Penetrando hacia el Sur y el este de la cordillera
Chiriguana, entre el río Bermejo y el río Paraguay
hasta llegar a Asunción, cruza el interior
del Chaco Boreal, una vasta planicie desértica
habitada por numerosas naciones, la mayoría de
ellas desconocidas para los europeos en el siglo
XVI. Este desconocimiento bien puede explicarse
no sólo por la inaccesibilidad del territorio
chaqueño, a la que ya nos hemos referido, sino
también por las permanentes contiendas que
los diferentes grupos de las orillas Oeste y este
mantuvieron con los españoles, negándoles el
acceso a los parajes más alejados.
La agresividad del medio ambiente en el
Chaco interior se ve en cierto modo compensada
por la relativa abundancia de peces y animales
de caza a orillas de los ríos y por la presencia de
bosques abundantes en frutos secos comestibles
(Nordenskiöld, 2002 [1912]). Esto es lo que
ha permitido la supervivencia de los diferentes
conjuntos indígenas: todos nómadas, por lo
general poco numerosos, moradores de aldeas
relativamente pequeñas y practicantes de una
agricultura que se limitaba a su subsistencia.
Los indígenas del Chaco adentro debían realizar
continuas migraciones estacionales moviéndose
de una fuente de agua a otra para abastecerse de
frutos y agua potable (Langer, 1996), por lo que
a menudo han sido incluidos en la categoría de
grupos “cazadores y recolectores” por los diferentes
autores.
Hasta la Guerra del Chaco el incógnito
interior preservó un complejo mosaico de
grupos que hablaban diversos idiomas de los
troncos lingüísticos mataco, guaycurú y zamuco,
aunque las fuentes señalan que entre los
moradores también estaban grupos vinculados
a los incas, como orejones y churumatas. Sobre
este punto, se sabe que los incas enviaron
orejones chichas e indios churumatas a poblar
varias partes de la zona del Gran Chaco; sin
embargo, no se puede afirmar que la cartografía
guarde correspondencia con los etnónimos del
siglo XVI, ya que el impacto de las reducciones
misionales dieron lugar a una serie de ajustes,
recomposiciones, procesos y evoluciones que
no deben ser pasados por alto.
Los cronistas señalan que las naciones del
Chaco eran comedoras de carne humana y en
general se distinguían poco en sus irracionales
costumbres. A diferencia de los chiriguanos y
chanés de la periferia occidental, cuyos antepasados
penetraron desde zonas tropicales del
este y el Norte, hay elementos que permiten
conjeturar que los grupos “típicamente chaqueños”
(toba, wichí, mataco, guaycurú, etc.)
pudieron haber sido empujados desde el Sur del
continente e ingresado al Chaco a través de las
pampas argentinas (Nordenskiöld, 2002 [1912];
Boman, 1908). Otros grupos internos, como
los de habla zamuca asentados al Noreste (a
menudo considerados como grupos chaqueños
“atípicos” por su organización social en clanes),
cuyo origen se desconoce completamente , es
posible que en algún momento hayan recibido
alguna influencia de grupos de la Chiquitania,
e incluso de grupos bororós y otuquis de la región
hoy conocida como el Pantanal, inclusive
hasta llegar a mestizarse con ellos (Combès,
2009b).
La convivencia en un entorno hostil como
el chaqueño a menudo desataba conflictos entre
los diferentes grupos por el dominio del río y la
pesca, lo que habría dado lugar a que grupos más
fuertes se apoderasen de las fuentes de alimentos
y empujaran a los más débiles a las regiones más
apartadas. Todavía en el siglo XIX, Nordenskiöld
observaba que ningún grupo se atrevía a penetrar
en territorios de recolección de otro, lo que
muestra con seguridad que en algún momento
se produjeron verdaderas guerras de conquista,
en las cuales uno de los grupos terminaba sometiendo
al otro o lo desplazaba a zonas más
alejadas, para modificar así las zonas de dominio
de los grupos y a la vez establecer una lógica
de graduaciones jerárquicas entre las diferentes
entidades sociales y étnicas.
Se puede decir, desde esta perspectiva, que el
destierro de los grupos nómadas más “primitivos”
al recóndito interior y el afianzamiento de sociedades
agrícolas como chanés o chiriguanos en
las zonas más fértiles de la periferia bien pueden
explicarse por el antagonismo entre sociedades
agrícolas y sociedades de cazadores-recolectores,
que por lo general ha conducido a la extinción o,
en este caso, al empuje de estas últimas hacia las
zonas más remotas del Chaco Boreal y engendrar
en su seno relaciones de todo tipo entre las
diferentes jerarquías étnicas.
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