Orejera Derecha


miércoles, 1 de junio de 2022

Los Llanos de Mojos - Desarrollos Regionales en los Llanos de Mojos (aprox. 300 - 1400 d. C.)

En la región de los Llanos de Mojos se identificaron un número impresionante de obras de tierras correspondientes a épocas precolombinas: cientos de grandes montículos de tierra, miles de kilómetros de campos elevados, obras de drenaje sofisticados, terraplenes, diques y zanjas. Sin embargo, las investigaciones arqueológicas han demostrados que estas obras se encuentran distribuidas en áreas específicas que presentan su propia dinámica cultural e histórica.

Tanto el número de áreas culturales como la superficie que ocupan están constantemente modificándose de acuerdo a los nuevos datos recopilados.

Al principio de las investigaciones, Nordenskiöld (1913) distinguió tres áreas: los terraplenes concentrados alrededor de Baures, los montículos de diferentes tamaños y formas esparcidos cerca del río Mamoré y río Ibare, y las obras de drenaje entre San Borja y San Ignacio. En los años sesenta, gracias a la disponibilidad de fotos aéreas y la posibilidad de realizar sobrevuelos en la región, Denevan (1966) propuso cinco áreas: los grandes montículos al Sureste de los Llanos de Mojos, los canales y campos elevados de cultivo al Suroeste, largas plataformas de cultivo alrededor de Santa Ana del Yacuma y lago Rogaguado, y pequeños montículos circulares de cultivo entre las dos últimas zonas mencionadas. El mapa de Denevan sirvió de base para futuras investigaciones, y poco a poco se van afinando y consolidando las fronteras (Jaimes Betancourt, 2013).

Actualmente se reconoce la existencia de por lo menos siete áreas culturales (Fig. 123), aunque para la mayoría de ellas los datos arqueológicos son sumamente escasos. Además, estas áreas no siempre colindan una con la otra y entre las mismas existen regiones sin ninguna información arqueológica. Los datos más completos son del Sureste y Noreste de los Llanos de Mojos. En la región Sureste se concentran las lomas altas o monumentales y en el Noreste los sitios asociados con zanjas. Del lado Oeste del Mamoré, solamente la región del Iruyáñez ofrece datos sustanciales y, por ende, será la tercera región considerada en la presentación que sigue. 
Desarrollos Regionales en los Llanos de Mojos