Los estudios arqueológicos y etnohistóricos de
las Tierras Bajas de Bolivia nos revelan paisajes de
bosques, selvas y llanuras habitados por grandes
poblaciones multiétnicas y plurilingües. Desde
tiempos milenarios estos grupos se diferenciaron
económicamente y desarrollaron una especialización
adaptativa de acuerdo al medio ecológico
y geográfico que ocuparon.
En algunas regiones se comenzó tempranamente
a domesticar algunas especies de plantas,
en otras se aprovecharon los recursos naturales
que brindaban los ríos o las planicies aluviales.
Con el pasar de los años, se implementaron
economías complementarias basadas en la agricultura,
el aprovechamiento de plantas silvestres,
la caza y la pesca.
A inicios de nuestra era, se confirma en el
registro arqueológico de las Tierras Bajas que
sociedades sedentarias sufren cambios sociales y
políticos importantes. Posiblemente un aumento
demográfico origina que las aldeas de varias
poblaciones adquieran en algunos casos una estructura
casi urbana. Diferentes grupos culturales
construyeron grandes edificios, plazas, caminos
y fortificaciones a lo largo de 1000 años. A estas
obras se suman las construcciones dedicadas a la
intensificación agrícola, que influyen de manera
decisiva en la modificación del paisaje a gran
escala.
Evidencias arqueológicas de estas sociedades
fueron encontradas hasta ahora únicamente en
los Llanos de Mojos, pero cruzando las fronteras
de Bolivia, hacia al Norte (Acre), al Este (Rondonia
y Mato Groso) y al Sur (Chaco Argentino),
observamos que similares obras prehispánicas
están siendo actualmente estudiadas. Tales hallazgos
nos demuestran que en Pando, Santa
Cruz y Tarija, cientos de sitios arqueológicos,
correspondientes a diferentes períodos de tiempo
y culturas prehispánicas, están todavía esperando
contar su historia.
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