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lunes, 23 de enero de 2017
Mujeres de Cochabamba en la Coronilla
El siguiente texto está compuesto en su parte central por la narración de Francisco Turpín sobre un episodio de la participación de las mujeres de Cochabamba en la batalla de la Coronilla.
Los textos han sido tomados en la Biblioteca de Mayo de Buenos Aires (Argentina) y están en el Tomo IV y XV sobre la Guerra de la Independencia; también en la División Colonia, sección gobierno, Guerra Ejército Auxiliar del Perú, julio a diciembre de 1813.
Además de esta introducción, primero es necesario conocer quiénes fueron los principales actores de este relato de gran valor histórico.
Manuel Belgrano
Se llamaba Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano y González. Nació en Buenos Aires (Argentina) el 3 de junio de 1770, murió el 20 de junio de 1820. Vivió 50 años.
Comandaba el Segundo Ejército Auxiliar (1812-1813), dio sendas derrotas al realista Pío Tristán en Tucumán (24-25 de septiembre de 1812) y Salta (20 de febrero de 1813).
El gran error de Belgrano fue que cuando estaba en Potosí, decidió hacer volar la Casa de la Moneda, colocando barriles de pólvora en la sala donde se pesaban las monedas. No sucedió, ya que el oficial Anglada, del Ejército auxiliar, arrancó la mecha por donde debía avanzar el fuego.
Francisco Turpín
Sobre Turpín no se conoce datos de su vida, solamente que era soldado de la Primera Compañía de Fusileros del regimiento Nº 6.
Algunos consideran que era analfabeto. No presentó ningún informe escrito a Belgrano, sino oral. El relato es una transcripción e interpretación de un asistente, probablemente el secretario Manuel de la Baquera, lo que explica algunos vacíos e incongruencias.
Por la importancia del documento, transcribimos íntegramente el: “Relato del soldado Francisco Turpín al general Manuel Belgrano, sobre las mujeres de Cochabamba”.
Relación de hechos
Jujuy, 4 de agosto de 1812
Señor General:
Francisco Turpín soldado de la primera compañía de fusileros del regimiento Nº 6 dice a vuestra señoría: Que después que salimos destrozados de la acción del Desaguadero me vine a refugiar en la ciudad de Cochabamba, donde por otra acción semejante caí prisionero por las tropas de Lombera, quien me llevó a Oruro como a su soldado, de este lugar me pasé a Cochabamba desertando, y trayéndome un sable y una pistola, pues me hicieron cabo 2º de Artillera, y allí, plaza en el cuerpo de artillería contra Goyeneche, y nos condujo el comandante don Carlos Taboada a las inmediaciones de Chuquisaca.
Fuimos acometidos por el enemigo y nos dispersó, porque no teníamos más que dieciocho fusiles y una camareta (morterete o pequeño mortero para fuegos de artificio) y la demás gente sólo era de garrote, de cuyas resultas regresé a Cochabamba, y desde este punto salimos setenta y siete hombre con el comandante don Félix Borda hasta las inmediaciones de un pueblo llamado Chillón, donde tuvimos una guerrilla de noche con los cruceños y logramos vencerlos, dejando cinco muertos en el campo de los enemigos, y uno de los nuestros.
Al siguiente día entramos en dicho pueblo, e inmediatamente fuimos en busca del enemigo, y lo encontramos en un pueblo llamado Pampa Grande, donde tuvimos una acción de ocho horas de fuego, y allí los derrotamos completamente ganándoles ciento cuatro fusiles, y dos piezas de artillería de a uno, muriendo de ellos cien hombres y diez mujeres; seguimos adelante hasta Samaypata, donde se habían levantado los del pueblo y prendieron a don Manuel Padilla, comandante de los derrotados, quitándole un cañón de hierro de a uno, y así permanecimos en dicho punto más de un mes y al dicho Padilla lo pasamos por las armas.
Después de todo nos mandó a llamar don Mariano Antezana a Cochabamba para que fuéramos a Oruro, y salimos con el señor comandante general de armas, don Esteban Arce, hasta las inmediaciones de Sorocachi, en las cuales encontramos todas las casas quemándose. Con sus dueños logramos que escapasen todos a excepción de una mujer que murió. Seguimos en busca del enemigo ya de noche, y logramos habernos acercado tanto, que no había más de tres cuadras del campamento enemigo, tanto que el mayor general don Bartolomé Pizarro dijo que había tocado las tiendas de campaña del enemigo sin ser sentido, porque los indios, por tres noches, no los dejaron pestañar, y en aquella estaban dormidos.
A este tiempo llegó un propio del gobernador, don Mariano Antezana, al general don Esteban Arce, con quien estábamos como treinta mil hombres, mandándole que inmediatamente se retirara, que no quería que se perdiesen los cañones, que no éramos capaz de vencer a enemigo, y que éste iba a acometernos por tres puntos.
Con estas noticias empezaron todos a afligirse mucho, y en especial el general Arce, quien dijo en voz alta: “Señores, todos los de esta campaña sean testigos de que esta retirada no se hace por mí. Estamos en la mejor situación para vencerlos, y me manda llamar Antezana”.
Esa misma noche caminamos de regreso, y al día encontramos todos con dicho Antezana, y entonces empezaron a reír con el general Arce y el dicho Antezana, tanto que hubieron que pelearse entre los dos y se dijeron que cada uno vaya a defender el lugar donde vivía. Esto es, el gobernador Antezana, Cochabamba; y el general Arce el valle de Tarata.
Mujeres armadas
Habiendo quedado yo en Cochabamba, y en destacada en un lugar llamado Colque-Pirgua, dijeron que el general Arce había sido derrotado, entonces don Mariano Antezana nos mandó llamar de dicho punto de la destacada a la misma ciudad, y habiendo formado todas sus tropas les dijo: “Juran soldados defender la Patria”, a que respondieron todos sí.
Pero como todos los soldados creyeron que era sarraceno el señor Antezana, porque había mandado retirar las tropas del señor Arce de Soracachi y porque hizo entrar en Cochabamba los que estaban de destacada en Colque-Pirgua, distancia a media legua de la misma ciudad, dijeron que los iba a entregar y así se fueron la mayor parte de ellos.
En este día por la tarde hubo Cabildo Abierto y nuevamente Antezana dijo: ¿Cumpliréis lo que habéis dicho de defender la Patria y la excelentísima Junta de Buenos Aires? Algunos respondieron que sí, pues ya no había más de mil hombres escasos, y solamente las mujeres dijeron que si no hay hombres, nosotras defenderemos. A poco rato mandó decir el señor Antezana que él ya rendía, y que todas las armas las pusieran en el cuartel, que él se iba, y que el que quisiera seguirle, que lo siguiese. Mandó al mismo tiempo que se asegurasen las armas bajo llave, y se aseguraron cincuenta fusiles y veintiún cañones de estaño y un obús con una culebrina de los de Buenos Aires, de bronce.
Hecha esta diligencia repentinamente se congregaron todas las mujeres armadas de cuchillos, palos, barretas y piedras en busca del señor Antezana, para matarlo, y otra porción al cuartel, y apenas quebraron las ventanas de la casa de dicho Antezana y no lo encontraron, luego vino un caballero Mata Linares, a quien dejó las llaves Antezana y éste abrió, entraron las mujeres sacaron los fusiles, cañones y municiones, y fueron al punto de San Sebastián, extramuros de la ciudad, donde colocaron todas las piezas de artillería.
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El monumento a las Heroínas de la Coronilla (Cochabamba), que combatieron el 27 de mayo de 1812 contra las fuerzas españolas.
Hernán Andia
Batalla de la Coronilla
Al día siguiente hubo un embajador de parte de Goyeneche, previniendo que venían ellos a unirse como con sus hermanos, que desistan de esa empresa bárbara: el pliego se entregó al único oficial capitán de caballería don Jacinto Terrazas, y habiendo éste preguntado a todas ellas, que si querían rendirse, dijeron que no, que más bien tendrían la gloria de morir matando y el embajador que vino a Cochabamba murió en manos de las mujeres.
A poco rato se vio ya formado el Ejército enemigo e inmediatamente rompieron el fuego las mujeres con los rebozos atados a la cintura, haciendo fuego por espacio de tres horas: el enemigo acometió por cuatro puntos y mataron treinta mujeres, seis hombres de garrote, y tres fusileros, ya cuando nos vimos muy estrechados pensamos reunirnos en la misma plaza; pero ya no fue posible, porque la caballería enemiga estaba sobre nosotros, entonces se quemó toda la pólvora que había, así de cartuchos de fusil, como de cañón, escapando sólo seis cajones para el monte y los cincuenta fusiles, y en esta confusión me hicieron prisionero, manteniéndome atado a la cureña de un cañón y lo mismo a dos mujeres: a los seis días de mi prisión prendieron también al señor Antezana del convento de San Francisco, le dieron tres días de término y lo pasaron por las armas; después de muerto le cortaron la cabeza, y colocaron en la plaza mayor de la ciudad, y el cuerpo llevaron al punto de San Sebastián adonde salía todas las noches una compañía de fusileros de retén.
Después de que se había posesionado el enemigo de la ciudad empezaron a saquearla, cada división con sus respectivos jefes, quebrando todas las puertas y ventanas, los de caballería salieron a las estancias o haciendas a hacer otro tanto, quemando todas las cementeras, así de maíz como de trigo.
Salí de la prisión agregándome a las tropas del enemigo, llegó el tiempo de que marchásemos a Chayanta donde pensaban hacer cuartel general, y en la primera jornada que hicimos en el lugar nombrado Capinota, encontré a los indios lanceros de Pumacahua y vi que mataron niños, viejos, viejas, a excepción de las mujeres de buen parecer, y decían que al fin habían de defender la causa nuestra, de la segunda jornada que llegamos a un lugar de Sicaya hice mi deserción por el lado de Arque a Sepulturas para venirme por el despoblado como le he ejecutado.
Con referencia a este escrito manifestaba Belgrano a la superioridad, desde Jujuy a 4 de agosto de 1812 lo que sigue: “Anoche se me ha presentado Francisco Turpín, único que como testigo de vista me ha hablado de los sucesos de Cochabamba, y su relación que mandé apuntar del modo natural con que la ha hecho, la paso a vuestra excelencia para su conocimiento e inteligencia. ¡Gloria a las cochabambinas que se han demostrado con un entusiasmo tan digno de que pase a la memoria de las generaciones venideras!
Ellas han dado un ejemplo que debe excitar, señor excelentísimo, los sentimientos más apagados por la patria, y estoy seguro de que no será el último con que confundan a las de su sexo que alucinadas, trabajan en contra de la causa sagrada, y aún a los hombres que prefieren la esclavitud, por no exponer sus vidas para asegurar nuestros justos derechos”.
El autor de esta transcripción es historiador y tradicionalista.
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