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lunes, 18 de julio de 2022

Historia colonial - La ruptura y la transición en el campo historiográfico - La cuestión colonial

El concepto “colonial” se usó en la historiografía boliviana por Luis Mariano Guzmán, José Rosendo Gutiérrez, y se consolidó por Gabriel René Moreno en Últimos días coloniales en el Alto Perú (1896-1901) y fue retomado por Luís Paz en su Historia general del Alto Perú (1919); se usó en trabajos posteriores. En los años 1940-1950, se difundió el concepto de “coloniaje”, en gran medida por el libro de Carlos Montenegro titulado Nacionalismo y coloniaje (1943). Montenegro identificó el período del gobierno español como una época de la dominación que no concluyó con la Independencia, sino que también marcó la vida republicana caracterizada por la opresión criolla.

Posteriormente, el uso del concepto se generalizó aún más, aunque muchos de los historiadores emplearon el concepto de “sociedad virreinal”, “arte virreinal”, “cultura virreinal” (José de Mesa, Teresa Gisbert, Jorge Siles Salinas y otros). Estos autores, a diferencia de la mayoría de los autores nacionales, utilizaron el concepto “virreinal” refiriéndose al arte de este período, negándose a usar el término colonial, argumentando que el arte no fue trasplantado mecánicamente desde la metrópoli, sino que era el fruto del trabajo, pensamiento e imaginario indígenas que recibieron las influencias europeas. Los Mesa y Gisbert intentaron posicionar la producción artística nacional dentro del conjunto de lo que fue el virreinato del Perú, subrayando la estrecha relación y las influencias artísticas que existían no sólo con la metrópoli sino al interior del territorio del virreinato, buscando el reconocimiento de la peculiaridad de la actividad cultural en este marco administrativo, político y social. Sin que aquello causara un debate, esta posición no fue muy bien recibida por los intelectuales de la época que, más bien, intentaban destacar la idiosincrasia de lo nacional, de lo “charqueño”, y así se consolidó el término “colonia”. Para el propio Francovich (1980), “el concepto de virreinal tiene una connotación ajena a la vida del Alto Perú, puesto que se refiere a los hábitos cortesanos que se manifestaban en Lima, y que “en el Alto Perú no se conocieron”, etiquetando, además, este concepto como “calificativo que presupone referencias al extranjero”.

En cuanto al concepto “colonia / colonial”, los estudios sobre la economía andina iniciados en los años 1940-1950 y profundizados en los años 1970-1980 consolidaron su uso aplicado principalmente al estudio del tema de la minería y de la mita minera. Desde el campo de la historia económica, Enrique Tandeter (1976) se pronunció sobre un estancamiento del análisis social del largo periodo de la dominación española como consecuencia de la adopción acrítica de los modelos de expansión imperial anglosajona y francesa. Tandeter planteó la necesidad de una comprensión históricamente específica de la formación social en la colonia, de la dominación propiamente colonial y propuso elaborar los conceptos propios de las formaciones sociales coloniales frente a un debate imperante entre los historiadores marxistas sobre la naturaleza feudal o capitalista de América Latina colonial o la discusión sobre la leyenda negra. Asimismo, Josep Barnadas (1973) instó en la necesidad de realizar el análisis de la “situación sociopolítica colonial”. Años antes se dio un importante paso en este sentido, a través de la renovación historiográfica en el campo de la historia económica de inspiración marxista, gracias a los trabajos del historiador argentino Carlos Sempat Assadourian que permitieron ampliar el campo conceptual de la historia colonial y extensión del uso de los conceptos como “el espacio colonial”, “estructura colonial” y “orden colonial”. Assadourian (1982, 1983) analizó el espacio colonial peruano del siglo XVII como una zona económica correspondiente a la zonificación política-administrativa del virreinato del Perú, siendo la minería de la plata su sector dominante: “la pieza fundamental del imperio en la segunda mitad del siglo XVI y gran parte del XVII”, que “cohesiona interiormente” e “integra regiona1mente” (1982). Elaboró “otra perspectiva distinta para comprender el proceso de creación y configuración de los estados nacionales que surgen en el siglo XIX”, basándose en los procesos de larga duración del “desarrollo histórico de zonificaciones administrativas y económicas en forma de subsistemas de relaciones regionales insertas dentro de espacios mayores (siglos XVI y XVII) y que reconocen una cristalización paulatina a través de variaciones y readecuaciones espaciales (siglo XVIII)” (1982).

Los trabajos de Enrique Tandeter, Carlos Sempat Assadourian, Herbert Klein y otros historiadores latinoamericanistas posicionados en el campo de la historia económica y social buscaban desentrañar lo que Juan Carlos Garavaglia (2005) denominó la “relación colonial” o lo que Montenegro había llamado “coloniaje”. Esta relación colonial se reflejó, básicamente, en la extracción de los metales preciosos desde los territorios americanos y su inserción en un sistema económico global, en el establecimiento de las estructuras tributarias y fiscales, la reorganización de la economía y el impacto del trabajo forzado sobre las sociedades indígenas y otros.

Los estudios sobre el tema colonial fueron marcado por un momento importante en la vida de los países de América Latina relacionado con la conmemoración del Vº Centenario del Descubrimiento en América en 1992, cuando se desarrollaron debates entre historiadores, antropólogos, sociólogos con algunas posiciones muy radicales sobre los temas de la conquista, la invasión, el descubrimiento o el “encuentro de dos mundos”.

La sociedad boliviana y sobre todo los círculos académicos e intelectuales se vieron influidos por los trabajos de la socióloga Silvia Rivera quién sostuvo que “en la contemporaneidad boliviana opera, en forma subyacente, un modo de dominación sustentado en un horizonte colonial de larga duración”, aplicando en varias de sus obras los conceptos relacionados con lo “colonial” como la “colonialidad interna”, “distintas formas de colonialismo” y “colonialidad del poder” (Rivera, 1993). Según Rivera, en los Andes “la dominación colonial se asentó en tres pilares: el tributo…la mita…y la catequización forzada y extirpación de idolatrías…” (Rivera, 1993). La publicación de los artículos de los miembros del grupo de Estudios subalternos Surasiáticos en el libro Debates poscoloniales. Una introducción a los estudios de la subalternidad (1997) coordinada por Silvia Rivera y Rossana Barragán, marcó un hito importante en la comprensión de la diferencia entre las herencias coloniales en los Andes y en la India. El concepto de “dominación colonial” se relaciona con el de la “diferencia colonial” en cuanto se refiere a los contrastes del ejercicio del poder impuestos por el Estado colonial a los indígenas, así como el concepto de “distintas formas de colonialismo”, tratándose del análisis de los tipos de colonialismos ejercidos como la aplicación de la modernidad europea.

En su trabajo La raíz: colonizadores y colonizados. Violencias encubiertas en Bolivia, (1993), Silvia Rivera se ocupó del fenómeno del mestizaje y el uso del discurso sobre el tema en distintos momentos históricos. Rivera vinculó el fenómeno del mestizaje con los procesos de violencia y segregación como expresión de lo colonial, afirmando que las “cadenas de relaciones de dominación colonial” permitieron que “cada estrato se afirme sobre la negación sobre los de “abajo” y sobre el anhelo de apropiación de los bienes culturales y sociales de los “arriba””. La autora relacionó los ambiguos significados culturales en torno al ascenso económico con el proceso de aculturación y el cambio de identidad como la expresión de los criterios “pigmentocráticos y racistas propios de la sociedad colonial”. En los años 2010-2012, Silvia Rivera ha reeditado algunos de sus trabajos producidos en la década de 1990 con el título de Violencias re (encubiertas) en Bolivia, donde una vez más recurrió al tema del colonialismo y su proyección en tres horizontes (colonial, liberal, populista). Otro concepto que revive, según ella, es de la “ilusión del mestizaje” como una construcción ideológica que permite la perpetuidad de las estructuras jerárquicas y oculta las contradicciones sociales coloniales.

A mediados de los años 1990, el énfasis sobre la comprensión de lo colonial en ciertos círculos de estudiosos latinoamericanistas, tanto en Europa como en América, se acentuó en el campo de lo político y lo simbólico: el análisis del lenguaje, las representaciones y sus contenidos simbólicos. La expresión de esta posición crítica respecto a las causalidades socio-económicas y la reproducción social provocó reacciones de los académicos que se posicionaron en el campo de lo económico. El debate no llegó a nada, pero a raíz de la necesidad de conceptualizar los fenómenos sociales relacionados con el período de dominación española en vísperas de las celebraciones de los bicentenarios de las independencias latinoamericanas y de la aparición de las investigaciones sobre el tema, se retomaron los debates “en torno al colonialismo”.

A principios del siglo XXI, los historiadores americanistas volvieron a la discusión sobre el tema y el punto central fue el estatus y la “identidad” histórica de los dominios españoles entre el siglo XVI y las independencias. La historiadora francesa Annick Lempérière (2005) cuestionó el “uso al mismo tiempo a-crítico y maquinal, tendencioso y reificado del adjetivo “colonial” para calificar y describir sin discriminación cualquier dato, cualquier fenómeno histórico ocurrido en América durante el período anterior a la Independencia”. Lempérière planteó la necesidad de repensar los usos que los historiadores hacen del concepto “colonial”, el “apego a una historia basada en un enfoque sistemáticamente “colonialista”” y criticó la reducción de la identidad iberoamericana a lo “colonial”. La mirada de la historiadora francesa se dirigió contra la “cosificación” de los conceptos, las nociones y las categorías de análisis y la aplicación a épocas distintas dentro de un extenso período de unas mismas categorías y calificativos como en el caso de la palabra “colonia”. Lempérière propuso “conceptualizar tal orden, para el siglo XVIII como mínimo, como un “Antiguo Régimen” en la medida en que “el conjunto de las instituciones monárquicas, corporativas y estamentales dentro de las cuales se desempeñaba el quehacer social, presenta efectivamente rasgos muy similares a los de las sociedades europeas contemporáneas, aun incluyendo el factor específicamente indiano de la diversidad étnica”. La historiadora analizó el fundamento del concepto “colonia” desde el siglo XVI y llegó a la conclusión “que no hay ninguna razón para suponer que el sistema colonial tal como fue iniciado en el siglo XVI, se reprodujo idéntico a sí mismo durante trescientos años”.

La discusión sobre la “cuestión colonial” tiene una estrecha relación con el viejo debate sobre el uso de los conceptos “colonia” o “reinos”, comparando los reinos de las Indias con los territorios europeos. En una entrevista, el famoso hispanista Elliott señaló que hubo “un auténtico diálogo entre las distintas partes de la monarquía”; existían marcadas diferencias entre el imperio español y otros imperios europeos, puesto que por un lado, “no hay nada parecido al mestizaje del imperio español o portugués” y por el otro lado, en las relaciones con la población indígena, “los españoles tienen la voluntad de incorporarlos, tienen un lugar, un espacio en el que quizás pueden conservar algo de su propia cultura”. Sin embargo, el mismo autor reconoce que

Todo imperio es en parte una invasión y una conquista, e implica la explotación de los recursos humanos y naturales de los territorios invadidos, encontrados o colonizados, mediante mano de obra indígena o importada. Todos estos imperios están basados, efectivamente, más o menos, en la esclavitud y en el gran traslado de poblaciones africanas hacia los territorios transatlánticos (citado en Lucena Giraldo, 2002).

A su vez, los autores modernistas españoles sostienen que se empezó llamar “Imperio” a América en la segunda mitad del siglo XVII y más aún durante el siglo XVIII como adopción del término Spanish Empire acuñado por los británicos a partir del siglo XVI para referirse a las posesiones hispánicas en ultramar y “se tardó en asumirlo, casi tanto como en reconocer que las Indias eran colonias y que, como tales, fueron conquistadas, gobernadas y explotadas” (Bernal, 2005).

Respecto a la posición de Annick Lempérière, su colega Carmen Bernard (2005) se inclinó a favor del uso del concepto “colonial”, señalando que el mismo “implica imposición de un poder exterior a las poblaciones sometidas; explotación de los recursos en beneficio principal sino exclusivo del país “colonizador”, ausencia de derechos políticos a los indígenas y asimilación forzada”.

Para el historiador argentino Juan Carlos Garavaglia (2005), la “relación colonial” es la relación de dependencia de los territorios americanos respecto a la península ibérica y a las potencias europeas que se refleja en el campo socio-económico (la producción de metales preciosos, el trabajo forzoso, el intercambio desigual). Garavaglia subrayó la importancia del concepto de subordinación colonial basado en el hecho de la conquista militar que diferenciaba a los indios de otros súbditos como los aragoneses o los napolitanos. Una de sus propuestas es considerar que los reinos americanos eran una colonia particular de la monarquía, administrada por medio de un aparato y estatuto exclusivo con relación a otros reinos de la Corona y con una función económica muy precisa. De todos modos, el autor señala que queda “abierta la necesidad de conceptualizar sobre cambios y permanencias que las sociedades americanas han tenido a lo largo de tres siglos, cuestionar el concepto “época colonial” y como hito de demarcación y sobre todo, como forma de periodización”. Como resultado de este debate entre historiadores se llega a la conclusión de que el término “colonia” tiene un uso distinto durante el reinado de lo Habsburgos, en el siglo XVIII y en el período de 1809 en adelante.

En 2009, se produjo en Argentina un debate sobre el tema de la dominación colonial en torno a la publicación del libro de Sergio Serulnikov: Conflictos sociales e insurrección en el mundo andino. El norte de Potosí en el siglo XVIII (2006). Uno de los puntos abordados en el mismo fue la dominación colonial y los pactos. En el debate participaron historiadores como Sergio Serulnikov, Sinclair Thomson, Ana María Presta y Ana María Lorandi y se reflexionó sobre varios aspectos, entre ellos, los teóricos. Thomson señaló al respecto que una aproximación dogmática puede ser perjudicial, en el sentido de tener cuidado en el uso de los conceptos característicos de la sociedad moderna, como por ejemplo, el de “hegemonía colonial” usado por Serulnikov y recalcó que “conviene hacerlo de manera crítica”. El historiador norteamericano caracterizó la sociedad colonial como “una formación social colonial”, donde “las comunidades andinas mantenían amplios márgenes de autonomía colectiva y la Corona de los Hasburgos prefirió incorporar la población indígena bajo un régimen político-legal diferenciado y un mando indirecto en lugar de una asimilación homogeneizante: de ahí las condiciones para un pacto comunidad-Estado. Esta formación

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