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jueves, 7 de julio de 2022

El Chaco - Migraciones guaraníes y la búsqueda de Candire

Desde que el adelantado Juan Díaz de Solís se adentrara por primera vez en el continente sudamericano siguiendo el curso del Río de la Plata entre 1515 y 1516, los españoles recogieron noticia de la existencia de oro y plata tierra adentro (Relación anónima [c. 1545] 2005, citada en Combès). A partir de entonces, los europeos procedentes de la costa atlántica, al igual que aquellos provenientes del Pacífico por el oeste, se lanzan a la aventura colonizadora internándose en el territorio de Charcas, todos en busca de las codiciadas fuentes de metal.

Desde el frente colonizador andino, las fuentes tempranas señalan que el objetivo era alcanzar el mítico Paitití. Los documentos paraguayos del siglo XVI, por su parte, hablan de la tierra de los “candires” vinculada a los incas y de los “carcaraes” dueños del metal”, que parecería designar a los qaraqara, cuyo territorio albergaba las minas de Potosí (Julien, 1997; Combès, 1995). Cuando en 1540 los conquistadores del Paraguay se adentraron en territorio de Charcas y entraron en contacto con sus semejantes provenientes de la sierra andina comprendieron que las ricas tierras soñadas ya habían sido alcanzadas por otros españoles, en consecuencia desplazaron geográficamente su objetivo conquistador hacia el Norte, en la actual Amazonía boliviana ( Tyuleneva, 2004; Combès, 2006).

Es posible pensar que el desplazamiento geográfico de las míticas riquezas incaicas al Norte amazónico haya dado lugar a una nueva versión del mito del Paitití, esta vez asociado a la tierra de los “candires”. El padre Giannecchini, de hecho, sostiene que el término Candire, presente en los testimonios de los cronistas, se referiría a un héroe guaraní identificado también como la tierra de oro en una dimensión incaica, y que la presencia del dios civilizador Tamoi en las tierras nororientales de los guarayos (contiguas a Mojos, en la actual Amazonia boliviana) es seguramente la prueba del nexo entre el mito de Candire con el del Paitití. Al respecto, Combès ha sugerido que la inserción de Candire en un complejo de creencias religiosas sólo podría ser evidenciada entre los chiriguano itatín (antepasados de los guarayos) (Combès, 2006).

Esta suerte de fusión mítica con destellos religiosos fue engendrada durante los primeros años de conquista y no tenía otro objetivo que reafirmar la virtual presencia de metales en alguna parte, tal vez al oeste, lo que a su vez habría creado corredores de contactos a partir de los testimonios de indígenas, quienes desde sus primeros contactos con los europeos se desenvolvieron como informantes de las viejas rutas que conducían a las riquezas (Giannecchini, [c. 1898] 2006). Alcaya señala que Juan de Ayolas se enteró de la presencia de metales al Oeste a través de los indios guaraníes del Paraguay que mantenían contacto con los chiriguanaes de occidente. Es muy probable que se trate de los “chiriguanaes” itatín y otros grupos vecinos y parientes asentados en los alrededores de la primera Santa Cruz de la Sierra, claramente diferenciados por los españoles de los “chiriguanos de la cordillera”, asentados más al Sur. Es posible pensar que estos guaraníes del Paraguay mantuvieron contactos con estos chiriguanos itatín de la Amazonía durante la época prehispánica, puesto que en el siglo XVI son los itatín, y no los chiriguanos de la cordillera, los únicos que relacionan el pueblo de los candires y el dios Candire a las riquezas ubicadas al Oeste (Combès, 2006).

En todo caso, lo esencial es preguntarse si al igual que para los europeos el motor que condujo las migraciones tupi-guaraní a occidente fue la búsqueda de las riquezas asociadas a Candire, ya sea en un sentido religioso o más bien ligada a los incas. El tema ha sido discutido y abordado por diferentes autores desde una perspectiva principalmente religiosa, en la que Kandire aparece como la búsqueda profética de una tierra sin mal que los tupi- guaraní del Paraguay ubicaron al Oeste (Metraux; Pifarré, 1989; Combès y Saignes, 1995). Para otros, Candire va más bien asociado a la presencia de metales y puede haber sido una representación del Imperio Inca así como también de los llanos amazónicos de Mojos (Nordenskiöld). Consideramos aquí que lo fundamental de ambas interpretaciones es que al igual que los europeos, que se adentraron en territorios desconocidos en busca de riquezas metálicas, las incursiones tupi-guaraní obedecieron en cierto modo al mismo objetivo, aunque esto no significa de ningún modo desconocer otros aspectos –incluido el religioso– que provocaron durante generaciones este éxodo de gente hacia el oeste.

Uno de los rasgos fundamentales de las sociedades tupi-guaraní es la actividad bélica, siempre acompañada por ritos de canibalismo en un círculo sin fin movido por la venganza (yeepi); de hecho, guaraní no quiere decir otra cosa que “guerrero” (Combès, 1986; Langer, 1996). Si bien todo parece indicar que al momento de la llegada de los españoles estos grupos tupi-guaraníes intentaban asegurar su poder en la cordillera, las sucesivas oleadas migratorias a lo largo de varios siglos, lejos estuvieron de estar exentas de obstáculos y penosas travesías de las que poco o nada se sabe (Saignes, 1995).

Hélène Clastres sugiere que las migraciones respondieron a una situación de crisis política en contra del surgimiento de un “Estado”, con las consecuentes disputas entre líderes religiosos y jefes; interpretación seguida por Pifarré, quien además señala que el crecimiento demográfico y las limitaciones productivas pudieron haber jugado un rol importante. Otros autores descartan esta visión predominantemente política y señalan que es probable que cada migración haya respondido a una serie de motivos en particular, y con seguridad debieron haber variado según los grupos y las épocas (Bossert y Villar, 2001, citados en Combés). Por lo tanto, desacuerdos políticos e incluso tensiones religiosas originados de las constantes contiendas bélicas entre los diferentes grupos tupi-guaraníes pudieron haber sido de principio las causas de las sucesivas oleadas migratorias hacia occidente en busca de nuevas tierras a través de varios siglos.

La ruta al Norte, que va del Paraná al Pilcomayo, la del Noroeste, desde el Alto Paraguay al Guapay, y la ruta central, a través de los llanos del Chaco con procedencia de Asunción, fueron los itinerarios utilizados, esto al menos en las entradas del siglo XVI. Los arqueólogos apuntan a fechados mucho más tempranos y sugieren que las migraciones tupi-guaraníes penetraron en el actual territorio boliviano a través del Chaco provenientes de la costa atlántica del Brasil y el Paraguay hacia el 400 d. C., es decir mil años antes de lo que las fuentes históricas señalan.

A partir de fechados asociados al estilo cerámico denominado corrugado y con marcas de uñas, relacionado a estos movimientos poblacionales, Pärssinem y Siiriäinen (2003) sugieren que el mismo bien pudo haber aparecido en las serranías andinas incluso antes que en el Perú, Uruguay y Argentina. Si bien nada de esto ha sido confirmado, los resultados preliminares de excavaciones realizadas en el área fronteriza incaica de Oroncota (Chuquisaca) parecerían probar la correspondencia entre el estilo cerámico corrugado y la evidencia lingüística e histórica de los asentamientos tupi-guaraní del siglo XVI en un arco que se extiende desde la cuenca amazónica hasta el Pilcomayo, así como una tradición de las Tierras Bajas en algunos complejos funerarios. Aunque por el momento la evidencia está lejos de ser concluyente, la cronología radiocarbónica permite conjeturar que la difusión de este estilo cerámico se habría producido de forma paralela a la expansión de la lengua guaraní en los valles interandinos al menos un milenio antes de lo que las fuentes históricas señalan (Pärssinem y Siiriäinen, 2003).

La llegada de los portugueses y españoles provenientes de la costa atlántica no hizo más que intensificar la migración de varios miles de guaraníes que tenían objetivos y recorridos distintos, y vieron en los conquistadores un poderoso aliado para atravesar territorios hostiles y alcanzar las riquezas codiciadas, a lo mejor atraídos por los enclaves mineros contiguos a Samaipata (Combés, 2012). Díaz de Guzmán señala que miles de guaraníes en busca de metales habrían acompañado al conquistador Alejo García en calidad de aliados entre 1522 y 1526, hasta llegar a las serranías andinas e intentar sacar el mayor provecho del viaje y obtener riquezas en asaltos o intercambiándolas a los españoles por armas o esclavos. Podemos concluir, en resumen, que desde la perspectiva indígena todo parece indicar que la migración fue la solución política al estado de crisis que vivían los diferentes grupos tupi-guaraníes envueltos en permanentes contiendas bélicas, y aunque no lleguemos a conocer la verdadera magnitud y alcances de estos desplazamientos, los aspectos fundamentales que establecieron estos itinerarios del Candire se circunscriben, por un lado, en un abastecimiento de metal (esto incluye armas y herramientas), ya sea por el intercambio pacífico o por la fuerza y, por el otro, la búsqueda de refugio en un viaje sin retorno.

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