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domingo, 10 de julio de 2022

Historia colonial - En la búsqueda de la identidad y de los orígenes nacionales

A lo largo del siglo XX, hubo grandes reflexiones y debates sobre la historia colonial (siglos XVI-XVII) en torno a temas relacionados con la historia política que vinculaba la creación de la Audiencia de Charcas con el surgimiento de la nación boliviana, la historia económica que se empeño en desentrañar básicamente el funcionamiento de la minería y el sistema de la mita, y con la etnohistoria que incursionó en el mundo indígena denunciando su desestructuración y visibilizando sus estrategias políticas, económicas, sociales y culturales dentro del sistema colonial. Asimismo, se produjo una reflexión sobre la naturaleza de la dominación colonial, el carácter del Estado colonial y la perpetuación de lo colonial en la estructura económico-social y en el imaginario nacional.

En uno de los libros ya considerados clásicos de la literatura boliviana, Guillermo Francovich explicó el proceso de lo que él denominó el “repudio por espectro español”, vinculándolo con la guerra por la Independencia: “Los sufrimientos causados por la lucha se sumaron al resentimiento que las injusticias y los abusos del régimen colonial habían acumulado en el corazón del pueblo e hicieron que, al iniciarse la República, el país sintiera repulsión por el régimen vencido y viera en él un fantasma pavoroso” (1980: 103). Junto al repudio al régimen colonial surgió el mito colonial que provocó la negación del pasado, así como el “desconocimiento, ceguera e ignorancia” del pasado colonial: “Este se convirtió para los bolivianos en algo extraño: mundo confuso, oscuro, temible, cuyos únicos destellos eran las tentativas de subversión indígenas o criollas, que aparecían como precursoras de la independencia. Se abrió, de ese modo, un abismo entre el pasado colonial y la República, impidiendo toda comunicación entre ellos” (Ibíd.).

Probablemente la célebre frase de Manuel José Cortés, autor del Ensayo sobre historia de Bolivia (1861), “la esclavitud no tiene historia”, fue la expresión de sentimientos más íntimos de los intelectuales bolivianos, cuando se refería a la invisibilización del período colonial al considerar que la historia de su país empezaba después de la guerra de la Independencia (Cortés, 1861). Aunque Cortés fue uno de los primeros en marcar la línea de ignorar la experiencia colonial, poco se sabe de su anterior libro Bosquejo de los progresos de Hispano-América (1858) donde muestra la época colonial como parte del progreso de los pueblos de América.

En el primer texto oficial de historia de Bolivia de Luis Mariano Guzmán (1870/1885), se adjudicaban tan solo algunas páginas al “régimen colonial” dentro de un texto dividido en dos partes: la primera que trataba sobre la Guerra de Independencia y la segunda sobre el período posterior a ésta. Esta tendencia fue seguida por algunos autores decimonónicos, pero José Rosendo Gutiérrez, bibliógrafo e historiador del siglo XIX, rompió con ella al interesarse por el pasado colonial y sus personajes. Su estudio titulado Alonso de Alvarado corregidor de La Paz o Pueblo Nuevo: estudios sobre el coloniaje en el Alto Perú, abrío nuevas páginas en la materia, así la publicación de Documentos para historia antigua de Bolivia, sacados de la biblioteca de J.R.Gutiérrez. Sitios de La Paz y el Cusco, 1780-1781 (1879). Rosendo Gutiérrez era un gran defensor de la “primogenitura” de La Paz en el pleito con Sucre respecto a la primogenitura del primer grito de Independencia de Bolivia, autor de una biografía de Murillo y promotor de figuras como la de Alonso Yañez. El sostenía que “la conquista importaba nueva vida, aunque imperfecta. El lazo colonial que nos unía a la metrópoli, era el vínculo por el que nos venía la civilización moderna” (Gutiérrez, 1879:1).

En las últimas décadas del siglo XIX, conforme a las tendencias historiográficas, se intensificaron las búsquedas y las publicaciónes de documentos relativos al pasado colonial. Luis Salinas Vega publicó el Catálogo general de archivos: o sea, Documentos relativos a Bolivia encontrados en el Archivo General de Indias y en el Real Academia de la Historia (1889). Esta labor será profundizada por el historiador y bibliógrafo Gabriel René Moreno, quien editó el Catalogo del Archivo de Mojos y Chuquitos (1888).

Gabriel René Moreno, envuelto en disputas políticas internacionales, volcó su mirada hacia este período de la historia boliviana y se dedicó a la organización y el estudio de la documentación colonial. En su conocida obra Últimos días coloniales en el Alto Perú (1896-1901), analizó con ironía los acontecimientos, el comportamiento de los importantes personajes y la sociedad chuquisaqueña antes de la Independencia, refiriéndose a la sociedad como el “edificio colonial” (Moreno, 1896: 144). El historiador chuquisaqueño Valentín Abecia completó la Biblioteca Boliviana de Moreno y de su colaborador Samuel Velasco Flor; posteriormente sus escritos llegaron a formar parte de la Historia de Chuquisaca (1939) en la que dedicó una parte importante a la historia colonial.

Por otro lado, a lo largo del siglo XIX, surgió una producción literaria que se ambientaba en la época colonial y se inspiró en su historia, sobre todo la potosina, basada en los relatos del célebre autor de principios del siglo XVIII, Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela (1968). Se trata de los escritos de Lucas Jaimes (Brocha Gorda), Juana Manuela Gorriti, Ricardo Palma, Modesto Omiste, Nataniel Aguirre y otros autores. Entre esta línea se destacan las Tradicciones potosinas en cinco volúmenes de Modesto Omiste (1891, 1893) o bien las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma (1893), escritor peruano, inspirados en la obra del autor colonial.

No obstante el interés y la popularidad de los temas coloniales en la literatura de la época y la popularización de las leyendas coloniales, los historiadores que se consideran “serios” dejaron de lado este periodo de la historia boliviana. El reconocido intelectual de principios de siglo XX, Alcides Arguedas, que se obsesionó por la historia moralizante y la búsqueda de los elementos esenciales de la identidad nacional en la historia decimonónica, obvió de nuevo este período en su Historia General de Bolivia en cinco tomos (1921- 1929), concentrándose en los acontecimientos del siglo XIX y XX.

El peligro de la Guerra del Chaco (1932- 1935), en la que Bolivia corrió el riesgo de desaparecer como nación independiente, produjo nuevos planteamientos políticos y culturales, fortaleciendo el sentimiento de identidad nacional. Los debates de los intelectuales se centraron en lo que debía ser el boliviano y el factor cultural boliviano –que impulsó un movimiento de reconocimiento a Bolivia– se fue convirtiendo en un sentimiento de identidad nacional. En este contexto social se produjo una reinterpretación radical de los problemas nacionales por parte de una nueva intelectualidad. Sus representantes empezaron a darse cuenta de la importancia de los estudios sobre este período de la historia aunque, para el historiador Enrique Finot, los tres siglos de la historia virreinal seguían siendo una noche oscura e ignota. En varios de sus trabajos como La cultura española en el Alto Perú (1935) destacó la importancia de la cultura altoperuana y sus figuras más importantes; estas ideas fueron reforzadas posteriormente en su Nueva historia de Bolivia (1946). El historiador cruceño calificó de “viciosa” la tendencia de algunos historiadores a elaborar la historia patria desde la Independencia y limitarla al período republicano, planteado la necesidad de explicar los fenómenos de la vida contemporánea a partir del análisis de sus orígenes.

Los conflictos con los países vecinos por límites territoriales llevaron a los historiadores bolivianos a los archivos nacionales y extranjeros para demostrar el enorme poder que ejerció la Audiencia de Charcas sobre la inmensa y dilatada jurisdicción territorial en América del Sur que iba de Arica a Montevideo, “de mar a mar”, como sostuvieron los estudiosos de la talla de José y Humberto Vázquez Machicado, autores de la extensa obra compilada en sus Obras completas (1988) que empezaron a buscar antecedentes de la nación en la época de la audiencia. Humberto Vázquez Machicado, en los Orígenes de la nacionalidad boliviana (1943), expresó la idea que durante la época del dominio español, se formó una identidad alrededor del eje económico Potosí-La Plata y se establecieron los valores propios que permitieron formar un Estado independiente. Para este autor, el origen histórico de Bolivia se basaba, además, en la integración del Oriente y el Occidente producida desde la época de la conquista y cimentada en el intercambio de la plata de Potosí y los productos agropecuarios del Oriente.

El contemporáneo de los Vazquez Machicado, Gustavo Adolfo Otero, autor de La vida social en el coloniaje (1942), consideró que “el coloniaje que es placenta donde se ha gestado la actual vida boliviana, constituye el alma de nuestra tradición inspiradora, el fermento activo de la bolivianidad que contiene todos los elementos y las dimensiones del nacionalismo en el Alto Perú, y que, sin solución de continuidad se prolonga hasta el presente” (Otero, 1942: 4). Para Otero, “el conocimiento de las formas sociales y psicológicas del coloniaje” servía para la “la creación de una filosofía nacionalista” (Ibíd.), aunque sus ideas sobre el nacionalismo no encajaban dentro del nuevo ideario cuyo autor intelectual fue, sin duda, Carlos Montenegro.

La publicación en 1943 de Nacionalismo y coloniaje de Carlos Montenegro, considerada como la obra clave de la ideología nacional revolucionaria, revocó a los antihéroes de la nación y buscó nuevas figuras en la historia nacional; se reforzó la imagen negativa del período colonial denominado como “coloniaje” junto con otros males como vasallaje y pongueaje. Con la llegada al poder del Movimiento Nacionalista Revolucionario, en 1952, se intentó construir una “versión única y auténtica de la historia boliviana” e incluso se creó una “Comisión de Historia del pueblo boliviano” que no llegó producir una obra monumental como se pretendía. Posteriormente, entre 1968 y 1970 se publicó la Historia de Bolivia en tres tomos, de José Fellmann Velarde, donde se reinterpretó la historia nacional vista como un itinerario de “luchas” que culmina con la “revolución de abril” y las reformas del Estado de 1952, enfatizando la crítica de la opresión colonial. De esta manera, la relación de la Revolución Nacional con la historia colonial era muy ambigua: por un lado, la denigró y la estigmatizó, por otro lado, acudió a ella en búsqueda de la idea de la nación.

En Sucre, el director del Archivo Nacional de Bolivia, Gunnar Mendoza Loza, desde 1944 inició la sistematización de los documentos conservados relativos a la colonia; se buscó la “cientificación” de la historia construyéndole finalmente un sitial. Por otro lado, José de Mesa y Teresa Gisbert, en colaboración con Humberto Vázquez Machicado, publicaron su Manual de Historia de Bolivia (1958) donde incorporaron el periodo colonial, dándole una mayor importancia, así como la historia del Oriente del país.

Después de la Revolución de 1952, muchos intelectuales retomaron la idea de los historiadores de los años 1940 para buscar los orígenes de la nación en este período histórico. Jorge Ovando Sanz, autor marxista de El problema nacional y colonial de Bolivia (1959), sostuvo que la consecuencia del coloniaje era la desintegración nacional basada en los desniveles culturales existentes entre distintos grupos sociales de la sociedad boliviana. Pero en años posteriores Ovando Sanz se refirió al “etnos” charqueño”, es decir, “una comunidad humana formada en torno de la economía minera y agraria del Cerro de Potosí” (1997: 228), que constituyó una base nacional.

Eduardo Arze Quiroga, en Los orígenes de la sociedad colonial (1967) afirmaba que, en cuanto se refiere al concepto formal Estado-nación, la “sociedad boliviana” sólo tuvo vigencia a partir de 1825, pero sus elementos constitutivos precedieron mucho a la República. Según Arze Quiroga, “el nacimiento de la industria minera en Porco y Potosí, el “reparto” de la población nativa entre los conquistadores, la organización político-eclesiástica inicial de Charcas son los tres aspectos simultáneos de los orígenes de la Nación y del estado boliviano... Las ciudades capitales del siglo XVI y sus respectivos “términos” con su población, usos y costumbres, dan la idea de todos los factores sociales que concurren a la formación de la futura nacionalidad boliviana” (Arze Quiroga, 1967: 35). En la misma época Alberto Crespo, autor de varios libros sobre la mita de Potosí, la guerra entre vicuñas y vascongados, la historia de la ciudad de La Paz en el siglo XVII o la fundación de Oruro, sostuvo la idea “que nuestra historia requiere premiosamente extender su conocimiento hacía largas épocas totalmente ignoradas y que a veces comprenden centurias íntegras, como es el caso de la llamada colonia” (Crespo, 1975/2010: 17).

En Charcas. Orígenes de una sociedad colonial (1973), y en un artículo posterior, “La identidad de Charcas, Es muy sencillo: llámenle Charcas. Sobre el problema de los antecedentes coloniales de Bolivia y de su histórica denominación” (1989), Josep Barnadas analizó los documentos coloniales en cuanto al uso del denominativo “Charcas”. Barnadas admitió que durante el periodo colonial, la gente percibía “una cierta “peculiaridad” charqueña”, y reflexionó sobre la necesidad de “captar la objetividad y la subjetividad de una identidad charqueña relativamente propia; por un lado, la evolución de la configuración territorial administrativa, por otro, las manifestaciones sociales de consciencias más o menos explícitas de aquella personalidad histórica” (Barnadas, 1992: 164). Para él, la crónica tensión entre Charcas y Lima —sede del virreinato del Perú— no sólo era una de las numerosas pruebas de “identidad diferenciada” o alteridad charqueña, sino la parte fundamental de “la formación de identidad de Charcas, cuyo padre a superar o matar no era en lo inmediato, la metrópoli europea sino las sub-metrópoli limeña primero y bonaerense después” (Ibíd: 169, 174).

Barnadas, conocedor y gran defensor del patrimonio literario charqueño, emprendió hace décadas una lucha por enfatizar la importancia del legado de la cultura impresa colonial como la expresión charqueña. Destacó el hecho que Charcas, al no tener una imprenta, fue marginada por la tradición bibliográfica hispanoamericana puesto que, como dijo recientemente este autor: “las historias literarias nacen al servicio de las identidades nacionales republicanas” para “apropiarse de la mayor cantidad de autores”, al señalar que los autores coloniales son “tironeados entre diversos países” (Barnadas, 2007: 34-35). Pero, añade que la responsabilidad de esta marginación y olvido no es tan sólo el producto de la realidad postcolonial, sino que pesa también sobre los propios bolivianos que siguen manteniendo “espesas relaciones con el pasado colonial”, lo que impide el rescate de su herencia colonial. Su obra, Bolivia Antiqua. Impresos coloniales (1534-1825) (2008), que reúne referencias sobre cerca de 3.000 impresos de temática charqueña, es un intento por sacar la producción literaria de Charcas del olvido y de la invisibilidad, lo que significa para él “un arraigado olvido de lo charqueño como entidad histórica, literaria y cultural” y la demostración de la “personalidad literaria charqueña”.

Tanto Guillermo Ovando Sanz, denominado por Barnadas como el “abanderado de Char- cas”, como el mismo Barnadas, encabezaron una cruzada para establecer el uso del nombre del territorio de Bolivia en la época colonial. El nombre de Charcas se puso frente al de Alto Perú como expresión de lo “virreinal”. Esta campaña fue retomada por José Luis Roca quién buscó un “continuum histórico de Bolivia”. Roca recalcó que “el germen de un sentimiento nacional surge al crearse la audiencia, a mediados del siglo XVI ”; con el tiempo se convirtió en el deseo de librarse de las fuerzas del poder “vicario del peninsular” expresado en la fórmula Ni con Lima ni con Buenos Aires. Según Roca (2007), el diseño de la Bolivia republicana tiene su origen en la época colonial. Roca relacionó el surgimiento de la identidad de la nación boliviana con la historia de Potosí donde se creó un poderoso impulso centrípeto y donde se desarrolló el comercio, las migraciones y nació el capitalismo. Roca usa la metáfora de Potosí como el corazón y los pulmones de Charcas que constituyó el núcleo de una república, de la “comunidad imaginada” de los futuros bolivianos.

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