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miércoles, 23 de febrero de 2022

Expansión imperial de los incas en los Andes

La lógica territorial expansiva de los incas se desarrolló en diferentes espacios temporales. Según los documentos coloniales y en base a los relatos de los cronistas, se reconocen cuatro expansiones:

  • La primera expansión de Pachacuti entre 1438-1463, en los alrededores de Cusco.
  • Las expansiones de Pachacuti y Túpac Yupanqui entre 1463-1471, que extendieron el territorio hacia el Norte.
  • La expansión de Túpac Yupanqui entre 1471-1493, que extendió su territorio al sur, contemplando la llegada al altiplano y todo lo que corresponde a Bolivia.
  • La expansión de Huayna Capac entre 1493-1525, que se extendió al territorio de los chachapoyas (Fig. 98).

Las expansiones definieron su área territorial y poblacional, la que rebasaba el millón de habitantes y que posteriormente fue homologada con el territorio de los Andes. Como unidad política, se conocía a ese territorio como Tawanatinsuyo, dividido en cuatro partes: Chinchasuyo, Contisuyo, Antisuyo y Collasuyo.

Sin embargo, a pesar de estar reconocido el marco cronológico propuesto a partir de documentos coloniales para el proceso expansivo, en todo los Andes surge información que sale de ese marco. Por ejemplo, hay que mencionar una cantidad considerable de fechados tempranos del periodo Inca que se encuentran en áreas marginales del Imperio, tal el caso de instalaciones registradas en zonas de los actuales Chile y Argentina (Stehberg, 1995). Otro aspecto que marca esta diferencia temporal es la existencia de cierta información etnohistórica que alude la presencia Inca en áreas como las de Chuquisaca, con anterioridad a su presencia imperial y a manera de proceso de interrelación con las poblaciones locales (Sores de Ulloa, 1595). Esto nos lleva a cuestionar si la presencia imperial en los Andes se dio realmente a partir de las diferentes campañas expansivas, o si existió un proceso previo de interrelación con los grupos locales para luego implementar un proceso político único en los Andes.

Por los datos que se registran en diferentes partes, tanto a nivel arqueológico como etnohistórico, es posible pensar en un proceso previo y de contacto de los incas con otros grupos o con otras etnias. Según la etnohistoria, la presencia incaica en los Andes Centro Sur se habría dado después de 1470, con la expansión de Túpac Yupanqui, pero los fechados de numerosos contextos del Sur datan de tiempos anteriores, problematizando ese hecho.

Entonces, las preguntas que surgieron en el ámbito arqueológico eran si los fechados estaban correctos o fueron alterados, o si los datos de la etnohistoria fueron tergiversados por los cronistas. Por otra parte, es un hecho que al estar basada la cronología Inca en datos históricos, éstos deben ser considerados relativamente.

Una u otra suposición lleva a un error técnico o de interpretación; pero una tercera alternativa, planteada como hipótesis, es la que considera un contacto previo de los incas con otras poblaciones. Ese hecho pudo permitir una “planificación” para reconocer los territorios que eran de su interés y hacia donde luego se expandieron. De esa forma también podría explicarse que no sólo utilizaron la fuerza para conquistar a determinada población, sino que una de las variables más constantes fue la alianza con las élites locales. Por tanto, a pesar de no ser conclusivos con ese tema, es importante la consideración de diferentes etapas para un proceso que cambió la vida de los diferentes pueblos en esta parte de América.
En este mapa se pueden diferenciar los diferentes momentos del proceso expansivo Inca

Como es de suponer, dicho proceso implicó una serie de estrategias que fueron utilizadas para lograr el control del territorio y su relacionamiento con las poblaciones locales. La literatura arqueológica sistematizó este relacionamiento a partir de tres tipos de control, que el Imperio habría implementado en las áreas que le fueron anexadas. Dichas estrategias consistían en un control directo, que plantea la implementación de un sistema imperial a través del relacionamiento – también directo– con los grupos locales (Fig. 99).
Niveles de control politico

En este caso, la población era sometida y se le imponía una jefatura externa proveniente del nivel centralizado. El ejemplo más claramente registrado etnohistórica y arqueológicamente es el caso de los huancas, en la sierra peruana. Los acontecimientos desarrollados en el valle de Mantaro durante la incursión inca fueron desastrosos para la población Huanca.

Su capital Hatun Jauja fue tomada por la fuerza, luego de haber sido vencidos por los ejércitos Inca hacia 1450. Se dice que los mismos fueron dirigidos por el general Capac Yupanqui, considerado hermano del Inca Pachacuti. Después de cinco años de resistencia, su ciudad fue arrasada, quemando sus estructuras y movilizando a su población a otras áreas en calidad de mitayos del Inca. Dicho evento fue registrado en las excavaciones realizadas en Hatun Jauja, donde se comprobó tan violenta incursión, verificando los contextos de quema del asentamiento principal y la sobreposición de las estructuras incaicas en relación a las del período precedente (D’Altroy, 1984, 1992). Éste es uno de los pocos casos en los que la presencia imperial es impuesta física e ideológicamente. El rencor de los huancas parece haber conservado una resistencia, plasmada en una venganza histórica contra los incas, ya que se convirtieron en los primeros aliados de los españoles cuando éstos ingresaron al Collasuyo, contribuyendo a la caída del Imperio (ver Espinoza, 1971).

Una segunda forma de entender el relacionamiento de los incas con las poblaciones locales es el modelo de control indirecto. En este caso, el control de dichas poblaciones se daba a través de una supervisión imperial, mediada por un acuerdo o alianza con las jefaturas locales (Fig. 100). Bajo este modelo se plantea también que dichas alianzas se daban con poblaciones que denotaban niveles consolidados de organización política.
Niveles de Control Inca

Algunos ejemplos de este modelo se observan en las alianzas que realizaron los incas con los jefes de algunos pueblos aymaras, como se observa en el caso de los lupacas y los collas (Pease, 1978, 1982) o de los Carangas (Lima, 2012). Durante el reinado del Inca Viracocha, Cari, el señor de los lupacas, y Zapana, el señor de los collas, se encontraban en conflicto, por lo cual se dice que enviaron emisarios al Inca buscando su apoyo en la guerra. Cuando Viracocha llegó cerca de Hatun Colla, fue informado de la victoria de Cari, razón por la que estableció un pacto amistoso con él. Esta alianza constituyó un paso fundamental para la posterior expansión hacia el Collasuyo y la región adyacente al Titicaca, posibilitando el establecimiento de los santuarios en las islas del lago. Es así como los señores locales luego formaron parte de una élite local vinculada al Imperio.

El caso de los carangas resulta también bastante interesante, ya que el paso por su territorio les permitió a los incas la derrota de los pacajes en tiempos del Inca Túpac Yupanqui. Como mencionan Gisbert et. al. (1996), el Imperio se encontraba en guerra con los pacajes, quienes se oponían a la incursión política de su territorio. Luego de varios enfrentamientos, los incas diseñaron una nueva estrategia para enfrentarlos, rodeándolos por la parte Sur del territorio.

Para ello, bordearon el lado occidental del Titicaca, bajando a tierras de los carangas, quienes cedieron el paso a los ejércitos del Inca. Esa inesperada arremetida logró el sometimiento de los pacajes, para luego ser anexados al Imperio. Como se verá más adelante, los restos materiales de la alianza con los carangas son las chullpas (torres funerarias) de color, registradas en la región del Río Lauca, cerca de la frontera del actual Oruro con la República de Chile.

Una variante de ambos modelos es la que Katharina Schreiber (1992) denomina control mixto, ya que denota niveles de control directo e indirecto al mismo tiempo (Fig. 101). Este nivel de control parece haber sido ejercido por los incas a través de un grupo dominante en determinada región, el cual estaba directamente relacionado con el Imperio.
Niveles de Control Politico

Un ejemplo de esta forma de control político es el que desarrollaron los incas en el Norte de Chuquisaca. Durante el Horizonte Tardío, el desarrollo regional más importante correspondía a los yamparas, quienes tenían a Francisco Aymoro como su cacique principal. Los documentos coloniales relatan sobre la alianza de los incas con el mencionado cacique, quien en el siglo XVI reclama esas tierras a la corona española (Barragán, 1994).

A través de las investigaciones arqueológicas se ha establecido que la consolidación de una de sus capitales, ubicada en Quila Quila, corresponde a los tiempos del Inca y es reconocida en los documentos del siglo XVI. A pesar de ello, la presencia Inca es casi inexistente en Quila Quila, siendo relevante sólo una ocupación Yampara Tardío. Ese hecho muestra que la alianza con el cacique Aymoro posibilitó el control de las poblaciones locales para el Imperio, posicionando al mismo como una autoridad regional. Por tanto, los yamparas se constituyeron como la élite local en el Norte de Chuquisaca, sobreponiéndose a los otros grupos de la región (Lima, 2000).

En todos los casos descritos, se observa que los efectos políticos que tuvo la incursión inca, a pesar de la estrategia de control que fuera utilizada, cambiaron el panorama político y social local. Por otro lado, la forma de sistematizar los tipos de control ejercidos por el Imperio sobre las poblaciones locales fue estructurada a partir de modelos planteados como estrategias políticas. Dichos modelos denotan un relacionamiento vertical entre el Imperio y los grupos locales, perspectiva que resultó apropiada para la mayor parte de los arqueólogos andinistas, quienes durante los años 90 se enfocaron en contrastar sus datos con dicho esquema.

Sin embargo, esta forma de entender el relacionamiento imperial va siendo lentamente discutida y re-analizada a la luz de las nuevas investigaciones que se realizan en torno a la problemática inca (Alconini, 2002; Angelo, 1999; Lima, 2000; Vranich et. al., 2002). Lo que está mostrando esa nueva información es un panorama más complejo de lo que plantean los modelos procesuales, ya que cada caso muestra alternancias no contempladas en los esquemas descritos, así como diferentes niveles de interacción con las poblaciones..

Por otro lado, las manifestaciones materiales registradas en algunos sitios permiten inferir estrategias de dominio o relacionamiento como formas políticas y rituales imbricadas. Ese es el caso, por ejemplo, del sitio Inca registrado en Tiwanaku, el mismo que parece responder a un nivel de ritualidad continuado desde el Horizonte Medio (Vranich et. al., 2002). Lo mismo sucede con los asentamientos del lago Titicaca, que si bien eran parte de un eje administrativo de las poblaciones locales, su función principal estaba relacionada al ritual a partir de la peregrinación.

En otras partes –en cambio– se observa la injerencia del control imperial sobrepuesta a las estructuras locales, influyendo en la re-estructuración poblacional y territorial. Ese podría ser el caso de la organización de los quillacas, cuya estructura confederativa no tiene un correlato arqueológico, interpretándose como una reestructuración incaica a partir del movimiento de poblaciones (Lima, 2008). En un caso contrario, se advierte la alianza que realizaron con los caciques locales de las Tierras Bajas, a través de matrimonios, para lograr su avanzada hacia la Amazonía y el Chaco (Tyuleneva, 2010).

Estas nuevas miradas del fenómeno inca configuran un mosaico de estrategias que no pueden ser sistematizadas de forma tan esquemática. Por tanto, tampoco son viables ahora los estudios de contrastación de los modelos, ya que cada caso presenta sus particularidades; posiblemente, éste sea uno de los aportes más importantes al tratamiento de la problemática inca en los Andes.

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