La formación de un Estado implica niveles de
centralización política, jerarquización social y delimitación
territorial. Según Brian Bauer (2006),
este proceso se dio alrededor del año 1000 d. C.,
a partir de las óptimas condiciones que ofrecía
el valle de Cusco para la producción agrícola
–principalmente de maíz– y de la realización
de múltiples alianzas políticas que lograron los
killkes con otros grupos vecinos. Esto posibilitó
un soporte político para el grupo dominante y la
generación de excedentes económicos que luego
eran redistribuidos entre las jefaturas locales.
De la misma forma, se fue consolidando el
crecimiento del asentamiento central en Cusco.
Prueba de ello es la documentación de cerámica
Killke en los contextos estratigráficos más
antiguos del Coricancha, Sacsayhuamán y San
Agustín. A partir de este centro se construyó
un complejo urbano que fue la primera ciudad
inca, además de otros centros satelitales ubicados
en sus alrededores. Ese hecho también implicó
un sistema estructurado de control político y
económico, incluyendo la consolidación de una
clase gobernante.
En la fase de Estado, los incas desarrollaron
todo tipo de estrategias para incorporar y
administrar nuevos territorios y grupos étnicos,
con el objetivo de extender su control territorial
regional. El producto fue la conformación de una
compleja jerarquía social y política que redujo
la diversidad étnica y la competencia política
(Bauer, 2006).
Por otro lado, debido a las condiciones favorables
mencionadas, se advierte un dramático
incremento de la densidad poblacional en la
ciudad, así como una transformación del paisaje
local, gracias al incremento de áreas destinadas a
la agricultura. Esto también implicó la necesidad
de mano de obra destinada a los cultivos y a la
producción de excedentes para el Estado, por lo
cual era necesaria la inserción de otras poblaciones
que pudieran realizar esos trabajos. Todo
ello fue parte del establecimiento de una rígida
jerarquización social local y regional.
Naturalmente, los grupos aliados de la élite
contribuían a la consolidación de ese sistema
socio-político. Sin embargo, existían otras poblaciones
que mostraban su desacuerdo con la
centralización regional existente, convirtiéndose
en rivales de los incas. Entre ellos se encontraban
los pinahua y los mohína, de la cuenca
de Lucre; los ayarmarca, de Chinchero, y los
chancas. El conflicto con estos últimos fue un
hecho sin precedentes, pues determinó un viraje
político para los incas, insertando una lógica
expansionista.
A partir de ese tiempo y en adelante, los incas
se preocuparon por ampliar sus límites territoriales.
Como parte de todos esos sucesos, parece
haber existido también una motivación por llegar
al Titicaca y a Tiwanaku, área mítica de origen
de los primeros gobernantes. Como parte de la
expansión de Túpac Yupanqui, el Imperio llegó
a estos territorios, creando uno de los santuarios
más simbólicos e importantes de la época. Este
hecho precede la importancia que Tiwanaku ya
le dio al lago Titicaca y, por otro, lado también
refuerza la pervivencia de una memoria histórica
y cultural que ve en este Estado prehispánico uno
de los desarrollos culturales más importantes de
los Andes.
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