Pronto el financiamiento estatal para la colonización
sobrepasaría la capacidad financiera del
fisco y la Corona tuvo que pactar con empresarios
privados para la realización de nuevos viajes a
ultramar. La colonización solamente sería posible
con el patrocinio del Estado y con la ayuda de la
iniciativa privada (Pietchman, 1989). Estas concesiones
no implicaban la formación de feudos
sino de privilegios otorgados por la Corona dentro
del margen de un convenio contractual; con
todo, existía el peligro de que los territorios por
descubrir se transformasen en centros de poder
alternativo al Estado.
Para el desenvolvimiento de la conquista del
Perú, el ejemplo mexicano será clave. Aunque la
conquista de México tiene importantes diferencias
con la de los Andes, Cortés marcó el estilo de conquista
y dejó establecida la idea de que era posible
dominar un imperio a pesar de las diferencias internas
entre los españoles. Encalló sus naves para que
sus hombres no tuvieran opción de retroceder. Hizo
alianzas con pueblos descontentos con el dominio
azteca y avanzó sin retrocesos sobre el territorio.
La división del territorio recién conquistado
en gobernaciones entregadas a los conquistadores
es la clara expresión de los pactos entre el poder
estatal y los particulares. Pero aunque las exploraciones
se encargaron a personas particulares, en
los distintos viajes participaron también enviados
del rey que pudieran equilibrar la figura del comandante
y controlar su poder; estos enviados
pudieron ser clérigos o funcionarios del Tesoro
que respondían sólo ante el poder real. Todas las
expediciones directa o indirectamente se realizaban
en nombre de la Corona Castellana y su única
legitimidad consistió en invocarla. El igual que
en México, en el Perú se crearon gobernaciones
entre 1534 y 1539. En el Perú, Carlos V ordenó la
creación de las gobernaciones de Nueva Castilla,
Nueva Toledo, Nueva Andalucía y, al sur de todas,
Nueva León..
La historia individual de los primeros conquistadores,
su origen, antecedentes sociales,
móviles y objetivos ha cautivado el interés de
muchas investigaciones (Lockhart, 1982; Bernand
y Gruzinski, 1996), algunas de ellas limitadas a
subrayar el afán de aventuras y otras expositoras
del lado humano de los personajes. La imagen
del indiano reflejado en la literatura del siglo
de oro español se encuentra muy lejos del ideal
cortesano proyectado desde la península. Aparece
con connotaciones negativas, como hombre rico
pero carente de educación y estilo, empezando
a construirse entonces los prejuicios europeos
respecto de los “indianos” (Bridikhina, 2007).
Los hermanos Pizarro así como Diego de
Almagro eran distintos a Cortés, trabajan en grupo
y provenían de cuna más humilde. Francisco
Pizarro, comandante en jefe de las tropas, tenía
entonces 54 años, hombre alto, de buen rostro,
barba rala y valiente, no fue reconocido por su
padre en el testamento e incluso se especula
que pudo haber tenido origen judío debido a un
símbolo hebreo hallado en el osario del conquistador.
Iba acompañado de tres hermanos, de los
cuales solamente Hernando, de unos 30 años, era
hijo legítimo. Los otros hermanos más jóvenes,
Juan y Gonzalo tenían entonces solamente 22 y
20 años. De los 168 hombres que llegaron con
Pizarro, 64 eran de a caballo y solamente dos eran
soldados de oficio con cierta experiencia. Pizarro
tenía que controlar la permanente tensión interna
entre sus hombres como la temprana revuelta
en la isla Puná donde explotaron estas tensiones
que solamente se pudieron controlar gracias a la
promesa de riquezas.
También el mundo al que se enfrentaron era
diferente al mexicano. Los procesos históricos
que formaron a las sociedades mesoamericana y
andina eran distintos, lo mismo que sus dirigentes;
Moctezuma duda y da órdenes contradictorias en
tanto que Atahuallpa, aunque parece más firme,
se encuentra en medio de una guerra civil contra
su hermano Huáscar con quien disputa el título
de Sapa Inca. Esta pugna permitió a Pizarro
hacer alianza con los huascaristas en contra de
Atahuallpa y controlar parcialmente la resistencia.
Por otra parte, si tenemos en cuenta que la
primera llegada a México tuvo lugar en 1519 en
tanto que al Perú llegaron una década más tarde vemos que hay varios años de por medio. Recordemos
que salieron de Panamá hacia el Perú en
enero de 1531, en julio de 1532 ingresaron a
Cajamarca y a la región de Charcas (hoy Bolivia)
en 1535. Las tensiones y diferencias en el bando
español tanto en México como en los Andes se
fueron acentuando en el curso de la conquista.
Cortés tuvo que vencer a Pánfilo de Narváez y
su gente antes de asentar su poder en México
mientras que en el Perú ,aunque más tarde, pizarristas
y almagristas se vieron enfrentados en
una guerra civil.
Como en la Península ibérica existía una
burguesía emprendedora que disponía de capitales
y estaba en proceso de expansión a principio del
siglo XVI, el grupo de conquistadores parecería
haber surgido de este sector, pero no era ni
mucho menos homogéneo. De los hombres que
llegaron más tarde con Almagro, la mayoría era
analfabeto con excepción de Soto. Todo indica
que los conquistadores representan no un único
sector social sino una compleja colectividad que
construirá el “proyecto de los particulares”, no
como un plan unitario y coherente, sino que
tomó desde el principio una dirección que estaba
básicamente abierta, en un proceso de evolución
independiente aunque ciertamente sometido al
influjo de las instituciones sociales importadas y
pendiente de las decisiones de la Corona aunque
no siempre hubiera la intención de acatarlas.
El “proyecto de los particulares” parece residir
en primera instancia en los logros personales
y también grupales, de riqueza, poder y prestigio
pues detrás del conquistador y luego del encomendero
se movía una red familiar y regional de
allegados (Presta, 1997). Resulta paradigmática la
riqueza que acumuló Francisco Pizarro que consiguió
pronto el título de Marqués con él que se lo
reconoció en adelante. Francisco Pizarro tuvo un
enorme poder material (pudo por ejemplo entregar
encomiendas y por tanto mantener la lealtad
de sus seguidores, algo que Almagro nunca pudo
hacer), como simbólico (cuya base principal era
su carácter de conquistador de las nuevas tierras).
Este su poder no parecía terminar con su persona
sino proyectarse a sus familiares y especialmente
hermanos, lo que preocupó enormemente a la
Corona. Sin embargo, al mismo tiempo, y disputando
los mismos privilegios, Almagro peleaba
por sus dominios al punto que llegaron a las armas
desatándose una guerra entre ambos bandos.
El descubridor comprometido a tomar posesión
en nombre de los monarcas, ejercía su autoridad
gracias a un convenio con la Corona pero,
aunque necesitaba el aval real y eclesiástico, estaba
físicamente tan lejos de su poder y la experiencia
americana fue tan poderosa que en algunos casos
pudo debilitar los lazos ideológicos que los ligaban.
La rebelión de Gonzalo Pizarro, ocurrida
entre 1544-1548, se incuba en esta experiencia.
Paulatinamente se empezó a gestar un movimiento
que defendía los intereses de los conquistadores,
ahora encomenderos, que se expresó en el rechazo
a las Leyes Nuevas (1542) que limitaban el tiempo
de dominio de las encomiendas a un par de “vidas”,
mientras que los conquistadores las querían
a perpetuidad. Este movimiento ejemplifica uno
de los proyectos de particulares que según algunos
autores pudo significar una amenaza al proyecto
estatal y la búsqueda de un régimen autónomo
(Bakewell, 1989).
A pesar de la virulencia de la rebelión de
Pizarro, como veremos con mayor detalle, tanto
del lado real como del rebelde se buscaba mantener
el principio de los acuerdos. La corte, que
por entonces se hallaba en Valladolid, examinó
en 1545 la situación del Perú y a pesar de que el
duque de Alba aconsejaba destacar al Perú a un
“caballero experto en cuestiones militares”, se
prefirió mandar un “letrado capaz de negociar” en
el difícil entorno peruano (Merluzzi, 2006) para
intentar aplicar las Leyes que significaban cortar
privilegios de los encomenderos particulares en
favor del proyecto estatal.
La torpeza de la administración del primer
virrey, Blasco Núñez de Vela, y su muerte en
mano de los rebeldes peruanos en 1546, y para
colmo la pérdida completa de control gubernamental
que vino con la rebelión de Gonzalo
Pizarro, demostró que el poder de la Corona no
era ni mucho menos, sólido. El enviado del rey,
La Gasca cumplió con el rol “negociador” que
se le encargó, pero para sofocar la rebelión de
Gonzalo Pizarro terminó entregando nuevas
encomiendas, actuando dentro de prácticas
institucionales de origen medieval delegando
derechos señoriales a los conquistadores, lo cual
parece indicar que la mentalidad de amplias capas
de la población estaba marcada todavía por ideas
feudales. Al mismo tiempo actuó con dureza
ejecutando públicamente a Gonzalo Pizarro
en 1548, dando así la imagen de un poder que
recuperaba su preeminencia.
Se ha sostenido que Gonzalo Pizarro desafiaba
a la autoridad real poniendo en acción
las redes del linaje pizarrista que tenían como
una de sus estrategias acrecentar el patrimonio
familiar (Varón Gabai, 1996). Un análisis de los
argumentos del movimiento rebelde pone de
manifiesto que Gonzalo Pizarro y sus seguidores
se hallaban convencidos de la legitimidad de sus
actos y los consideraban lícitos bajo las formas
jurídicas vigentes aunque Lohmann Villena entendió
que los planteos jurídicos de los pizarristas
correspondían con concepciones ya caducas en
España. Barnadas, por su parte (1969), considera que entre los conquistadores se iba imponiendo
la idea de que no podían esperar una ordenación
legal de la sociedad peruana dada desde España;
al parecer tomaba cuerpo entre los rebeldes la
idea de que la Corte no podía solucionar los
problemas peruanos.
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