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domingo, 14 de diciembre de 2014
190 años de la Batalla de Ayacucho
El martes 9 de diciembre fue una fecha especial para todos los americanos; ese día asistimos jubilosos, desde Río Grande hasta la Patagonia, a la celebración del 190 aniversario de la hazaña militar que selló nuestra definitiva emancipación: La Batalla de Ayacucho, la última y más importante de cuantas se celebraron en el marco de la gesta independentista americana. Ayacucho no solo marca el fin del poder colonial español en el Nuevo Mundo, es la victoria que señala el tránsito hacia la futura integración latinoamericana, al tiempo que, bajo sus laureles, contempla el nacimiento de una nueva nación: La República de Bolivia.
Aquel 9 de diciembre de 1824, después de superar obstáculos inimaginables, el general venezolano Antonio José de Sucre y 5.780 bravos del Ejército Unido Libertador asisten a su cita con la gloria en la Pampa de Ayacucho, dispuestos a consumar la libertad de la América Meridional.
La victoria no se presentaría nada fácil, el adversario que se interponía entre la libertad definitiva del continente o la continuidad del yugo colonial era, sin lugar a dudas, el más poderoso de cuantos oprimieron al país de los incas. El Virrey José La Serna y sus experimentados jefes europeos disponían de una maquinaria militar de más de 15.000 hombres, 10.000 de los cuales se presentaron ese día en el campo de batalla.
ESTRATEGIA. Comenzadas las acciones, el general Sucre, leyendo perfectamente lo que sucedía en el campo de batalla, ordena al general José María Córdova que ataque con su División el centro realista, comprometido momentáneamente en el paso de una quebrada luego de su incómodo descenso por las faldas del cerro Condorcunca. Colocado frente a sus tropas el general neogranadino emite una célebre orden: ¡Soldados, armas a discreción; de frente, paso de vencedores! Acto seguido, en medio del mayor orden táctico desplegado durante la jornada, las tropas de Colombia siguen a la victoria a su joven comandante de 24 años. Los más selectos cuerpos realistas salen a su encuentro: Burgos, Guías, Victoria, Infante; su esfuerzo es vano, los batallones del Rey son arrollados y disueltos pese al arrojo con que se emplean sobre el campo de batalla.
Sobre el costado izquierdo del campo, la División La Mar (batallones Número 1, 2 y 3 del Perú y la Legión Peruana de la Guardia) se traba en feroz combate con la vanguardia realista del Mariscal Valdés; mientras, en el centro, los heroicos batallones Pichincha, Bogotá y Caracas se abalanzan sobre el fuego enemigo a costa de grandes pérdidas. En el fragor de la batalla llega el turno de actuar a la caballería patriota del intrépido general Miller, los Húsares de Junín, con el comandante Suárez de Buenos Aires, y los Granaderos y Húsares de Colombia de los venezolanos Silva y Carvajal, irrumpen como truenos sobre la pampa para terminar de decidir la batalla a favor del bando republicano.
Al final de la jornada, la victoria patriota es total: en su poder quedan el Virrey, 15 generales, 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 jefes y oficiales y 2.000 efectivos de tropa, mismos que ascenderían a 6.000 en los días posteriores. Sucre no conoce la victoria sin la clemencia, la generosa capitulación concedida por el jefe patriota a sus otrora opulentos adversarios eleva el nombre de América al sitial de las más nobles y civilizadas naciones del universo.
La victoria de Ayacucho representó también el triunfo de la política de alianzas continentales impulsada por el Libertador Simón Bolívar. A Ayacucho, enclavado en la Sierra Sur del Perú, concurrieron tropas de Venezuela, Nueva Granada, Quito, Guayaquil, Alto y Bajo Perú, Chile, Argentina, Uruguay, Centroamérica y Europa, la mayoría de ellas confederadas ya con Colombia gracias a los tratados de Amistad, Unión, Liga y Confederación perpetua suscritos por el Libertador Bolívar con los gobiernos de Lima (1822), Chile (1822), Buenos Aires (1823), México (1823) y Centroamérica (1826). Estos acuerdos serían ratificados en la primera Asamblea de Pueblos libres que recuerde la historia americana: El Congreso Anfictiónico de Panamá.
CHARCAS. Más allá de las consecuencias políticas, económicas, sociales y comerciales que en el ámbito continental arrojó la jornada de Ayacucho, para los altoperuanos tuvo una especial significación pues bajo la égida del héroe de Pichincha y Ayacucho los territorios de la antigua Audiencia de Charcas verán nacer en su seno una nueva nación, Bolivia. El general Sucre, conocedor desde la campaña de Pichincha del sentimiento independentista de los altoperuanos, apenas cruzó el Desaguadero no dudó en convocar a una Asamblea Deliberante para que los habitantes de Charcas decidieran su futuro, tal como lo había anunciado desde el año anterior en decenas de cartas dirigidas a Bolívar y a diferentes autoridades militares de Colombia. Pero el concurso del futuro Gran Mariscal de Ayacucho a la independencia del Alto Perú no se limitó solo al decreto, con su pluma magistral pudo doblegar a las guarniciones realistas y ganarlas para la causa de libertad.
Desde su Cuartel General en Cusco, el 1 de enero de 1825, el futuro Presidente de Bolivia dirige una nutrida correspondencia a las municipalidades de La Paz, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí informando que: “El 9 de diciembre en los campos de Ayacucho terminaron la opresión y los males de este país... les dejaremos (el Ejército Libertador) su más amplio y absoluto albedrío para que resuelvan sobre sí lo que gusten, para que se organicen del modo que más proporcione su felicidad”. En similares términos se comunica con los jefes realistas de Oruro y Santa Cruz (Arraya y Aguilera), anexando a toda su correspondencia copia de la Capitulación de Ayacucho. Ante el infortunio de la causa española en América, la reacción de las principales guarniciones realistas del Alto Perú no se hizo esperar, los pronunciamientos de adhesión a la causa libertaria se suceden uno tras otro: el 14 de enero de 1825 Cochabamba, el 12 de febrero Valle Grande, el 14 de febrero Santa Cruz, el 22 de febrero Chuquisaca y el 30 de marzo Cotagaita.
Pudiendo haber aplastado con su remozado e invicto ejército a los disminuidos realistas del Alto Perú, el espíritu cívico y humanista de Sucre se decantó por la diplomacia; en América no se había dado conducta igual. El último vestigio del poder español en Charcas se extinguiría, sin pena ni gloria, con el asesinato del obstinado general realista Pedro Antonio Olañeta, a manos de sus más cercanos colaboradores, en momentos en que el Ejército Libertador ocupaba ya Potosí.
El 6 de agosto de 1825 “un nuevo motivo de júbilo para el género humano”, la América contempla el nacimiento de una nueva nación, Bolivia, como tributo al campeón de la independencia americana, pero también como manifestación perpetua de un amor por la libertad.
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