La fuerza con que se instalaron en el imaginario
colectivo algunos de los temas relacionados con
el primer momento del encuentro y enfrentamiento
entre el Viejo y Nuevo Mundo tienen
repercusiones hasta el presente. Para Europa,
América no significó solamente el descubrimiento
de nuevas tierras, sino también de una nueva
humanidad. El protagonismo del Nuevo Mundo
abre horizontes antes desconocidos y promueve la
conciencia de la posibilidad de un nuevo tiempo;
América, entonces, acaba siendo el lugar físico
donde realizar la utopía que parecía necesaria
para los europeos de entonces (Cantú, 2002).
Por su parte, los pueblos americanos entraron
de golpe en contacto con un mundo distinto.
Tipos humanos, idiomas, animales, bienes culturales,
enfermedades y armas mortales llegaron
con unos seres extraños. Sin embargo, llegar a la
simple, pero fundamental constatación de que
eran finalmente seres humanos comían, sentían
y morían como ellos mismos tomó un tiempo.
Algunas noticias ya habían llegado a los Andes e
incluso algunos virus desconocidos se adelantaron
a los hombres como una terrible premonición de
lo que luego vendría.
Ya Levi Strauss en los años 50 expresó
que probablemente la mayor debilidad de la
sociedad americana fue la ausencia de contacto
con otras culturas, a diferencia de Europa que
había tenido relaciones con Asia y África por
mucho tiempo. Aun así, este “descubrimiento”
por parte de los europeos de un mundo ni siquiera
imaginado significó que, por primera
vez, se tuvo una idea completa del mundo en
que habitaban, la conciencia de ser parte de un
todo, que antes de la incorporación de América
al escenario mundial era únicamente un mito
(Todorov, 1982/2007).
Colón llegó con la mentalidad de su época;
se discute todavía si era un hombre medieval o
moderno cuya audacia, atención y conocimiento
a los signos de la naturaleza, que le ganaron
el respeto de su tripulación, iban de la mano de
una mentalidad medieval que veía en todo la intervención
divina y aunque sus diarios reiteran
hasta el cansancio la búsqueda de oro, su meta
final era más bien parecida a una cruzada que
buscaba la expansión del cristianismo.
Descubriendo al otro, ambos – “americanos”
y europeos - se descubrieron a sí mismos
en una dimensión distinta. Una de las maneras
de asimilar este incomparable suceso para unos
y otros fue mediante la religión: en un caso,
para europeos, eran los designios divinos los
que pusieron en sus manos la posibilidad de
llevar el evangelio y en el otro, para americanos,
eran los retornos de antiguas deidades o
castigos de las divinidades (Wachtel, 1976).
La Corona española vio la gran oportunidad
de ejercer dominio político sobre las
nuevas tierras, esta posibilidad provocó que
tanto la Corona como la Iglesia ingresaran en intensos debates sobre el rol que les tocaba
cumplir. Debido a la necesidad de contar con un
instrumento para la “conquista de las Indias”,
el debate tuvo impacto en el ordenamiento
jurídico internacional, pues en el centro del
debate estaban temas como la legitimidad de la
conquista y el mito del buen salvaje. Los argumentos
fundamentales eran el oro y la evangelización;
el primero justificaba el poderío político
en tanto que la conversión de los indios daba
coherencia ideológica a la empresa pues sin el
apoyo que dio el Papa Alejandro VI a los Reyes
Católicos, la conquista no hubiese sido viable.
A pesar de ello surgieron voces, especialmente
entre los sacerdotes, que negaban el derecho
que se arrogaba la Corona a someter a servidumbre
a los nativos que vivían en paz antes
de la invasión. Incluso alguno, como Luis Vives,
se preguntaba si a los pueblos de las Indias “la
Naturaleza los hizo más semejantes a Dios que
a nosotros”. Las distintas posturas llevaron a la
promulgación de las leyes de Burgos en 1512
-1513 y más tarde las Leyes Nuevas en 1542.
Las leyes de Burgos buscaban resolver
la propiedad de los títulos de dominio sobre
América. Este conjunto de leyes concluyó que
el Rey de España tenía dominio pleno sobre el
Nuevo Mundo, pero sin derecho a explotar al
indio, ya que éste era un hombre libre que podría
tener propiedades, pero que como súbdito
debía trabajar en favor de la Corona a través de
los conquistadores españoles asentados allí. La
Junta de 1512 se caracterizó por presentar dos
planteamientos jurídico-teológicos enfrentados:
la supremacía de lo espiritual podía llegar al punto
de invalidar el derecho natural por lo que los
paganos podían ser sometidos a la fuerza, pero
el otro planteamiento insistía que no se podía
quitar al hombre sus atributos naturales. Dicha
controversia se resolvió con un compromiso recogido
en las Leyes de Burgos, que mantenía el
trabajo forzoso de los indios, si bien limitándolo
y humanizándolo parcialmente. La aplicación de
estas leyes fracasó como se demostró posteriormente
con la aniquilación de numerosos pueblos
indígenas del Nuevo Mundo como ocurrió en las
Antillas Españolas.
Llegados a México y luego al Perú, los
europeos a la cabeza de Cortés en el primer
caso y de Pizarro en el segundo, invadieron y se
impusieron sobre las sociedades locales. ¿Por
qué cayó tan fácilmente el Imperio Incaico
ante un grupo de europeos que numéricamente
eran ínfimos en relación a la población local?
¿Y por qué ocurrió lo mismo con los aztecas?
Esta pregunta se la ha hecho reiteradamente
generación tras generación mereciendo distintas
respuestas y puntos de vista. Se aludió
a la diferencia tecnológica especialmente de
las armas y al uso de perros y caballos que
aterrorizaban a la población local, a la división
interna de los incas en facciones irreconciliables,
a la alianza de poblaciones contrarias
a los incas, a las epidemias que llegaron aún
antes que los europeos y también a la distinta
concepción de lo que era una guerra entre
europeos y americanos, en fin a las abismales
diferencias de formas culturales. Pero además,
a la derrota por las armas le siguió una catástrofe
demográfica que continuó por más de un
siglo calculada en una merma entre el 33% y
50% de la población (Cook, 1981), hecho que
ha merecido que lo ocurrido en esta etapa sea
llamado un genocidio. Anidó, entonces, en el
imaginario americano la constatación de una
derrota y de ahí en adelante el supuesto de
que las sociedades del Nuevo Mundo serían
inferiores a las europeas y estas ideas pesaron
en nuestro futuro.
Estos reiterados cuestionamientos al pasado,
han sido la base para plantear dos puntos de
vista opuestos: “invasión” o “conquista” (Murra,
1987), como si conquista fuese el término
para explicar los acontecimientos desde la perspectiva
europea e invasión desde la indígena.
Mirar el momento desde las sociedades locales,
es un punto de vista no sólo legítimo sino indispensable,
pero a nuestro entender incompleto.
No solo que los dos lados del proceso están
irremediablemente articulados y forman una
maraña que es necesario desmadejarla, sino
que se entiende que invasión es la primera fase,
violenta, de dominio, mientras que la conquista
se fue dando a continuación con la paulatina
instalación del nuevo poder. Invasión, entonces,
es la primera fase del periodo de conquista,
aunque en distintos escenarios.
El debate sobre estos términos se agudizó al
acercarse el año 1992 cuando se conmemoraba
el quinto centenario del “descubrimiento” “invasión”,
“choque” o “encuentro de dos mundos” según
los puntos de vista. En esta conmemoración se buscó enfatizar en la violencia y radicalidad del
momento histórico. Sin embargo, al subrayar la
invasión como si todo el proceso hubiese sido de
enfrentamiento violento, se subraya también la
derrota bélica y nos olvidamos de la gran capacidad
de la población local por revertir el proceso
así como la creatividad para incorporar los aportes
que llegaron con los recién llegados, asimismo
dejamos de ver las rivalidades internas del lado
español y sus intereses.
Siendo este periodo sumamente complejo,
tomaremos como ejes los proyectos de sociedad
que comenzaron a construirse a mediados
del siglo XVI: analizaremos los proyectos de
la Corona, de la Iglesia, de los particulares y
de los indígenas (incas y elites locales). Esta
aproximación nos alejará de estar atrapados
en la dicotomía conquista/invasión, pues las
implicaciones de estos proyectos son mucho
más complejas.
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