Un complejo ritual de gran envergadura para los
incas fue el lago Titicaca, conformado por Copacabana,
la Isla del Sol y la Isla de la Luna, donde
se erigieron los principales templos y palacios de
esta parte de los Andes (Fig. 104). Este complejo
estaba relacionado a las rutas de peregrinación
y purificación que hacían los incas hacia la Roca
Sagrada, lugar de su origen mítico.
El cronista agustino de Copacabana, Ramos
Gavilán (1988 [1621]), escribió que el Titicaca era
un lugar sagrado, mencionando que fue Túpac
Yupanqui quien le devolvió a la Roca Sagrada su
antigua categoría, convirtiéndola en un centro
de peregrinación.
Al parecer, Copacabana fue un lugar central,
pues concentraba a poblaciones de mitmas
provenientes de alrededor de 40 naciones de los
Andes y de todos los confines del Imperio. Ramos
Gavilán escribía que para 1589:
aquí el Inca transplantó (tomándolos de su lugar
de nacimiento) Anacuscos, Hurincuscos, Ingas,
Chinchaisuyos, Quitos, Pastos, Chachapoyas,
Cañares, Cayambis, Latas, Caxamarcas, Guamachucos,
Guaylas, Yauyos, Ancaras, Quichuas,
Mayos, Guancas, Andesuyos, Condesuyos, Chancas,
Aymaras, Ianaguaras, Chumbivilcas, Padrechilques,
Collaguas, Hubinas, Canches, Canas,
Quivarguaros, Lupacas, Capancos, Pucopucos,
Pacajes, Iungas, Carangas, Quillacas, Chichas,
Soras, Copayapos, Colliyungas, Guánucos y
Huruquillas. (1988 [1621]:60)
En tiempos de los Incas Pacachutec y Túpac
Yupanqui, esta región fue transformada en una
huaca o centro espiritual de adoración panandina,
de igual importancia que el Korincancha en Cusco
y Pachacámac en la costa, los mayores centros
de culto prehispánico de los Andes.
Esa dinámica hizo que se construyeran santuarios
en medio de una impresionante red de caminos,
que convergían en la península de Yampupata,
considerada la entrada ritual al lago Titicaca.
Pero para entrar en este espacio, conceptualizado
sagrado, se debía pasar por un muro ubicado en
el actual Yunguyo, que dividía el espacio profano
del sagrado. En el muelle que aún hoy se observa
a la entrada del lago, los fieles tomaban balsas de
totora hacia la Isla del Sol, pasando –según los relatos
de los cronistas coloniales– sólo las personas
purificadas, ya que entrar en las aguas del Titicaca
implicaba el ingreso a un espacio sagrado (Ramos
Gavilán, 1988 [1621]).
La sagrada ruta presentaba puertas o punkus
de purificación, descritas por los cronistas de fines
del siglo XVI. Ramos Gavilán (Ibid.) menciona
que antes de llegar al adoratorio principal de la
Roca Sagrada, se tenía que pasar por tres puertas,
en cada una de las cuales existía un sacerdote que
imponía penitencias de acuerdo a las culpas:
Antes de llegar a este adoratorio, se había de
pasar por tres puertas, que distaban las unas de
las otras poco más de veinte pasos; la primera se
llamaba Pumapuncu, que suena lo mismo que
puerta del León, porque había allí un León de
piedra, que decían guardaba la entrada, y en ésta
antes de pasar, se hacía una expiación de pecados,
confesándolos al sacerdote que allí residía… La
segunda puerta tenía por nombre Kentipunco,
por estar matizada toda de plumas de tominejos,
a quien ellos llaman Kenti… De la tercera puerta
era el nombre, Pillcopuncu, que fuera puerta de
esperanza, estaba adornada con plumas verdes
de un pájaro muy estimado que se trae de los
Chunchos llamado Pillco… (Ramos Gavilán
1988 [1621]: 48-49).
Toda esta mística registrada en el siglo XVI
fue constituida en tiempos de los incas, mostrando
la veneración de un elemento natural y
la institucionalización de una tradición ritual sin
precedentes en esta parte de los Andes. Ya sea
como un elemento natural o un lugar consagrado
culturalmente, el lago Titicaca inspiró la construcción
de una ideología que tiene repercusiones
hasta la actualidad. La peregrinación sagrada
hacia el lago, cubierta por el velo del sincretismo
católico, se reproduce cada año en la fiesta de la
Candelaria (2 de febrero), en Semana Santa y
en el aniversario de Copacabana (6 de agosto),
con los miles de fieles que peregrinan hasta el
santuario prehispánico.
Las excavaciones arqueológicas realizadas
en el área sagrada de la Isla del Sol, y siguiendo
las descripciones realizadas en 1653 por Bernabé
Cobo, mostraron datos muy interesantes. Aunque
ya no se aprecian los ornamentos de la Roca
Sagrada, la deposición existente cerca del altar
principal permitió registrar una especie de canales
elaborados en piedra que –al parecer– eran los
receptáculos de la chicha que se ofrecía en el santuario
(Stanish, 2003). Esta misma importancia fue
atribuida a la Chinkana o laberinto Inca, construida
en las inmediaciones de la Roca Sagrada, lugar
donde se lograba la purificación de los fieles. Al
parecer, la construcción laberíntica de la estructura
y sus múltiples puertas propiciaban estados de
introspección en los individuos, permitiendo una
comunión entre las divinidades y ellos..
Por tanto, se observa que la importancia ritual
de Copacabana también pasó al nivel político, ya
que en la época de persecución de Paullu Inka,
la Isla del Sol fue su lugar de refugio. Al parecer,
toda esa relación mítica de origen y posterior ritualización
de las islas del Titicaca fue muy bien
aprovechada por el Imperio para su consolidación
política y social en esta región de los Andes.
Todo ese ámbito de ritualidad y religiosidad
parece haber sido la razón por la que en Copacabana
viviera un sacerdote, el cual gobernaba
el Collasuyu; a la llegada de los españoles éste
era Chalco Yupanqui. Así también en esta zona
residía la corte inca, registrándose la presencia de
varias panacas, razón por la que tal vez también
existían mitmas de todo el Imperio. ¿Habría sido
Copacabana una muestra de lo que fue el Imperio?
La cita textual de Ramos Gavilán es muy
ilustrativa al respecto:.
Por tanto, se observa que la importancia ritual
de Copacabana también pasó al nivel político, ya
que en la época de persecución de Paullu Inka,
la Isla del Sol fue su lugar de refugio. Al parecer,
toda esa relación mítica de origen y posterior ritualización
de las islas del Titicaca fue muy bien
aprovechada por el Imperio para su consolidación
política y social en esta región de los Andes.
El Inga Guaynacapac, fue el que más nombre dio
a la isla Titicaca y a las demás convecinas porque
se aventajó a su padre, y así por señalarse de dos
hijas que tuvo en el Cusco, la una dellas mandó
traer a esta isla y la puso en una de las casas de las
Vírgenes dedicadas al Sol y que como prefecta y
mayor cuidase de las demás. Cuando los españoles
habían ya entrado en la tierra, uno de los hijos de
Guaynacapac que estaba en el Cusco, llamado Paullo
Topa Inga, vino a este asiento de Copacabana
en busca de su hermana y al modo y usanza de los
Ingas (sacándola del recogimiento) se casó con ella
y tuvo algunos hijos y esta es causa de que muchos
indios de Copacabana se aventajan en la nobleza
a los demás… (Ramos Gavilán 1988 [1621]: 185)..
Por tanto, se observa que la importancia ritual
de Copacabana también pasó al nivel político, ya
que en la época de persecución de Paullu Inka,
la Isla del Sol fue su lugar de refugio. Al parecer,
toda esa relación mítica de origen y posterior ritualización
de las islas del Titicaca fue muy bien
aprovechada por el Imperio para su consolidación
política y social en esta región de los Andes.
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