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lunes, 4 de octubre de 2021

Historia prehispánica: Las Tierras Bajas, Samaipata y El pasado prehispánico del Chaco

Las Tierras Bajas

Samaipata

 En el llamado “codo de los Andes”, a 1.920 metros sobre el nivel del mar en la provincia Florida del departamento de Santa Cruz, está ubicada la mayor obra ceremonial de arte rupestre de América latina y el mundo: una imponente y gigantesca roca completamente labrada en su dorso, conocida como “el Fuerte de Samaipata”. Este sitio cuenta con registros desde finales del siglo XVIII (Tadeo Haenke) y desde entonces fue periódicamente visitado y estudiado (D’Orbigny, 1847; Nordenskiöld, 1913; Pucher, 1945; Rydén, 1956; Trimborn, 1967; Meyers y Combès, eds., 2015). Fue declarado por la UNESCO en 1998 como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Las diversas excavaciones han demostrado que este sitio evidencia varias fases de ocupación pre-incaicas, de probable origen amazónico y que se remontan al menos hacia 1000 d. C., dos fases incas e incluso una fase española.

El pasado prehispánico del Chaco

Poco es lo que se sabe del pasado prehispánico del Chaco. Los estudios arqueológicos en la región provienen mayormente del Chaco argentino, y sólo durante los últimos diez años se han venido realizando prospecciones en los valles contiguos de Chuquisaca y Tarija, lo que ha permitido inferir que hubo contactos muy tempranos con las tierras altas (Pärssinen y Siiriäinen, 2003; Alconini, 2002; Michel, 2000; Beirelein, 2008). Los estudios etnohistóricos recientes confirmaron además estos contactos (Combès, 2009).

Unos primeros datos históricos aparecen a mediados del siglo XVI sobre el Chaco, cuando las expediciones asunceñas cruzan la región. Sin embargo en los siglos posteriores, el Chaco se mantiene como un espacio históricamente marginal de los centros de poder colonial y nacional. Esta marginalidad se explica en buena medida por la tenaz resistencia que ofrecieron los chiriguanos al avance español sobre su territorio –puerta natural de entrada al Chaco– que impidió el contacto con los grupos del interior, todos nómadas y poco numerosos.

Este aislamiento geográfico e histórico, sumado a la infranqueabilidad de la barrera chiriguana, puede apreciarse en las fuentes más tempranas del siglo XVI, todas elaboradas en un momento de hostilidades en que los agentes coloniales de Charcas ya habían vislumbrado la importancia de expandir los límites de su jurisdicción hacia el este ante la creciente necesidad de vincular la Audiencia a la metrópoli a través del Atlántico (Matienzo, [1567] 1967). Por lo menos hasta el siglo XVIII, cuando los padres jesuitas empezaron a incursionar entre los pueblos chaqueños, por ejemplo con la reducción de San Ignacio de Zamucos desde Chiquitos, las informaciones se limitaban a los grupos asentados en la periferia chaqueña, los tristemente célebres chiriguanos confines a los incas, que a menudo ejercieron de mediadores entre la sociedad hispana y los grupos asentados más al interior.

Tradicionalmente, la problemática fundamental en los trabajos históricos y etnográficos del Chaco ha sido la diversidad étnica de sus habitantes. La tendencia actual es abordar cuestiones históricas y etnográficas de forma conjunta en el intento por develar más sobre el pasado de una región vista como periférica aun hoy (Combès, Villar y Lowrey, 2009).



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