La mayoría de las “lomas”, como se conocen localmente
a los montículos cubiertos por monte,
guarda restos de unos mil años de ocupación
en su interior. Recién cuando son liberados
de la vegetación se puede reconocer que estos
montículos son los restos, lavados por las lluvias
tropicales, de plataformas y pirámides truncas de
tierra maciza. Algunos de estos edificios cubren
varias hectáreas y las pirámides truncas más altas
superan los 20 m de altura..
Por mucho tiempo se pensó que los antiguos
habitantes de estas lomas construyeron las
plataformas para protegerse de las inundaciones
periódicas, comunes en los Llanos de Mojos. Sin
embargo, las lomas altas se encuentran en una
región que no se inunda ni en años con lluvias
excepcionales, y faltan por completo en las regiones
con mayor riesgo de inundación, como la
del río Iruyáñez. Por esto hemos postulado, ya
años atrás, que la lógica tenía que invertirse. Las
lomas no fueron construidas como respuesta al
peligro de posibles inundaciones, sino porque
este peligro en los lugares donde fueron erigidas
no existió nunca. En años recientes se ha demostrado
la razón por la cual el área de la distribución
de las lomas altas es más elevada. Durante el
Holoceno medio (ca. 2000 a. C.), una avulsión
del río Grande formó albardones de hasta 3 m
con relación a la sabana. Además, el río Grande
depositó finos sedimentos en las llanuras inundadas
entre paleo-canales, lo que ha dado como
resultado una topografía con relieve que mejora
las condiciones de drenaje. La combinación de
todos estos aspectos permite que los suelos en
esta área tengan un mejor potencial agrícola
(Lombardo et al., 2012, 2013). Tales condiciones
han permitido un asentamiento largo, estable y
seguro en la región, de lo cual dan testimonio las
aproximadamente 400 lomas que probablemente
existen en el Sureste de los Llanos de Mojos.
Cada una de estas lomas tiene que ser vista
como un poblado, en cuyo centro estaban las
construcciones de tierra maciza. El tamaño de
las lomas difiere considerablemente y es de
suponer que esto sea el reflejo de diferencias de
poder y de funciones sociopolíticas. En algunos
casos esto parece más que evidente. La Loma
Cotoca, por ejemplo, ubicada unos 4 km al Este
del pueblo Perotó, controla un área de aproximadamente
500 km². La plataforma en el centro
del sitio cubre más de 10 hectáreas y sobre la
misma se levanta una pirámide trunca de unos
20 m de altura. De este centro con arquitectura
monumental irradian canales y calzadas en todas
las direcciones conectándolo con los sitios
menores, que supuestamente dependían de él.
Otro ejemplo de un probable centro regional
con una configuración casi idéntica es el sitio La
Loma (Fig. 124), cuyo centro con arquitectura
monumental abarca 19 hectáreas. El sitio está
rodeado por tres calzadas, la del medio encierra
75 hectáreas y la externa 300 hectáreas..
Estas inmensas áreas probablemente tuvieron
múltiples usos, lo que dio lugar tanto a
viviendas como a huertas, plazas y cementerios.
De este sitio también irradian calzadas y canales
que lo conectan con su entorno.
Recientemente se tiene la certeza que los
centros de estos sitios responden a una arquitectura.
Los planos detallados de algunos de estos
montículos permiten ver la estructura planificada
de los sitios, que se expresa en el ordenamiento
de los cuerpos arquitectónicos, en patrones repetidos
y en una orientación idéntica de edificios
en sitios diferentes.
Las características mencionadas se pueden
apreciar de forma ejemplar en el plano de la Loma
Salvatierra (Fig. 125). El centro del sitio está ubicado
en la ribera izquierda de un río desecado y el
área central está conformada por una terraza artificial
de 2 hectáreas de superficie que se eleva aproximadamente
1,5 metros sobre la planicie. Sobre esta
terraza se elevan varias plataformas, la del Noreste
es la más alta (Montículo 1). Sobre esta última, que
alcanza siete metros de altura, se encuentran tres
plataformas bajas dispuestas en forma de “U” que
delimitan una plaza abierta hacia el Noroeste. El
eje de este conjunto arquitectónico muestra una
desviación aproximada de 30º hacia el Oeste con
respecto a los ejes cardinales. Esta orientación se
repite no solamente en las otras construcciones del
sitio, sino también en otros sitios y, como se verá
a continuación con más detalle, en las tumbas. Sin
duda, esta disposición está relacionada con alguna
noción de la cosmovisión de los antiguos habitantes,
de la cual, lamentablemente, no sabemos nada.
A una distancia de aproximadamente 120 metros,
el centro del montículo está rodeado por un terraplén
poligonal, el cual podría haber cumplido
una función defensiva, marcando el límite de lo
que era el pueblo propiamente dicho. Podemos
imaginarnos que todo su espacio interior era
aprovechado, probablemente, tanto para viviendas
como para huertas.
Al Sur del sitio se extiende una pampa grande y dentro de la misma se encuentran canales, pozos circulares y un terraplén que corta el paso del agua desde el Sur. Todas estas obras de tierra parecen destinadas al manejo del agua captada en la pampa. El canal que corre del pozo circular asociado al terraplén en dirección al montículo podría haber servido para suministrar agua al sitio durante la estación seca. Sobre la gente que construyó estos pueblos, sus gustos culinarios, enfermedades, artes, ritos funerarios y otros detalles más, tenemos datos de varias excavaciones. Los primeros resultaron de los estudios pioneros del barón Erland Nordenskiöld, quien en 1913 efectuó excavaciones en tres lomas ubicadas en el antiguo camino entre Trinidad y Santa Cruz de la Sierra (Velarde, Hernmarck, Masicito). A estos se añadieron algunos datos de excavaciones limitadas hechas en diferentes lomas cerca de Trinidad por Víctor Bustos Santelices (1976b) y, posteriormente, la Misión Argentina de la Universidad de la Plata, compuesta por Bernardo Dougherty y Horacio Calandra (1981-82, 1984). Los datos más completos, sin embargo, provienen de las excavaciones del Proyecto PABAM en las lomas Mendoza y Salvatierra, ambas ubicadas unos 50 km al Este de Trinidad, cerca del pueblo de Casarabe (Prümers, 2009, 2012). La pregunta más importante gira en torno a la cronología de estos sitios. Todos los fechados de radiocarbono disponibles indican que los sitios tuvieron una ocupación estable durante 1000 años, iniciada por el 400 d. C. y desaparecida alrededor del 1400 d. C. (Dougherty & Calandra, 1981-82, 1984; Prümers, 2013). Es importante resaltar el hecho de que varias lomas compartían la misma secuencia ocupacional, es decir que fueron ocupadas al mismo tiempo (Jaimes Betancourt, 2012a, c), lo que significa que esta área estuvo densamente poblada. El único caso de una ocupación anterior a la construcción de la loma podría ser la fase Velarde Inferior, aunque las evidencias no son del todo concluyentes. Lamentablemente, Nordenskiöld no dejó ningún mapa lo suficientemente preciso para poder ubicar la Loma Velarde y reestudiarla. Igualmente frustrante resultó un intento de revisar la colección de la Loma Velarde, que desde hace más de 100 años descansa en el Museo Etnográfico de Estocolmo. El museo negó el permiso en 2010 argumentando que el material se encontraba todavía embalado desde el último traslado del museo, hace 25 años (Jaimes Betancourt, 2012b). Todavía se desconoce la razón por la cual fueron abandonados estos pueblos unos cien años antes de la llegada de los españoles. Sin embargo, cuando llegaron los jesuitas a la región a finales del siglo XVII, habían dejado de existir y ningún montículo o loma se menciona en las crónicas. A lo largo de los mil años de su ocupación, las lomas han sido modificadas constantemente y así también cambiaron los gustos y costumbres de sus moradores. Un reflejo de esto son los cambios que se observan en la cerámica, que ha servido para proponer una cronología de 5 fases (Fig. 126). Los cambios, sin embargo, se dieron de forma constante pero no abrupta, y se mantuvo la misma tradición artesanal (Jaimes Betancourt, 2004, 2012a, c). El único cambio significante, cuyas causas se sigue investigando, parece haber ocurrido entre el 1000 y 1200 d. C. En este tiempo suceden varias transformaciones simultáneas. Por ejemplo, se encuentran los primeros casos de entierros de niños en urnas, algunos utensilios muy frecuentes en las fases anteriores dejan de ser utilizados y en la dieta se nota una disminución en el consumo del maíz. Además, aparece una cerámica finamente pintada (Fig. 127), cuyo uso posiblemente era restringido a eventos especiales. Cabe recalcar que sucedieron similares transformaciones en varios sitios de la cuenca Amazónica, asociados todos ellos a lo que se conoce como la Tradición Polícroma. Se postula que este fenómeno, netamente amazónico, comienza en el siglo IV en la boca del Amazonas, en el siglo IX en la Amazonía Central, a mediados del siglo XII en el río Silomões y, hasta el siglo XIII, se habría expandido hacia el alto Amazonas. Todavía no se puede precisar si este cambio indica un proceso de expansión demográfica y colonización de nuevas áreas o quizá sólo la intensificación de relaciones de intercambio y comercio entre estas áreas (Neves, 2006).
En la Amazonía, como en el resto de las Tierras Bajas, la mayor parte de la cultura material fue y está hecha de materiales perecederos. La mala preservación del material orgánico en la Amazonía limita a la arqueología conocer un gran porcentaje de las características culturales de los antiguos habitantes, ya que todos los artefactos hechos de madera, cestería, cuero, plumas, algodón, cortezas y frutos desaparecen con el paso de los años. Un claro ejemplo son los restos de sus casas. A pesar de que se excavaron áreas relativamente amplias de 5 x 10 m, los huecos de postes documentados constituyen evidencias aisladas que no permiten reconstruir la planta de una casa, lo que significa que las viviendas eran bastante grandes. Además, podemos suponer que tenían paredes de bahareque revestidas con barro porque en las excavaciones se han encontrado fragmentos ladrillados del revoque. Algunos de los fragmentos del revoque aún conservaban impresiones de las ramas que habían formado parte de la armadura de madera. Quizás las casas eran como las que describe en el año 1676 el padre del Castillo, aunque su texto no aclara a cuál región de los Llanos de Mojos se refiere:
Así mismo saben hacer sus casas con harta curiosidad, las redondas según lo capaz de la materia. Pero son estas redondas donde duermen, más capaces y mejores que las del Perú, donde los indios caben con desahogo, seis ú ocho hamacas en cada una y á veces más. Fórmase estas con un pié derecho no con pequeño artificio descansando sobre él todas las maderas, que no me admiró poco cuando lo ví y no sabía el modo; despues la cubren con paja larga de un estado de mejor parecer que el icho y con esta curiosidad. Cocinan en casas cuadradas sin embarrar y aquí guardan sus comidas y en las redondas sus arreos y ropa, pero todo sin llave ni puerta, las paredes son de caña, embarradas las redondas, las maderas menos los orcones y pies derechos de las gruesas de Guayaquil (Castillo, 1906 [1676]:319).
Se encontraron entierros en todos los sectores de las lomas, pero en el caso de la Loma Salvatierra había una pequeña plataforma que aparentemente sirvió de cementerio (Fig. 129). Unas 42 tumbas fueron descubiertas allí, la mayoría de ellas sin ofrendas. Destacada fue la tumba encontrada en el centro de la estructura a una profundidad de 3 m, de un hombre de entre 35 y 40 años de edad, enterrado con sus atuendos personales (Fig. 130a). Sobre la frente reposaba un disco de cobre que había sido perforado con fuerza en dos lugares opuestos del borde. En una de las perforaciones se ha podido detectar restos de un cordón. Además, en el reverso del disco se percibe en la capa de corrosión la impronta de una hoja, lo que podría indicar que el disco formaba parte de un tocado hecho de elementos vegetales. Otros dos discos de cobre eran partes de orejeras que, al otro lado, lucían partes recortadas del caparazón de un armadillo (Fig. 131). Una tembetá de amazonita fue encontrada en el lado derecho del cuello, hacia donde había resbalado. En el húmero izquierdo se encontró un conglomerado de conchas de caracol junto con chaquiras hechas de hueso. Es probable que se trate del contenido de una pequeña bolsa que no se ha conservado. En la muñeca izquierda había una pulsera de tres hileras compuesta de segmentos de hueso pulido (Fig. 130d). Además, el hombre tenía puesto collares de pequeñas cuentas blancas de hueso o caracol. En la parte central de uno de estos collares había cuatro colmillos de jaguar (Fig. 130c); a otro se le había integrado una cuenta grande de sodalita. Una coloración circular rodeaba la zona de las rodillas (Fig. 130a), que estaban hundidas por debajo del eje del cuerpo. Esto indica que se había depositado por debajo de las rodillas una canasta con ofrendas elaboradas con materiales orgánicos, igualmente desvanecidos (Prümers, 2013). Indudablemente, la ubicación central de la tumba, su profundidad descomunal y los adornos personales del muerto son indicios del estatus prominente que el personaje habría tenido en la sociedad.
Mientras que durante los últimos tres siglos de su ocupación las lomas del Sureste de los Llanos de Mojos seguían creciendo antes de ser abandonadas, en la región de Baures y del Iténez portadores de una cultura diferente vivían en pueblos rodeados por zanjas. De estos tratarán los párrafos siguientes.
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