A lo largo del siglo XX, hubo grandes reflexiones y
debates sobre la historia colonial (siglos XVI-XVII)
en torno a temas relacionados con la historia
política que vinculaba la creación de la Audiencia de Charcas con el surgimiento de la nación
boliviana, la historia económica que se empeño
en desentrañar básicamente el funcionamiento
de la minería y el sistema de la mita, y con la etnohistoria que incursionó en el mundo indígena
denunciando su desestructuración y visibilizando
sus estrategias políticas, económicas, sociales y
culturales dentro del sistema colonial. Asimismo,
se produjo una reflexión sobre la naturaleza de
la dominación colonial, el carácter del Estado
colonial y la perpetuación de lo colonial en la
estructura económico-social y en el imaginario
nacional.
En uno de los libros ya considerados clásicos
de la literatura boliviana, Guillermo Francovich
explicó el proceso de lo que él denominó el “repudio por espectro español”, vinculándolo con la
guerra por la Independencia: “Los sufrimientos
causados por la lucha se sumaron al resentimiento
que las injusticias y los abusos del régimen colonial habían acumulado en el corazón del pueblo
e hicieron que, al iniciarse la República, el país
sintiera repulsión por el régimen vencido y viera
en él un fantasma pavoroso” (1980: 103). Junto al
repudio al régimen colonial surgió el mito colonial que provocó la negación del pasado, así como
el “desconocimiento, ceguera e ignorancia” del
pasado colonial: “Este se convirtió para los bolivianos en algo extraño: mundo confuso, oscuro,
temible, cuyos únicos destellos eran las tentativas
de subversión indígenas o criollas, que aparecían
como precursoras de la independencia. Se abrió,
de ese modo, un abismo entre el pasado colonial
y la República, impidiendo toda comunicación
entre ellos” (Ibíd.).
Probablemente la célebre frase de Manuel
José Cortés, autor del Ensayo sobre historia de
Bolivia (1861), “la esclavitud no tiene historia”,
fue la expresión de sentimientos más íntimos de
los intelectuales bolivianos, cuando se refería a la
invisibilización del período colonial al considerar
que la historia de su país empezaba después de la
guerra de la Independencia (Cortés, 1861). Aunque Cortés fue uno de los primeros en marcar la
línea de ignorar la experiencia colonial, poco se
sabe de su anterior libro Bosquejo de los progresos de
Hispano-América (1858) donde muestra la época
colonial como parte del progreso de los pueblos
de América.
En el primer texto oficial de historia de Bolivia de Luis Mariano Guzmán (1870/1885), se
adjudicaban tan solo algunas páginas al “régimen
colonial” dentro de un texto dividido en dos
partes: la primera que trataba sobre la Guerra
de Independencia y la segunda sobre el período
posterior a ésta. Esta tendencia fue seguida por
algunos autores decimonónicos, pero José Rosendo Gutiérrez, bibliógrafo e historiador del siglo
XIX, rompió con ella al interesarse por el pasado
colonial y sus personajes. Su estudio titulado
Alonso de Alvarado corregidor de La Paz o Pueblo
Nuevo: estudios sobre el coloniaje en el Alto Perú, abrío
nuevas páginas en la materia, así la publicación de
Documentos para historia antigua de Bolivia, sacados
de la biblioteca de J.R.Gutiérrez. Sitios de La Paz y el
Cusco, 1780-1781 (1879). Rosendo Gutiérrez era un gran defensor de la “primogenitura” de La Paz
en el pleito con Sucre respecto a la primogenitura
del primer grito de Independencia de Bolivia,
autor de una biografía de Murillo y promotor
de figuras como la de Alonso Yañez. El sostenía
que “la conquista importaba nueva vida, aunque
imperfecta. El lazo colonial que nos unía a la
metrópoli, era el vínculo por el que nos venía la
civilización moderna” (Gutiérrez, 1879:1).
En las últimas décadas del siglo XIX, conforme a las tendencias historiográficas, se intensificaron las búsquedas y las publicaciónes de
documentos relativos al pasado colonial. Luis
Salinas Vega publicó el Catálogo general de archivos:
o sea, Documentos relativos a Bolivia encontrados en
el Archivo General de Indias y en el Real Academia
de la Historia (1889). Esta labor será profundizada
por el historiador y bibliógrafo Gabriel René
Moreno, quien editó el Catalogo del Archivo de
Mojos y Chuquitos (1888).
Gabriel René Moreno, envuelto en disputas
políticas internacionales, volcó su mirada hacia
este período de la historia boliviana y se dedicó
a la organización y el estudio de la documentación colonial. En su conocida obra Últimos días
coloniales en el Alto Perú (1896-1901), analizó con
ironía los acontecimientos, el comportamiento
de los importantes personajes y la sociedad
chuquisaqueña antes de la Independencia,
refiriéndose a la sociedad como el “edificio
colonial” (Moreno, 1896: 144). El historiador
chuquisaqueño Valentín Abecia completó la
Biblioteca Boliviana de Moreno y de su colaborador Samuel Velasco Flor; posteriormente sus
escritos llegaron a formar parte de la Historia
de Chuquisaca (1939) en la que dedicó una parte
importante a la historia colonial.
Por otro lado, a lo largo del siglo XIX, surgió una producción literaria que se ambientaba
en la época colonial y se inspiró en su historia,
sobre todo la potosina, basada en los relatos del
célebre autor de principios del siglo XVIII, Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela (1968). Se trata
de los escritos de Lucas Jaimes (Brocha Gorda),
Juana Manuela Gorriti, Ricardo Palma, Modesto
Omiste, Nataniel Aguirre y otros autores. Entre
esta línea se destacan las Tradicciones potosinas
en cinco volúmenes de Modesto Omiste (1891,
1893) o bien las Tradiciones peruanas de Ricardo
Palma (1893), escritor peruano, inspirados en la
obra del autor colonial.
No obstante el interés y la popularidad de
los temas coloniales en la literatura de la época y
la popularización de las leyendas coloniales, los
historiadores que se consideran “serios” dejaron
de lado este periodo de la historia boliviana. El
reconocido intelectual de principios de siglo XX,
Alcides Arguedas, que se obsesionó por la historia moralizante y la búsqueda de los elementos
esenciales de la identidad nacional en la historia
decimonónica, obvió de nuevo este período en su
Historia General de Bolivia en cinco tomos (1921-
1929), concentrándose en los acontecimientos del
siglo XIX y XX.
El peligro de la Guerra del Chaco (1932-
1935), en la que Bolivia corrió el riesgo de desaparecer como nación independiente, produjo
nuevos planteamientos políticos y culturales, fortaleciendo el sentimiento de identidad nacional.
Los debates de los intelectuales se centraron en
lo que debía ser el boliviano y el factor cultural
boliviano –que impulsó un movimiento de reconocimiento a Bolivia– se fue convirtiendo en
un sentimiento de identidad nacional. En este
contexto social se produjo una reinterpretación
radical de los problemas nacionales por parte de
una nueva intelectualidad. Sus representantes
empezaron a darse cuenta de la importancia de
los estudios sobre este período de la historia aunque, para el historiador Enrique Finot, los tres
siglos de la historia virreinal seguían siendo una
noche oscura e ignota. En varios de sus trabajos
como La cultura española en el Alto Perú (1935)
destacó la importancia de la cultura altoperuana
y sus figuras más importantes; estas ideas fueron
reforzadas posteriormente en su Nueva historia de
Bolivia (1946). El historiador cruceño calificó de
“viciosa” la tendencia de algunos historiadores a
elaborar la historia patria desde la Independencia
y limitarla al período republicano, planteado la
necesidad de explicar los fenómenos de la vida
contemporánea a partir del análisis de sus orígenes.
Los conflictos con los países vecinos por límites territoriales llevaron a los historiadores bolivianos a los archivos nacionales y extranjeros para demostrar el enorme poder que ejerció la Audiencia
de Charcas sobre la inmensa y dilatada jurisdicción
territorial en América del Sur que iba de Arica a
Montevideo, “de mar a mar”, como sostuvieron los
estudiosos de la talla de José y Humberto Vázquez
Machicado, autores de la extensa obra compilada en sus Obras completas (1988) que empezaron a
buscar antecedentes de la nación en la época de
la audiencia. Humberto Vázquez Machicado, en
los Orígenes de la nacionalidad boliviana (1943),
expresó la idea que durante la época del dominio
español, se formó una identidad alrededor del eje
económico Potosí-La Plata y se establecieron los
valores propios que permitieron formar un Estado
independiente. Para este autor, el origen histórico
de Bolivia se basaba, además, en la integración del
Oriente y el Occidente producida desde la época
de la conquista y cimentada en el intercambio de
la plata de Potosí y los productos agropecuarios
del Oriente.
El contemporáneo de los Vazquez Machicado, Gustavo Adolfo Otero, autor de La vida social
en el coloniaje (1942), consideró que “el coloniaje
que es placenta donde se ha gestado la actual
vida boliviana, constituye el alma de nuestra
tradición inspiradora, el fermento activo de la
bolivianidad que contiene todos los elementos y
las dimensiones del nacionalismo en el Alto Perú,
y que, sin solución de continuidad se prolonga
hasta el presente” (Otero, 1942: 4). Para Otero,
“el conocimiento de las formas sociales y psicológicas del coloniaje” servía para la “la creación
de una filosofía nacionalista” (Ibíd.), aunque sus
ideas sobre el nacionalismo no encajaban dentro
del nuevo ideario cuyo autor intelectual fue, sin
duda, Carlos Montenegro.
La publicación en 1943 de Nacionalismo y
coloniaje de Carlos Montenegro, considerada
como la obra clave de la ideología nacional revolucionaria, revocó a los antihéroes de la nación
y buscó nuevas figuras en la historia nacional;
se reforzó la imagen negativa del período colonial denominado como “coloniaje” junto con
otros males como vasallaje y pongueaje. Con la
llegada al poder del Movimiento Nacionalista
Revolucionario, en 1952, se intentó construir una
“versión única y auténtica de la historia boliviana”
e incluso se creó una “Comisión de Historia del
pueblo boliviano” que no llegó producir una obra
monumental como se pretendía. Posteriormente,
entre 1968 y 1970 se publicó la Historia de Bolivia
en tres tomos, de José Fellmann Velarde, donde
se reinterpretó la historia nacional vista como un
itinerario de “luchas” que culmina con la “revolución de abril” y las reformas del Estado de 1952,
enfatizando la crítica de la opresión colonial. De
esta manera, la relación de la Revolución Nacional con la historia colonial era muy ambigua: por
un lado, la denigró y la estigmatizó, por otro lado,
acudió a ella en búsqueda de la idea de la nación.
En Sucre, el director del Archivo Nacional de
Bolivia, Gunnar Mendoza Loza, desde 1944 inició
la sistematización de los documentos conservados
relativos a la colonia; se buscó la “cientificación”
de la historia construyéndole finalmente un sitial.
Por otro lado, José de Mesa y Teresa Gisbert, en
colaboración con Humberto Vázquez Machicado,
publicaron su Manual de Historia de Bolivia (1958)
donde incorporaron el periodo colonial, dándole
una mayor importancia, así como la historia del
Oriente del país.
Después de la Revolución de 1952, muchos
intelectuales retomaron la idea de los historiadores de los años 1940 para buscar los orígenes de la
nación en este período histórico. Jorge Ovando
Sanz, autor marxista de El problema nacional y colonial de Bolivia (1959), sostuvo que la consecuencia
del coloniaje era la desintegración nacional basada en los desniveles culturales existentes entre
distintos grupos sociales de la sociedad boliviana.
Pero en años posteriores Ovando Sanz se refirió
al “etnos” charqueño”, es decir, “una comunidad
humana formada en torno de la economía minera
y agraria del Cerro de Potosí” (1997: 228), que
constituyó una base nacional.
Eduardo Arze Quiroga, en Los orígenes de la
sociedad colonial (1967) afirmaba que, en cuanto
se refiere al concepto formal Estado-nación, la
“sociedad boliviana” sólo tuvo vigencia a partir de 1825, pero sus elementos constitutivos
precedieron mucho a la República. Según Arze
Quiroga, “el nacimiento de la industria minera
en Porco y Potosí, el “reparto” de la población
nativa entre los conquistadores, la organización
político-eclesiástica inicial de Charcas son los tres
aspectos simultáneos de los orígenes de la Nación
y del estado boliviano... Las ciudades capitales
del siglo XVI y sus respectivos “términos” con
su población, usos y costumbres, dan la idea de
todos los factores sociales que concurren a la formación de la futura nacionalidad boliviana” (Arze
Quiroga, 1967: 35). En la misma época Alberto
Crespo, autor de varios libros sobre la mita de
Potosí, la guerra entre vicuñas y vascongados, la
historia de la ciudad de La Paz en el siglo XVII o
la fundación de Oruro, sostuvo la idea “que nuestra historia requiere premiosamente extender
su conocimiento hacía largas épocas totalmente ignoradas y que a veces comprenden centurias
íntegras, como es el caso de la llamada colonia”
(Crespo, 1975/2010: 17).
En Charcas. Orígenes de una sociedad colonial
(1973), y en un artículo posterior, “La identidad
de Charcas, Es muy sencillo: llámenle Charcas.
Sobre el problema de los antecedentes coloniales
de Bolivia y de su histórica denominación” (1989),
Josep Barnadas analizó los documentos coloniales
en cuanto al uso del denominativo “Charcas”.
Barnadas admitió que durante el periodo colonial,
la gente percibía “una cierta “peculiaridad” charqueña”, y reflexionó sobre la necesidad de “captar
la objetividad y la subjetividad de una identidad
charqueña relativamente propia; por un lado, la
evolución de la configuración territorial administrativa, por otro, las manifestaciones sociales
de consciencias más o menos explícitas de aquella
personalidad histórica” (Barnadas, 1992: 164). Para
él, la crónica tensión entre Charcas y Lima —sede
del virreinato del Perú— no sólo era una de las
numerosas pruebas de “identidad diferenciada”
o alteridad charqueña, sino la parte fundamental
de “la formación de identidad de Charcas, cuyo
padre a superar o matar no era en lo inmediato, la
metrópoli europea sino las sub-metrópoli limeña
primero y bonaerense después” (Ibíd: 169, 174).
Barnadas, conocedor y gran defensor del
patrimonio literario charqueño, emprendió hace
décadas una lucha por enfatizar la importancia
del legado de la cultura impresa colonial como
la expresión charqueña. Destacó el hecho que
Charcas, al no tener una imprenta, fue marginada
por la tradición bibliográfica hispanoamericana
puesto que, como dijo recientemente este autor:
“las historias literarias nacen al servicio de las
identidades nacionales republicanas” para “apropiarse de la mayor cantidad de autores”, al señalar
que los autores coloniales son “tironeados entre
diversos países” (Barnadas, 2007: 34-35). Pero,
añade que la responsabilidad de esta marginación
y olvido no es tan sólo el producto de la realidad
postcolonial, sino que pesa también sobre los propios bolivianos que siguen manteniendo “espesas
relaciones con el pasado colonial”, lo que impide
el rescate de su herencia colonial. Su obra, Bolivia
Antiqua. Impresos coloniales (1534-1825) (2008),
que reúne referencias sobre cerca de 3.000 impresos de temática charqueña, es un intento por
sacar la producción literaria de Charcas del olvido
y de la invisibilidad, lo que significa para él “un
arraigado olvido de lo charqueño como entidad
histórica, literaria y cultural” y la demostración
de la “personalidad literaria charqueña”.
Tanto Guillermo Ovando Sanz, denominado por Barnadas como el “abanderado de Char-
cas”, como el mismo Barnadas, encabezaron
una cruzada para establecer el uso del nombre
del territorio de Bolivia en la época colonial.
El nombre de Charcas se puso frente al de Alto
Perú como expresión de lo “virreinal”. Esta
campaña fue retomada por José Luis Roca quién
buscó un “continuum histórico de Bolivia”. Roca
recalcó que “el germen de un sentimiento nacional surge al crearse la audiencia, a mediados del
siglo XVI ”; con el tiempo se convirtió en el deseo
de librarse de las fuerzas del poder “vicario del
peninsular” expresado en la fórmula Ni con Lima
ni con Buenos Aires. Según Roca (2007), el diseño
de la Bolivia republicana tiene su origen en la
época colonial. Roca relacionó el surgimiento de
la identidad de la nación boliviana con la historia
de Potosí donde se creó un poderoso impulso
centrípeto y donde se desarrolló el comercio,
las migraciones y nació el capitalismo. Roca
usa la metáfora de Potosí como el corazón y los
pulmones de Charcas que constituyó el núcleo
de una república, de la “comunidad imaginada”
de los futuros bolivianos.
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