A medio camino entre Andes y Pantanal, la
ciudad de Santa Cruz se ubicaba “en frontera
de dos provincias de chiriguanaes” (Suárez de
Figueroa, 1965 [1586]): al Este de la ciudad,
los chiriguanaes de Itatín y, al oeste, los de la
“cordillera”. Según las fuentes, los itatines se
ubican a 25 ó 30 leguas “al levante”. Al Oeste y
Suroeste de la ciudad se ubicaban los chiriguanaes
de Vitupue y Condorillo, y los tamacocis;
al Norte, los chiquitos, “gente muy belicosa y
de guerra”, que utilizan flechas envenenadas; y
al Sur “está la provincia de morotocos”, también
“gente belicosa” a causa de quienes no se trajina
más el camino que llevó a Irala, en 1548, hasta
los gorgotoquis.
De hecho, los grupos indígenas de la primera
Santa Cruz no pueden entenderse como núcleos
aislados. Las fuentes evidencian intensos contactos
entre los grupos de la región y sus vecinos,
contacos que tejían como una inmensa telaraña
entre el Pantanal y el río Guapay, o entre la
Chiquitania y el Chaco boreal.
Una primera red de contactos la constituye
el comercio (o el robo, el trueque, etc.) del metal
andino a través de las Tierras Bajas. Oro y plata
se conseguían principalmente de la gente llamada
“los candires” y “los caracaras”, es decir, los incas
y sus yanaconas de los centros de Samaipata en los
valles y de las minas de Saypurú en la “cordillera Chiriguana”. El comercio o el robo de metal entre
los diferentes grupos es lo más sobresaliente
de las informaciones y relaciones españolas, pues
era también el principal punto de interés de los
exploradores. Lo importante es que mediante
este comercio, todos los grupos indígenas de una
extensa región están interconectados: los tarapecocis
reciben por ejemplo metal de los payzunos,
quienes a su vez lo obtienen de los chanes y otros
grupos; los gueno, ymore y xarayes distribuyen
el metal, conseguido al Oeste a lo largo del río
Paraguay, a grupos como los xaquides, xacota,
chanes, quigoaracoçi, yriacoxi, xabacoxi, deycoxi,
turucoxi y guarhagui.
Oro y plata pueden conseguirse mediante
trueque –los tarapecocis los obtienen “a trueco
de arcos y flechas de esclavos que toman de otras
generaciones”–, comercio en el cual los grupos
chanes y payzunos ocupan un lugar privilegiado
de intermediarios; o mediante robos a los productores,
o incluso aliándose varios grupos “para
ir a buscar el metal”. Así tenemos conocimiento
de expediciones multiétnicas, que integraban
guaraní-hablantes, xarayes y otros pueblos,
hacia el occidente en la época inmediatamente
prehispánica.
Se trataba entonces de una región en plena
efervescencia, donde todos los grupos estaban
interconectados y donde los contactos directos
o mediatizados con los pueblos andinos y
los asentamientos incaicos fronterizos eran
constantes. Sean pequeños grupos pescadores
o grandes núcleos agricultores, sea la que fuere
su pertenencia lingüística, prácticamente todos
los grupos de esta macro-región tenían relaciones
entre sí por el trueque o el robo del metal,
por su participación en expediciones guerreras,
por alianzas matrimoniales, por relaciones de
amos a esclavos. Más allá, esta red se extiende,
por ejemplo, río Paraguay abajo (y de allí al
Atlántico), al occidente hasta los Andes. Si la
ciudad de Chaves se fundó precisamente en
este lugar fue por la “gran cantidad de naturales”
presentes; fue porque, en la línea borrosa
e indefinida que separa al Gran Chaco del
macizo chiquitano, a medio camino entre el
Pantanal y los últimos estribos andinos, Santa
Cruz se erige en un punto bisagra, bisagra
geográfica, bisagra ecológica, crisol donde se
encuentran varias tradiciones, lenguas diversas,
“generaciones” plurales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario