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lunes, 25 de julio de 2022

El Estado promotor de la Conquista: El proyecto de la Iglesia

Bajo los Reyes Católicos, la religión se había convertido en un instrumento de la política interior que tenía en la unidad religiosa de todos los súbditos un elemento unificador y era requisito de la lealtad hacia los monarcas. Por tanto, la Iglesia debía estar bajo el control de la Corona de modo que los reyes prohibieron que dentro de su territorio se ejecutaran las disposiciones papales mientras no hubiesen sido aprobadas por el Consejo Real. Hay que subrayar que la Iglesia americana estaba dirigida y administrada por el Consejo de Indias y no por Roma. A pesar de ello los monarcas no habían logrado tener un patronato real ilimitado; importantes sectores de la vida pública como el sistema de educación (las universidades, las hermandades religiosas) o los conventos que se encontraban en algunos señoríos estaban sujetos al dominio directo de la iglesia. La principal prerrogativa que daba el patronato a la Corona era la elección de los obispos.

A pesar de que se ha subrayado la dependencia de la Iglesia hacia la Corona, los problemas importantes como el trato a los indígenas o las dudas jurídicas resultantes de la ocupación de la tierra, fueron sometidos al dictamen de juntas de teólogos. Esto se debe a que una gran parte de los títulos de colonización tenía fundamentos religiosos. La Iglesia apoyaba desde su ámbito a consolidar el proyecto estatal, para el cual la conversión de los indígenas era un requisito para su incorporación duradera como leales súbditos (Pietchmann, 1989). Gracias a esta interdependencia, casi no hubo ámbito en que la Corona no otorgase a las autoridades de la iglesia un poder tan amplio como en las cuestiones relacionadas con la expansión ultramarina.

La evangelización en Indias tuvo que pasar por pruebas absolutamente inéditas para la Iglesia: una misión ultramarina apoyada por una potencia imperial colonizadora, dirigida hacia culturas radicalmente desconectadas de cánones europeos, todo ello además en simultánea ocupación militar y poblamiento civil (Barnadas, 1969). Para los religiosos, las nuevas tierras desplegaron ante sus ojos sus inmensas tierras y riquezas presentando la oportunidad para la reconstrucción de la primitiva iglesia cristiana.

Tras el fracaso de la experiencia caribeña, que supuso la desestructuración y casi exterminio de la sociedad indígena, México (Nueva España) se convirtió en el espacio de pruebas donde se priorizó la labor evangélica. La evangelización americana tiene por tanto su punto de partida en el Virreinato de Nueva España a partir de 1524 con la llegada de los doce primeros franciscanos a los que seguirán dominicos y agustinos en 1526 y 1533 respectivamente.

La Corona Española asumió esta empresa misional gracias a los privilegios que le otorgó la bula sobre el patronato de la Iglesia en 1508 y ella a su vez, confió a las órdenes religiosas la conquista espiritual del territorio. Aquí nació la tensión tripartita entre la autoridad civil, el clero secular (que vive en las parroquias en contacto directo con el pueblo y depende directamente del obispo) y el clero regular (de las órdenes religiosas que viven en conventos) que durará todo el periodo colonial.

Las órdenes religiosas encargadas de la evangelización basaron sus primeras acciones en algunos principios importantes: predicaban el retorno a la pobreza y basaban sus reglas en la vida comunitaria, la oración y la predicación. Al mismo tiempo buscaban que sus protagonistas tuvieran una sólida formación moral y teológica, debían ser “varones probos y temerosos de Dios, doctos, instruidos y experimentados”, tal como solicitara ya el papa Alejandro VI en la bula Inter Caetera de mayo de 1493.

Respecto a los indígenas, tras los debates teológicos, a partir de 1537 la Iglesia reconoció que tenían capacidad para recibir la doctrina cristiana. Sin embargo de la mano de estos principios y ética de la evangelización iba una intolerancia cultural y un fanatismo católico a través de los cuales interpretaban su papel en la historia. Según su interpretación las victorias militares respondían al apoyo divino y las expresiones de religiosidad indígenas eran demoniacas y permitían justificar cualquier represión (Barnadas, 1973).

Aunque el sustento ideológico cristiano domina todo el proceso de conquista, los representantes de la Iglesia fueron escasos, tanto en el Perú como en México (Gruzinski y Bernard, 1996). Durante la invasión al Perú apenas se registra la presencia del cura Vicente Valverde, dominico de cultura humanista cuya formación le confería una influencia considerable sobre Pizarro y del clérigo Sosa, únicos representantes de la Iglesia. Otros dominicos intentaron viajar al Perú, como se sabe por las capitulaciones de 1529 donde se registraron a seis dominicos que deberían ir al Peru, pero dos de ellos murieron y los otros abandonaron la empresa. Si bien las opiniones de Valverde en las deliberaciones fueron importantes, en más de una ocasión fray Vicente tuvo que acudir al Rey con quejas concretas sobre el maltrato a los indios (Barnadas, 1973).

La necesidad de justificar el régimen convirtió a la evangelización en un proyecto en permanente construcción que aplazó el reconocimiento de los convertidos como verdaderos cristianos. La llamada “primera evangelización” se abre con la llegada de Pizarro en 1532 y se cierra con el Tercer Concilio Limense en 1583; contó con métodos y contenidos específicos pero desapareció dejando pocas huellas para su estudio, en gran parte porque se trata de un periodo de una evidente fragilidad institucional y de inestabilidad del mensaje de los catecismos. Bautizos masivos e instrucción sumaria, así como la escasez de personal para llevarla a cabo son sus más visibles características. En medio de este periodo, en el Perú tuvieron lugar las guerras civiles entre pizarristas y almagristas que no permitieron trabajar en la evangelización. Fue en esta primera experiencia que el cristianismo debió amoldarse a la tradición indígena para poder ser acogido. En los primeros años, la transmisión del mensaje se llevó a cabo a través de la encomienda o del convento - “modelo laico y modelo conventual”- que consiguieron una evangelización fragmentaria.

Aun así, todos parecen estar de acuerdo que esta primera etapa marcó de manera decisiva la percepción indígena de la religión católica.

Esta fase tiene como hito simbólico al milagro del Suntur Huasi cuando un rayo cayó en plena batalla salvando a los cercados en la ciudad del Cusco de ser aniquilados; allí, cuentan que los indios vieron a Illapa, dios del fuego celeste. Estenssoro propone una posible lectura de este hecho que marcará en adelante la religiosidad andina: los indios más que ser vencidos se rindieron ante dios (Estenssoro, 2003).
Captura de Atahuallpa

Muy pronto se creó el obispado del Cusco (enero de 1535) que comprendía el territorio de Charcas teniendo como su primer obispo precisamente a Vicente Valverde; luego en unos meses llegaron mercedarios y dominicos que no lograron tener un real contrapeso local mostrando que el poder de la Iglesia era secundario, o más aún, dependiente de los acontecimientos políticos. Por ejemplo durante la rebelión de Gonzalo Pizarro hubo entre los frailes dos grupos principales, los dominicos fueron “legitimistas” y los mercedarios “pizarristas” aunque luego tuvieron que plegarse al representante de la Corona La Gasca (Barnadas, 1973).

No hay que subestimar papel del elemento religioso en la construcción de una identidad indígena pues al contrario de lo que comúnmente se suele sostener, que los indígenas nunca se convirtieron al cristianismo y que solamente tuvieron un barniz cristiano para disimular sus antiguas prácticas resistiendo siempre a la evangelización, hubo en las sociedades locales aspiraciones de cambio y de asimilación al cristianismo como uno de los elementos seductores de la nueva cultura. Lo otro, la tesis de la permanente resistencia religiosa que habría camuflado a los dioses prehispánicos bajo una apariencia cristiana, prolonga la actitud del poder colonial que precisamente buscó mantener al indio en un ámbito separado del resto de la sociedad, en una suerte de “república de los indios” que no se articulaba con la española. Esta interpretación se sustenta en parte en la exclusión que efectivamente sufrieron los indios como colectividad pues no participaban del conjunto de normas y leyes para los europeos. No podían ser ordenados sacerdotes y se tardó un tiempo en permitir que recibieran la comunión, al mismo tiempo, sin embargo, estaban excluidos de ser juzgados por la Inquisición porque se los consideraba jurídicamente “menores de edad” (Estenssoro, 2003). Como se observa la realidad histórica no es lineal y es frecuentemente contradictoria.
Milagro del Suntur

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