Una de las formas de expansión de los incas se dio a través de la guerra. Para ello, el Imperio contaba con
todo un aparato compuesto por escuadrones de población, organizados según la etnia de los soldados (auca
runas). Dichos soldados se armaban y adornaban con cueros, telas, escudos, plumas, joyas o con pinturas
corporales para el enfrentamiento, siendo estos elementos el reflejo de su procedencia étnica.
Los ejércitos tenían como unidades máximas a divisiones de 10 000 hombres, al mando de un Apusquin
Rantin, equivalente a un teniente general. El general en jefe se denominaba Apusquispay, y al general
de brigada lo llamaban Hatun Apu. Para comunicarse con los lugartenientes y los soldados se utilizaban
conchas, trompetas y tambores.
Las principales armas defensivas eran los escudos (Hualcana), los cascos (Uma chucu o prenda de cabeza),
las pecheras que solían tener grabados simbólicos de adorno y las armaduras, consistentes en túnicas
de algodón muy gruesas y acolchadas. En cambio, las armas ofensivas eran la macana, la estólica (cumana),
la honda (huaraca), la boleadora (liwi), la lanza (Suchuc Chuqui), la maza (Chaska chuqui o lanza con punta
de estrella), los arcos y flechas de tradición selvática, los mazos (Chambi) y las hachas (Cunca chucuna).
Algunas de estas armas eran de metal, pero en general eran de piedra y madera. Esa es una diferencia
clara con respecto a los europeos en el uso de los metales en situaciones bélicas. Pero en la etapa de contacto,
se dice que los incas fueron influenciados militarmente por el uso de caballos, espadas y armadura.
Como dato anecdótico se puede mencionar que cuando Manco Inca se rebeló contra los españoles formó
un batallón de soldados montados a caballo y que él mismo utilizó armamento español (Espinoza, 1997).
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