La lógica territorial expansiva de los incas se
desarrolló en diferentes espacios temporales.
Según los documentos coloniales y en base a
los relatos de los cronistas, se reconocen cuatro
expansiones:
- La primera expansión de Pachacuti entre 1438-1463, en los alrededores de Cusco.
- Las expansiones de Pachacuti y Túpac Yupanqui entre 1463-1471, que extendieron el territorio hacia el Norte.
- La expansión de Túpac Yupanqui entre 1471-1493, que extendió su territorio al sur, contemplando la llegada al altiplano y todo lo que corresponde a Bolivia.
- La expansión de Huayna Capac entre 1493-1525, que se extendió al territorio de los chachapoyas (Fig. 98).
Las expansiones definieron su área territorial
y poblacional, la que rebasaba el millón de habitantes
y que posteriormente fue homologada con
el territorio de los Andes. Como unidad política,
se conocía a ese territorio como Tawanatinsuyo,
dividido en cuatro partes: Chinchasuyo, Contisuyo,
Antisuyo y Collasuyo.
Sin embargo, a pesar de estar reconocido el
marco cronológico propuesto a partir de documentos
coloniales para el proceso expansivo, en
todo los Andes surge información que sale de ese marco. Por ejemplo, hay que mencionar una
cantidad considerable de fechados tempranos
del periodo Inca que se encuentran en áreas
marginales del Imperio, tal el caso de instalaciones
registradas en zonas de los actuales Chile y
Argentina (Stehberg, 1995). Otro aspecto que
marca esta diferencia temporal es la existencia
de cierta información etnohistórica que alude
la presencia Inca en áreas como las de Chuquisaca,
con anterioridad a su presencia imperial
y a manera de proceso de interrelación con las
poblaciones locales (Sores de Ulloa, 1595). Esto
nos lleva a cuestionar si la presencia imperial en
los Andes se dio realmente a partir de las diferentes
campañas expansivas, o si existió un proceso
previo de interrelación con los grupos locales
para luego implementar un proceso político
único en los Andes.
Por los datos que se registran en diferentes
partes, tanto a nivel arqueológico como etnohistórico,
es posible pensar en un proceso previo y
de contacto de los incas con otros grupos o con
otras etnias. Según la etnohistoria, la presencia
incaica en los Andes Centro Sur se habría dado
después de 1470, con la expansión de Túpac
Yupanqui, pero los fechados de numerosos
contextos del Sur datan de tiempos anteriores,
problematizando ese hecho.
Entonces, las preguntas que surgieron en el
ámbito arqueológico eran si los fechados estaban
correctos o fueron alterados, o si los datos de la
etnohistoria fueron tergiversados por los cronistas.
Por otra parte, es un hecho que al estar basada la
cronología Inca en datos históricos, éstos deben
ser considerados relativamente.
Una u otra suposición lleva a un error técnico
o de interpretación; pero una tercera alternativa,
planteada como hipótesis, es la que considera un
contacto previo de los incas con otras poblaciones.
Ese hecho pudo permitir una “planificación” para
reconocer los territorios que eran de su interés y
hacia donde luego se expandieron. De esa forma
también podría explicarse que no sólo utilizaron
la fuerza para conquistar a determinada población,
sino que una de las variables más constantes fue la
alianza con las élites locales. Por tanto, a pesar de
no ser conclusivos con ese tema, es importante la
consideración de diferentes etapas para un proceso
que cambió la vida de los diferentes pueblos en
esta parte de América.
Como es de suponer, dicho proceso implicó
una serie de estrategias que fueron utilizadas para
lograr el control del territorio y su relacionamiento
con las poblaciones locales. La literatura
arqueológica sistematizó este relacionamiento
a partir de tres tipos de control, que el Imperio
habría implementado en las áreas que le fueron
anexadas. Dichas estrategias consistían en un
control directo, que plantea la implementación de
un sistema imperial a través del relacionamiento –
también directo– con los grupos locales (Fig. 99).
En este caso, la población era sometida y se
le imponía una jefatura externa proveniente del
nivel centralizado. El ejemplo más claramente
registrado etnohistórica y arqueológicamente
es el caso de los huancas, en la sierra peruana.
Los acontecimientos desarrollados en el valle
de Mantaro durante la incursión inca fueron
desastrosos para la población Huanca.
Su capital Hatun Jauja fue tomada por la fuerza,
luego de haber sido vencidos por los ejércitos
Inca hacia 1450. Se dice que los mismos fueron
dirigidos por el general Capac Yupanqui, considerado
hermano del Inca Pachacuti. Después de
cinco años de resistencia, su ciudad fue arrasada,
quemando sus estructuras y movilizando a su población
a otras áreas en calidad de mitayos del Inca.
Dicho evento fue registrado en las excavaciones
realizadas en Hatun Jauja, donde se comprobó tan
violenta incursión, verificando los contextos de
quema del asentamiento principal y la sobreposición
de las estructuras incaicas en relación a las del
período precedente (D’Altroy, 1984, 1992). Éste
es uno de los pocos casos en los que la presencia
imperial es impuesta física e ideológicamente. El rencor de los huancas parece haber conservado
una resistencia, plasmada en una venganza histórica
contra los incas, ya que se convirtieron en los
primeros aliados de los españoles cuando éstos
ingresaron al Collasuyo, contribuyendo a la caída
del Imperio (ver Espinoza, 1971).
Una segunda forma de entender el relacionamiento
de los incas con las poblaciones locales
es el modelo de control indirecto. En este caso, el
control de dichas poblaciones se daba a través de
una supervisión imperial, mediada por un acuerdo
o alianza con las jefaturas locales (Fig. 100).
Bajo este modelo se plantea también que dichas
alianzas se daban con poblaciones que denotaban
niveles consolidados de organización política.
Algunos ejemplos de este modelo se observan
en las alianzas que realizaron los incas con los jefes
de algunos pueblos aymaras, como se observa en el
caso de los lupacas y los collas (Pease, 1978, 1982)
o de los Carangas (Lima, 2012). Durante el reinado
del Inca Viracocha, Cari, el señor de los lupacas,
y Zapana, el señor de los collas, se encontraban
en conflicto, por lo cual se dice que enviaron
emisarios al Inca buscando su apoyo en la guerra.
Cuando Viracocha llegó cerca de Hatun Colla, fue
informado de la victoria de Cari, razón por la que
estableció un pacto amistoso con él. Esta alianza
constituyó un paso fundamental para la posterior
expansión hacia el Collasuyo y la región adyacente
al Titicaca, posibilitando el establecimiento de
los santuarios en las islas del lago. Es así como los
señores locales luego formaron parte de una élite
local vinculada al Imperio.
El caso de los carangas resulta también bastante
interesante, ya que el paso por su territorio les permitió a los incas la derrota de los pacajes
en tiempos del Inca Túpac Yupanqui. Como
mencionan Gisbert et. al. (1996), el Imperio se
encontraba en guerra con los pacajes, quienes se
oponían a la incursión política de su territorio.
Luego de varios enfrentamientos, los incas diseñaron
una nueva estrategia para enfrentarlos,
rodeándolos por la parte Sur del territorio.
Para ello, bordearon el lado occidental del
Titicaca, bajando a tierras de los carangas, quienes
cedieron el paso a los ejércitos del Inca. Esa
inesperada arremetida logró el sometimiento de
los pacajes, para luego ser anexados al Imperio.
Como se verá más adelante, los restos materiales
de la alianza con los carangas son las chullpas (torres
funerarias) de color, registradas en la región
del Río Lauca, cerca de la frontera del actual
Oruro con la República de Chile.
Una variante de ambos modelos es la que
Katharina Schreiber (1992) denomina control mixto,
ya que denota niveles de control directo e indirecto
al mismo tiempo (Fig. 101). Este nivel de control
parece haber sido ejercido por los incas a través de
un grupo dominante en determinada región, el cual
estaba directamente relacionado con el Imperio.Un ejemplo de esta forma de control político
es el que desarrollaron los incas en el Norte de
Chuquisaca. Durante el Horizonte Tardío, el
desarrollo regional más importante correspondía
a los yamparas, quienes tenían a Francisco Aymoro
como su cacique principal. Los documentos
coloniales relatan sobre la alianza de los incas
con el mencionado cacique, quien en el siglo XVI reclama esas tierras a la corona española
(Barragán, 1994).
A través de las investigaciones arqueológicas
se ha establecido que la consolidación de una
de sus capitales, ubicada en Quila Quila, corresponde
a los tiempos del Inca y es reconocida en
los documentos del siglo XVI. A pesar de ello, la
presencia Inca es casi inexistente en Quila Quila,
siendo relevante sólo una ocupación Yampara
Tardío. Ese hecho muestra que la alianza con
el cacique Aymoro posibilitó el control de las
poblaciones locales para el Imperio, posicionando
al mismo como una autoridad regional.
Por tanto, los yamparas se constituyeron como
la élite local en el Norte de Chuquisaca, sobreponiéndose
a los otros grupos de la región
(Lima, 2000).
En todos los casos descritos, se observa que
los efectos políticos que tuvo la incursión inca,
a pesar de la estrategia de control que fuera utilizada,
cambiaron el panorama político y social
local. Por otro lado, la forma de sistematizar los
tipos de control ejercidos por el Imperio sobre
las poblaciones locales fue estructurada a partir
de modelos planteados como estrategias políticas.
Dichos modelos denotan un relacionamiento
vertical entre el Imperio y los grupos locales,
perspectiva que resultó apropiada para la mayor parte de los arqueólogos andinistas, quienes durante
los años 90 se enfocaron en contrastar sus
datos con dicho esquema.
Sin embargo, esta forma de entender el
relacionamiento imperial va siendo lentamente
discutida y re-analizada a la luz de las nuevas
investigaciones que se realizan en torno a la
problemática inca (Alconini, 2002; Angelo, 1999;
Lima, 2000; Vranich et. al., 2002). Lo que está
mostrando esa nueva información es un panorama
más complejo de lo que plantean los modelos
procesuales, ya que cada caso muestra alternancias
no contempladas en los esquemas descritos,
así como diferentes niveles de interacción con
las poblaciones..
Por otro lado, las manifestaciones materiales
registradas en algunos sitios permiten inferir
estrategias de dominio o relacionamiento como
formas políticas y rituales imbricadas. Ese es el
caso, por ejemplo, del sitio Inca registrado en
Tiwanaku, el mismo que parece responder a un
nivel de ritualidad continuado desde el Horizonte
Medio (Vranich et. al., 2002). Lo mismo
sucede con los asentamientos del lago Titicaca,
que si bien eran parte de un eje administrativo
de las poblaciones locales, su función principal
estaba relacionada al ritual a partir de la peregrinación.
En otras partes –en cambio– se observa la
injerencia del control imperial sobrepuesta a las
estructuras locales, influyendo en la re-estructuración
poblacional y territorial. Ese podría ser
el caso de la organización de los quillacas, cuya
estructura confederativa no tiene un correlato
arqueológico, interpretándose como una reestructuración
incaica a partir del movimiento
de poblaciones (Lima, 2008). En un caso contrario,
se advierte la alianza que realizaron con
los caciques locales de las Tierras Bajas, a través
de matrimonios, para lograr su avanzada hacia la
Amazonía y el Chaco (Tyuleneva, 2010).
Estas nuevas miradas del fenómeno inca configuran
un mosaico de estrategias que no pueden
ser sistematizadas de forma tan esquemática. Por
tanto, tampoco son viables ahora los estudios de
contrastación de los modelos, ya que cada caso
presenta sus particularidades; posiblemente,
éste sea uno de los aportes más importantes al
tratamiento de la problemática inca en los Andes.
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