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miércoles, 13 de julio de 2022

Historia colonial - La ruptura y la transición en el campo historiográfico

Hasta fines de los años 1970, los estudios sobre la época colonial eran minoritarios en relación a los que versaban sobre la época republicana, siendo los temas de la conquista y fundación de las ciudades los más investigados hasta entonces. La aparición de “una nueva generación de ruptura y transición” provocó la emergencia de nuevos historiadores y se produjo un cambio de perspectivas y enfoques en el campo de la historia colonial. Este cambio estuvo representado por la revista Avances, que se publicó en 1977-1978, cuyos autores —Silvia Rivera, René Arze, Roberto Choque, Gustavo Rodríguez, Enrique Tandeter, Tristan Platt, Olivia Harris, John Murra, Ramiro Condarco Morales, Thierry Saignes, Brooke Larson, Xavier Albó— tomaron una posición crítica hacía la historia oficialista a partir de las influencias de la etnohistoria y el marxismo. Estos autores, representantes de la historiografía “alternativa”, reivindicaron los “raíces indígenas” y se ocuparon del análisis de la realidad rural; introdujeron nuevas temáticas como el control vertical de pisos ecológicos, las autoridades étnicas, el tributo o la producción en el marco de las haciendas y otros.

La poderosa corriente historiográfica de la etnohistoria irrumpió en el escenario académico en las décadas de 1960. Su objeto fue la población indígena. Modificó el uso del concepto y se convirtió en una historia alternativa tal como la historia desde abajo de mundo anglosajón, o los estudios de subalternidad de Asia y África. En la época de John Murra, cuya tesis doctoral data de fines de los años 1950, la etnohistoria fue restringida sólo a lo precolonial, pero la incursión de los etnohistoriadores en la historia colonial permitió emplear nuevas perspectivas y diferentes metodologías de la investigación de la historia. La etnohistoria visibilizó el mundo indígena de la postconquista, los cambios y alteraciones del mapa étnico andino en su relación con los procesos coloniales posteriores, mostrando muchas veces a los ignorados actores indígenas capaces de organizarse, tomar decisiones frente a las amenazas de los Estados hegemónicos. Nathan Wachtel (1976) exteriorizó la versión de los “vencidos” que, “a pesar de estas rupturas brutales y múltiples”, manifestaron una continúa resistencia a la dominación española, convirtiéndose, como lo dijo posteriormente Silvia Rivera (1984) en Oprimidos, pero no vencidos. Los estudios etnohistóricos lograron avanzar mucho más allá de la clásica oposición binaria dominación/sumisión u opresión/resistencia, modelos de interacción, adaptaciones y conflictos.

La versatilidad de la etnohistoria ha permitido el novedoso uso de las fuentes disponibles, incluyendo las producidas tanto en la colonia como en la República y llegando incluso hasta la comunidad del presente. Se destacan las investigaciones de Nathan Wachtel sobre los chipaya y los urus (2001), de Mercedes del Río sobre los Soras (1997, 2005), Ana María Presta sobre los yamparas (1995), Rossana Barragán sobre los indios de arco y flecha (1994). En los últimos años, vieron la luz los trabajos de Ximena Medinacelli sobre los lupacas, carangas y quillacas (2007a, 2010); Carmen Beatríz Loza sobre los callawayas (2004), Isabelle Combès sobre los chané, chiriguanos, zamucos y otros grupos étnicos de las tierras bajas bolivianas (2010a, 2010b, 2011, 2012). Se desentrañó el papel de los indígenas en los mercados de trabajo urbano y rural como yanaconas, forasteros y extravagantes a través de los trabajos de Brooke Larzon (1992), Ann Zulawski (1987, 1992) y Laura Escobari (2001/2005).

Desde los años 1970 surgieron discusiones sobre la participación de la sociedad indígena en la economía de mercado; la tendencia predominante era concebir el modelo del mercado como elemento desestructurante de la sociedad indígena; luego se pasó a considerar y analizar la participación indígena en los mercado surandinos. Los trabajos pioneros de Tristan Platt, (1976, 1982, 1986), Olivia Harris (1987), Thierry Saignes (1984, 1985a, 1985b, 1985c, 1986, 1987), Thérèse Bouysse-Cassagne (1987, 1988, 1997, 2006), permitieron entender las comunidades indígenas capaces de desenvolverse en nuevas situaciones de la dominación colonial y adaptarse a nuevas condiciones socio-económicas, pero a su vez, logrando mantener sus valores tradicionales. Para entender las relaciones complejas que se gestaron durante la dominación de los españoles, el aporte fundamental del antropólogo Tristan Platt (1982), quien introdujo los conceptos de “pacto de reciprocidad” y de “reciprocidad asimétrica”, permitió visibilizar las relaciones entre las comunidades indígenas y el Estado en el sentido del mantenimiento de la propiedad comunal a cambio del pago del tributo.

Por otro lado, ya en la década de 1980, los grupos de intelectuales indígenas que dieron origen a instituciones como el Taller de Historia Oral Andina (THOA) jugaron un rol determinante en la revitalización de la cultura aymara, poniendo en la tribuna académica pública el debate sobre la reproducción del colonialismo en diferentes épocas de la historia boliviana. Los miembros de THOA emprendieron investigaciones históricas sobre los múltiples mecanismos de expropiación de tierras comunarias por el sistema colonial, registraron las diferentes luchas emprendidas por los apoderados indígenas usando una metodología diferente, la historia oral combinada con fuentes escritas. El nacimiento del THOA está relacionado con la actividad académica de Silvia Rivera que organizó a los alumnos de la carrera de sociología de la Universidad Mayor de San Andrés en La Paz (UMSA) para estudiar “otra historia”, “la de los indios” para lograr la “descolonización de la historia” entendida por Rivera (1990) como “la toma de la conciencia crítica de la diferencia colonial”. Es indiscutible el aporte de Silvia Rivera en la conceptualización de la dominación colonial y su huella perdurable en el presente de la sociedad boliviana.

En la Carrera de Historia que se fundó en la UMSA a fines de la década de 1960, bajo la dirección de Alberto Crespo, los alumnos recopilaron la documentación colonial e iniciaron investigaciones sobre el mundo indígena (Roberto Choque, René Arze, Mary Money y luego Roberto Santos Escobar y Carlos Mamani) y sobre la economía y sociedad colonial (Clara López, Fernando Cajías, Laura Escobari, Juan Jáuregui, Marcela Inch), lo que significó un nuevo paso en el desarrollo de la historiografía nacional de la época colonial (Crespo, 2006; Mendieta, 2006; Aillón Soria, 2006). Por otro lado, algunos historiadores como Roberto Choque y Carlos Mamani, egresados de la Carrera de Historia de la UMSA, fueron durante mucho tiempo miembros de THOA. Los historiadores aymaras lograron una importante producción como la edición en cinco tomos de la sublevación y masacre de Jesús de Machaqa (1996) y numerosas investigaciones sobre los caciques de Pacajes realizadas por Roberto Choque (1978, 1979, 1983, 1994,2002, 2003) o reflexiones sobre la posición de los intelectuales indígenas y la actuación de líderes indígenas, producidas en varias oportunidades por Carlos Mamani (1991, 1992, 1997).

Asimismo, se renovaron los estudios acerca del impacto de la mita minera sobre la población indígena que tuvo un lugar privilegiado en el imaginario boliviano como el símbolo de la explotación colonial y también ocupó un lugar especial en los estudios académicos de los bolivianistas. Desde fines de los años 1950 se produjeron numerosas investigaciones entre las que sobresalen las de Alberto Crespo (1958), Valentín Abecia (1988), Jeffrey Cole (1985), Peter Bakewell (1989), Rose Marie Buechler (1993), Laura Escobari (2001/2005), Ignacio Gonzáles Casasnovas (2000), Roberto Choque (2005). El punto de vista que asumieron estos autores puede dividirse en dos grupos: los que ven la mita como el sistema del trabajo cruel (Crespo, Abecia y Cole) y otros cuya perspectiva del trabajo mitayo posee matices y sostienen que los indígenas contaban con ciertos recursos y estrategias que pudieron mitigar la dureza del trabajo, sobre todo por el trabajo remunerado de los mingas (Bakewell, Zulawski, Escobari, Gonzáles Casasnovas). Estas perspectivas, a pesar de sus diferencias, coinciden en entender esta institución de origen prehispánico como uno de los motores económicos, sociales y simbólicos de larga duración (Medinacelli, 2010).

La perspectiva de la etnohistoria permitió vislumbrar las relaciones entre las estructuras coloniales y el mundo rural (Thierry Saignes, 1985; Luis Miguel Glave, 2012; Roberto Choque, 2012) en el manejo estratégico de las comunidades indígenas con relación a la mita. Recientemente, en un trabajo colectivo, Platt, Bouysse, Harris y Saignes (2006) lograron analizar otro aspecto de la mita, viéndola como una continuidad del servicio que se prestaba al Inca, similar a la partida a la guerra. Anteriormente, Bouysse (2004) ya había propuesto que el viaje a la mita de Potosí podía también haber significado una serie de peregrinaciones a los santuarios mineros, siendo Potosí uno de ellos, culminando la peregrinación con el sacrificio del trabajo al interior de la mina. Una nueva propuesta de Dell (2010), desde la perspectiva de la econometría, plantea ver las secuelas de la aplicación de la mita a través de los “canales de persistencia”, siendo mucho más profundas de lo que se pensaba hasta ahora, pues las zonas de donde migraron las poblaciones indígenas para trabajar en la mita son actualmente las más atrasadas desde una perspectiva económica y social. Una reciente publicación de los memoriales presentados a las autoridades coloniales por el cacique Gabriel Fernández Guarache con comentarios de Roberto Choque y Miguel Glave (2012) permite conocer nuevos detalles sobre el tema de la mita y el papel de los caciques en la sociedad y economía colonial.

En la actualidad, los temas abordados por la etnohistoria son muy diversos y abarcan aspectos como simbolismo, religiosidad, tradicional oral, memoria, sistemas de liderazgo, transmisión del poder, parentesco, unidad doméstica hasta las complejas relaciones multiétnicas. Un notorio liderazgo en la materia proviene de la “Sección Etnohistoria” del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires, que durante muchos años estaba a cargo de Ana María Lorandi así como del Programa de Historia de América Latina de la misma universidad, dirigido por Ana María Presta. El tema principal de estos programas es el mundo indígena iberoamericano, sobre todo en los Andes del sur, a través del estudio de itinerarios migratorios, estrategias de supervivencia y reproducción social, perduración de las formas políticas y prácticas sociales prehispánicas, procesos de mestizaje y otros. Estos programas no sólo contribuyeron a la historia boliviana con numerosos trabajos e introdujeron novedosos conceptos al campo de la historia colonial; también formaron grupos de investigación y realizaron debates entre historiadores de nuevas generaciones especializados en temas de etnohistoria americana y boliviana. Mientras tanto, en Bolivia, los estudios de etnohistoria están liderados por Ximena Medinacelli, autora de números trabajos sobre temas relacionados con el mundo indígena que también ha dirigido algunas tesis de licenciatura en historia sobre los temas de etnohistoria. Sin embargo, se trata más de un esfuerzo individual que institucional.

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