Después de la encarnizada y particularmente cruenta batalla de Yungay (20/01/39) quedaban victoriosas las tropas “restauradoras”, tras haber causado a las de la Confederación 1.400 muertos y tomado una cantidad igual de prisioneros. Esa misma tarde, el Gral. Andrés de Santa Cruz abandonó el campo de batalla y después de permanecer en Lima, siguió hacia el sur, dispuesto a continuar la pelea, pues creía todavía disponer de sus ejércitos del Centro y del Sur, que llegaban a sumar unos 7.000 soldados. Pero al llegar a Arequipa supo que en Bolivia, aun antes de que se supiera allí la noticia de la derrota de Yungay, se había producido un movimiento que derrocaba a su Gobierno.
En esas circunstancias el general Santa Cruz había designado el día 21 para su viaje a Puno y pasar a Arequipa, su propósito era operar la reacción y recobrar la Presidencia de la República de la que lo había despojado el general José Miguel de Velasco.
EL ESTALLIDO DE LA TORMENTA
A las diez de la mañana del 20 de febrero, se operó en Arequipa un movimiento revolucionario contra el Protector. Una Inmensa multitud de gente se reunió en la plaza principal y proclamó la unidad de la república peruana, exigiendo la renuncia inmediata del Prefecto y la sustitución del jefe del batallón Cusco, con otro de la confianza del pueblo. Designado don Juan Gamió para el primer cargo, fue éste a presentarse ante Santa Cruz; pero el Protector, sin darse cuenta todavía de los alcances que tenía el movimiento, se negó a reconocerlo y a cambiar el jefe del batallón. Entonces, una oleada de gente, con actitud airada y amenazante, fue a rodear la casa donde se alojaba Santa Cruz, pidiendo a gritos su cabeza y haciéndole cargos por el fusilamiento del Gral. Felipe Santiago Salaverry.
SANTA CRUZ RENUNCIA AL PROTECTORADO Y LA PRESIDENCIA DE BOLIVIA
Hostigado y amenazado vivamente por el pueblo, Santa Cruz comprendió al fin que nada tenía que hacer ya allí. A los pocos momentos, desde su domicilio sitiado y defendido sólo por 500 hombres de línea, expidió dos decretos y lanzó proclamas a los pueblos del Perú y Bolivia. Por el primer decreto se desprendía de la autoridad protectoral y por el segundo dimitía a la Presidencia de Bolivia. Y en la proclama tristemente decía: “Ya no existe la Confederación, ni yo ya tengo parte en los negocios públicos. Las circunstancias me obligan a alejarme de ustedes, dejando encomendada a la prudencia de ustedes la salvación de la patria que yo no he podido realizar, etc.”.
SANTA CRUZ SALE PRÓFUGO DE AREQUIPA
Obligado por la actitud airada del pueblo, a la que se agregó la fuerza militar, el general Santa Cruz, combatido por sus propios antiguos aduladores, salió prófugo de Arequipa, envuelto en deshecha borrasca y llevando una tempestad en el alma. Le acompañaba sólo una escolta de 500 hombres comandada por el coronel chileno Manuel Larena.
En el trayecto de Arequipa a Laja, sobre el camino de Islay, la comitiva militar del ex Protector fue crudamente hostilizada por todos los habitantes, quienes le disparaban sin cesar tiros de rifle y le lanzaban pedradas, profiriendo los más gruesos insultos contra el prófugo. Todos recordaron en aquellos instantes el fusilamiento del Gral. Salaverry y de sus compañeros de infortunio, y como si quisiesen vengar la sangre de aquellas víctimas sacrificadas por una ambición desmedida, se ensañaron contra el caído y lo amenazaron de muerte. En medio de una lluvia torrencial y de una tempestad de rayos, pudo Santa Cruz adelantarse a su escolta y llegar a Cangata, chacra de La Jara, no sin antes prevenir a sus soldados que contestasen la agresión de la gente enfurecida, con tiros al aire.
DE CANGATA A ISLAY
Doña Petronila Herrera y Rivera, vecina, avisada de lo que había ocurrido con Santa Cruz, proporcionó a éste un ligero desayuno, y para que continuase su marcha, le preparó una alforja y colocó en ella una gallina cocida, pan, chocolate, huevos, pocillos, servilletas, cigarros y otros artículos necesarios para el camino. Viendo además que el ex Protector viajaba con uniforme militar y con gorra, le proporcionó un par de botas, un traje civil y un sombrero.
Terminado su ligero desayuno, Santa Cruz, acompañado de sólo dos ayudantes y seis soldados de confianza, y guiado por un mozo experto de la posta, salió de La Jara a las cuatro de la mañana, sin ser sentido por el batallón que se alejó un poco distante de la casa, y en el que se notaba síntomas de descontento.
SUBLEVACIÓN DE LA TROPA
Poco después, el coronel Larena trató de poner el batallón en marcha. Cuando no había acabado aún de pasar lista, la tropa se amotinó; mató a Larenas, hirió a los otros jefes y oficiales y se dispersó, volviendo en desorden a Arequipa o diseminándose en el campo. El segundo jefe, José de la Peña Santa Cruz, sobrino del ex Protector, salvó su vida milagrosamente. Fugó a Paucarpata, y poco después apareció en La Paz, atendido por el nuevo Gobierno.
EN EL PUERTO DE ISLAY
Santa Cruz con su pequeña comitiva galopó desesperadamente hasta Islay, donde también estuvo a punto de ser cogido por un piquete de lanceros que había venido tras de él desde Arequipa. El coronel Hugo Wilson, cónsul de Inglaterra, ordenó a Compton, capitán de la fragata Inglesa “Samarang”, que desembarca-se cien hombres para proteger al fugitivo; pero viendo que aun así éste no estaba seguro en tierra, lo hizo conducir a la nave, para evitar que cayera en manos de sus perseguidores.
SANTA CRUZ SE ALEJA DE LA PATRIA
Algunos días después, el mismo buque “Samarang” condujo al general Santa Cruz hasta Puná, en el Ecuador, donde desembarcó el 13 de marzo. ¡Él, un día omnipotente Protector no pisó más el suelo de la Patria, que tanta gloria le debía!
CAUSAS DE LA DERROTA
Se ha dicho que la derrota se debió, fuera de otras causas, a la traición de los jefes pe-ruanos que combatían al lado de Santa Cruz y a los errores tácticos y estratégicos del protector desde la iniciación de la campaña. El error más notable fue la colocación de la caballería a una inmensa distancia del campo de batalla, dando lugar a que los escuadrones enemigos tuvieran el tiempo suficiente para arrollar toda la infantería boliviana.
Algunos historiadores afirman que el desastre de Yungay se debió también a la ausencia de muchos jefes aguerridos, como Braun, Velasco, Ballivián, O'connor y otros que habían prestado a Santa Cruz eficaz colaboración en anteriores campañas.
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martes, 21 de febrero de 2017
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