En los Llanos de Mojos, al Oeste del Mamoré,
se han estudiado principalmente camellones o
campos drenados (Fig. 139). Los camellones
son grandes plataformas de tierra, de tamaños
y alturas variables, que fueron construidas para
sembrar. A lo largo del río Iruyáñez estas obras
tienen entre 5 y 20 metros de ancho, 300 metros
de largo y 0,5 a 1,0 metros de altura (Denevan,
1966; 2000; Erickson, 2006; Walker, 2004).
Los estudios de Walker (1999, 2000, 2004,
2012) y Lombardo (2010) han demostrado que
los camellones en la región del Iruyáñez están
situados en los albardones de los ríos, es decir,
en las partes más altas que el entorno geográfico
ofrece. Los camellones cubren casi el 6,4% de
la superficie estudiada, que es un valor muy alto
si se considera que en la actualidad se cultiva
solamente un 3,5% de la superficie. El trabajo
invertido en la construcción de estas obras de
tierra ha sido aún mayor que el necesario para
levantar las lomas altas del Sureste de los Llanos
de Mojos (Lombardo et al., 2013). Aunque por
el momento no se sabe exactamente cuántos de
los campos drenados que actualmente se pueden
apreciar hayan funcionado al mismo tiempo ni
cuándo fueron construidos o cuán largo ha sido
su tiempo de uso, podemos estar seguros de que
su importancia para la economía de sus constructores
fue fundamental.
La literatura sobre los camellones es larga y
existen posturas divergentes en cuanto a su funcionamiento
. Sin embargo, tenemos que resaltar que
la mayoría de los estudios llegaron a la conclusión
de que funcionaron como en muchas otras partes
de la Amazonía: para drenar y, de esta forma, crear
superficies aptas para la agricultura. Esta función
era tan obvia para Denevan (1966, 2001) que continuamente
utiliza en sus obras el término drained
fields. Los campos drenados son útiles sólo bajo
condiciones ambientales determinadas que todavía
requieren ser investigadas mediante estudios
paleoclimaticos y paleoecológicos en la región.
También se debe aclarar que los camellones no
aparecen en el Sureste, en la región de los montículos
altos, ni tampoco en el Noreste, en la región
de Baures e Iténez. Esto significa que la población
prehispánica de la mitad este de los Llanos de Mojos
ha sabido sobrevivir perfectamente sin ellos.
La investigación arqueológica al Oeste del
Mamoré se ha concentrado tanto en los camellones
que de los sitios habitacionales asociados
se sabe muy poco. En toda la región del Iruyáñez
sólo dos sitios habitacionales han sido muestreados
y fechados entre 400-650 d. C. (San Juan) y
1270-1500 d. C. (El Cerro) (Walker, 1999, 2000,
2012). Carecemos de datos sobre el patrón de
asentamiento, el tamaño de los sitios y el desarrollo
que ellos habrían tenido a lo largo de los
siglos. Intentar una reconstrucción de la historia
prehispánica de la región sin estos datos sería un
esfuerzo vano.
A menudo las investigaciones arqueológicas
en los Llanos de Mojos se han enfocado en
cuantificar las obras de tierra y calcular el trabajo
invertido en su construcción, y se ha descuidado
lo más importante: la gente que hubo detrás de
todo esto. Si se lee cuidadosamente las crónicas,
se verá que los relatos evocan a pueblos de gente
muy sociable, que cultivaba la hospitalidad
y les gustaba estar con sus familiares y amigos
compartiendo festejos, bailes y bebida…. como
lo demuestran las quejas constantes de los misioneros.
La reconstrucción de la vida cotidiana de
los pueblos que habitaron los Llanos de Mojos
es una de las tareas que le espera a la arqueología
boliviana.
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