El confinamiento del Chaco y la débil influencia
política que Charcas ejercía sobre éste, pueden
corroborarse en las fuentes coloniales tempranas,
que hacen referencia a su situación de marginalidad
e impenetrabilidad, asociada a menudo al
extremo salvajismo de sus moradores. Si bien la
situación en la frontera se tornó especialmente
violenta poco después de la conquista del Perú,
se tienen noticias sobre las tensiones entre incas
y chiriguanos al menos desde tiempos de Túpac
Yupanqui (1417-93), cuando éste intentó fallidamente
ampliar sus dominios desde el Collasuyo;
asimismo, es también sabido que al menos desde
el siglo XV un ancho arco fronterizo neutral
que no pertenecía a nadie, podía ser transitado,
separando los dominios territoriales del Tawantinsuyu
de la Cordillera Chiriguana (Pifarré, 1989).
La “barrera chiriguana”, entonces, habría
impedido en gran medida la penetración incaica
en el Chaco de manera formal, y así contribuir a
forjar en el imaginario cusqueño la representación
de una tierra lejana y agreste. Esta noción
puede encontrarse en las obras de varios cronistas
y aparece evidentemente filtrada por un
paradigma civilizador incaico, donde el mítico
Antisuyo y su gente reproducen la convicción de
superioridad de valores de los incas frente a otros
grupos y sitúan a los chiriguanos en el estrato
más bajo de la jerarquía como indican algunos
cronistas (Poma de Ayala, [c. 1615]; Garcilaso,
[c.1609] 1943).
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