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viernes, 8 de julio de 2022

El Chaco - Los “bárbaros” chiriguanos de la periferia noroccidental

Son “advenedizos” señalaba el oidor Juan de Matienzo de los chiriguanos, enfatizando de este modo su condición de forasteros usurpadores que irrumpieron en los llanos sometiendo a los “naturales”. Ciertamente Matienzo no dramatizaba al considerar a los chiriguanos una amenaza a los intereses de expansión coloniales al Río de La Plata, puesto que a partir del segundo tercio del siglo XVI su poder en la cordillera había conseguido afianzarse y fortalecerse, favorecido en buena medida por las entradas de conquista de las que tomaron parte en calidad de aliados los españoles (Combés, 2012).

Por lo menos hasta el siglo XVII, la imagen perversa proyectada sobre los chiriguanos parece haber tenido un sentido más bien genérico heredado de los incas para los “salvajes bárbaros” de las Tierras Bajas del Antisuyo (en un primer momento el término incluía indistintamente a “chiriguanos”, “chunchos”, etc.). Sobre este punto es preciso insistir que no todos los “chiriguanaes” de las crónicas andinas corresponden necesariamente a los “chiriguanaes” llegados al Chaco, puesto que las fuentes paraguayas señalan unánimemente que el término “Chiriguanaes” viene del Perú, pues en el Paraguay eran conocidos como guaraníes (Rasquin, citado en Combés). El término chiriguano en el Chaco, por lo tanto, no es más que un sinónimo de “guaraní hablante”, lo que explicaría que grupos como los chiriguanos itatines, ubicados más al Norte, a menudo fueran incluidos en esta categoría (Langer, 2010; Olivetto, 2010; Combés, 2012).

En relación a su condición de “advenedizos”, es muy posible que los antepasados de los chiriguanos, o al menos de algunos de ellos, hayan sido los guaraní cario del litoral atlántico, que fueron “tupinizados” por sus vecinos del litoral atlántico; esta hipótesis parecería alinearse con la evidencia de cerámica corrugada brasileña asociada a estos movimientos poblacionales y su aparición en las vertientes andinas (Pärssinem y Siiriäinen, 2003). Son necesarios, desde luego, más estudios interdisciplinarios que apoyen esta hipótesis.

Los cronistas señalan que estos “Chiriguanaes oriundos de la cordillera” se adentraron en el Chaco y el pie de monte andino provenientes del este y haciéndoles guerra en su travesía a los indios de los llanos, a quienes llegaron a esclavizar e incluso a guaranizar (Crónica Anónima, 1944 [c. 1600], citada en Combés). Apoyado en Rui Díaz de Guzmán, el padre Lozano señala que los “chiriguanás” fueron indios de la nación guaraní que acompañaron a Alejo García en su travesía de Brasil al Perú, a cuyos confines llegaron antes de la conquista para establecerse entre Tarija, Paspaya, Pilaya, Tomina, Mizque y Santa Cruz de la Sierra, donde se multiplicaron sujetando a las naciones circunvecinas. Estas informaciones parecerían sugerir un progresivo y lento proceso de mestizaje que acompaña al avance tupi-guaraní sobre el Chaco, el cual continuó e, incluso, se intensificó a partir de la expedición de García; de hecho, para el siglo XVI chiriguanos y chané ya eran considerados una sola etnia.

Al llegar al piedemonte, los recién llegados habrían empezado a dominar a los indígenas de la zona, chanés de lengua arawak en su mayoría, convirtiéndolos en esclavos, tributarios o víctimas del rito caníbal. Esta era, en todo caso, la situación general que se conocía en la segunda mitad del siglo XVI. Muchos cronistas indican además que los chiriguanaes enrolaron a estos «naturales» en sus propias tropas (Combés, 2012).

Para la segunda mitad del siglo XVI los diferentes asentamientos chiriguanos estaban fundamentalmente esparcidos sobre las planicies orientales andinas que ingresan al Chaco por la parte del Perú, conocidas por los españoles como “cordillera Chiriguana”. Como espacio histórico, la Chiriguanía se ha caracterizado por los permanentes altercados entre los diferentes grupos de origen tupi-guaraní (ava) y otros grupos asentados en el Chaco (tobas, chanés), con triunfo de los chiriguanos sobre los otros debido, en gran medida, a la afinidad lingüística y cultural común a todos los grupos.

En contraste a esta semejanza lingüística y cultural, la autonomía política de cada grupo ava a menudo creaba conflictos entre los diferentes conjuntos. Si bien en tiempos de guerra decenas aldeas podían confederarse en contra de un enemigo común, bastaba el más mínimo inconveniente para reavivar antiguas rivalidades y luchas. De hecho, si los españoles fracasaron en sus intentos de hacerles guerra fue en gran medida porque no entendieron los alcances de su sistema político y su táctica de alianzas siempre oscilantes.

Con seguridad en algún momento los chiriguanos intentaron adentrarse al Oeste de la cordillera, atraídos por las noticias que los indios del Chaco les proporcionaron acerca de una tierra abundante en metales y cuya fama habría trascendido. Los fuertes construidos en el Sureste andino por los Señoríos regionales después del ocaso de Tiwanaku sugieren la antigua amenaza de los pueblos tupi-guaraní sobre los valles contiguos (Saignes y Combés, 1995), incluso es posible suponer que la presión chiriguana sobre los grupos vallunos pudo haber modificado las identidades previas, pues algunos de ellos comparten características comunes y estereotipos de las Tierras Bajas (Barragán, 1994).

No cabe duda de que la irrupción incaica en el Collasuyo marcó un punto de inflexión en las relaciones con las Tierras Bajas. Aun cuando es difícil precisar el alcance de los enfrentamientos en la frontera en el siglo XV, lo cierto es que ante la imposibilidad de desarrollar una estrategia de movilización para internarse en la cordillera la táctica imperial adoptada por el Tawantinsuyo se haya volcado más bien en la defensa: emplazar fortalezas en puntos estratégicos de la frontera a manera de cerco, que servían para repeler ataques enemigos y como núcleos de apoyo al avance conquistador cusqueño (Pärssinem, 1992:119).

¿Qué explica la tenaz resistencia chiriguana al avance incaico sobre su territorio? ¿Por qué no se sujetaron con la misma rapidez que los grupos de las alturas? Este tipo de interrogantes han sido explicadas por los autores en términos de organización política (ya sea por influencia tupi-guaraní o arawak) como un mecanismo que explica la marcada noción de independencia de los diferentes grupos ava frente a grupos externos (Saignes; Combès, 2005). Si bien no es nuestra intención detenernos a explicar el componente político como una estrategia indígena de autonomía, no deja de ser evidente el contraste entre sociedades centralizadas, como las del altiplano, frente a sociedades de Tierras Bajas, carentes de grandes asentamientos humanos, muy autónomas entre sí y con un sistema de alianzas sumamente inestables que resultaba disfuncional a los intereses del Tawantinsuyu. Si Tupac Yupanqui no tuvo éxito en penetrar la cordillera (y por ende el interior del Chaco), es factible pensar que la estrategia implementada por Huayna Capac (1493-1525), de cercar parcialmente la frontera, se haya debido a la poca garantía que la conquista eminentemente militar de estos grupos tan dispares ofrecía al bienestar del Imperio, al menos en un mediano plazo.

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