El concepto “colonial” se usó en la historiografía
boliviana por Luis Mariano Guzmán, José
Rosendo Gutiérrez, y se consolidó por Gabriel
René Moreno en Últimos días coloniales en el Alto
Perú (1896-1901) y fue retomado por Luís Paz
en su Historia general del Alto Perú (1919); se usó
en trabajos posteriores. En los años 1940-1950,
se difundió el concepto de “coloniaje”, en gran
medida por el libro de Carlos Montenegro titulado
Nacionalismo y coloniaje (1943). Montenegro
identificó el período del gobierno español como
una época de la dominación que no concluyó
con la Independencia, sino que también marcó
la vida republicana caracterizada por la opresión
criolla.
Posteriormente, el uso del concepto se
generalizó aún más, aunque muchos de los historiadores
emplearon el concepto de “sociedad
virreinal”, “arte virreinal”, “cultura virreinal”
(José de Mesa, Teresa Gisbert, Jorge Siles Salinas
y otros). Estos autores, a diferencia de la mayoría
de los autores nacionales, utilizaron el concepto
“virreinal” refiriéndose al arte de este período,
negándose a usar el término colonial, argumentando
que el arte no fue trasplantado mecánicamente
desde la metrópoli, sino que era el fruto del trabajo, pensamiento e imaginario indígenas
que recibieron las influencias europeas. Los Mesa
y Gisbert intentaron posicionar la producción
artística nacional dentro del conjunto de lo que
fue el virreinato del Perú, subrayando la estrecha
relación y las influencias artísticas que existían no
sólo con la metrópoli sino al interior del territorio
del virreinato, buscando el reconocimiento de la
peculiaridad de la actividad cultural en este marco
administrativo, político y social. Sin que aquello
causara un debate, esta posición no fue muy bien
recibida por los intelectuales de la época que,
más bien, intentaban destacar la idiosincrasia de
lo nacional, de lo “charqueño”, y así se consolidó
el término “colonia”. Para el propio Francovich
(1980), “el concepto de virreinal tiene una connotación
ajena a la vida del Alto Perú, puesto que
se refiere a los hábitos cortesanos que se manifestaban
en Lima, y que “en el Alto Perú no se
conocieron”, etiquetando, además, este concepto
como “calificativo que presupone referencias al
extranjero”.
En cuanto al concepto “colonia / colonial”,
los estudios sobre la economía andina iniciados
en los años 1940-1950 y profundizados en los
años 1970-1980 consolidaron su uso aplicado
principalmente al estudio del tema de la minería
y de la mita minera. Desde el campo de la
historia económica, Enrique Tandeter (1976) se
pronunció sobre un estancamiento del análisis
social del largo periodo de la dominación española
como consecuencia de la adopción acrítica
de los modelos de expansión imperial anglosajona
y francesa. Tandeter planteó la necesidad de
una comprensión históricamente específica de
la formación social en la colonia, de la dominación
propiamente colonial y propuso elaborar los
conceptos propios de las formaciones sociales
coloniales frente a un debate imperante entre
los historiadores marxistas sobre la naturaleza
feudal o capitalista de América Latina colonial
o la discusión sobre la leyenda negra. Asimismo,
Josep Barnadas (1973) instó en la necesidad de
realizar el análisis de la “situación sociopolítica
colonial”. Años antes se dio un importante
paso en este sentido, a través de la renovación
historiográfica en el campo de la historia
económica de inspiración marxista, gracias a
los trabajos del historiador argentino Carlos
Sempat Assadourian que permitieron ampliar
el campo conceptual de la historia colonial y
extensión del uso de los conceptos como “el
espacio colonial”, “estructura colonial” y “orden
colonial”. Assadourian (1982, 1983) analizó el
espacio colonial peruano del siglo XVII como
una zona económica correspondiente a la zonificación
política-administrativa del virreinato
del Perú, siendo la minería de la plata su sector
dominante: “la pieza fundamental del imperio
en la segunda mitad del siglo XVI y gran parte
del XVII”, que “cohesiona interiormente” e
“integra regiona1mente” (1982). Elaboró “otra
perspectiva distinta para comprender el proceso
de creación y configuración de los estados nacionales
que surgen en el siglo XIX”, basándose
en los procesos de larga duración del “desarrollo
histórico de zonificaciones administrativas y
económicas en forma de subsistemas de relaciones
regionales insertas dentro de espacios
mayores (siglos XVI y XVII) y que reconocen una
cristalización paulatina a través de variaciones y
readecuaciones espaciales (siglo XVIII)” (1982).
Los trabajos de Enrique Tandeter, Carlos
Sempat Assadourian, Herbert Klein y otros
historiadores latinoamericanistas posicionados
en el campo de la historia económica y social
buscaban desentrañar lo que Juan Carlos Garavaglia
(2005) denominó la “relación colonial” o
lo que Montenegro había llamado “coloniaje”.
Esta relación colonial se reflejó, básicamente,
en la extracción de los metales preciosos desde
los territorios americanos y su inserción en un
sistema económico global, en el establecimiento
de las estructuras tributarias y fiscales, la reorganización
de la economía y el impacto del
trabajo forzado sobre las sociedades indígenas
y otros.
Los estudios sobre el tema colonial fueron
marcado por un momento importante en la vida
de los países de América Latina relacionado
con la conmemoración del Vº Centenario del
Descubrimiento en América en 1992, cuando se
desarrollaron debates entre historiadores, antropólogos,
sociólogos con algunas posiciones
muy radicales sobre los temas de la conquista,
la invasión, el descubrimiento o el “encuentro
de dos mundos”.
La sociedad boliviana y sobre todo los círculos
académicos e intelectuales se vieron influidos
por los trabajos de la socióloga Silvia Rivera quién
sostuvo que “en la contemporaneidad boliviana
opera, en forma subyacente, un modo de dominación sustentado en un horizonte colonial de
larga duración”, aplicando en varias de sus obras
los conceptos relacionados con lo “colonial”
como la “colonialidad interna”, “distintas formas
de colonialismo” y “colonialidad del poder”
(Rivera, 1993). Según Rivera, en los Andes “la
dominación colonial se asentó en tres pilares: el
tributo…la mita…y la catequización forzada y
extirpación de idolatrías…” (Rivera, 1993). La
publicación de los artículos de los miembros del
grupo de Estudios subalternos Surasiáticos en el
libro Debates poscoloniales. Una introducción a los
estudios de la subalternidad (1997) coordinada por
Silvia Rivera y Rossana Barragán, marcó un hito
importante en la comprensión de la diferencia
entre las herencias coloniales en los Andes y en
la India. El concepto de “dominación colonial”
se relaciona con el de la “diferencia colonial” en
cuanto se refiere a los contrastes del ejercicio
del poder impuestos por el Estado colonial a
los indígenas, así como el concepto de “distintas
formas de colonialismo”, tratándose del análisis
de los tipos de colonialismos ejercidos como la
aplicación de la modernidad europea.
En su trabajo La raíz: colonizadores y colonizados.
Violencias encubiertas en Bolivia, (1993), Silvia
Rivera se ocupó del fenómeno del mestizaje y
el uso del discurso sobre el tema en distintos
momentos históricos. Rivera vinculó el fenómeno
del mestizaje con los procesos de violencia
y segregación como expresión de lo colonial,
afirmando que las “cadenas de relaciones de dominación
colonial” permitieron que “cada estrato
se afirme sobre la negación sobre los de “abajo”
y sobre el anhelo de apropiación de los bienes
culturales y sociales de los “arriba””. La autora
relacionó los ambiguos significados culturales
en torno al ascenso económico con el proceso
de aculturación y el cambio de identidad como
la expresión de los criterios “pigmentocráticos
y racistas propios de la sociedad colonial”. En
los años 2010-2012, Silvia Rivera ha reeditado
algunos de sus trabajos producidos en la década
de 1990 con el título de Violencias re (encubiertas)
en Bolivia, donde una vez más recurrió al tema del
colonialismo y su proyección en tres horizontes
(colonial, liberal, populista). Otro concepto que
revive, según ella, es de la “ilusión del mestizaje”
como una construcción ideológica que permite la
perpetuidad de las estructuras jerárquicas y oculta
las contradicciones sociales coloniales.
A mediados de los años 1990, el énfasis sobre
la comprensión de lo colonial en ciertos círculos
de estudiosos latinoamericanistas, tanto en Europa
como en América, se acentuó en el campo de
lo político y lo simbólico: el análisis del lenguaje,
las representaciones y sus contenidos simbólicos.
La expresión de esta posición crítica respecto a las
causalidades socio-económicas y la reproducción
social provocó reacciones de los académicos que
se posicionaron en el campo de lo económico. El
debate no llegó a nada, pero a raíz de la necesidad
de conceptualizar los fenómenos sociales relacionados
con el período de dominación española en
vísperas de las celebraciones de los bicentenarios
de las independencias latinoamericanas y de la
aparición de las investigaciones sobre el tema, se
retomaron los debates “en torno al colonialismo”.
A principios del siglo XXI, los historiadores
americanistas volvieron a la discusión sobre el
tema y el punto central fue el estatus y la “identidad”
histórica de los dominios españoles entre
el siglo XVI y las independencias. La historiadora
francesa Annick Lempérière (2005) cuestionó el
“uso al mismo tiempo a-crítico y maquinal, tendencioso
y reificado del adjetivo “colonial” para
calificar y describir sin discriminación cualquier
dato, cualquier fenómeno histórico ocurrido
en América durante el período anterior a la
Independencia”. Lempérière planteó la necesidad
de repensar los usos que los historiadores
hacen del concepto “colonial”, el “apego a una
historia basada en un enfoque sistemáticamente
“colonialista”” y criticó la reducción de la identidad
iberoamericana a lo “colonial”. La mirada
de la historiadora francesa se dirigió contra la
“cosificación” de los conceptos, las nociones y
las categorías de análisis y la aplicación a épocas
distintas dentro de un extenso período de unas
mismas categorías y calificativos como en el caso
de la palabra “colonia”. Lempérière propuso
“conceptualizar tal orden, para el siglo XVIII
como mínimo, como un “Antiguo Régimen” en
la medida en que “el conjunto de las instituciones
monárquicas, corporativas y estamentales dentro
de las cuales se desempeñaba el quehacer social,
presenta efectivamente rasgos muy similares a los
de las sociedades europeas contemporáneas, aun
incluyendo el factor específicamente indiano de
la diversidad étnica”. La historiadora analizó el
fundamento del concepto “colonia” desde el siglo
XVI y llegó a la conclusión “que no hay ninguna razón para suponer que el sistema colonial tal como
fue iniciado en el siglo XVI, se reprodujo idéntico
a sí mismo durante trescientos años”.
La discusión sobre la “cuestión colonial”
tiene una estrecha relación con el viejo debate
sobre el uso de los conceptos “colonia” o “reinos”,
comparando los reinos de las Indias con
los territorios europeos. En una entrevista, el
famoso hispanista Elliott señaló que hubo “un
auténtico diálogo entre las distintas partes de la
monarquía”; existían marcadas diferencias entre
el imperio español y otros imperios europeos,
puesto que por un lado, “no hay nada parecido
al mestizaje del imperio español o portugués” y
por el otro lado, en las relaciones con la población
indígena, “los españoles tienen la voluntad
de incorporarlos, tienen un lugar, un espacio
en el que quizás pueden conservar algo de su
propia cultura”. Sin embargo, el mismo autor
reconoce que
Todo imperio es en parte una invasión y una conquista, e implica la explotación de los recursos humanos y naturales de los territorios invadidos, encontrados o colonizados, mediante mano de obra indígena o importada. Todos estos imperios están basados, efectivamente, más o menos, en la esclavitud y en el gran traslado de poblaciones africanas hacia los territorios transatlánticos (citado en Lucena Giraldo, 2002).
A su vez, los autores modernistas españoles
sostienen que se empezó llamar “Imperio” a
América en la segunda mitad del siglo XVII y más
aún durante el siglo XVIII como adopción del término
Spanish Empire acuñado por los británicos a
partir del siglo XVI para referirse a las posesiones
hispánicas en ultramar y “se tardó en asumirlo,
casi tanto como en reconocer que las Indias eran
colonias y que, como tales, fueron conquistadas,
gobernadas y explotadas” (Bernal, 2005).
Respecto a la posición de Annick Lempérière,
su colega Carmen Bernard (2005) se inclinó
a favor del uso del concepto “colonial”, señalando
que el mismo “implica imposición de un poder
exterior a las poblaciones sometidas; explotación
de los recursos en beneficio principal sino exclusivo
del país “colonizador”, ausencia de derechos
políticos a los indígenas y asimilación forzada”.
Para el historiador argentino Juan Carlos
Garavaglia (2005), la “relación colonial” es la relación
de dependencia de los territorios americanos
respecto a la península ibérica y a las potencias
europeas que se refleja en el campo socio-económico
(la producción de metales preciosos, el
trabajo forzoso, el intercambio desigual). Garavaglia
subrayó la importancia del concepto de
subordinación colonial basado en el hecho de la
conquista militar que diferenciaba a los indios de
otros súbditos como los aragoneses o los napolitanos.
Una de sus propuestas es considerar que
los reinos americanos eran una colonia particular
de la monarquía, administrada por medio de un
aparato y estatuto exclusivo con relación a otros
reinos de la Corona y con una función económica
muy precisa. De todos modos, el autor señala que
queda “abierta la necesidad de conceptualizar
sobre cambios y permanencias que las sociedades
americanas han tenido a lo largo de tres siglos,
cuestionar el concepto “época colonial” y como
hito de demarcación y sobre todo, como forma
de periodización”. Como resultado de este debate
entre historiadores se llega a la conclusión de que
el término “colonia” tiene un uso distinto durante
el reinado de lo Habsburgos, en el siglo XVIII y
en el período de 1809 en adelante.
En 2009, se produjo en Argentina un debate
sobre el tema de la dominación colonial
en torno a la publicación del libro de Sergio
Serulnikov: Conflictos sociales e insurrección en el
mundo andino. El norte de Potosí en el siglo XVIII
(2006). Uno de los puntos abordados en el
mismo fue la dominación colonial y los pactos.
En el debate participaron historiadores como
Sergio Serulnikov, Sinclair Thomson, Ana María
Presta y Ana María Lorandi y se reflexionó sobre
varios aspectos, entre ellos, los teóricos. Thomson
señaló al respecto que una aproximación
dogmática puede ser perjudicial, en el sentido
de tener cuidado en el uso de los conceptos característicos
de la sociedad moderna, como por
ejemplo, el de “hegemonía colonial” usado por
Serulnikov y recalcó que “conviene hacerlo de
manera crítica”. El historiador norteamericano
caracterizó la sociedad colonial como “una formación
social colonial”, donde “las comunidades
andinas mantenían amplios márgenes de autonomía
colectiva y la Corona de los Hasburgos
prefirió incorporar la población indígena bajo
un régimen político-legal diferenciado y un
mando indirecto en lugar de una asimilación
homogeneizante: de ahí las condiciones para
un pacto comunidad-Estado. Esta formación
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