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sábado, 23 de julio de 2022

El Estado promotor de la Conquista: Proyectos de la sociedad civil

Pronto el financiamiento estatal para la colonización sobrepasaría la capacidad financiera del fisco y la Corona tuvo que pactar con empresarios privados para la realización de nuevos viajes a ultramar. La colonización solamente sería posible con el patrocinio del Estado y con la ayuda de la iniciativa privada (Pietchman, 1989). Estas concesiones no implicaban la formación de feudos sino de privilegios otorgados por la Corona dentro del margen de un convenio contractual; con todo, existía el peligro de que los territorios por descubrir se transformasen en centros de poder alternativo al Estado.

Para el desenvolvimiento de la conquista del Perú, el ejemplo mexicano será clave. Aunque la conquista de México tiene importantes diferencias con la de los Andes, Cortés marcó el estilo de conquista y dejó establecida la idea de que era posible dominar un imperio a pesar de las diferencias internas entre los españoles. Encalló sus naves para que sus hombres no tuvieran opción de retroceder. Hizo alianzas con pueblos descontentos con el dominio azteca y avanzó sin retrocesos sobre el territorio.

La división del territorio recién conquistado en gobernaciones entregadas a los conquistadores es la clara expresión de los pactos entre el poder estatal y los particulares. Pero aunque las exploraciones se encargaron a personas particulares, en los distintos viajes participaron también enviados del rey que pudieran equilibrar la figura del comandante y controlar su poder; estos enviados pudieron ser clérigos o funcionarios del Tesoro que respondían sólo ante el poder real. Todas las expediciones directa o indirectamente se realizaban en nombre de la Corona Castellana y su única legitimidad consistió en invocarla. El igual que en México, en el Perú se crearon gobernaciones entre 1534 y 1539. En el Perú, Carlos V ordenó la creación de las gobernaciones de Nueva Castilla, Nueva Toledo, Nueva Andalucía y, al sur de todas, Nueva León..

La historia individual de los primeros conquistadores, su origen, antecedentes sociales, móviles y objetivos ha cautivado el interés de muchas investigaciones (Lockhart, 1982; Bernand y Gruzinski, 1996), algunas de ellas limitadas a subrayar el afán de aventuras y otras expositoras del lado humano de los personajes. La imagen del indiano reflejado en la literatura del siglo de oro español se encuentra muy lejos del ideal cortesano proyectado desde la península. Aparece con connotaciones negativas, como hombre rico pero carente de educación y estilo, empezando a construirse entonces los prejuicios europeos respecto de los “indianos” (Bridikhina, 2007).

Los hermanos Pizarro así como Diego de Almagro eran distintos a Cortés, trabajan en grupo y provenían de cuna más humilde. Francisco Pizarro, comandante en jefe de las tropas, tenía entonces 54 años, hombre alto, de buen rostro, barba rala y valiente, no fue reconocido por su padre en el testamento e incluso se especula que pudo haber tenido origen judío debido a un símbolo hebreo hallado en el osario del conquistador. Iba acompañado de tres hermanos, de los cuales solamente Hernando, de unos 30 años, era hijo legítimo. Los otros hermanos más jóvenes, Juan y Gonzalo tenían entonces solamente 22 y 20 años. De los 168 hombres que llegaron con Pizarro, 64 eran de a caballo y solamente dos eran soldados de oficio con cierta experiencia. Pizarro tenía que controlar la permanente tensión interna entre sus hombres como la temprana revuelta en la isla Puná donde explotaron estas tensiones que solamente se pudieron controlar gracias a la promesa de riquezas.

También el mundo al que se enfrentaron era diferente al mexicano. Los procesos históricos que formaron a las sociedades mesoamericana y andina eran distintos, lo mismo que sus dirigentes; Moctezuma duda y da órdenes contradictorias en tanto que Atahuallpa, aunque parece más firme, se encuentra en medio de una guerra civil contra su hermano Huáscar con quien disputa el título de Sapa Inca. Esta pugna permitió a Pizarro hacer alianza con los huascaristas en contra de Atahuallpa y controlar parcialmente la resistencia.

Por otra parte, si tenemos en cuenta que la primera llegada a México tuvo lugar en 1519 en tanto que al Perú llegaron una década más tarde vemos que hay varios años de por medio. Recordemos que salieron de Panamá hacia el Perú en enero de 1531, en julio de 1532 ingresaron a Cajamarca y a la región de Charcas (hoy Bolivia) en 1535. Las tensiones y diferencias en el bando español tanto en México como en los Andes se fueron acentuando en el curso de la conquista.

Cortés tuvo que vencer a Pánfilo de Narváez y su gente antes de asentar su poder en México mientras que en el Perú ,aunque más tarde, pizarristas y almagristas se vieron enfrentados en una guerra civil.

Como en la Península ibérica existía una burguesía emprendedora que disponía de capitales y estaba en proceso de expansión a principio del siglo XVI, el grupo de conquistadores parecería haber surgido de este sector, pero no era ni mucho menos homogéneo. De los hombres que llegaron más tarde con Almagro, la mayoría era analfabeto con excepción de Soto. Todo indica que los conquistadores representan no un único sector social sino una compleja colectividad que construirá el “proyecto de los particulares”, no como un plan unitario y coherente, sino que tomó desde el principio una dirección que estaba básicamente abierta, en un proceso de evolución independiente aunque ciertamente sometido al influjo de las instituciones sociales importadas y pendiente de las decisiones de la Corona aunque no siempre hubiera la intención de acatarlas.

El “proyecto de los particulares” parece residir en primera instancia en los logros personales y también grupales, de riqueza, poder y prestigio pues detrás del conquistador y luego del encomendero se movía una red familiar y regional de allegados (Presta, 1997). Resulta paradigmática la riqueza que acumuló Francisco Pizarro que consiguió pronto el título de Marqués con él que se lo reconoció en adelante. Francisco Pizarro tuvo un enorme poder material (pudo por ejemplo entregar encomiendas y por tanto mantener la lealtad de sus seguidores, algo que Almagro nunca pudo hacer), como simbólico (cuya base principal era su carácter de conquistador de las nuevas tierras). Este su poder no parecía terminar con su persona sino proyectarse a sus familiares y especialmente hermanos, lo que preocupó enormemente a la Corona. Sin embargo, al mismo tiempo, y disputando los mismos privilegios, Almagro peleaba por sus dominios al punto que llegaron a las armas desatándose una guerra entre ambos bandos.

El descubridor comprometido a tomar posesión en nombre de los monarcas, ejercía su autoridad gracias a un convenio con la Corona pero, aunque necesitaba el aval real y eclesiástico, estaba físicamente tan lejos de su poder y la experiencia americana fue tan poderosa que en algunos casos pudo debilitar los lazos ideológicos que los ligaban. La rebelión de Gonzalo Pizarro, ocurrida entre 1544-1548, se incuba en esta experiencia. Paulatinamente se empezó a gestar un movimiento que defendía los intereses de los conquistadores, ahora encomenderos, que se expresó en el rechazo a las Leyes Nuevas (1542) que limitaban el tiempo de dominio de las encomiendas a un par de “vidas”, mientras que los conquistadores las querían a perpetuidad. Este movimiento ejemplifica uno de los proyectos de particulares que según algunos autores pudo significar una amenaza al proyecto estatal y la búsqueda de un régimen autónomo (Bakewell, 1989).

A pesar de la virulencia de la rebelión de Pizarro, como veremos con mayor detalle, tanto del lado real como del rebelde se buscaba mantener el principio de los acuerdos. La corte, que por entonces se hallaba en Valladolid, examinó en 1545 la situación del Perú y a pesar de que el duque de Alba aconsejaba destacar al Perú a un “caballero experto en cuestiones militares”, se prefirió mandar un “letrado capaz de negociar” en el difícil entorno peruano (Merluzzi, 2006) para intentar aplicar las Leyes que significaban cortar privilegios de los encomenderos particulares en favor del proyecto estatal.

La torpeza de la administración del primer virrey, Blasco Núñez de Vela, y su muerte en mano de los rebeldes peruanos en 1546, y para colmo la pérdida completa de control gubernamental que vino con la rebelión de Gonzalo Pizarro, demostró que el poder de la Corona no era ni mucho menos, sólido. El enviado del rey, La Gasca cumplió con el rol “negociador” que se le encargó, pero para sofocar la rebelión de Gonzalo Pizarro terminó entregando nuevas encomiendas, actuando dentro de prácticas institucionales de origen medieval delegando derechos señoriales a los conquistadores, lo cual parece indicar que la mentalidad de amplias capas de la población estaba marcada todavía por ideas feudales. Al mismo tiempo actuó con dureza ejecutando públicamente a Gonzalo Pizarro en 1548, dando así la imagen de un poder que recuperaba su preeminencia.

Se ha sostenido que Gonzalo Pizarro desafiaba a la autoridad real poniendo en acción las redes del linaje pizarrista que tenían como una de sus estrategias acrecentar el patrimonio familiar (Varón Gabai, 1996). Un análisis de los argumentos del movimiento rebelde pone de manifiesto que Gonzalo Pizarro y sus seguidores se hallaban convencidos de la legitimidad de sus actos y los consideraban lícitos bajo las formas jurídicas vigentes aunque Lohmann Villena entendió que los planteos jurídicos de los pizarristas correspondían con concepciones ya caducas en España. Barnadas, por su parte (1969), considera que entre los conquistadores se iba imponiendo la idea de que no podían esperar una ordenación legal de la sociedad peruana dada desde España; al parecer tomaba cuerpo entre los rebeldes la idea de que la Corte no podía solucionar los problemas peruanos.

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