Mariela Rodríguez
El Chaco es una extensa y árida región con singulares
características históricas y culturales. A
menudo mencionado como el mediterráneo de la
América Austral por los españoles, el Chaco ha sido
tradicionalmente visto como un territorio periférico
y marginal, alejado de los centros de poder
colonial y nacional. El término “Chaco” proviene
del quechua chaku, que en quechua significa “territorio
de cacería” (Bertonio, [1612]). Conocido
como Gran Chaco Gualamba hasta finales del siglo
XIX, esta dilatada región boscosa y espinosa se caracteriza
por tener un ecosistema eminentemente
seco y sujeto a variaciones térmicas extremas (en
invierno las temperaturas pueden descender a
0 °C, mientras que en verano pueden llegar a los
45°C), lo que hace que las condiciones de vida
sean difíciles; la subsistencia de quienes allí habitan
depende de una constante lucha por la obtención
de alimentos y recursos acuíferos.
Como espacio geográfico, se puede decir
que la región chaqueña es una vasta planicie
semiárida ubicada en el centro de Sudamérica,
que tiene alrededor de un millón de kilómetros
cuadrados de superficie que se extiende por parte
de los territorios de Argentina (al Norte), Bolivia
(al Sureste) y Paraguay (al Oeste y Noroeste),
entre los ríos Paraguay y Paraná y el altiplano
andino. Por el lado boliviano, si se penetra desde
los valles subandinos de Tarija y Chuquisaca en
dirección al Este, las elevaciones pueden llegar
hasta a los 2.000 m.s.n.m. A este ecosistema de
transición que es una zona que comparte características
físicas y climáticas similares a las de los
contrafuertes andinos se lo conoce como pie de
monte. A medida que avanzan hacia el este, las estribaciones del pie de monte descienden hasta
llegar a los 250 m.s.n.m. y abren paso a la llanura
chaqueña, un vasto espacio con una topografía
casi plana que solamente se ve interrumpida por
dunas estabilizadas por la vegetación y por zonas
depresivas conocidas como bañados.
Contrariamente a la visión tradicional de un
espacio considerado marginal y aislado, lo cierto
es que el Chaco ha sido históricamente una zona
de intercambio e influencia recíproca de zonas
adyacentes y, a su vez, de contactos entre los diferentes
grupos que lo habitaron (incluidos los
no indígenas) (Combès, Villar y Lowrey, 2009). Si
bien algunas de sus vías fluviales constituyen un
vínculo natural entre los enclaves andinos y los
ríos amazónicos, los pantanos y arenas movedizas
que dejan a su paso dificultan el tránsito humano
durante gran parte del año. Esto explicaría por
qué el Chaco aparece en las fuentes históricas
como una tierra fragosa, mientras que la multitud
de naciones que ahí habitaban son calificadas como
fieras indómitas salvajes en permanente guerra con
los españoles (Lozano, [1733] 1941: 15).
La indiscutible problemática de fondo en el
quehacer histórico y etnográfico del Chaco ha
sido la diversidad cultural y étnica de sus habitantes,
así como las influencias y aportes externos
que pudieron haber asimilado de zonas vecinas,
como los Andes al oeste, la franja chiquitana al
Norte o el Pantanal al Noreste. A la complejidad
misma que supone abordar el poblamiento étnico
de una región de por sí poco conocida y habitada
por numerosas “naciones”, a menudo confundidas
por los colonizadores, se suma la parquedad
de las informaciones contenidas en las fuentes
escritas tempranas, sobre todo para el interior
del Chaco, donde son prácticamente nulas y vienen “filtradas” por diferentes intermediarios
chiriguanos y chanés asentados en los márgenes
chaqueños, y que fueron los que mantuvieron
contacto directo primero con los incas y después
con los españoles.
A pesar de estas limitaciones y desafíos,
durante las dos últimas décadas los chacólogos
han venido realizado significativos avances que
han permitido indagar desde una especificidad
regional cada vez mejor precisada la evolución
de los indígenas (incluidos aquellos asentados en
las zonas más alejadas) en términos de composición
étnica, fusiones, divisiones, mediaciones y
contactos, especialmente al prestar atención al
impacto misional sobre las diferentes colectividades.
En un esfuerzo interdisciplinario conjunto,
se ha empezado a considerar las identidades del
Chaco como fenómenos cambiantes en el tiempo,
resultado de complejos procesos históricos
transcurridos en un espacio donde convergieron
diversas corrientes culturales de regiones vecinas.
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