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jueves, 21 de julio de 2022

El Estado promotor de la conquista

Existe consenso en sostener que el Estado, es decir la Corona española, como persona jurídica, promovió la conquista y proyectó su dominio hacia las nuevas tierras sabiendo aprovechar tanto a la Iglesia como a los particulares (Konetzke, 1986). La monarquía española del siglo XVI se distingue por la urgencia que tenía de unificar los reinos de la Península ibérica debiendo negociar con ellos la permanencia de sus fueros. Por esta relación de interdependencia con los reinos ha sido calificada como monarquía pluriestatal o como monarquía compuesta como veremos con mayor detalle en adelante (Bridikhina, 2007). Para sostener su legitimidad ante las regiones, la autoridad de la monarquía funcionaba como supremo guardián del derecho tradicional, respetando bajo juramento la constitución jurídica entre las Cortes (Pietchmann, 1989). Al mismo tiempo, cumplía el rol de unificar a los miembros de la colectividad trabajando eficazmente en la construcción de un horizonte ideológico común y excluyente de los otros, que fue lo que motivó a los monarcas a poner fin a los siglos de convivencia relativamente pacífica entre el cristianismo, el Islam y el judaísmo. Los Reyes Católicos mantenían la idea de que sólo una religión unitaria sería capaz de afianzar la unidad política interior. En consecuencia la reinstauración de la Inquisición directamente bajo el control de la Corona, por encima de las regiones y ligada a la política de los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, sirvió para lograr la unificación interior de “España” mediante la homogeneidad religiosa. En el transcurso del siglo XVI los Reyes Católicos, ampliaron el nivel institucional fortaleciendo el poder real frente a la nobleza, la Iglesia y las ciudades. Gracias a que a partir de ello Fernando e Isabel apuntaban a la creación de una ciudadanía homogénea, su política religiosa ha sido calificada como moderna. Es este el Estado que proyectará su dominio sobre las tierras conquistadas.

Detrás de estas acciones se encontraba un proyecto de dominio de largo plazo buscando implantar valores, instituciones y modo de vida a las nuevas tierras y por supuesto una religión que pretendía abarcar a los seres humanos en su conjunto. Todo ello bajo el ejercicio de un poder que se construyó sobre el dominio ideológico y simbólico ante la ausencia física del Rey (Bridikhina, 2007). Aquí y entonces se inicia la occidentalización que acompañará a la empresa colonial por tres siglos. Este proceso de occidentalización tuvo que reajustar de manera continua sus objetivos debido a las urgencias del momento, quedando claro que era necesario pactar con las otras fuerzas sociales en tensión. No fue un proceso fácil, al contrario, reveló no sólo la ausencia de medios para alcanzar los paraísos imaginados sino que también hubo metas contradictorias (Gruzinski, 1995).

El proyecto de la Corona española procedió a poblar las nuevas tierras al poco tiempo de la invasión y no se conformó solo con la fundación de bases comerciales sino que realizó una serie de fundaciones de ciudades de españoles que dieron la base para el futuro dominio del territorio. Las primeras fundaciones fueron: en marzo de 1534 la fundación española del Cusco, en abril de Jauja como “cabecera principal”, el 18 de enero del año siguiente, la Ciudad de los Reyes (Lima) y el 5 de marzo Trujillo. En Charcas se fundó primero Paria, (1535) y luego Chuquisaca (1538 o 1540). Las ciudades fueron el eje articulador a la política de poblamiento establecida por el Estado (Barnadas, 1973).

Se creó, entonces, un imaginario oficial de la conquista de América que se puede apreciar nítidamente en las más de dos docenas de comedias barrocas (s. XVII) sobre el descubrimiento y colonización del Nuevo Mundo. Allí se representa una empresa heroica nacional cuya justificación principal es la propagación de la fe católica y la expansión del Imperio español. Según este imaginario, las tierras americanas habían sido la morada exclusiva del demonio quien mantenía a los indígenas sumidos en la impiedad. Esta visión del encuentro entre dos culturas no sólo ignora la realidad histórica de la violenta conquista militar de América, sino que también deja de considerar la evidente contradicción entre la sed de oro de los colonizadores por una parte, y el supuesto carácter religioso de la conquista por otra (Castells, 2000).

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