Estas búsquedas influyeron también sobre
campos de saber histórico tan diversos como la
historia del arte. Se empezó a revalorizar algunos
aspectos del pasado colonial como, por ejemplo,
el arte y la cultura gracias a las investigaciones
de José de Mesa y Teresa Gisbert que no solo
estudiaron la influencia del arte europeo y enfatizaron
la participación activa de los indígenas
en la producción artística, sino que acuñaron el
concepto de “barroco mestizo” que ha marcado
una época relacionada con el estudio de la historia
del arte colonial. Según Mesa y Gisbert,
entre 1650 y 1740 —la Edad de Oro del arte
altoperuano— se produjo la unión entre la cultura
indígena y española, formándose la nueva
nacionalidad. Según Francovich (1980: 111), los
Mesa Gisbert rescataron el mundo colonial para
Bolivia e intentaron superar “el mito del espectro
español” que dominaba la sociedad boliviana,
contribuyeron “al conocimiento de la realidad de la Colonia y hicieron la incorporación de ésta al
ser de la nación”, sacando a flote la importancia de
los imaginarios como una de las potencialidades
bolivianas.
Por otro lado, el concepto de “barroco
mestizo”, como síntesis o simbiosis cultural
acuñado por Gisbert, inicialmente rechazado,
y tuvo posteriormente una amplia aceptación,
es actualmente analizado desde la literatura y
a partir de distintas visiones. Así, Boaventura
Sousa Santos (2001) hace un elogio del mestizo
y acuña el concepto de “ethos barroco” como
argamasa social y estética de la nación. Souza
sostiene que el debilitamiento del control por
parte de España y Portugal de sus colonias en
el siglo XVII “posibilitó una creatividad cultural
y social, muy específica, a veces muy codificada,
a veces, caótica, a veces erudita y vernácula, a
veces oficial, a veces ilegal. Tal mestizaje está
tan fuerte enraizado en las prácticas sociales
en estos países que ha llegado considerarse
como ethos cultural típico de América Latina,
manteniéndose desde el siglo XVII hasta nuestros
días” (2001: s/p.). Para Leonardo García
Pabón (1995), lo barroco expresado a través
de la fiesta muestra el contraste, la distancia y
contradicciones de una desigualdad. Sin negar
los rasgos conservadores del barroco, el autor
llama la atención sobre la necesidad de complejizar
la afirmación sobre el valor represivo del
barroco. García Pabón califica el barroco como
el movimiento cultural y social que buscaba
afirmar su diferencia con España, posibilitó la
expresión de “su condición social y cultural” a
los criollos y a los indígenas y además, permitió
“transformar esta sociedad”.
A pesar de estos argumentos, Cecilia Salazar
(2009) insiste en que el barroco colonial expresa la
esencia de la dominación colonial, representando
sus rasgos como “misticismo conservador, intolerante
y absolutista de la vieja España, con la cosmogonía
indígena, atemperada en la cultura natural de
la sociedad agraria y colectivista”. Salazar retoma
los argumentos de los años 1970 para demostrar
que esta relación de dominación se basa sobre las
relaciones esclavistas y feudales, rechazando la idea
de “barroco mestizo” como una relación armónica
“cómoda” o “compenetrada” entre los indígenas
y los conquistadores. Para Salazar, la expresión
del “barroco mestizo” es un conflicto colonial
irresuelto, siendo las expresiones indígenas en el
arte “la exquisita simbolización ornamental de las
iglesias católicas”, la expresión de “elementos de
resistencia y distinción”.
Recientemente (2013), Carlos Mesa Gisbert
ha vuelto sobre el tema insistiendo en la necesidad
de la profunda reflexión sobre la “ética y la
legitimidad o ilegitimidad” sobre la construcción
de lo mestizo a través de los mensajes aún no
decodificados del mundo iconográfico y de una
“lectura doble, no contrapuesta, entre “imposición
y construcción””.
Una reflexión de la joven historiadora del
arte, Lucía Querejazu (2012), sobre el uso de los
conceptos por la historiografía del arte andino,
permitió rastrear los orígenes del uso del concepto
mestizo como la búsqueda por parte de
los historiadores de los elementos considerados
originales para “tipificar y encontrar la voz activa
de los indígenas”, considerado como “estilo indígena”
(Querejazu, 2012: s/p.). Así mismo, señaló
otras alternativas respecto a la conceptualización
como aculturación, transculturación, síntesis y
la hibridez, y rescató el uso amplio de conceptos
para la labor de la interpretación histórica.
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