Hasta fines de los años 1970, los estudios sobre
la época colonial eran minoritarios en relación
a los que versaban sobre la época republicana,
siendo los temas de la conquista y fundación de las
ciudades los más investigados hasta entonces. La
aparición de “una nueva generación de ruptura y
transición” provocó la emergencia de nuevos historiadores
y se produjo un cambio de perspectivas
y enfoques en el campo de la historia colonial.
Este cambio estuvo representado por la revista
Avances, que se publicó en 1977-1978, cuyos autores
—Silvia Rivera, René Arze, Roberto Choque,
Gustavo Rodríguez, Enrique Tandeter, Tristan
Platt, Olivia Harris, John Murra, Ramiro Condarco
Morales, Thierry Saignes, Brooke Larson,
Xavier Albó— tomaron una posición crítica hacía
la historia oficialista a partir de las influencias
de la etnohistoria y el marxismo. Estos autores,
representantes de la historiografía “alternativa”,
reivindicaron los “raíces indígenas” y se ocuparon
del análisis de la realidad rural; introdujeron
nuevas temáticas como el control vertical de pisos
ecológicos, las autoridades étnicas, el tributo o la
producción en el marco de las haciendas y otros.
La poderosa corriente historiográfica de la
etnohistoria irrumpió en el escenario académico
en las décadas de 1960. Su objeto fue la población
indígena. Modificó el uso del concepto y se
convirtió en una historia alternativa tal como la
historia desde abajo de mundo anglosajón, o los
estudios de subalternidad de Asia y África. En
la época de John Murra, cuya tesis doctoral data
de fines de los años 1950, la etnohistoria fue restringida
sólo a lo precolonial, pero la incursión
de los etnohistoriadores en la historia colonial
permitió emplear nuevas perspectivas y diferentes
metodologías de la investigación de la historia.
La etnohistoria visibilizó el mundo indígena de
la postconquista, los cambios y alteraciones del
mapa étnico andino en su relación con los procesos
coloniales posteriores, mostrando muchas
veces a los ignorados actores indígenas capaces
de organizarse, tomar decisiones frente a las
amenazas de los Estados hegemónicos. Nathan
Wachtel (1976) exteriorizó la versión de los “vencidos”
que, “a pesar de estas rupturas brutales y
múltiples”, manifestaron una continúa resistencia
a la dominación española, convirtiéndose, como
lo dijo posteriormente Silvia Rivera (1984) en
Oprimidos, pero no vencidos. Los estudios etnohistóricos
lograron avanzar mucho más allá de la
clásica oposición binaria dominación/sumisión
u opresión/resistencia, modelos de interacción,
adaptaciones y conflictos.
La versatilidad de la etnohistoria ha permitido
el novedoso uso de las fuentes disponibles,
incluyendo las producidas tanto en la colonia
como en la República y llegando incluso hasta la
comunidad del presente. Se destacan las investigaciones
de Nathan Wachtel sobre los chipaya y
los urus (2001), de Mercedes del Río sobre los
Soras (1997, 2005), Ana María Presta sobre los
yamparas (1995), Rossana Barragán sobre los indios
de arco y flecha (1994). En los últimos años,
vieron la luz los trabajos de Ximena Medinacelli
sobre los lupacas, carangas y quillacas (2007a,
2010); Carmen Beatríz Loza sobre los callawayas (2004), Isabelle Combès sobre los chané,
chiriguanos, zamucos y otros grupos étnicos de
las tierras bajas bolivianas (2010a, 2010b, 2011,
2012). Se desentrañó el papel de los indígenas en
los mercados de trabajo urbano y rural como yanaconas,
forasteros y extravagantes a través de los
trabajos de Brooke Larzon (1992), Ann Zulawski
(1987, 1992) y Laura Escobari (2001/2005).
Desde los años 1970 surgieron discusiones
sobre la participación de la sociedad indígena
en la economía de mercado; la tendencia predominante
era concebir el modelo del mercado
como elemento desestructurante de la sociedad
indígena; luego se pasó a considerar y analizar
la participación indígena en los mercado surandinos.
Los trabajos pioneros de Tristan Platt,
(1976, 1982, 1986), Olivia Harris (1987), Thierry
Saignes (1984, 1985a, 1985b, 1985c, 1986, 1987),
Thérèse Bouysse-Cassagne (1987, 1988, 1997,
2006), permitieron entender las comunidades
indígenas capaces de desenvolverse en nuevas
situaciones de la dominación colonial y adaptarse
a nuevas condiciones socio-económicas, pero a su
vez, logrando mantener sus valores tradicionales.
Para entender las relaciones complejas que se
gestaron durante la dominación de los españoles,
el aporte fundamental del antropólogo Tristan
Platt (1982), quien introdujo los conceptos de
“pacto de reciprocidad” y de “reciprocidad asimétrica”,
permitió visibilizar las relaciones entre las
comunidades indígenas y el Estado en el sentido
del mantenimiento de la propiedad comunal a
cambio del pago del tributo.
Por otro lado, ya en la década de 1980, los
grupos de intelectuales indígenas que dieron origen
a instituciones como el Taller de Historia Oral
Andina (THOA) jugaron un rol determinante en
la revitalización de la cultura aymara, poniendo
en la tribuna académica pública el debate sobre
la reproducción del colonialismo en diferentes
épocas de la historia boliviana. Los miembros de
THOA emprendieron investigaciones históricas
sobre los múltiples mecanismos de expropiación
de tierras comunarias por el sistema colonial,
registraron las diferentes luchas emprendidas
por los apoderados indígenas usando una metodología
diferente, la historia oral combinada
con fuentes escritas. El nacimiento del THOA
está relacionado con la actividad académica de
Silvia Rivera que organizó a los alumnos de la
carrera de sociología de la Universidad Mayor
de San Andrés en La Paz (UMSA) para estudiar
“otra historia”, “la de los indios” para lograr la
“descolonización de la historia” entendida por
Rivera (1990) como “la toma de la conciencia
crítica de la diferencia colonial”. Es indiscutible
el aporte de Silvia Rivera en la conceptualización
de la dominación colonial y su huella perdurable
en el presente de la sociedad boliviana.
En la Carrera de Historia que se fundó en
la UMSA a fines de la década de 1960, bajo la
dirección de Alberto Crespo, los alumnos recopilaron
la documentación colonial e iniciaron
investigaciones sobre el mundo indígena (Roberto
Choque, René Arze, Mary Money y luego
Roberto Santos Escobar y Carlos Mamani) y
sobre la economía y sociedad colonial (Clara
López, Fernando Cajías, Laura Escobari, Juan
Jáuregui, Marcela Inch), lo que significó un nuevo
paso en el desarrollo de la historiografía nacional
de la época colonial (Crespo, 2006; Mendieta,
2006; Aillón Soria, 2006). Por otro lado, algunos
historiadores como Roberto Choque y Carlos
Mamani, egresados de la Carrera de Historia de la
UMSA, fueron durante mucho tiempo miembros
de THOA. Los historiadores aymaras lograron
una importante producción como la edición en
cinco tomos de la sublevación y masacre de Jesús
de Machaqa (1996) y numerosas investigaciones
sobre los caciques de Pacajes realizadas por
Roberto Choque (1978, 1979, 1983, 1994,2002,
2003) o reflexiones sobre la posición de los intelectuales
indígenas y la actuación de líderes
indígenas, producidas en varias oportunidades
por Carlos Mamani (1991, 1992, 1997).
Asimismo, se renovaron los estudios acerca
del impacto de la mita minera sobre la población
indígena que tuvo un lugar privilegiado en el
imaginario boliviano como el símbolo de la explotación
colonial y también ocupó un lugar especial
en los estudios académicos de los bolivianistas.
Desde fines de los años 1950 se produjeron numerosas
investigaciones entre las que sobresalen
las de Alberto Crespo (1958), Valentín Abecia
(1988), Jeffrey Cole (1985), Peter Bakewell
(1989), Rose Marie Buechler (1993), Laura Escobari
(2001/2005), Ignacio Gonzáles Casasnovas
(2000), Roberto Choque (2005). El punto de vista
que asumieron estos autores puede dividirse en
dos grupos: los que ven la mita como el sistema
del trabajo cruel (Crespo, Abecia y Cole) y otros
cuya perspectiva del trabajo mitayo posee matices y sostienen que los indígenas contaban con ciertos
recursos y estrategias que pudieron mitigar
la dureza del trabajo, sobre todo por el trabajo
remunerado de los mingas (Bakewell, Zulawski,
Escobari, Gonzáles Casasnovas). Estas perspectivas,
a pesar de sus diferencias, coinciden en
entender esta institución de origen prehispánico
como uno de los motores económicos, sociales y
simbólicos de larga duración (Medinacelli, 2010).
La perspectiva de la etnohistoria permitió
vislumbrar las relaciones entre las estructuras coloniales
y el mundo rural (Thierry Saignes, 1985;
Luis Miguel Glave, 2012; Roberto Choque, 2012)
en el manejo estratégico de las comunidades indígenas
con relación a la mita. Recientemente,
en un trabajo colectivo, Platt, Bouysse, Harris y
Saignes (2006) lograron analizar otro aspecto de
la mita, viéndola como una continuidad del servicio
que se prestaba al Inca, similar a la partida
a la guerra. Anteriormente, Bouysse (2004) ya
había propuesto que el viaje a la mita de Potosí
podía también haber significado una serie de
peregrinaciones a los santuarios mineros, siendo
Potosí uno de ellos, culminando la peregrinación
con el sacrificio del trabajo al interior de la mina.
Una nueva propuesta de Dell (2010), desde la
perspectiva de la econometría, plantea ver las
secuelas de la aplicación de la mita a través de
los “canales de persistencia”, siendo mucho más
profundas de lo que se pensaba hasta ahora, pues
las zonas de donde migraron las poblaciones indígenas
para trabajar en la mita son actualmente las
más atrasadas desde una perspectiva económica
y social. Una reciente publicación de los memoriales
presentados a las autoridades coloniales
por el cacique Gabriel Fernández Guarache con
comentarios de Roberto Choque y Miguel Glave
(2012) permite conocer nuevos detalles sobre el
tema de la mita y el papel de los caciques en la
sociedad y economía colonial.
En la actualidad, los temas abordados por la
etnohistoria son muy diversos y abarcan aspectos
como simbolismo, religiosidad, tradicional oral,
memoria, sistemas de liderazgo, transmisión del
poder, parentesco, unidad doméstica hasta las
complejas relaciones multiétnicas. Un notorio
liderazgo en la materia proviene de la “Sección
Etnohistoria” del Instituto de Ciencias Antropológicas
de la Universidad de Buenos Aires, que
durante muchos años estaba a cargo de Ana María
Lorandi así como del Programa de Historia de
América Latina de la misma universidad, dirigido
por Ana María Presta. El tema principal de estos
programas es el mundo indígena iberoamericano,
sobre todo en los Andes del sur, a través del
estudio de itinerarios migratorios, estrategias de
supervivencia y reproducción social, perduración
de las formas políticas y prácticas sociales prehispánicas,
procesos de mestizaje y otros. Estos
programas no sólo contribuyeron a la historia
boliviana con numerosos trabajos e introdujeron
novedosos conceptos al campo de la historia
colonial; también formaron grupos de investigación
y realizaron debates entre historiadores
de nuevas generaciones especializados en temas
de etnohistoria americana y boliviana. Mientras
tanto, en Bolivia, los estudios de etnohistoria
están liderados por Ximena Medinacelli, autora
de números trabajos sobre temas relacionados
con el mundo indígena que también ha dirigido
algunas tesis de licenciatura en historia sobre los
temas de etnohistoria. Sin embargo, se trata más
de un esfuerzo individual que institucional.
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