El período Inca es el más corto en la cronología, pero a la vez es el que mayores cambios trajo a las sociedades andinas. Por un lado, su estudio está basado tanto en investigaciones arqueológicas como etnohistóricas, donde se observan ciertos problemas, incoherencias y contradicciones que todavía son debatidos. Uno de esos problemas es el tipo de interpretaciones que se dan en los documentos y crónicas coloniales para entender el llamado Incario, y que ha llevado a cierto escepticismo en las interpretaciones arqueológicas. Por otro lado, la arqueología inca se ha desarrollado a partir de la identificación de su cultura material, como el estilo cerámico, arquitectónico o el trabajo en textiles y metales, para interpretar el área y la intensidad de su incursión en distintas partes de los Andes (Bauer, 1992, 2006). Esto debido a que se hace difícil la datación de contextos Inca de los últimos 70 años del período prehispánico, pues el sigma del C-14 muchas veces rebasa ese tiempo (Vranich et al., 2002).
Es así que con la ayuda de las fuentes históricas se ha construido una secuencia de la presencia inca en los Andes, desde el centro ubicado en Cusco –donde se registran los restos más monumentales– hacia las zonas marginales o periféricas del Imperio (Rowe, 1944). En ese mismo sentido, también se ha discutido mucho la pertinencia de cierta terminología para denominar a los incas, desde la visión de una sociedad Estado centralizada en Cusco, hasta el desarrollo de un Imperio, perspectiva que es más aceptada por sus particulares características (D’Altroy, 1984, 1992; Schreiber, 1992). A pesar de ello, todo lleva a plantear que el paso de esta sociedad por este territorio trajo los cambios más relevantes a todo nivel para las sociedades precedentes (Alconini, 1998; Angelo, 1999; Hyslop, 1992; Julien, 2002; Lima, 2000; Stanish, 2003).
Los incas justificaron su dominio apoyándose en los mitos de origen que difunden su origen divino. En consecuencia establecieron una jerarquización social muy estricta, diferenciando a las élites del resto de la población (Cobo, 1950 [1653]; Ramos Gavilán, 1988 [1621]). Esto implicó también la consolidación de un aparato religioso complejo, que se centraba en un culto solar, pero que reconocía divinidades locales e incluso ocultas de la élite. Desde esta perspectiva, la construcción de diferentes niveles de santuarios y la práctica de numerosos tipos de rituales cobraron mucha relevancia en la vida pública y social de las diferentes poblaciones.
A nivel político, la expansión territorial hacia diferentes partes de los Andes a partir de Cusco, implicó el sometimiento y/o la alianza de diferentes tipos de poblaciones (D’Altroy, 1992; Pärsinnen, 1990). Estos hechos convierten el territorio en un espacio multiétnico y multinacional bajo la égida de un solo gobierno (Schreiber, 1992). Esto, sumado a una política basada en la estrategia militar y socio-política, implementada en períodos cortos de tiempo, le da a los incas la característica de sociedad imperial. Este afán expansivo parece haber estado basado en el acceso a diferentes recursos de los Andes, los cuales eran convertidos en bienes de consumo y bienes de prestigio por las élites, que dieron el soporte socio-económico al Imperio (Earle y D’Altroy, 1995). Luego de la conquista de los alrededores de Cusco (Bauer, 1996), los incas se expandieron al Norte hacia tierras de los cañaris (Meyers, 2002). Luego esta expansión se dirigió hacia los Andes centro-Sur (Pärsinnen, 1990), intentando llegar hasta la Amazonía, como relatan los documentos coloniales (Saignes, 1986; Tyuleneva, 2010).
Los cambios a nivel tecnológico son los más visibles, pues se observa todavía la impronta inca como prueba de su influjo en el pasado. La arquitectura, como una herencia de Tiwanku, dejó los restos monumentales a nivel de palacios, santuarios y centros administrativos. Son muchos los sitios que conservan este rasgo en Bolivia y Perú, al igual que en otros lugares de los Andes (Bauer, 1996; Stanish, 2003). La alfarería desarrollada permitió la generación de un nuevo estilo caracterizado por la policromía y la estilización de las formas, símbolo de la presencia imperial donde se las registra. La textilería, desarrollada a partir de los tejidos de la costa central, adquirió mucha relevancia en el uso de algodón y de fibras de camélidos, caracterizada también por la policromía, la estilización y geometrización de los diseños. El uso de los metales fue, sin duda, el rasgo que más diferencia a los incas de las culturas precedentes; existía un exacerbado interés por el uso del oro como bien de prestigio, herencia de la tecnología de los expertos chimú.
Otro cambio ejercido por los incas fue el movimiento de poblaciones y su implantación en nuevos territorios, que originaron el surgimiento de los mitmas (Wachtel, 1982). El pago hacia el Imperio se daba a través de la mano de obra, lo que implicó la consolidación de grupos especializados en determinadas actividades, como el de los alfareros, mineros, agricultores. Todos estos aspectos cambiaron diametralmente el panorama social, político y cultural de los pueblos y se convirtieron en la antesala a la llegada de los españoles. Vale aclarar que los cambios ocurridos durante la Colonia temprana continuaron con las políticas de los incas y adaptaron sus estrategias para lograr el control de las poblaciones y de los recursos.
El estudio de tan complejo desarrollo político fue, en principio, objeto de estudios etnohistóricos en Bolivia, como los desarrollados por Murra (1975), Saignes (1986), Bouysse-Cassagne (1987) y Pärsinnen (1990), entre otros. Sin embargo, a través de la arqueología también se estudió el tema inca por regiones; una de las más importantes es la del Titicaca, centrada en Copacabana y las islas del Sol y de la Luna (Bauer, 1996; Escalante, 1993; Rivera, 2003; Stanish, 2003). Esta región de los Andes centro-Sur es la que presenta la mayor centralización y el resto se considera como área periférica del Imperio.
El estudio de Capac Ñan fue otro de los ejes en cuanto a la investigación de los incas. Entre los estudios más notables se encuentran los de Hyslop (1992), R. Espinoza (2005), Michel y Lima (2005) y Ballivián (2011). Asociados a este camino y en regiones adyacentes se encuentran centros administrativos, algunos de los cuales, por su importancia, fueron estudiados por Pärsinnen (2005) y Michel (2011) en Caquiaviri, Muñoz (2010) en Incallajta, Pereira (1985) en Incarracay, Lima (2006) en Sevaruyo, D. Angelo (1999) en Tupiza, y Rivera (1998) en Cinti, entre otros. Paralelamente, los estudios de Barragán (1994), Del Río (1989) y Presta (2005), ofrecen importante información sobre los incas en regiones de los valles interandinos.
Otra vertiente de trabajos de estudio del tema inca, relacionada a sus rituales, tradiciones funerarias y cosmología se desarrolló en algunas regiones de Oruro. Entre estos trabajos se pueden citar los desarrollados con las torres funerarias de color del río Lauca (Lima, 2003; Lima et al., 2005), las torres de color de Condor Amaya (Sagárnaga, 2007), el centro ritual de Pumiri (Diaz, 2005), las necrópolis de Totora (Ganem, 2012), el centro de Antín Curahuara (Ticona, 2012), las torres de piedra de Yaraque (Hesley, 1986) y los santuarios de altura de Sajama (Torrez, 2010, comunicación personal).
Por último, tenemos los estudios relacionados al área de frontera de los incas hacia la vertiente oriental. En este ámbito es muy importante el aporte de investigadores de la etnohistoria como Thierry Saignes (1986) y Vera Tyuleneva (2010), y los estudios arqueológicos de Pärsinnen (2003) y Sonia Alconini (2002).
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